Presentamos uno de los poemas emblemáticos de nuestra poesía moderna, “Sinbad el Varado” del poeta Gilberto Owen (1904-1952), cuya enigmática y esquiva figura literaria, perteneció al grupo de Contemporáneos. El poema está fuertemente influido por la poesía de T. S. Eliot, además de que en él en el convergen la literatura clásica y la estética vanguardista.
SINDBAD EL VARADO
(BITÁCORA DE FEBRERO)
por
Gilberto
Owen
Encontrarás
tierra distinta de tu tierra, pero tu
alma
es una sola y no encontrarás otra.
Sindbad el marino
Because I do not hope to turn again
Because I do not hope
Because I do not hope to turn.
T.S.
ELIOT
Día primero,
EL NAUFRAGIO
Esta
mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que temblamos;
sin más
que un aire de haber sido y sólo estar, ahora,
un aire
que te cuelga de los ojos y los dientes,
correveidile
colibrí, estático
dentro
del halo de su movimiento.
Y no
hablas. No hables,
que no
tienes ya voz de adivinanza
y acaso
te he perdido con saberte,
y acaso
estas aquí, de pronto inmóvil,
tierra
que me acogió de noche náufrago
y que al
alba descubro isla desierta y árida;
y me voy
por tu orilla, pensativo, y no encuentro
el
litoral ni el nombre que te deseaba en la tormenta.
Esta
mañana me consume en su rescoldo la conciencia de mis llagas;
sin ella
no creería en la escalera inaccesible de la noche
ni en su
hermoso guardián insobornable:
aquí me
hirió su mano, aquí su sueño,
en Emel
su sonrisa, en luz su poesía,
su
desamor me agobia en tu mirada.
Y luché
contra el mar toda la noche,
desde
Homero hasta Joseph Conrad,
para
llegar a tu rostro desierto
y en su
arena leer que nada espere,
que no
espere misterio, que no espere.
Con la
mañana derogaron las estrellas sus señales y sus leyes
y es
inútil que el cartógrafo dibuje ríos secos en la
palma de
la mano.
Día dos,
EL MAR VIEJO
Varado en
alta sierra, que el diluvio
y el vagar
de la huida terminaron.
Te
ascendieron a cielo, mar, y a turbios
y lentos
nubarrones a tu oleaje.
Por tu
plateada orilla de eucaliptos
salta el
pez volador llamado alondra,
mas yo
estoy en la noche de tu fondo
desvelado
en la cuenta de mis muertos:
el Lerma
cenagoso, que enjugaba
la
desesperación de los sauces;
el Rimac,
sitibundo entre los médanos;
el helado
diamante del Mackenzie
y la
esmeralda sin tallar del Guayas,
todos en
ti con mi memoria hundidos,
mar
jubilado cielo, mar varado.
Día tres,
AL ESPEJO
Me quedo
en tus pupilas, sin convite a tu fiesta de fantasmas.
Adentro
todos trenzan sus efímeros lazos,
yo solo
afuera, y sin amor, mas prisionero,
yo, mozo
de cordel, con mi lamento, a tu ventana,
yo, nuevo
triste, yo, nuevo romántico.
Dentro de
ti, las nupcias de hielo al sol del árbol y la nube,
pareadas
risas que se pierden por perdidos senderos,
la
inevitable luna casi líquida,
el agua
rota en trinos y en su música un lirio y una abeja en su estigma
y en su
aguijón tu anhelo de olvidarme.
Yo, en
alta mar de cielo
estrenando
mi cárcel de jamases y siempres.
Dentro de
ti, la casa, sus palmeras, su playa,
el mal
agüero de los pavos reales,
jaibas
bibliopiratas que amueblan sus guaridas con mis versos,
y al
fondo el amarillo amargo mar de Mazatlán
por el
que soplan ráfagas de nombres.
Mas si
gritan el mío responden muchos rostros que yo no conocía
o que
borró una esponja calada de minutos,
como el
de ese párvulo que esta noche se siente solo e íntimo
y que
suele llorar ante el retrato
de un
gambusino rubio que se quemó en rosales de
sangre al
mediodía.
Día cuatro,
ALMANAQUE
Todos los
días 4 son domingos
porque
los Owen nacen ese día,
cuando
Él, pues descansa, no vigila
y huyen
de sed en sed por su delirio.
Y,
además, que ha de ser martes el 13
en que
sabrán mi vida por mi muerte.
Día cinco,
VIRGIN ISLANDS
Me acerco
a las prudentes Islas Vírgenes
(la
canela y el sándalo, el ébano y las perlas,
y otras,
las rubias, el añil y el ámbar)
pero son
demasiado cautas para mi celo
y me
huyen, fingiéndose ballenas.
Ignorantina,
espejo de distancias:
por tus
ojos me ve la lejanía
y el
vacío me nombra con tu boca,
mientras
tamiza el tiempo sus arenas
de un
seno al otro seno por tus venas.
Heloisa
se pone por el revés la frente
para que
yo le mire su pensar desde afuera,
pero se
cubre el pecho cristalino
y no
sabré si al fin la olvidaría
la llama
errante que me habitó sólo un día.
María y
Marta, opuestos sinsabores
que me
equilibraron en vilo
entre dos
islas imantadas,
sin dejarme
elegir el pan o el sueño
para
soñar el pan por madurar mi sueño.
La
inexorable Diana, e Ifigenia,
vestal
que sacrifica a filo de palabras
cuando a
filo de alondras agoniza Julieta,
y Juana,
esa visión dentro de una armadura,
y Marcia,
la perennemente pura.
Y Alicia,
Isla, país de maravillas,
y mi
prima Águeda en mi hablar a solas,
y Once
Mil que se arrancan los rostros y los nombres
por
servir a la plena de gracia, la más fuerte
ahora y
en la hora de la muerte.
Día seis,
EL HIPÓCRITA
Este
camino recto, entre la niebla,
entre un
cielo al alcance de la mano,
por el
que mudo voy, con escondido
y lento
andar de savia por el tallo,
sin mi
sombra siquiera para hablarme.
Ni voy
—¿a dónde iría?—, sólo ando.
Niebla de
los sentidos: no mirar
lo que
puede esperarme allí, a diez pasos,
aunque sé
que otros diez pasos me esperan;
frígida
niebla que me anubla el tacto
y no me
deja oírla ni gustarla
y echa el
peso del cielo a mi cansancio.
Este río
que no anda, y que me ahoga
en mis
virtudes negativas: casto,
y es hora
de cuidarme de mi hígado,
hora de
no jurar Su Nombre en vano,
de
bostezar, al verme en el espejo,
de oír
silbar mi nombre en el teatro.
Día siete,
EL COMPÁS ROTO
Pero esta
noche el capitán, borracho
de ron y
de silencios,
me deja la
memoria a la deriva,
y este
viento civil entre los árboles
me sabe
amar, me sabe a mar colérico en los mástiles,
a memoria
morosa en las heridas,
a norte y
sur de rosa de los tiempos.
Día ocho,
LLAGADO DE SU MANO
La
ilusión serpentina del principio
me
tentaba a morderte fruto vano
en mi
tortura de aprendiz de magia.
Luego, te
fuiste por mis siete viajes
con una
voz distinta en cada puerto
e
idéntico quemarte en mi agonía.
Lascivia
temblorosa de las tardes de lluvia
cuando tu
cuerpo balbucía en Morse
su
respuesta al mensaje del tejado.
Y la
desesperada de aquel amanecer
en el
Bowery, transidos del milagro,
con
nuestro amor sin casa entre la niebla.
Y la
pluvial, de una mirada sola
que te
palpó, en la iglesia, más desnuda
vestida
en carmesí lluvia de sangre.
Y la que
se quedó en bajorrelieves
en la
arena, en el hielo y en el aire,
su
frenesí mayor sin tu presencia.
Y la que
no me atrevo a recordar,
y la que
me repugna recordar,
y la que
ya no puedo recordar.
Día nueve,
LLAGADO DE SU DESAMOR
Hoy me
quito la máscara y me miras vacío
y ves en
mis paredes los trozos de papel no desteñido
donde
habitaban tus retratos,
y arriba
ves las cicatrices de sus clavos.
De aquel
rincón manaba el chorro de los ecos,
aquí
abría su puerta a dos fantasmas el espejo,
allí
crujió la grávida cama de los suplicios,
por allá
entraba el sol a redimirnos.
Iba la
voz sonámbula del pecho combo al pecho,
sin
tenerse a clamar en el desierto;
ahora la
ves, quemada y sin audiencia,
esparcir
sus cenizas por la arena.
Iba la
luz jugando de tus dientes a mis ojos,
su
llamarada negra te subía de los hombros,
se
desmayaba en sus deliquios en tus manos,
su clavel
ululaba en mi arrebato.
Ahora es
el desvelo con su gota de agua
y su
cuenta de endrinas ovejas descarriadas,
porque no
viven ya en mi carne
los seis
sentidos mágicos de antes,
por mi
razón, sin guerra, entumecida,
y el
despecho de oírte: “Siempre seré tu amiga”,
para
decirme así que ya no existo,
que viste
tras la máscara y me hallaste vacío.
Día diez,
LLAGADO DE SU SONRISA
Ya no va
a dolerme el mar,
porque
conocí la fuente.
¡Qué dura
herida la de su frescura
sobre la
brasa de mi frente!
Como a la
mano hecha a los espinos
la hiere
con su gracia la rosa inesperada,
así quedó
mi duelo
crucificado
en tu sonrisa.
Ya no va
a dolerme el viento,
porque
conocí la brisa.
Día once,
LLAGADO DE SU SUEÑO
Encima de
la vida, inaccesible,
negro en
los altos hornos y blanco en mis volcanes
y
amarillo en las hojas supérstites de octubre,
para
fumarlo a sorbos lentos de copos ascendentes,
para
esculpir sus monstruos en las últimas nubes de la tarde
y repasar
su geometría con los primeros pájaros del día.
Debajo de
la vida, impenetrable,
veta que
corre, estampa del río que fue otrora,
y del que
es, cenote de un Yucatán en carne viva,
y
Corriente del Golfo contra climas estériles,
y
entrañas de lechuzas en las que leo mis augurios.
Al lado
de la vida, equidistante
de las
hambres que no saciamos nunca
y las que
nunca saciaremos,
pueril
peso en el pico de la pájara pinta
o viajero
al acaso en la pata del rokh,
hongo
marciano, pensador y tácito,
niño en
los brazos de la yerma, y vida,
una vida
sin tiempo y sin espacio,
vida
insular, que el sueño baña por todas partes.
Día doce,
LLAGADO DE SU POESÍA
Tu tronco
de misterio es lo que me apuntala un cielo en ruinas.
Mis ojos
solos no podían ya evitarme su caída.
Me enredo
en sus raíces de lecturas mal soñadas,
me agosto
en su hojarasca de frustradas invenciones,
pero tu
tronco sobrevive a mis inviernos.
Lo ven
por fuera, retorcido, muerto, oscuro,
pero hay
una rendija para fisgar, y miro:
Yo voy
por sus veredas claustradas que ilumina
una luz
que no llega hasta las ramas
y que no
emana de las raíces,
y que me
multiplica, omnipresente,
en su
juego de espejos infinito.
Yo cruzo
sin respiro por su aire irrespirable
que
desnuda un prodigio en cada voz con sólo dibujarla
y en cada
pensamiento con sentirlo.
Me asomo
a sus inmóviles canales y me miro
de pájaro
en el agua o de pez en el aire,
ahogándome
en las formas mutables de su esencia.
Día trece,
EL MARTES
Pero me
romperé. Me he de romper, granada
en la que
ya no caben los candentes espejos biselados,
y lo que
fui de oculto y leal saldrá a los vientos:
Subirán
por la tarde purpúrea de ese grano,
o bajarán
al ínfimo ataúd de ese otro,
y han de
decir: “Un poco de humo
se
retorcía en cada gota de su sangre.”
Y en el
humo leerán las pausas sin sentido
que yo no
escribí nunca por gritarlas
y subir
en el grito a la espuma de sueño de la vida.
A la mitad
de una canción, quebrada
en áspero
clamor de cuerda rota.
Día catorce,
PRIMERA FUGA
Por
senderos de hienas se sale de la tumba
si se
supo ser hiena,
si se
supo vivir de los despojos
de la
esposa llorada más por los funerales que por muerta,
poeta
viudo de la poesía,
lotófago
insaciable de olvidados poemas.
Día quince,
SEGUNDA FUGA
(“Un coup de dés”)
Alcohol,
albur ganado, canto de cisne del azar.
Sólo su
paz redime del Anciano del Mar
y de su
erudita tortura.
Alcohol,
ancla segura y abolición de la aventura.
Día dieciséis,
EL PATRIOTERO
Para qué
huir. Para llegar al tránsito
heroico y
ruin de una noche a la otra
por los
días sin nadie de una Bagdad olvidadiza
en la que
ya no encontraré mi calle;
a andar,
a andar por otras de un infame pregón en cada esquina,
reedificando
a tientas mansiones suplantadas.
Acaso los
muy viejos se acordarán a mi cansancio,
o acaso
digan: “Es el marinero
que
conquistó siete poemas,
pero la
octava vez vuelve sin nada.”
El cielo
seguirá en su tarea pulcra
de
almidonar sus nubes domingueras,
¡pero en
mis ojos ha llovido en tantos deplorables paisajes!
La luz y
miniaturista seguirá dibujando
sus
intachables árboles, sus pájaros exactos,
¡pero
sobre mi frente no han arado en el mar tantas tinieblas!
La
catedral sentada en su cátedra docta
dictará
sumas de arte y teología,
pero ya
en mis orejas sólo habita el zumbido
de un
diablillo churrigueresco
y una
cascada con su voz de campana cascada.
No huir.
¿Para qué? Si este dieciséis de Febrero borrascoso
volviera
a serlo de Septiembre.
Día diecisiete,
NOMBRES
Preso
mejor. Tal vez así recuerde
otra
iglesia, la catedral de Taxco,
y sus
piedras que cambian de forma con la luz de cada hora.
Las
calles ebrias tambaleándose por cerros y hondonadas,
y no lo
sé, pero es posible que llore ocultamente,
al
recorrer en sueños algún nombre:
“Callejón
del Agua Escondida.”
O bajaré
al puerto nativo
donde el
mar es más mar que en parte alguna:
blanco
infierno en las rocas y torcaza en la arena
y
amarilla su curva femenil al poniente.
Y no lo
sé, pero es posible que oiga mi primer grito
al
recorrer en sueños algún nombre:
“El Paseo
de Cielo de Palmeras.”
O en
Yuriria veré la mocedad materna,
plácida y
tenue antes del Torbellino Rubio.
Ella
estará deseándome en su vientre
frente al
gran ojo insomne y bovino del lago,
y no lo
sé, pero es posible que me sienta nonato
al
recorrer en sueños algún nombre:
“Isla de
la Doncella que aún Aguarda.”
O volveré
a leer teología en los pájaros
a la luz
del Nevado de Toluca.
El frío
irá delante, como un hermano más esbelto y grave
y un
deshielo de dudas bajará por mi frente,
y no lo
sé, pero es posible que me mire a mí mismo
al
recorrer en sueños algún nombre:
“La Calle
del Muerto que Canta.”
Día dieciocho,
RESCOLDOS DE PENSAR
Cómo me
cantarías sino muerto
al
descubrir de pronto bajo el cielo de plomo de un retrato
el
pensamiento estéril y la tenaz memoria en esa frente,
si sobre
su oleaje ahora atardecido
surcaron
formas plácidas,
y una
vez, una vez —ayer sería—
amaneció
en laureles junto a la media luna de tu seno,
y esta
vez, esta vez —razón baldía—
sólo es
conciencia inmóvil y memoria.
Día diecinueve,
RESCOLDOS DE SENTIR
En esa
frente líquida se bañaron Susanas como nubes
que
fisgaban los viejos desde las niñas de mis ojos púberes.
Cuando
éramos dos sin percibirlo casi;
cuando
tanto decíamos la voz amor sin pronunciarla;
cuando
aprendida la palabra mayo
la luz ya
nos untaba de violetas;
cuando
arrojábamos perdida nuestra mirada al fondo de la tarde,
a lo hondo
de su valle de serpientes,
y el ave
rokh del alba la devolvía llena de diamantes,
como si
todas las estrellas nos hubiesen llorado
toda la
noche, huérfanas.
Y cuando
fui ya sólo uno
creyendo
aún que éramos dos,
porque
estabas, sin ser, junto a mi carne.
Tanto
sentir en ascuas,
tantos
paisajes malhabidos,
tantas
inmerecidas lágrimas.
Y aún
esperan su cita con Nausícaa
para
llorar lo que jamás perdimos.
El
Corazón. Yo lo usaba en los ojos.
Día veinte,
RESCOLDOS DE CANTAR
Más supo
el laberinto, allí, a su lado,
de tu
secreto amor con las esferas,
mar
martillo que gritas en yunques pitagóricos
la
sucesión contada de tus olas.
Una tarde
inventé el número siete
para
ponerle letra a la canción trenzada
en el
corro de niñas de la Osa Menor.
Estuve
con Orfeo cuando lo destrozaban brisas
fingidas
vientos,
con San
Antonio Abad abandoné la dicha
entre un
lento lamento de mendigos,
y escuché
sin amarras a unas sirenas que se llamaban Niágara,
o
Tequendama, o Iguazú.
Y la
guitarra de Rosa de Lima
transfigurada
por la voz plebeya,
y los
salmos, la azada, el caer de la tierra
en el
sepulcro del largo frío rubio
que era
idéntico a Búffalo Bill
pero más
dueño de mis sueños.
Todo eso
y más oí, o creí que lo oía.
Pero
ahora el silencio congela mis orejas;
se me van
a caer pétalo a pétalo;
me
quedaré completamente sordo;
haré
versos medidos con los dedos;
y el
silencio se hará tan pétreo y mudo
que no
dirá ni el trueno de mis sienes
ni el
habla de burbujas de los peces.
Y no
habré oído nunca lo que nadie me dijo:
tu
nombre, poesía.
Día veintiuno,
RESCOLDOS DE GOZAR
Ni
pretendió empañarlo con decirlo
esa
cuchillada infamante
que me
dejaron en el rostro
oraciones
hipócritas y lujurias bilingües
que
merodeaban por todos los muelles.
Ni ese belfo
colgado a ella por la gula
en la
kermesse flamenca de los siete regresos.
Ni esos
diez cómplices impunes
tan
lentos en tejer mis apetitos
y en
destejerlos por la noche.
Y mi sed
verdadera
sin
esperanza de llegar a Itaca.
Día veintidós,
Tu NOMBRE, POESÍA
Y saber
luego que eres tú
barca de
brisa contra mis peñascos;
y saber
luego que eres tú
viento de
hielo sobre mis trigales humillados e írritos:
frágil
contra la altura de mi frente,
mortal
para mis ojos,
inflexible
a mi oído y esclava de mi lengua.
Nadie me
dijo el nombre de la rosa, lo supe con olerte,
enamorada
virgen que hoy me dueles a flor en amor dada.
Trepar,
trepar sin pausa de una espina a la otra
y ser
ésta la espina cuadragésima,
y estar
siempre tan cerca tu enigma de mi mano,
pero
siempre una brasa más arriba,
siempre
esa larga espera entre mirar la hora
y volver
a mirarla un instante después.
Y hallar
al fin, exangüe y desolado,
descubrir
que es en mí donde tú estabas,
porque tú
estás en todas partes
y no sólo
en el cielo donde yo te he buscado,
que eres
tú, que no yo, tuya y no mía,
la voz
que se desangra por mis llagas.
Día veintitrés,
Y TU POÉTICA
Primero
está la noche con su caos de lecturas y de sueños.
Yo subo
por los pianos que se dejan encendidos hasta el alba;
arriba el
día me amenaza con el frío ensangrentado de su aurora
y no
sabré el final de ese nocturno que empezaba a dibujarme,
ni las
estrellas me dirán cuál fue, cabal, mi nombre. Ni mi rostro.
Si no es
amor, ¿qué es esto que me agobia de ternura?
Mañana
inútil: pájaros y flores sin testigos.
La esposa
está dormida y a su puerta imploro en vano;
querrá
decir mi nombre con los labios incoloros entreabiertos,
los
párpados pesados de buscarme por el cielo de la muerte.
Mas no
estaré en sus ojos para verme renacer al despertarse
y cuando
me abra, al fin, preguntará sin voz: ¿quién eres?
El luto
de la casa —todo es humo ya y lo mismo— que jamás habitaremos;
el campo
abierto y árido que lleva a todas partes y a ninguna.
¿A dónde,
a qué otra noche, irá el viudo por la tarde borrascosa?
Día veinticuatro,
Y TU RETÓRICA
Si lo
escribió mi prisa feliz, ¿Con qué palabras,
cómo
dije: “palomas cálidas de tu pecho”?
En sus
picos leería: brasa, guinda, clamor,
pero la
luz recuerda más duro su contorno
y el aire
el inflexible número de su arrullo.
Y diría:
“palomas de azúcar de tu pecho”,
si
endulzaban el agua cuando entrabas al mar
con tu
traje de cera de desnudez rendida,
pero el
mar las sufría proras inexorables
y aún
sangran mis labios de morder su cristal.
Después,
si dije: “un hosco viento de despedidas”,
¿qué
palabras de hielo hallé sobre mi grito?
No
recuerdos, ni angustias, ni soledades. Sólo
el rencor
de haber dicho tu estatua con arenas
y haberla
condenado a vida, tiempo, muerte.
Y
escribiría: “un horro vendaval de vacíos”
la
estéril mano álgida que me agostó mis rosas
y me
quemó la médula para decir apenas
que nunca
tuve mucho que decir de mí mismo
y que de
tu milagro sólo supe la piel.
Día veinticinco,
YO NO vi NADA
Mosca
muerta canción de no ver nada,
del nada
oír, que nada es.
De yacer
en sopor de tierra firme
con
puertos como párpados cerrados, que no azota
la
tempestad de un mar de lágrimas
en el que
no logré perderme.
De estar,
mediterránea charca aceda,
bajo el
sueño dormido de los pinos, inmóviles
como
columnas en la nave de una iglesia abandonada,
que pudo
ser el vientre
de la
ballena para el viaje último.
De llamar
a mi puerta y de oír que me niegan
y ver por
la ventana que sí estaba yo adentro,
pues no
hubo, no hubo
quien
cerrara mis párpados a la hora de mi paso.
Sucesión
de naufragios, inconclusos
no por la
cobardía de pretender salvarme,
pues yo
llamaba al buitre de tu luz
a que me
devorara los sentidos,
pero mis
vicios renacían siempre.
Día veintiséis,
SEMIFINAL
Vi una
canción pintada de limón amarillo
que caía
sin ruido de mi frente vencida,
y luego
sus gemelas una a una.
Este año
los árboles se desnudaron tan temprano.
Ya será
el ruido cuando las pisemos;
ya será
de papel su carne de palabras,
exánimes
sus rostros en la fotografía,
ciudad
amalecita que el furor salomónico ha de poblar de bronces,
ya no
serán si van a ser de todos.
Fueron
sueño sin tregua, delirio sin cuartel,
amor a
muerte fueron y perdí.
Día veintisiete,
JACOB Y EL MAR
Qué hermosa
eres, Diablo, como un ángel con sexo
pero
mucho más despiadada,
cuando te
llamas alba y mi noche es más noche de esperarte,
cuando tu
pie de seda se clava de caprina pezuña en mi abstinencia,
cuando si
eres silencio te rompes y en mis manos
repican a
rebato tus dos senos,
cuando
apenas he dicho amor y ya en el aire está sin
boca el
beso y la ternura sin empleo aceda,
cuando
apenas te nombro flor y ya sobre el prado
ruedan
los labios del clavel,
cuando
eres poesía y mi rosa se inclina a oler tu cifra y te me esfumas.
Mañana
habrá en la playa otro marino cojo.
Día veintiocho,
FINAL
Mañana.
Acaso el sol golpea en dos ventanas que
entran en
erupción.
Antes
salen los indios que pasan al mercado tiritando con
todo el
trópico a la espalda.
Y aún antes
los
amantes se miran y se ven tan ajenos que se vuelven la espalda.
Antes aún
ese ángel
de la guarda que se duerme borracho mientras
allí a la
vuelta matan a su pupilo:
¿Qué va a
llevar más que el puñal del grito último a su Amo?
¿Qué va a
mentir?
“Lo
hiciste cieno y vuelve humo pues ardió como Te amo.”
Tal vez
mañana el sol en mis ojos sin nadie,
tal vez
mañana el sol,
tal vez
mañana,
tal vez.
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