lunes, 5 de octubre de 2015

"NO TENGO POR QUÉ CALLARME AHORA"*, Elena Poniatowska


Lucinda y Hugo, listos para ir al baile del Palacio de Buckinham,
Hugo porta la condecoración de Comendatore dell’ ordine al
mérito de la República Italiana. Londres, 1971 Foto: Archivo familiar
Hugo y Lucinda en su departamento de Copilco
Foto: Rogelio Cuéllar, 2015
A Hugo Gutiérrez Vega le dolía este país y
condenaba la actual política regida por el PRI
Elena Poniatowska
La casa de Hugo y Lucinda me conmueve. Ahora miro a la pareja, la primera, la de a de veras, Hugo y Lucinda el uno al lado del otro, hombro con hombro, los dos frente a mí, Lucinda, Hugo, el hombre y la mujer que forman “la familia del hombre”, la multitud que de ellos desciende, la que viene atrás; ellos son esa multitud de seres esperanzados, Hugo y Lucinda encabezan la manifestación y me pregunto por su amor y por lo que han vivido, sus largas misiones diplomáticas en Roma, Londres, Washington, Madrid, Río de Janeiro, Atenas, San Juan de Puerto Rico. ¡Con cuánta gallardía han representado a México!


[…]
Los recuerdos más sentidos y personales de Hugo son para el Actor’s Studio de Elia Kazan que en Nueva York lo convirtió en actor; para Ionesco y La cantante calva, que Hugo montó en el Teatro de la República en Querétaro; para Rafael Alberti, quien le hizo un poema; Félix Grande, especialista en flamenco; don Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Rita Macedo y Cecilia, que vivieron con él en Londres; José Carlos Becerra, el joven tabasqueño que salió de una curva en su coche camino a Brindisi y encontró la muerte; Sergio Pitol, Manuel Puig y su madre Male en Río de Janeiro; Carlos Drummond de Andrade y Joao Cabral de Melo Neto, y sobre todo para su gran, gran amigo Carlos Monsiváis.

Hugo y Elena, 13 de junio de 2015 Foto: Francisco Olvera/La Jornada
“La inteligencia universal enriquecida por una memoria verdaderamente prodigiosa” de Carlos Monsiváis, es la que más falta le hace. Hugo y Lucinda albergaron a Monsi en la Inglaterra de John Lennon, “Give peace a chance”, “All you need is love”; lo cuidaron, consintieron, aguantaron y llevaron al cine durante meses. A José Gorostiza, “yo lo quise mucho”, como hoy busca a sus amigos en la Academia de la Lengua, Margit Frenk, Eduardo Lizalde y Jaime Labastida. También en Puerto Rico, Hugo hizo una muy buena amistad con Luce y Mercedes López Baralt y Carmen Dolores Hernández, así como Rosario Ferré y su prima Olga Nolla, que por desgracia murió.

Como es un extraordinario actor y sigue pareciendo un personaje chejoviano igualito al tío Vania deEl jardín de los cerezos, el polaco Ludwig Margules sigue siendo para él una presencia. Con Gurrola montó Lástima que sea puta, y participó en Roberte ce soir, de Klossowski, una obra que causó escándalo y ahora podría figurar en Rosas de la infancia, de María Enriqueta.


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Cuando Rafael Tovar y de Teresa invitó a Hugo Gutiérrez Vega a hablar ante el presidente Peña Nieto en el veinticinco aniversario del Conaculta, Hugo, hombre de izquierda, militante activo de Morena y partidario de Andrés Manuel López Obrador, respondió: “Con todo gusto, Rafael, pero diré lo que pienso. Toda la vida lo he hecho, no tengo por qué callarme ahora.”  “Claro, tienes absoluta libertad”, respondió el director del Conaculta. 
Hugo no quería escandalizar ni jugarle al radical, pero sí condenar la actual política de México regida por el PRI. Almeida Garret, el escritor favorito de Saramago, un constitucionalista portugués de mediados del siglo XVIII, llamó “barones” a todos los miembros de la política capitalista. Los barones son los jerarcas católicos, los banqueros, los empresarios, los senadores y diputados (que ahora reciben 225 millones de pesos por “subvención especial”). “Gobierno que deja comer de más a sus barones es mal gobierno”, dice Almeida Garret. El gobierno mexicano no sólo deja comer de más a sus barones, sino que se alía con sus socios, empresarios y políticos, para despojar al país de sus bienes.

Hugo habló de reformas constitucionales, sobre todo la energética, y de la necesidad de un debate con científicos e intelectuales para aprobarlas. Hasta la fecha, Peña Nieto ni siquiera ha respondido a las diez preguntas del mejor director de cine de México, Alfonso Cuarón, ni ha mostrado respeto por el acto de ciudadanía del ganador del Oscar.

La lista de premios que Hugo ha recibido no tiene fin y hasta aburre. ¿Dónde guardar tantas preseas, tantas copas, medallas, galardones y diplomas? Entre todos, el único que conserva a la vista es el de su hija Mónica, que en Londres tenía que ir al dentista. Como se portaba muy bien, no gritaba ni le mordía el dedo, al término del tratamiento el médico inglés le dio un diploma de letras doradas: “To Mónica Gutiérrez Ruiz, for distinguished conduct on the dental chair”. Hugo se enceló y reclamó: “Yo también quiero un diploma así.”
Siempre fue un jefe alto y hermoso, un rebelde al que expulsaron del PAN. Desde entonces, lo tachaban de comunista (como tachan a cualquier joven idealista) y lo corrieron por tener ligas con la Revolución cubana y por apoyar al líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo en su huelga de 1959. De la cárcel de Mérida tuvo que exiliarse a Belice. Y de ahí en adelante, joven fogoso y lúcido, siguió desafiando al sistema de prebendas y al tejido de corrupciones que caracteriza al México actual, como lo hizo en Querétaro, frente a los latigazos del todavía incomprensible y absurdo Diego Fernández de Cevallos.

Quien lo condujo por el camino de la diplomacia fue el gran poeta José Gorostiza, su amigo y compañero poeta. “Ponga tierra de por medio, Hugo; la derecha nunca es inventada”, le dijo el entonces presidente Adolfo López Mateos. “Una frase muy sabia, muy certera”, reflexionó Hugo en esos días de persecución y cárcel.
A sus ochenta años ejemplares, Hugo Gutiérrez Vega asegura que las mayores alegrías de su vida han sido sus nietos, verlos crecer. “Tengo uno que ya anda por los dieciocho años y es muy buen rockero, Bruno, hijo de Lucinda, y tengo a Rita, hija de Mónica, mi hija que murió a los cuarenta y cuatro años. Rita cumplió quince años y le gusta la pintura. También tengo a los tres de Fuensanta, que viven cerca de Nueva York: Gabriel, un futbolista muy exitoso, y los gemelos Nicolás y Fiona, quien se dedica a la danza. Nicolás es un filósofo desde que tenía nueve años. Gabriel también lo es, y me ha enseñado muchas cosas. Cuando era pequeño lo vi pasar a mi lado y le pregunté: “¿A dónde vas, Gabo?”

–Voy a mi cuarto a encerrarme para ver si entiendo.

Le respondí: “Voy a hacer lo mismo que tú. Voy a mi cuarto a encerrarme para ver si entiendo.”
*Fragmento del prólogo al libro Hugo Gutiérrez Vega, itinerario de vida,
de Angélica María Aguado Hernández y José Jaime Paulín Larracoechea.

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