Revueltas y los bajos fondos
1 OCTUBRE, 2014
Edith Negrín
“Que el hombre propende a edificar y trazar caminos, es indiscutible —dice el protagonista de El subsuelo—. Pero ¿por qué se perece también hasta la locura por la destrucción y el caos?… ¿No será porque sienta un terror instintivo a llegar al término de la obra sin rematar el edificio?”. Dostoievski aquí es radical, hiperbólico —tal vez demoniaco— y lleno de una desmesurada voluntad del propio aniquilamiento. “¿Quién sabe —agrega—si el fin a que la humanidad propende, consistirá tan sólo en ese incesante esfuerzo por llegar?”.
¿Incesante esfuerzo ha dicho? […].
Sí, puede responder Dostoievski: os llamo a ser parte prodigiosa del infinito.
—José Revueltas, Las
evocaciones requeridas
Buena parte de la
narrativa mexicana del siglo XX se refiere a los de abajo, a los vencidos, a
los ofendidos y humillados. Pero ningún autor ha ofrecido una crónica tan
completa, tan compleja y con tan alto nivel literario de los bajos fondos en el
México vigesémico como José Revueltas.
Sus narraciones
indagan en profundidad sobre la condición humana; por lo que hace a la visión
del mundo, desde el materialismo histórico y dialéctico asumido en su juventud;
en cuanto a la literatura, desde el realismo crítico que él, buscando una
alternativa al realismo socialista, transforma en una teorización sobre el
“lado moridor” de la realidad.
Leídas en un orden
cronológico, sus novelas documentan una travesía hacia el desencanto, la
degradación social, la deshumanización. Trayectoria vinculada con su
decepcionante peregrinaje por diversas organizaciones de la izquierda mexicana.
Vistas como simultáneas, las novelas dialogan entre sí, proponen constantes e
interrogaciones no solucionadas. Son un panorama de lo oculto, de lo no dicho,
de lo omitido o borrado por la cultura oficial, incluyendo la cultura de la
oposición.
Los bajos fondos de
Revueltas, de tradición en su amada literatura rusa, en Gorki, y sobre todo en
Dostoievski, connotan y enlazan elementos de diversa índole. Los espacios
urbanos, tanto como los cuerpos y sus funciones, simbolizan las circunstancias
político-sociales, la condición humana, nuestros abismos interiores.
Un poco como en la
cita de las Memorias del subsuelo elegida por el autor, la narrativa revueltiana es una exploración en lo
subrepticio, en un esfuerzo incesante por trazar, o más bien por descubrir, un
camino, siempre tanteando al borde de la desesperación y con el pánico de
arribar tal vez no al infinito sino a una nada existencial como la que menciona
con frecuencia en sus ficciones.
Si los bajos fondos
son esos submundos marginales generados por el supuesto progreso y la injusta
distribución de la riqueza al expandirse las ciudades, empezaríamos por situar
a José Revueltas como uno de los grandes narradores urbanos en nuestra
literatura.
Su primer cuento
publicado, Foreign Club (1938), relata un enfrentamiento entre taxistas en huelga y las fuerzas
de la represión, la policía, los bomberos, los soldados, en un contexto
netamente capitalino. Si bien la acción de Los muros de agua (1941) se ubica en una prisión de las Islas Marías, el trayecto de los
prisioneros, una sucesión de vehículos clausurados, se inicia en la capital.
En El luto
humano (1943) ese mural del fracaso de los
proyectos agrarios del sistema político de la Revolución, seguimos en su huida
al personaje Calixto, guerrillero villista que hurta un puñado de joyas en el
asalto a una hacienda del antiguo régimen. A través de la mirada del ingenuo
campesino, que en la metrópoli es despojado de sus alhajas y su futuro, el
narrador presenta una travesía que podría ser asimismo una metáfora de la
novela de la Revolución: “de pronto cesa el campo y un empeño de ciudad nutrida
de chiquillos ventrudos, patios, postes, barro, tendederos, mendigos, sobreviene
[…]. ¡Esa era la ciudad de México, polvorienta, de pequeños edificios y rectas
calles, con sus cocheros desgarbados y sus vertiginosos, insensatos,
automóviles Ford!”. Ese horizonte que asombra a Calixto va a ser, en buena
medida, el del autor en sus siguientes novelas: el polvo y el barro de la
miseria, junto con el vértigo de la industrialización representado
indiscutiblemente por los autos.
Sin embargo, es en Los días
terrenales (1949) que los personajes se mueven
casi todo el tiempo en la ambientación metropolitana. En términos generales
toda la espacialidad de la narrativa de Revueltas lleva el sello de la etapa
clandestina del Partido Comunista Mexicano, articulando un formidable
caleidoscopio temático de ocultamientos, prohibiciones y conjeturas. Pero son
sus novelas políticas, Los días terrenales, Los
errores (1964) e incluso El apando (1969), las que llevan esta impronta a su máximo límite. Las tres son
novelas citadinas.
En Los días
terrenales algunos de los personajes, además de
plenamente urbanos, habitantes representativos de la capital, son cosmopolitas,
en tanto están conectados al mundo por flujos de ideas que rebasan fronteras
geográficas y culturales, como apunta José Manuel Mateo. Los activistas
políticos que protagonizan la trama norman su conducta por los lineamientos de
la Unión Soviética, de acuerdo al desarrollo del comunismo internacional. En Los
errores se amplía este cosmopolitismo, e
incluso alguna escena ocurre en Moscú.
Pero la óptica del
autor recorta siempre determinados espacios de las urbes, los ámbitos de la
marginalidad: las zonas habitadas o deambuladas en su mayor parte por
menesterosos y delincuentes, tanto como por los militantes comunistas; el sitio
marginal más extremo, la cárcel.
En Los días
terrenales, rubro bajo el que el escritor de Durango deseaba ubicar toda su
novelística, desde la alucinante escena inicial, queda claro que los indígenas
sólo pueden recuperar tanto la dignidad de su condición humana, como la magia
de sus rituales, fuera de las zonas urbanizadas. Dentro, corren el riesgo de
ser devorados por los bajos fondos.
Un sitio
fundamental en la novela es la pobre vivienda que funciona como “oficina
ilegal” del partido, y también como morada de los comunistas, el dirigente
Fidel y su compañera Julia. Ahí, al inicio de la trama se mezclan las
conversaciones, siempre veladas por el temor a la vigilancia policiaca, sobre
las actividades políticas inmediatas con el olor deletéreo del cuerpo de la
hija de 10 meses de la pareja, llamada Bandera, que acaba de fallecer por
desnutrición.
Se trata de un
cuarto “estrecho, pobre, mal ventilado y frío”, alumbrado con velas y con un
humilde brasero para calentar el café, donde la sordidez de las paredes se
disimula por las promesas de la esperanza, retratos de Lenin y Flores Magón,
así como un viejo cartel que el dirigente había traído de la Unión Soviética y
representaba el asalto al Palacio de Invierno en 1917.
Uno de los
comunistas jóvenes, Rosendo, en misión activista después de haber dejado a
Julia y a Fidel, evoca cómo este último prefirió dedicar el dinero destinado al
entierro de su hija, a los envíos del periódico del partido. Fascinado con el
gesto, piensa que hasta aquel mismo “cuarto, sucio, pobre, se había convertido
en el símbolo del ideal, en la representación del desinterés y el sacrificio
con los que era necesario recorrer el áspero y tormentoso camino de la lucha
revolucionaria”. Pero para el narrador de la novela, y para algunos de los
personajes portavoces del autor, la habitación estrecha, pobre, mal ventilada y
fría, es un espejo de Fidel, esclavo de lo que considera la ortodoxia
comunista. El insensible líder es el prototipo de los comunistas dogmáticos que
Revueltas rechazaba, como se ha dicho muchas veces en diversos análisis de la
novela.
La crítica a los
comunistas sectarios y dogmáticos, a la dirección del partido y a quienes
obedecían sus instrucciones sin reflexionar, seguros de poseer la verdad
histórica, ocasionó una respuesta de repudio a Revueltas por una gran parte de
sus compañeros, respuesta que ha sido documentada por la crítica.
Dos personajes
opuestos, Fidel y Julia, hacen explícita una de las concepciones fundamentales
del autor sobre la realidad, más allá de lo anecdótico; hay palabras o pequeños
actos que son indicios de un estrato interior de los seres humanos o las
situaciones, como un sistema de catacumbas, esos recintos de culto y
cementerio. Así, el militante ejemplar percibe “signos ocultos”, “señales
externas” debajo de las cuales “se advertirían los pasadizos secretos de un
abrumador sistema de catacumbas del alma lleno de las más verdaderas e
inquietantes revelaciones”.
Queda claro que el
presentimiento va más allá del personaje, pues a propósito de Julia el narrador
reitera la misma idea. El dirigente se refiere con desprecio a Gregorio, el
militante humanista, sensible y lleno de incertidumbres con el cual se
identifica el autor, afirmando: “está equivocado en forma absoluta”. Al
escuchar estas palabras de su esposo, Julia siente “un estremecimiento breve y
frío”:
el sistema general
de catacumbas. El laberinto. Los pasadizos secretos. Pues Fidel no expresaba
con aquella frase lo que quería decir […]. Era en su actitud […], en ese
destello empobrecido de sus ojos donde se adivinaba, tenebrosamente oculto, un
mensaje cifrado, una híbrida cosmogonía de sentimientos e incitaciones de cuyos
oscuros símbolos el idioma no podría dar sino una versión opuesta y lejana.
Uno de los pasajes
más significativos de Los días terrenales es la caminata por las calles del centro histórico de los militantes
Bautista y Rosendo en una madrugada urbana, para fijar en las paredes la
propaganda del ilegal Partido Comunista: “los rodeaba la negra ciudad sin
límites”. Carentes de referencias. Sin brújula, sin “estrella polar alguna” se
sienten en “una ciudad submarina” que es a la vez “una placenta enemiga”.
Como ocurre casi
siempre a los personajes revueltianos, la vivencia del momento combina las
intuiciones sagradas, la inefabilidad cosmogónica, con las pruebas de su
terrenalidad, de su calidad de seres hechos de una materia que se descompone.
Ambos jóvenes comparten una percepción que el narrador califica de mágica: “la
convivencia de sucesos ocurridos hace cuatro siglos con cosas existentes hoy”.
Perciben la presencia de los volcanes, la de la “Tenochtitlán prehispánica”;
“voces que venían desde Tlatelolco, donde Zumárraga edificó el Colegio de los
Indios Nobles, se escuchaban a más de dos o tres kilómetros, en la plaza donde
los acróbatas de Moctezuma hacían el juego de El Volador; lamentos y silbatos y
silbatos provenientes de Popotla y Azcapotzalco”. Algunos apuntes prefiguran la
ciudad inventada por Carlos Fuentes:
No importaba que
los ruidos de Tlatelolco y Nonoalco fuesen el aletear, como rojo pájaro ciego,
de las respiración fatigada de alguna locomotora, o el ardiente ir transmutando
la materia de los alimentadores de los altos hornos de la Consolidada; ni que
ese largo sollozo de Azcapotzalco se transformara en la sirena de la refinería:
eran también el rumor de los antiguos tianguis, el canto de los sacerdotes en
los sacrificios y el patético batir de remotos teponaxtles.
Sin embargo, la
magia pronto se desintegra ante la presencia de uno de los enormes basureros de
la ciudad, “lleno de trapos, de algodones sucios, de botes viejos y de hojas de
lata, encima de cuya inverosímil podredumbre y miseria vivían algunas
espantosas gentes, algunos seres absolutamente no humanos, pero vivos y
terribles”.
Los errores es la novela que el autor publicó después de un silencio de siete años,
por lo que hace a los textos de ficción. Como es sabido, las críticas de sus
correligionarios a Los días terrenales desataron en él un profundo y triste proceso de revisión de sus
presupuestos estéticos, para hacerlos concordar con los políticos. Entre ambas
novelas, el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956), en
el que Nikita Jrushov condenó la política de Stalin, abrió una fase de
autocrítica y renovación en los partidos comunistas de muchos países. De ahí
que Revueltas considerara atinado reiterar sus críticas a cierto tipo de
militantes ahora identificados como estalinistas. La caracterización que de
ellos hace el escritor en Los días terrenales, en Los
errores ya no se refiere sólo a México sino a
la URSS.
Si Los días
terrenales alcanza uno de sus momentos
culminantes en la escena del basurero,Los errores va más allá. Como si todo lo
existente sobre la superficie de la tierra no bastara para significar el
descenso al cual pueden llegar los seres humanos, uno de los personajes
protagónicos, Olegario, para escapar de la cárcel tiene que pasar por los
albañales. El narrador describe en detalle los desperdicios de la comida, era
como:
un puerto donde se
había declarado la peste, sucio hasta la locura, donde todos los habitantes
estaban muertos dentro de sus casas y hedían, transmitían a la atmósfera un
aire orgánico nuevo, de gases descompuestos por la materia podrida, por todo lo
que del cuerpo sobrevive tercamente, intestinos, vísceras, mucosas, cartílagos,
un espantoso aroma embriagador, que entraba en la nariz como un alimento agrio,
macerado por toda clase de secreciones envejecidas y pegajosas.
Olegario recuerda,
en una conversación con Emilio Padilla, en Moscú, el acoso de las ratas. Su
interlocutor compara el caño del drenaje con la burocracia soviética:
un caño de agua
sucia, como el tuyo. El paraíso de las ratas. Los burócratas por todas partes,
incoloros, diligentes, siempre dispuestos a enardecerse hasta la ignominia y el
crimen, llevados de un falso celo dogmático, de una ortodoxia fingida, tan sólo
en busca de las pequeñas comodidades y de las condecoraciones. Entretanto, los
verdaderos comunistas callan, sombríos y con los dientes apretados.
Sin duda Padilla,
inspirado en el militante mexicano Evelio Vadillo, que estuvo por años
prisionero en la URSS, presumiblemente en una etapa posterior a la escena
recreada, expresa la posición de un Revueltas dispuesto a decirlo todo, ya sin
tapujos, independientemente de las reacciones.
El sitio límite de
los bajos fondos es la cárcel. Desde Los muros de agua, hasta El apando, y algunos de los
relatos, la narrativa de Revueltas recrea los numerosos presidios que conoció,
el reformatorio juvenil, las Islas Marías, el penal de Lecumberri, por citar
los principales. Puesto que éste es uno de los aspectos más analizados por la
crítica, no me detengo en comentarlo. Sólo reitero que ése es el espacio donde
coinciden los delincuentes y los disidentes, y recuerdo que en El apando la prisión lo ha invadido todo; salvo los visitantes, el exterior apenas
existe. No hay encarcelados por sus ideas o por su activismo. Sólo quedan los
comunes, los asesinos, los rateros, los drogadictos. Tampoco hay fugas ni
intentos, sino una resignación absoluta a la fatalidad por parte de los seres
humanos. No se trata de una narración explícitamente política, como las novelas
precedentes. Sin embargo, la circunstancia de su escritura, la cárcel de
Lecumberri donde el autor estuvo prisionero después del movimiento del 68, la
cerrazón que preside el ritmo narrativo, carente de pausas, e incluso la
tipografía, acendran la simbólica sugerencia política. Como a los prisioneros
insurrectos, la represión ha vencido la disidencia en el país, no existe más
que “aquella ciudad y aquellas calles con rejas, estas barras multiplicadas por
todas partes, estos rincones”.
En el universo
narrativo revueltiano el cuerpo es, en cada novela, más degradado. Por una
parte, han sido desterrados, casi por completo, el placer sexual y la
procreación. En El luto humano la única mujer que parece estar encinta es “la Calixta”, pero su
embarazo es una parodia, en realidad tiene hidropesía. En El apando la madre de El Carajo es una mujer envilecida, que se presta a meter a la cárcel la droga en
su vagina. Al final, El Carajo parece darse a luz a sí mismo.
Si en las primeras
novelas pueden rastrearse sentimientos amorosos, en el universo de El apando ya no hay sentimientos positivos y apenas una parodia del placer sexual,
representado por el deseo insatisfecho de varios personajes y los movimientos
obscenos que adquiere el tatuaje de uno de ellos con el movimiento.
Por otra parte, hay
una presencia constante de la mierda. Ya en Los muros de agua los prisioneros escenifican una atroz batalla de excrementos en la
bodega del barco que los conduce a la isla.
En Los días
terrenales el autor ofrece una detallada
reflexión sobre el tema. Bautista, en el basurero, evoca las horas precedentes,
pasadas con Fidel y Julia, y especula sobre el significado de cada acción, de
cada palabra. De pronto sus meditaciones se cortan bruscamente al sentir “que
había pisado algo blando viscoso entre los desperdicios del tiradero” y oler
“la infame pestilencia”: “Y no es siquiera de un animal —estalló para sí
mientras trataba de limpiar la suela de su zapato—, sino precisamente de un ser
humano”.
La mierda reorienta
sus cavilaciones: en el mundo del tiradero los hombres, semejantes a él mismo,
“no tenían necesidad alguna, de ninguna especie, de disfrazar sus pasiones y
sus vergüenzas”. En tanto que en el mundo de afuera “la porquería y la miseria
morales estaban ocultas por el más púdico de los velos”. De cualquier forma
eran mundos iguales y reveladores de la condición humana.
La mierda era un
indicio revelador, “la señal para una ética o para un sistema científico. Tanto
daba la deyección del hombre como la manzana de Newton tratándose de puntos de
partida. La gravitación universal o la defecación universal”. Pisar la
“miserable materia fue como descorrer el velo que cubría sus pasiones, y ahora
ante sus ojos se le mostraba la verdad amarga y desnuda”.
En la narrativa de
Revueltas hay una retroalimentación entre los bajos fondos urbanos, los del
cuerpo, los del sistema político, los de las ideologías. Ejemplifica una y
muchas veces la tesis expuesta en Los errores: el hombre es un
ser erróneo.
Bibliografía
Mateo, José Manuel
(2012): “En el espejo de la ciudad: confrontación entre Los días
terrenales y La región más transparente”, en La región
más transparente en el siglo XXI. Homenaje a Carlos Fuentes y a su obra, Georgina García
Gutiérrez Vélez ed., UNAM, Fundación para las Letras Mexicanas, Universidad
Veracruzana, México.
Revueltas, José
(1937): “Foreign Club”, en Obras completas 11, Ediciones Era, México, 1981.
Revueltas, José
(1941): “Los muros de agua”, en Obras completas 1, Ediciones Era, México.
Revueltas, José
(1943): “El luto humano”, en Obras completas 8, Ediciones Era, México, 1980.
Revueltas, José
(1949): “Los días terrenales”, en Obras completas 3, Ediciones Era, México, 1979.
Revueltas, José
(1964): “Los errores”, en Obras completas 6, Ediciones Era, México, 1980.
Revueltas, José
(1969): “El apando”, en Obras completas 7, Ediciones Era, México, 1976.
Edith Negrín
Profesora e investigadora en la UNAM. Ha escrito libros y artículos sobre Ignacio Manuel Altamirano, José Revueltas, Renato Leduc, Luisa Josefina Hernández, José Emilio Pacheco, entre otros. Próximamente publicará: Canto a un dios mineral. El petróleo mexicano en la narrativa.
Profesora e investigadora en la UNAM. Ha escrito libros y artículos sobre Ignacio Manuel Altamirano, José Revueltas, Renato Leduc, Luisa Josefina Hernández, José Emilio Pacheco, entre otros. Próximamente publicará: Canto a un dios mineral. El petróleo mexicano en la narrativa.
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