Hugo Gutiérrez Vega
La rapidez del pensamiento, la erudición sin alardes y la prosa seductora que fluye como un río con muchos afluentes, son los datos principales de estos ensayos, Vidas amuebladas, del escritor italiano Fabrizio Andreella. Lo conocí una tarde de otoño de hace más de diez años en mi pequeña oficina de La Jornada Semanal. Hablamos de todas las cosas del mundo y de la vida, de autores leídos con admiración y respeto, y de los leídos nada más con admiración. El joven italiano aclimatado en el DF, y que viajaba sin parar a Monterrey, era un personaje del Renacimiento. Sus temas abordaban todos los terrenos del conocimiento y su curiosidad era inagotable, pero selectiva. Hablamos de nuestra admiración por Croce, nos detuvimos en Papini y en el silencio que lo rodea, coincidimos en la admiración por su Gog y Magog, su diablo y su Cristo. El viento de la charla nos llevó a Pico della Mirandola y a Giordano Bruno. Los entrañables brujos del Renacimiento ocuparon el resto de la tarde y ya entrada la noche nos metimos a la casa de Magris y viajamos por su Danubio. Cioran, Eliade y Noica, los maestros rumanos, ocuparon las últimas palabras. El colofón de la plática fue la contratación del joven y talentoso ensayista. Le ofrecimos las páginas de la Semanal; aceptó nuestra propuesta y empezó a mandarnos sus artículos y ensayos sobre el ambiente espiritual de nuestro tiempo, la tecnología, la modernidad, la postmodernidad, la belleza de lo inútil y la obligación de la esperanza. Al poco tiempo regresó a Italia. Vinieron varios años de silencio y, de repente, como el sol que sale entre las nubes tormentosas, apareció nuevamente y, para nuestra fortuna, sigue alimentando y enriqueciendo las páginas de nuestra publicación. Ya es difícil concebir a la Semanal sin un ensayo de Fabrizio.
Tiene razón cuando nos habla en el prospecto de este libro sobre “la abundancia de palabras, convenciones, obviedades, axiomas y arquetipos que forman el mobiliario del país mental que hospeda nuestra visión del mundo”, y la tiene pues esta sociedad del exceso, de la Noia (Moravia dixit), produce un aturdimiento que impide el libre transcurso de las ideas y dificulta el desarrollo de la conciencia crítica. Por eso el objeto principal de este libro es describir y comentar el “proceso de asimilación de esas ideas olvidadas, de los arquetipos y de los conceptos socializados” que integran la estructura espiritual y mental de la sociedad contemporánea. Se trata, por lo tanto, de un libro que contiene un provocativo e inteligente conjunto de ideas sobre el hombre postmoderno ya casi acostumbrado a vivir –o sobrevivir– en un espacio rentado y con los muebles seleccionados por un desconocido.
El lector encontrará en los ensayos que integran estas Vidas amuebladas una serie de agudas y sinceras reflexiones sobre el ambiente espiritual en el que estamos viviendo. Hay en ellas una visión del cuerpo y del placer que desembocan en la “soledad de la carne”. Una o dos teorías antropológicas sobre las píldoras y sus múltiples escapatorias del propio ser. Revisa la situación de la palabras en este mundo de imágenes y redes sociales que, a pesar de su novedad, siguen perteneciendo a la galaxia de Gutenberg. Revive, además, las viejas y ya un poco obsoletas teorías sobre los medios masivos, la situación de “la ley del deseo en la sociedad del consumo” y la invasión de lo irrelevante en la existencia humana. Estos ensayos demuestran la necesidad de profundizar en el estudio de los síntomas, de lo que Noica llamaba “enfermedades del espíritu humano”. Montaigne entrega a Fabrizio una serie de claves para estudiar las ideas sobre la democracia, las nuevas tiranías y el olvido trágico de la fraternidad. Discurre además sobre lo instantáneo y lo permanente, “sobre el mercado de la juventud y el tiempo incómodo de la senectud”. Poco a poco va llegando a la conclusión, un tanto cioranesca, de que la historia y la memoria son una pareja infeliz.
Vidas amuebladas es un libro necesario para entablar un diálogo que nos permita saber en dónde estamos y a dónde vamos. No es un libro apocalíptico, tal y como Umberto Eco describe esta actitud. Tampoco cae en las esperanzas infundadas y por lo tanto bobaliconas de los exégetas del incontenible progreso tecnológico o de los tardíos defensores del sistemas neoliberal. Abre un espacio para la discusión de los temas que propician una visión del futuro. En pocas palabras, nos propone, como cantaba Garcilaso de la Vega, detenernos “a contemplar nuestro estado”.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario