Poema
Agitando las manos hasta llegar
a la agonía perfecta. Con los ojos abiertos a las pequeñas cosas, presintiendo la llegada de la estación destructora.
El miedo en el jardín
acongoja al frío de la estatua.
Tendidos en la hierba
esperamos el momento de la siega. No hay más realidad que esta pálida espera; no hay más voces que las del miedo oculto tras la sombra de esta noche interminable que se desploma sobre el jardín.
De Buscado amor, 1965.
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Finale
Il poeta chiude il becco
Debería callarme el hocico
y evitar las calles adyacentes.
Voy exhibiendo la cabeza rota,
los agujeros de los pantalones, el corazón que por barroca vanidad espero que algún día sea trasplantado a un negro de Sudáfrica. Debería callarme el hocico y escribir solamente en los retretes alumbrado por fósforos, hacer grandes grafitti con carbón y terminarlos con la punta de la nariz.
Yo nací en un mundo tan solemne,
tan lleno de conmemoraciones cívicas, estatuas, vidas de héroes y santos, poetas de altísimas metáforas y oradores locales; en la ciudad que tiene siempre puesta la máscara de jade y de turquesa, y como ahí nací debería callarme el hocico y pintar solamente en los retretes.
De Resistencia de particulares, 1974.
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El Pontífice
Vivo en el descalabro.
No he podido aliar mi voluntad a una ortodoxia firme, clara y segura. Dudo y persisto en la búsqueda de un cordel pendiente del aire, de lo innombrado, de lo que da sentido a la noche lunar, a la mañana descubierta por pájaros sedientos, a la tarde sentada en la banca del parque, a tu calma cuando al final del amor te ocupa la plenitud del cuerpo. No puedo aceptar el orden preciso de las creencias. Cuarenta y seis años en el mundo me han dejado la certidumbre de que aquí hay un engaño, un retorcido truco, algo que sobrecoge al desamor, algo trivial y blando, algo tan natural como la sangre. A nada puedo aferrarme y no protesto o me doy por vencido, Tal vez esta búsqueda y la certeza del engaño sean una oscura forma de la gracia.
De Meridiano 8-0, 1982.
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Nota roja
A Cesare Pavese
Salir una mañana de la casa
sin tomar el café, sin decir nada, sin besar a la esposa ni a los hijos. Salir e irse perdiendo por las calles, tomar aquel tranvía, recorrer el jardín sin ver que el sol va colgando sus soles diminutos de la rama del árbol. Recorrer el jardín sin ver que un niño nos está contemplando, sin ver las cabelleras rubias, morenas, pálidas...
Pasar cargando una sonrisa muerta
con la boca cerrada hasta hacer daño.
Entrar en los hoteles,
hallar uno silencioso y lejano, tenderse en las sábanas lavadas y sin decir palabra, sin abrir la ventana para que el sol no meta su esperanza apretar el gatillo.
He dicho nada.
Ni el sol, ni la flor que nos dieron las muchachas.
De Desde Inglaterra, 1971.
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Por favor, su currículum
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La riqueza me agobia esta mañana
y para conjurarla hago el recuento de las cosas que tengo y de lo mucho que he perdido en el tiempo: tengo la vista, el tacto y el oído, el olfato y el gusto, una mujer –ella también me tiene– que lleva sin alardes los ritmos de la vida; unos seres que crecen a mi lado; un techo, pan, un poco de dinero, libros, el teatro, el cine; seres vivos que amo y que me aman; mis muertos, la memoria y el presente (nada sé del futuro pero no me interesa); voy haciendo los días y ellos me van haciendo y deshaciendo; finjo resignación y me contento con las luces del alba (me gusta más la noche); trabajo y cumplo, a veces a mi modo y cuando no es posible, me conformo; intenté el heroísmo y la aventura se me volvió sainete; he aprendido tres o cuatro cosas y he olvidado trescientas; me detengo en la calle y veo personas, salgo al campo y me encuentro con la vida; me gustan las ciudades y las odio, me gusta el campo, pero no lo entiendo; |
no le tengo pavor a lo imprevisto,
pero me gustaría que no pasara; mi sentido común es estrambótico; sin proyectos me enfrento a la mañana; me enferman los enfermos de importancia, me asustan los que esgrimen sus certezas; me gustan los que dudan, los pasos vacilantes me enternecen y me dan miedo los que pisan firme (el If de Kipling me provoca vómitos); no pertenezco a nada y, sin embargo, me hermano sin poner muchos reparos; cultivo mis lealtades e intento preservar estos amores; mi vida es un recuento de expulsiones (esto lo digo mientras me acompañan maracas y requintos, dos serruchos, un peine con papel y voz gangosa); ya no tomo café, fumo tabaco, hablo menos que antes, me desvelo y escribo confesiones; la primera persona me preocupa, pero sé que no es mía: todos somos lo mismo, todo es uno, uno es todo, cada hombre es, al fin, todo este mundo y el mundo es un lugar desconocido...
De Cantos de Tomelloso, 1986.
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Suite doméstica
(fragmento III)
Todo fue brillante
menos el final
Porque soy un señor domesticado
que escribe versos y gesticula en los parques, digo que nada pido.
La vida ha derramado su cornucopia
sobre mis zapatos. Tengo un auto, dos trajes, diez pañuelos, y me puedo comprar nuevas corbatas.
Me inquietan las jornadas submarinas.
Sé volar y lo hago raras veces. Aquí paré mi tienda. Sólo espero esa fiesta nocturna. Me moriré cuando el placer termine.
De Cuando el placer termine, 1977.
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Poema
A Sergio Pitol
El éxodo de Dios es una marcha hacia Dios. Sciascia
El asedio es incansable,
la escapatoria no tiene objeto ni sentido.
Nos rodean
el dolor, la alegría, la desesperanza, la quemadura constante de un amor que redime y asesina.
De Nuevas peregrinaciones, 1994.
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Descubrimientos
(fragmento III)
La irrefrenable atmósfera del sueño
partió mi vida en dos: uno, lo que he deseado y el otro, todo aquello que me ha sido negado. En las primeras horas de este día tan igual a los otros, precipito amargas conclusiones. Mas nunca llego a nada. Borro la realidad. Sólo me quedo con todo lo deseado.
De Georgetown blues, 1986.
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Amor sin forma
Hoy he sentido un amor terrible, un poco deshabitado, tenuemente desesperanzado... un amor como esos días de lluvia sobre el mar, con los perfiles desdibujados y la niebla apoderada del horizonte gris. Pero es un amor y por eso importa. Las palmeras se inclinan al paso del viento, apenas hay jirones de azul y por obra y gracia de ese amor sin forma sigo escribiendo mientras la noche encuentra su camino.
De Una estación en Amorgós, 1996.
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