lunes, 19 de noviembre de 2012

EL LIBRO DEL CIELO Y DEL INFIERNO; Jarkko Arjatsalo



"Tenía un estante y medio de buenos libros sobre Dylan, y muy pocos sobre Cohen”: así explica la periodista inglesa Sylvie Simmons el motivo que la llevó a escribir la extraordinaria biografía de Leonard Cohen que acaba de publicar. Con entrevistas a amigos, amantes, mujeres, músicos, compañeros de ruta, maestros y hasta monjes con los que el poeta canadiense compartió reclusión monacal, Yo soy tu hombre (Lumen) ofrece un retrato cronológico, musical, literario e íntimo del hombre que “nació con la voz dorada”, que se autodenominó “el pequeño judío que escribió la Biblia” y que ofició como pocos en la unión del sexo y el cielo. En esta entrevista, la autora explica cómo trabajó, y de paso, algunos grandes momentos del libro.
 Por Jarkko Arjatsalo
¿Por qué Cohen?
–Tuvo la deferencia de elegir el momento en que entré a la pubertad para lanzar su disco debut, y una chica nunca olvida un debut. Recuerdo oír su voz por primera vez en un compilado de la CBS editado en Inglaterra en 1968: cantaba “Sisters of Mercy”. Recuerdo sentirme elevada y a la vez clavada contra una pared. En ese momento, no me detuve a analizar por qué tuvo ese efecto tan poderoso en mí, pero pensándolo desde entonces, creo que tiene que ver con una mezcla de intimidad y autoridad en la voz de Leonard; no era la voz de un tipo común, sino la de un hombre que sabía algo, que entendía, y que se acercaba hasta vos, él solo, para explicarte ese misterio. Sus canciones eran muy misteriosas, pero a la vez familiares. Me atrapaban, una y otra vez. Amé mi primer vinilo de Songs of Leonard Cohen, lo amé hasta que los bordes del disco se achicharraron por el calor del tocadiscos que me olvidaba de apagar a la noche. Todavía tengo ese disco original, y muchas otras copias que compré desde entonces. Porque el affair no terminó ahí: Leonard no ha dejado de intrigarme y seducirme con sus palabras y sus canciones.
¿Cuándo empezaste a pensar en escribir este libro?
–Lo pensé por primera vez en 2001. Leonard estaba en Londres, adonde yo me acababa de mudar después de vivir un tiempo en Francia, y lo entrevisté para una de esas entrevistas largas de la revista Mojo. La entrevista se extendió por tres días (sin sus noches), y yo sólo quería saber más: no como fan, sino como periodista musical. Yo tenía al menos un estante y medio de libros sobre Bob Dylan, pero muy pocos sobre Leonard. Así que sentí que había lugar para uno. Para entonces ya sabía lo suficiente de su vida y su trabajo como para saber que sería un trabajo duro. Tiendo a escribir libros cortos, concibiéndolos como artículos largos o ensayos breves, pero éste no iba a ser el caso. Así que postergaba el comienzo, hasta que en 2009, durante su gira, decidí emprender la aventura.
¿Cómo lo tomó él? ¿Colaboró con vos?
–Leonard no me pidió que lo escribiera, ni quería un libro sobre él, ni pidió leer el manuscrito para aprobarlo. Es un hombre bastante tímido y reservado. Y escribir un libro sobre alguien –hacerlo bien, rastrear las fuentes, volver sobre sus pasos, hablar con sus amigos de la infancia, sus editores, sus musas, sus amantes, sus músicos, sus rabinos, sus compañeros monjes, escarbando en busca de hechos, historias y revelaciones–, bueno, es una tremenda intrusión. Pero él no impidió que nadie hablara ni se interpuso (cosa que no siempre pasa), incluso él mismo habló y me permitió usar material que encontré en sus archivos y me prestó fotos de su colección personal. Me gusta pensar que, mientras los meses de investigación se transformaron en años y él recibía otra llamada de alguien de su pasado preguntando por esta mujer inglesa que le pedía una entrevista, una o dos veces, al atender el teléfono, todo esto lo hizo sonreír. No sé cuáles fueron sus sentimientos en esas oportunidades, pero siempre fue un caballero.
¿Cómo estructuraste el libro? ¿En qué decidiste profundizar y en qué pasar un poco más de largo?
–Quería escribir sobre todo: la poesía, la prosa, las canciones, el arte, las mujeres, la religión, la depresión, todo. Tenía la sensación de que era imposible escribir sobre algo sin escribir sobre lo otro, así de estrecho es el tejido de su vida, y no encontré nada de lo que valiera la pena escribir si no lo hacía con toda la atención, profundidad y eficiencia que pudiera. Desde el principio supe que iba a ser un libro largo, y desde el principio supe que, aunque iba a ser denso por la cantidad de información, quería que se pudiera leer con agilidad. Cada historia llevaba a otra, pero sin importar lo maravillosa que fuera, no usé ninguna para la que no encontrara dos, preferentemente tres fuentes, fuentes originales, o alguna prueba física que me convencía de su veracidad (una carta, un objeto en sus archivos, una lista en el altillo de un estudio de grabación en la que se registraba quién había estado haciendo qué y cuándo). Sin eso, no incluía la historia o la anécdota.
¿Cómo manejaste el hecho de escribir sobre alguien vivo, que tiene su propia voz para contar los hechos?
–Quería que su voz permeara a lo largo de todo el libro. Por eso el prólogo es casi una instantánea suya, igual que el epílogo, en los que le hablo al lector directamente. De hecho, a lo largo de la narrativa cronológica que impone una biografía, hay una especie de diálogo entre Leonard y yo en el que escuchamos de su propia voz algunos de los hechos del período que abarca cada capítulo.
Hablaste con mucha gente que fue parte de su vida. Hablanos de eso un poco.
–Hablé con más de cien, y hay tantas historias que no sé por dónde empezar. Empecé por donde Leonard empezó su vida, Montreal. Ahí, con un frío bestial en invierno, hablé con gente extraordinaria. Mort Rosengarten, por ejemplo, el escultor que es amigo de Leonard desde los nueve. Tiene un enfisema, pero igual se empecinó en caminar conmigo por la nieve, con un ventilador portátil, para llevarme al deli judío con manteles grasientos en la calle principal donde él y Leonard todavía van después de todos estos años. También hablé con el rabino en la sinagoga que fundaron los ancestros de Leonard, y que lo preparó para su bar mitzvah. Y eso fue sólo el primer capítulo. El último fue Rebecca de Mornay. Y en el camino, lugares y eventos memorables, como las noches que pasé en el monasterio en el monte Baldy. La primera noche, toqué el ukelele con el monje encargado de la mandolina hasta la madrugada. Cuando bajé de la montaña (no me quedé cinco años como Leonard), paré en Claremont y visité a Chris Darrow, que era parte de Kaleidoscope, la banda que tocó en su primer disco, aunque no aparece en los créditos.
¿Dejaste alguna historia buena afuera?
–No todo lo que escuché fue a parar al libro. Algunas historias, porque no me parecían sustanciales. Otras, porque no son asunto de nadie. Por ejemplo, quería escribir sobre las mujeres en su vida; las mujeres fueron y son extremadamente importantes para él, paradas, acostadas, y en todas las posiciones posibles, y las musas suelen ser ignoradas por los biógrafos. Quería darles la atención que merecen. Pero tampoco quería armar un catálogo de sus amantes ni asomar a todo el mundo por la cerradura de su cuarto. Otro motivo por el que quedaron cosas afuera fue porque decidí darle una copia de la desgrabación a cada persona que entrevisté (que grabé y desgrabé yo misma, para garantizar la privacidad de todos). Esto me parecía crucial para quienes no eran celebridades (amigos, familiares): en general no tienen experiencia y quedan más expuestos. Así que en esas correcciones perdí algunas historias muy buenas. Pero a cambio, me abrían otras puertas.
¿Qué cambio notaste en Leonard, como persona y artista, a lo largo del proceso?
–Sí, sin duda hubo un cambio, pero es difícil de explicar en pocas palabras. A medida que avancé con la investigación cronológicamente –Montreal, Nueva York, Londres–, las cosas que surgían iban acomodándose, como si unas historias se conocieran con las otras, como si se estuvieran reencontrando. Hacia el final, ya pude ver claramente que, a pesar de todo su nomadismo, geográfico, espiritual, romántico, fue una persona extremadamente coherente. Tom Waits me dijo algo una vez, que usé como epígrafe: “El modo en que hacés algo es el modo en que hacés todo”. Pero lo que creo me preguntás es si, al final, resultó ser un hombre o un artista diferente al que creía al comienzo. La respuesta es no. Siempre hay un riesgo al escribir sobre una persona a la que uno admira, de descubrir que no te gusta tanto, pero no fue el caso. Hubo sorpresas, pero ningún muerto en el ropero.
¿Cómo le describirías a Leonard en una frase a alguien que no sabe nada de él?
–Un escritor muy serio; un hombre con una sonrisa; un artista que no conoce la frontera entre la música y las palabras. Un hombre profundo. Dos frases. O tres.

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