lunes, 7 de marzo de 2016

NELLIE CAMPOBELLO Y SU "CARTUCHO", Ana García Bergua

Paso a retirarme

Las tripas del general Sobarzo
Fue Rosa Beltrán, en su excelente discurso de entrada a la Academia Mexicana de la Lengua, quien en semanas recientes recordó a Nellie Campobello y su Cartucho. Por lo que he visto, pareciera que periódicamente hay que estar sacando Cartucho de una especie de olvido, de letargo lector que se niega a darle el papel que le corresponde en nuestra literatura. ¿Han leído ustedes Cartucho? Yo seré muy honesta y les confesaré que no lo conocía, era de esas lecturas que uno va olvidando buscar. Lo bueno es que ERA tiene una edición magnífica, con un estudio preliminar muy esclarecedor de Jorge Aguilar Mora. En el año 2000, Christopher Domínguez saludó esta edición y dijo, como diría Rosa dieciséis años después, que Cartucho debe ser reconocida y leída como la gran obra que es, piedra fundadora de una literatura que abre el camino a Rulfo o incluso, dice Aguilar Mora, a Cien años de soledad.
Esta edición, hay que decirlo, lleva siete reimpresiones, de modo que existen los lectores de Cartucho, pero no lo gritan lo bastante fuerte. Cartucho es tan buen libro como Pedro Páramo, su prosa es tan buena como la de Arreola, Efrén Hernández o Rosario Castellanos. ¿Y entonces? Los estudiosos del mainstream no lo traen a cuento, tampoco los que estudian a las escritoras o a los raros. Y eso sí que es raro.
Y no sólo hay que leerlo porque, al igual que la Chihuahua retratada en los relatos que componen este libro, el país está ahora sembrado de muertos –sería absurdo decir que Pedro Páramo es un libro pertinente sólo porque ahora nuestros pueblos están llenos de fantasmas–, sino porque Cartucho se adelantó a su tiempo y a su literatura. ¿Es Cartucho un libro de cuentos? La edición de era dice claramente como subtítulo: Relatos de la lucha en el norte de México. Sin embargo, Cartucho me parece a mí una novela modernísima, hilada por un solo punto de vista que, si bien va contando historias distintas, muertes distintas, las hace desfilar con un ritmo parejo, como los capítulos de una sola vida, de una sola memoria que devuelve la percepción infantil de la guerra, una visión amoral, descarnada, tierna, horrible y a la vez poética. Algunos de sus párrafos serían ahora microficciones, miren:
“¡Tripitas, qué bonitas!, ¿y de quién son?”, dijimos con la curiosidad en el filo de los ojos. ‘De mi general Sobarzo –dijo el mismo soldado–, las llevamos a enterrar al camposanto.”
O esta:
“El Peet le dijo a Mamá: ‘Ya se fueron todos, acabamos de fusilar al chofer de Fierro, y en el camino nos fue contando bastantes cosas, dijo: El general Fierro me manda matar porque dio un salto el automóvil y se pegó en la cabeza con uno de los palos del toldo. Me insultó mucho, y me bastó decirle que yo no conocía aquí el pueblo para que ordenara mi fusilamiento. Está bueno, voy a morir, andamos en la bola, sólo les pido que manden este sobre a Chihuahua, que se sepa siquiera que quedé entre los montones de tierra de este camposanto’.”
Y así van desfilando, capítulo tras capítulo, muertos de nombre y apellido. Algunos célebres como Urbina y Felipe Ángeles, otros que sólo pasaban por ahí o que cometieron un pequeño error, como en todas las guerras. Los muertos de Cartucho llevan el sino de la muerte ciega y absurda en las batallas de siempre, desde que el hombre existe y la guerra existe; la prosa delicada de Campobello les da esa dimensión profunda. Son un puñado de muertos que han asumido su destino y en Cartucho van pasando a la foto previa al paredón, individuales, con su pequeña historia que una niña cuenta. Un sembradío de muertos, muertos bellos, muertos llorados pero ansiados también, muertos que son los juguetes de la niña y la tristeza de su madre en medio de la revolución. Una madre villista cuando a Villa se le consideraba un bandido y a sus huestes una bola de salvajes.
Muchas regiones del país se deben parecer ahora, por desgracia, a Cartucho. Muchos niños ven, quizá, a tanto muerto de esa manera descarnada, curiosa y amoral, y a la vez, de maneras extrañas, enternecedoras, porque los sentimientos de la niña son buenos. Ya dice mucho mejor Aguilar Mora queCartucho es una mezcla inusitada de géneros: las memorias, la poesía, la crónica, el cuento, y yo no desarrollaré más el tema porque lo que quiero es que ustedes dejen esta columna y corran a leer o a releer, como ustedes quieran, Cartucho.
Sólo una cosa más: Nellie Campobello comenzó Cartucho en 1931. ¿Quién escribirá en 2031 lo que ahora está pasando?.

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