El México de la Unión Europea.
Un pueblo entero a punto de la quiebra.
Mariana Domínguez Batis
Como una reciente víctima del fuego luce el Monte Pilio, aquel que mitológicamente habitaban los centauros. Ya son historia sus frondosos y milenarios árboles, arrasados por voraces incendios apenas en 2007. Así se percibe también el espíritu griego, minado por llamas distintas, por brasas que azotaron su economía desde 2009 y lo han condenado a inacabables medidas de austeridad, a un creciente desempleo, al aumento en la tasa de suicidios y de fuga de cerebros, así como a la constante duda de si el país, como el bosque, renacerá de sus cenizas o profundizará su declive.
“La crisis griega no es complicada, es encabronadamente difícil”, cuenta cerca del mítico monte Basili Lambros, con un español cubano, aprendido en sus tiempos de embajador griego en África hace ya más de una década, mientras corta su puro en dos, antes de llevarse una de las mitades a la boca. “Desde que comenzó la crisis, fumo la mitad para ahorrar”, dice con una juguetona sonrisa, potenciada por las arrugas que enmarcan una mirada de poco más de sesenta años.
La broma no está tan fuera de lugar, en un contexto en el que Grecia aumentó el iva de trece a veintitrés por ciento, como parte de los requisitos para alcanzar un tercer rescate europeo. iva, rescate, referéndum, crisis, Tsipras, Syriza, grexit, elecciones, son palabras que se escuchan en casi cada conversación griega.
Apenas el 20 de agosto, Grecia recibió el primer tramo de un tercer rescate económico, y aún así se encuentra sumergida en una profunda incertidumbre económica, acrecentada con la renuncia ese mismo día del primer ministro, Alexis Tsipras, y el anuncio de unas elecciones adelantadas –las quintas desde el inicio de la crisis en 2009. Un mes más tarde, los comicios del 20 de septiembre desembocaron en la reelección del joven politico, aquel que “traicionó a Grecia y la vendió a Alemania y al gran capital”, en opinión de algunos, o continúa siendo la “esperada promesa del cambio”, en voz de otros.
Cambiar con los tiempos
“Sabemos que estamos en crisis por el precio del cigarro y del café espresso, que ya se puede comprar hasta en 3.50 euros una taza”, continúa Lambros, que ahora se dedica al negocio de bienes raíces. La conversación tiene lugar durante una especie de respiro del contexto económico: el 15 de agosto, el día en que toda Grecia se vuelca para celebrar a la Virgen María con música, baile, cerveza y vino.
Los impuestos han aumentado, los sueldos bajaron, creció el desempleo, pero la escasez no se nota en la celebración. Es tiempo de ofrendar abundancia a la divinidad. El municipio de Zitsa, en la región de Épiro, lleva ya tres días de fiesta. Durante el día, los jóvenes participan en largos y animados desfiles en los que hacen gala de suertes a caballo. Por la noche, el dios Dionisio retoma la batuta y colma las plazas y las calles de hombres y mujeres de todas las edades, abocados a una mezcla de danzas tradicionales y modernas, a la comida y al alcohol.
A pesar del ánimo festivo, la pequeña localidad en la montaña tiene una apariencia de abandono, de un antiguo esplendor, al igual que Tebas, Arajova o Ioannina, como tantas otras poblaciones de la zona. “Hace veinte años esta era una región muy rica, había grandes sumas de dinero”, cuenta el exdiplomático, pero ahora todo es distinto.
“Hace diez años la crisis se veía venir, pero muchos ciegos no quisieron ver. Yo le recomendé a varios amigos adinerados, con negocios, como a un dueño de un lujoso hotel: ‘bajen sus precios’, y no quisieron escuchar. ‘No, porque mi hotel es para la elite’, me respondió. ‘¿Cuál elite?, no te das cuenta que ese sector está a punto de desaparecer. Es mejor tomar un poco de dinero de muchas personas, que mucho dinero de muy pocos’, le aconsejé. Lo demás es historia. Ahora los cuartos de su hotel, que en algún momento ofreció en 200 euros, no los logra rentar en más de 40 y está a punto de la quiebra, al igual que el pueblo entero.”
El corredor de bienes raíces sube y baja la voz conforme habla, según la intensidad de la música de la banda en vivo. Unas doscientas personas celebran en una de las plazas de Zitsa. Unos engullen jugosas brochetas de cerdo. Otros beben ouzo, la bebida tradicional. Unos más alcanzan cierto éxtasis colectivo, al bailar en círculos tradicionales de música griega en la pista, o incluso sobre las sillas y mesas de plástico colocadas en la plazuela.
“Yo no tengo lástima de los griegos que sólo se quejan”, sigue Lambros. “Tengo sesenta y cinco años e incluso en invierno trabajo trece horas seguidas. Ellos no trabajan y sólo van con la Unión Europea y le piden dinero. Toman préstamos para agricultura, por ejemplo, y en vez de cultivar se compran un Ferrari, se construyen una casa lujosísima, pagan tractores carísimos que nunca van a usar. Lo cierto es que, incluso hoy, aquí en Grecia, cualquiera puede hacer dinero muy rápido con las conexiones necesarias y conociendo a las personas indicadas, pero es dinero efímero. Se tiene que ser in-teligente y cambiar con los tiempos”, termina, antes de beber un poco de ouzo y seguir observando con cierta nostalgia a los jóvenes bailar.
En la crisis nacen los monstruos
“Tira una piedra contra las nuevas medidas de la ue”; “Tsipras, muere traidor”; “Ven y lucha por la revolución global”; “Tsipras traicionó al no”, son algunas de las consignas que se pueden leer en los pocos grafitti que aún quedan en Atenas. La capital griega luce remozada. Antes del referéndum y de las elecciones, las pintas dominaban las paredes, incluso las del Parlamento en la Plaza Syntagma, como se puede adivinar por los parches de pintura fresca. Sin embargo, hay un reducto donde sobreviven los muros que gritan protesta: se trata de Exarjia, el barrio anarquista, donde no cabe una muestra más de inconformidad.
“La verdad es que estamos desilusionados de Tsipras. Votamos por él porque es joven, porque tenía ideas frescas, por eso le dimos trabajo. Organizó un referéndum y la gente votó no a un tercer rescate, pero él y su Partido Syriza actuaron como si hubiéramos dicho que sí. Votamos por él pensando que habría un cambio, pero ahora podría ser peor”, dice en uno de los cafés del barrio el escritor Dimitris Solidakis, quien se autodefine como un filósofo cínico, a la manera de Diógenes.
A la pregunta de si le preocupa la crisis, el hombre ya maduro responde sin ningún atisbo de inquitetud: “No tengo nada. No tengo dinero. Y entonces no tengo crisis.” A pesar de que su último libro –que se traduce como Las sombras desde el futuro– ha tenido éxito, Solidakis se gana la vida pintando casas, como lo denotan unas manos y una vestimenta salpicadas de blanco.
“La gran pregunta era quién sería el nuevo primer ministro”, afirma el literato, quien apostó en todo momento a que sería el mismo Tsipras, quien, pese a todo, cuenta con una gran popularidad en el país, misma que lo llevó a renovar su mandato por cuatro años más (con más de un tercio de la votación), incluso después de abandonar su discurso desafiante contra la ue, aceptar un duro tercer rescate y renunciar a su cargo, sólo para “ser perdonado y reelegido poco después”.
Lo que hay que recordar en todo momento es que “en la crisis nacen los monstruos”, dice Solidakis, a modo de máxima filosófica.
El éxodo moderno: todos somos migrantes
El grueso de la población griega se tambalea entre trabajos mal pagados y el desempleo. La tasa actual de desocupación alcanza al veintiséis por ciento de los ciudadanos y al cincuenta por ciento de los jóvenes, entre quienes salir del país aparece como una de las mejores opciones. De acuerdo con datos publicados enThe Guardian (19/i/15), unos 200 mil jóvenes talentosos –y contando– han protagonizado un éxodo masivo en busca de oportunidades hacia otros países miembros de la ue, principalmente Alemania o Gran Bretaña. Los flujos de emigración griega han crecido trescientos por ciento, con respecto a cifras de antes de la crisis, según el diario británico.
“De aquí a diciembre va a haber turbulencia. Aún cuando regresó Tsipras como primer ministro, pase lo que pase, debemos pagar el rescate”, cuenta Elefteria Dima, una estudiante de Enfermería de veinticuatro años que trabaja medio tiempo en el hospital para costear el final de sus estudios. “No sabemos quién va a pagar, si los jóvenes están saliendo de Grecia hacia otros lugares donde hay más oportunidades. El problema es, sobre todo, que la gente educada se está yendo.”
Elefteria gana 400 euros al mes por su trabajo, mientras que su hermana, Margarita, percibe casi el triple por las mismas labores en la ciudad inglesa de Bristol. “Yo apenas tengo qué comer y lo básico; al menos a ella le alcanza para algo más”, refiere la joven, cuyos planes son alcanzar a su familiar en Inglaterra apenas termine su carrera.
Mientras unos salen del país, otros entran. Sólo en lo que va del año, más de 230 mil personas han llegado a Grecia a través de sus islas desde el Mediterráneo (número casi equivalente a los jóvenes griegos emigrantes), según datos del ministro adjunto de la Marina Mercante de Grecia, Nikos Zois (03/ix/15). Se trata de personas que huyen de la guerra en Siria, Somalia, Pakistán, Afganistán o Irak, con la esperanza de alcanzar una nación de la eurozona.
“Ellos piensan en Grecia sólo como un lugar de paso para llegar a Alemania o a algún otro país más desarrollado y alcanzar a su familia, pero de pronto se ven atrapados aquí. Apenas sacaron a muchos de ellos de las islas griegas, porque ‘afeaban’ el paisaje para los turistas. Y los trajeron aquí a Atenas, donde los tienen hacinados en campamentos insalubres bajo temperaturas de 40 grados”, cuenta otra joven, Theodora Zouka, una alumna de maestría en Antropología, quien bebe un café en el barrio anarquista. A sus espaldas, por mera coincidencia, se lee en un grafitti: “Todos somos migrantes.”
“En Grecia se inventó la democracia. Lucharemos”, puede verse en otro muro del centro de la capital helena, uno aledaño a la Acrópolis. Junto a él, los turistas pasean con ropa fresca, para enfrentar los casi 40 grados de temperatura. Algunos se detienen un momento, atraídos por los brillantes colores del grafitti, y lo fotografían sin tener una pista de su significado.
La frase colocada en la pared ateniense hace resonancia a la misma que remarcó Dimitris Solidakis, aquel filósofo cínico, quien explicó: “Aquí nació la democracia. En ese entonces, cualquier ciudadano podía participar en el Parlamento como legislador, al menos una vez en la vida. Ahora, no nos permiten ni entrar al Palacio Legislativo; sólo nos dejan votar en referéndums sin eco y en elecciones sin más. Y... si se me permite una conclusión, podría atreverme a decir que Grecia es el México de la Unión Europea. Quizá ustedes actúen a tiempo.”
Céntrica calle en Atenas. Fotos: Mariana Domínguez Batis
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martes, 13 de octubre de 2015
GRECIA, UNA CRISIS ANUNCIADA, Mariana Domínguez Batis (La Jornada Semanal)
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