sábado, 18 de abril de 2015

EL GABO NUESTRO DE CADA DÍA, Guillermo Vega Zaragoza (Segunda y última parte) (Revista de la UNAM)



—Dígame, señorita. ¿Le falta algo? —dijo el capitán, muy atento.
—Oiga: ¿ese señor de allá es quien yo creo que es? —dijo ella, ya en su papel de reportera del crimen.
—¿Quién, señorita?
—Aquel, allá —dijo ella, señalando con la lengua dentro del cachete—. Es Gabriel García Márquez, ¿verdad?
El capitán le dedicó una mirada recriminatoria, como invitándola a no ingerir sustancias psicotrópicas si no estaba preparada para ello.
—No, señorita, no es.
—¿De veras no es?
—No, señorita, no es.
—¿Me lo jura?
—No es, señorita, se lo juro —dijo el capitán, encaminándose a la impaciencia—. ¿Algo más?
—No, gracias —dijo ella, y su cara, antes luminosa, se ensombreció con una leve tristeza.
El capitán se retiró con una sonrisa fingida en el rostro. Entonces yo estallé en una carcajada. Ella me lanzó la servilleta de tela a la cara, pero cayó en mi taza de café. La sacudí y la salpiqué, y ella también rio.
—Eres de lo peor. Te gusta jugar conmigo —dijo, enmohinada.
—¿Por qué dices eso? Sí es García Márquez, pero el mesero debe tener instrucciones de negarlo para que no lo molesten.
Ella prefirió ya no creerme. Por momentos olvidamos al creador de Macondo y él siguió platicando con las chicas. Hasta que un rato más tarde, se levantaron, se encaminaron a la caja, pagaron y salieron. Creo que mi amiga ni siquiera se enteró.
Medio minuto después, se levantó y dijo que iba al tocador. Yo pedí más café. Mi amiga se tardó algo más de lo que suelen demorarse las mujeres cuando van al tocador, pero no me pareció extraño.
Regresó con una sonrisa que casi le enjuagaba las orejas.
—Lo vi –dijo mientras se sentaba.
—¿A quién?
—A Gabo. Sí era él.
—¿Ves? Te dije.
Me contó que el Premio Nobel estaba curioseando en la sección de libros. Entonces, ya más de cerca, lo reconoció. Pero aun así, le preguntó: “¿Es usted Gabriel García Márquez?” Y él le respondió: “Parece que sí”. Mi amiga le dijo que lo admiraba mucho, que amaba sus libros y que le daba mucho gusto conocerlo en persona. Él le preguntó su nombre y a qué se dedicaba. Ella le dijo que estudiaba comunicación en la Universidad. “¿Comunicación? ¿Y allí qué enseñan? A mí me hubiera gustado estudiar periodismo, pero en mis tiempos eso de las aulas no se usaba”. Ella trató de explicarle en qué consistía, y él la escuchó con paciencia hasta que le dijo: “¡Qué cosas tan raras enseñan ahora en las universidades!” En eso salieron del baño las dos chicas que lo acompañaban. Gabo se despidió muy amablemente con un beso y un apretón de manos.
imagen 
Gabriel García Márquez
©Wikicommons

—¿Y te dio su autógrafo? —dije.
Entonces volvió por fin de su embeleso.
—No se me ocurrió –dijo un poco apenada.
—Pero sí le pediste una entrevista, ¿verdad?
—Nnnno —ahora sí, de plano muy apenada.
—Valiente periodista —dije yo, y me eché a reír de buena gana. Esta vez ya no me arrojó la servilleta a la cara.
A los pocos meses, mi amiga consiguió una beca para ir a estudiar a Barcelona. Ni a ella ni a Gabo los volvía ver.
IV. EMPEZAR CON EL FINAL
Hay varias formas de acercarse a la obra de Gabriel García Márquez: una, desde la hipérbole, el elogio desmedido, desde lo que ya se ha dicho hasta el hartazgo y todo mundo repite y repetirá acerca de su grandeza; desde ahí ya queda muy poco por agregar; no obstante, nos queda la experiencia personal de la lectura, lo que significó para cada lector —profesional o común— el descubrimiento de sus obras más entrañables: Cien años de soledadEl amor en los tiempos del cóleraEl coronel no tiene quien le escribaEl general en su laberintoCrónica de una muerte anunciada
Llama la atención que, en estos tiempos de comunicación instantánea, donde cualquiera puede expresar lo que quiera y compartirlo en forma inmediata a través de la Internet, muchísimas personas hayan manifestado su gusto —y lo que es quizá más importante, el cariño— por los libros de García Márquez. Personas que no son lectores asiduos lo declaran su escritor predilecto. Otros confiesan lo que significó leerlo por primera vez (casi siempre en la juventud) y cómo los marcó para sumergirse en el placer por la lectura o, de plano, cómo los inspiró para convertirse en escritores.
Por mi parte, debo confesar que llegué tarde a la obra de Gabriel García Márquez. Mi entrada al burdel del boomfue por la puerta de Carlos Fuentes y luego me apoltroné largo rato en los amplios salones de Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. A las alcobas del Gabo tardé en llegar, pero una vez ahí, ya no quise salir. No obstante, a esos aposentos me metí por una de las ventanas, la más grande: el periodismo.
Aunque se trata de una novela, en una clase de la carrera de Periodismo leímos como tarea Crónica de una muerte anunciada, cuya primera particularidad es que empieza contando el final: “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Después me daría cuenta de que esa era la marca de la casa: los inicios de García Márquez son únicos e inolvidables, como el de Cien años de soledad, que debe ser el íncipit más célebre de la lengua española, después del Quijote: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Esta estrategia de comenzar con el final proviene sin duda del oficio periodístico que García Márquez ejerció intensivamente en su juventud, pero que nunca abandonó del todo. Se trata del famoso lead o entrada de la noticia, donde en unas cuantas líneas se debe dar la información fundamental y responder a las famosas cinco W:whatwhowhenwherewhy (qué, quién, cuándo, dónde, por qué). Redacción periodística para principiantes, si se quiere, pero que nunca perderá su efectividad para el periodismo ni para la literatura. La nota informativa, la crónica, el reportaje, el artículo de opinión, el ensayo, en fin, todos los géneros periodísticos, deben empezar lo más cerca posible del punto final. Lo mismo sucede con la narrativa, con el cuento y la novela, sin importar que uno pudiera tener apenas pocas páginas y la otra varios cientos.
La explicación de cómo se llegó al desenlace es, precisamente, el desarrollo de la propia noticia: el how, el cómo. Así, en el caso de García Márquez (como en toda la gran literatura) no importa tanto el qué sino la forma en que se cuenta la historia. En alguna ocasión, García Márquez explicó que en las primeras líneas de la novela ya debe estar todo: el conflicto, la forma y el tono que dominará en las páginas siguientes. Por eso el inicio es tan importante como el final y el cuerpo mismo de la narración.
Lo cierto es que, al igual que su trabajo como reportero (reunido en los cinco gruesos tomos de su Obra periodística, y en libros como Relato de un náufragoCuando era feliz e indocumentadoDe viaje por los países socialistasLa aventura de Miguel Littin, clandestino en Chile y Noticia de un secuestro), la obra literaria de García Márquez es una verdadera clase de escritura. Como lo es la gran literatura de todos los tiempos.

   
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