Jorge Humberto Chávez
La realidad sangra desde adentro
José Ángel Leyva
Las virtudes de este poemario saltan a la vista:
- Si el título sugiere más un relato que una serie de poemas es porque en realidad su poesía conlleva un aliento narrativo. Confronta al lector, de entrada, con la negación de la memoria para instalarse en la frontera de lo lírico y lo épico, entre la poesía y la prosa, entre el porvenir y su imposibilidad. “Soñar: Ahora mismo que duermes y sueñas en palabras de otra patria yo me despierto. Y te vivo en mi sueño más que cuando tu rostro dormido iluminaba mi oscuridad.” (“Diccionario para Deimy Chávez”)
- El norte y el sur exponen el dilema de ser o no ser, el allá y el más allá, el orgullo y la vergüenza. La poesía de Jorge Humberto asume con naturalidad el relato de la orfandad, la miseria, el engaño, la frustración y la aceptación, más no la resignación ante la falta de dignidad y coraje que nos impone la vecindad del gigante, predador y amenazante, dos ríos que son uno: “Mientras tu madre y la vecina de enfrente hacíanse un pormenor de las nadas que llenan nuestras vidas.”
- Relato o crónicas bajo el dominio de la lírica, la poesía de Jorge Humberto Chávez toma distancia de lo que Begoña Pulido y yo destacamos en la antología Poetas mexicanos, de la colección 20 del XX de La Otra. La poesía mexicana de la primera mitad del siglo XX fue, en su mayor parte, una poesía de la fuga, una escritura que retozó en el exotismo de otros países, de otras culturas, como si no fuese suficiente la propia. Una poesía que, proponiéndoselo o no, se configura y representa con un lustre cosmopolita entre vanguardista y tradicional, pero sobre todo tradicional, y cuando aborda su realidad lo hace a menudo con poca fortuna o extrema pobreza. Pero hay ejemplos también muy afortunados como Jaime Sabines, Efraín Huerta, el primero y el último Juan Bañuelos, Max Rojas, por citar algunos poetas que dan cuenta de su época y su entorno. No obstante, los riesgos de hacer una poesía social empujan a menudo hacia el panfleto, hacia la denuncia o el sentimentalismo ramplón. No es el caso, que logra un efecto diversificador y rico en tonos y matices.Una de las grandes virtudes de Te diría que fuéramos a llorar al río bravo…, es señalar una circunstancia histórica donde la tragedia dejará un marca indeleble de vergüenza. Pero estos versos se proponen una sola cosa clara, erigir un andamiaje estético, una obra significativa.
“Yo tenía un sol en el patio de mi infancia / tenía un árbol sencillo muy cerca de mi puerta un simple árbol / yo tenía un perro pequeño de ojos transparentes / amigos que la vida retiraba uno a uno / … / hoy sólo tengo esta página / y me queda el recuento necesario para que puedas leerlo en esta página.” (“Recuento”) - Las imágenes se imponen con su carga emocional e icónica. No intenta este libro maquillar el horror y la costumbre del genocidio, en cada línea de alta tensión hay una crónica interior, autobiográfica del poeta.No es posible olvidar la náusea de la noticia de un diario local que me recibía con un encabezado de pesadilla: “O pagan o comenzaremos a degollar niños”. El crimen organizado cobraba a los pobres en las escuelas por dejarlos vivir. La policía estatal y federal, por supuesto, eran parte del mal.
La poesía de Jorge Humberto nace de esa cotidianidad, de esa demencia que borra la compasión y la piedad en un terreno donde la crueldad se vuelve costumbre e indiferencia, siempre y cuando no sea uno la víctima sino el victimario.
“En el año 2006 mi país empezó a adelgazar / la calle y la noche más flacas cada vez / la ciudad crecida de cadáveres. (“2006”)
La revelación de lo que nadie reconoce o la mayoría niega es parte sustancial de este discurso que se desenvuelve o desovilla con la tensión de la violencia, esa… en la que dejamos de ser, de valorarnos.
“Y suponemos que nadie en su casa está despierto, que los pocos que van por las aceras se están hundiendo cada uno en su pozo que ya no hay gente / y a eso se debe que nadie nos ve.” - Es este un libro valiente, no por su descarnada formulación de la realidad, sino por su determinación lírica dentro de ese contexto de tintes épicos y de riesgos amarillistas.El poeta navega entre la ficción y la recreación biográfica. Sus amigos, sus amores, sus referentes literarios hallan lugar en este dominio que no está exento de giros cinematográficos, que van desde los cementerios parisinos a los encuentros estilo Paris-Texas, de Wim Wenders. Quizás el poema que más deja entrever dicha asociación es “Biografía de Roxy Zamgal”: “estaba de pie mirándome en medio de un aparcamiento oh sí / yo me acerqué y le dije no tiene remedio debes venir conmigo / el presente era difuso y no había un para qué al iniciar la noche // ella me miraba de pie en el centro del aparcamiento oh sí.”
La familia Chávez es la llave maestra del poema, no obstante la aparición de poetas admirados como Antonio Cisneros, Apollinaire, Alí Chumacero, Emily Dickinson, por mencionar algunos. La muerte, como el vino, embriagan estos versos que no dudaría en señalar, desde el anonimato de un lector, que allí está la voz de Jorge Humberto Chávez, su universo, su mitología vinícola, su realidad sangrante, la carretera reverberante del desierto, sus larguísimas rectas que amenazan con perderse en la imaginación, pero se hunden en el pecho del poeta. Un poemario que pone el dedo en la llaga y se coloca en la frontera, como impronta en la actual poesía mexicana.
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