lunes, 3 de septiembre de 2012

CORTÁZAR, UNA LEYENDA

De Cortázar nuestra generación había hecho casi una leyenda. Su impresionante porte físico, su estatura y su manera de expresarse públicamente con valentía, derrumbando mitos y clichés, lo convirtió para nosotros en una especie de héroe literario 

por Gabriel Jiménez Emán 

A Julio Cortázar siempre lo percibí libre, cercano, desenfadado, un escritor plenamente identificado con la sensibilidad moderna, un escritor desprejuiciado y muy inmerso en búsquedas fantásticas y efectos literarios inquietantes o misteriosos, pero al mismo tiempo un escritor cotidiano, muy del diálogo con la gente de la calle, un escritor a pie, un paseante dominado por la curiosidad, atento a las expresiones de la gran ciudad, muy lleno de una suerte de música interior y de un gran poder plástico, un ojo avizor atento a los sucesos más recónditos del hacer humano y también muy dispuesto a observar procesos políticos y sociales, especialmente los de América Latina.

Un escritor argentino de formación europea nacido en Bruselas, pero siempre ligado a su argentinidad, a su casa, gentes y calles de Buenos Aires, de cuyos recuerdos y atmósferas extrajo material para buena parte de sus cuentos y para sus ideas de convivencia; ideas socialistas y en fricción permanente con las de dominación autoritaria por parte de los nuevos imperios. 

Vivió en París largo tiempo, y al apenas obtener la nacionalidad francesa durante el gobierno de Francois Miterrand en 1981, declaró que desde entonces estaría más comprometido también como ciudadano francés con las luchas de Francia y de América Latina contra las dictaduras y la dependencia económica y cultural de los países pobres. 

La figura de Cortázar siempre nos resultó fresca (dato curioso: después de los sesenta años sufría de una enfermedad que lo hacía lucir más joven), lo que no le impedía fumar copiosamente y beber mucho café. Lo conocí en una ocasión en que visitó Caracas en el año 1988, con motivo de instalarse en esa ciudad un evento en favor de la paz auspiciado por el Tribunal Bertrand Russell que Cortázar presidía; fui a visitarlo a un hotel de Chacaíto donde estaba alojado, ahí conversamos un buen rato, hablamos sobre varios escritores, entre ellos Lezama Lima, el gran escritor cubano que yo había conocido hacía poco (Lezama me había confesado que Cortázar siempre le llevaba bolígrafos de regalo; Lezama, a quien Cortázar divulgó e hizo reconocer en Europa); Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández (dos uruguayos entrañables para todos nosotros), Julio Garmendia y Ramos Sucre, dos escritores venezolanos que él no había leído y yo le insistía él debía conocer. 

Después de la charla iba a encontrarse con jóvenes escritores en la Universidad Central invitado por José Balza. Al otro día lo saludaríamos en la actividad que el Tribunal Russell llevó a cabo en los espacios de Parque Central en nuestra ciudad capital. 

De Cortázar nuestra generación había hecho casi una leyenda. Su impresionante porte físico, su estatura y su manera de expresarse públicamente con valentía, derrumbando mitos y clichés, lo convirtió para nosotros en una especie de héroe literario, y a la vez como la encarnación de una ética nueva. Acaso sin saberlo, Cortázar se había convertido en el primer escritor latinoamericano que hablaba con mayor propiedad al mundo en cualquier escenario ―político, literario, ético— sin complejos culturales, cortapisas históricas ni poses cosmopolitas. De modo que conocerlo fue para mí una de las experiencias más estimulantes. 

Cuando me tocó despedirme de él esa tarde en Caracas intenté abrazarlo y era tan alto que me contuve; me conformé con estrechar sus largas manos huesudas. Caminé por la calle con el pecho inflado de orgullo, había conocido al autor de tantos cuentos brillantes, ideas originales, y de aquella novela legendaria, Rayuela, narración lúdica en forma de tablero que incluye poemas, crónicas, cuentos, fragmentos, reflexiones y memorias en un relato ficcionado de argentinos en París, una obra poderosa plena de fuerza existencialista, bohemia, compromiso, ternura, erotismo, donde personajes como Talita, Oliveira, Gregorovius, Traveler, la Maga, Morelli, (y el bebé Rocamadour) y otros comparten experiencias, lecturas, pasiones y extravíos para componer un texto nervioso, lleno del pulso de aquella ciudad, París, pero también de una aventura interior, desde el centro de unos personajes llenos de dudas iluminadoras y vacilaciones conmovedoras. 

No menos extraordinarios y memorables resultaron muchos de sus cuentos. Esperábamos cada volumen suyo de relatos con emoción, desde Final del juegoLas armas secretas y Bestiario, pasando luego por Todos los fuegos el fuego y Octaedro hasta Un tal LucasQueremos tanto a GlendaAlguien que anda por ahí y Deshoras, sin olvidar aquellos libros heterodoxos donde se mezclan formas, géneros, dibujos, fotos, caligrafías que son La vuelta al día en ochenta mundos y Último round. Libros que nos hicieron arrojar una mirada a sus primeros trabajos como la obra teatral Los reyes, y las novelas 62 modelo para armar (prefiguración de Rayuela) y Los premios, que tantos hallazgos formales y de sentido poseen. 

Hace pocos años, caminando por una avenida de Buenos Aires, la Avenida de Mayo, me alojé ahí en un hotelito y salí a dar unas vueltas por las cuadras cercanas. La primera sorpresa que me llevé fue encontrarme en toda la esquina con un café, el London City, cuyas vidrieras ostentaban con orgullo la novela Los premios y unas fotos de Cortázar, acompañadas de una leyenda donde se anunciaba que este iba diariamente ahí a proseguir la escritura de la mencionada novela. No dudé en entrar y en tomarme en el London City un café y morder un sabroso pastel, pues la cafetería olía a esa mezcla especial de ambos, imaginándome al gran Cortázar llenando de palabras grandes cuadernos desordenados, fumando, sorbiendo un café, una cerveza o un vino. Por cierto que en París, Cortázar visitaba y escribía en otro café con nombre inglés, el Old Navy, situado en el boulevard Saint Germain. 

Un poco más allá, en la misma Avenida de Mayo, me topé con una de esas librerías de viejo, tan frecuentes en esa ciudad, donde hacen remates y ofertas de libros de todo tipo, y vaya sorpresa que me di cuando veo en una de las pilas de libros asomar la portada de Los premios, sus grandes letras azul oscuro y unas franjas rojas descender por la parte derecha de la carátula llegar hasta la silueta de un barco. Era la quinta edición publicada por Editorial Sudamericana de Buenos Aires en 1966, (la misma que lanzara un año después la edición más conocida de Cien años de soledad, de García Márquez) que adquirí de inmediato por un precio irrisorio. Para esa fecha Cortázar tenía 52 años; justo ese año del 2006 en que yo hacía mi recorrido se cumplían 40 de esa quinta edición ―la primera había sido en 1960― de una novela que comienza dando fe del lugar donde se escribe, para que no quede la menor duda:
    La marquesa salió a las cinco ―pensó Carlos López―. ¿Dónde diablos he leído eso?

    Era en el London de Perú y Avenida; eran las cinco y diez. La marquesa salió a las cinco. López movió la cabeza para desechar el recuerdo incompleto, y probó su Quilmes Cristal. No estaba bastante fría.
En la contraportada de la novela se consigna la opinión de un crítico parisino, Jacques de Ricaumont: “Es raro que una primera novela sea una obra maestra, tal es el caso sin embargo de Los premios.” Ese mismo día empecé a releerla. Estaba leyendo un nuevo libro, en verdad. 

Hablando de otro libro inicial de Cortázar, la obra teatral Los reyes se encuentra inspirada en el tema del Minotauro de Creta y del hilo de Ariadna. Cortázar es otro de los miembros del club de los minotauros, digo yo, porque mi padre Elisio Jiménez Sierra y yo viajamos a Creta con el objeto de visitar el Palacio de Cnossos y sentarnos en el mismísimo Trono del Rey Minos y descender hacia los laberintos donde se perdía el minotauro ciego sosteniendo el hilo de Ariadna para no perder el camino. Hay otros escritores venezolanos miembros del club, como David Alizo y Eloi Yague; este último tiene un libro titulado Autorretrato con Minotauro. Por cierto, que Los Reyes está publicado en la editorial Minotauro, qué casualidad. 

Había tenido ocasión de hacer un discreto homenaje a Cortázar en el primer número de la revistaImaginaria, que fundé hace muchos años en Caracas, en un número dedicado el tema de la noche, donde apareció el relato “La noche boca arriba” acompañado de varios juicios sobre Cortázar de Jorge Luis Borges, Luis Gregorich y Alain Bosquet. También se ve, abriendo ese número de la revistaImaginaria, a Cortázar sentado a una mesa con José Lezama Lima sobre un fondo de cigüeñas o garzas en una foto intervenida por mí. Lezama, quien escribió que Rayuela era “el Ulises de América”.

Asimismo, cuando apareció su libro de cuentos Queremos tanto a Glenda en 1981 yo vivía en Barcelona, España, y me encargaron un artículo sobre este libro para la revista Quimera titulado “Cortázar de vuelta” (Barcelona, Nº 8, junio de 1981, pág.17) que dirigía allá el editor Miguel Riera, adonde me había llevado mi amigo el novelista colombiano Rafael Humberto Moreno-Durán. El breve artículo tuvo la suerte de salir muy vistoso en la importante revista y reeditado no sé porque magias en el semanario Uno más uno de México, donde Cortázar sale fotografiado al lado de un soldado nicaragüense. Esa fue la primera vez que me pagaron un artículo en dólares. En ese libro hay un relato magistral, “Tango de vuelta”, al que yo parodié para dar título a mi trabajo. 

Estaba hablando de los cuentos de Cortázar. Decía que entre los memorables relatos suyos están “Cartas de mamá”, “La autopista del sur”, “Continuidad de los parques”, “La isla a mediodía”, “La noche de mantequilla”, “Final de juego”, “El perseguidor”, “Las babas del diablo”, “Casa tomada”, textos capitales que fueron apreciados por miles de lectores en muchas lenguas. 

De estos cuentos, “El perseguidor”, como todos sabemos, se halla inspirado en la vida de Charlie Parker, “Bird”, el gran saxofonista del jazz creador del bebop, que en el relato toma el nombre de Johnny Carter. A los amantes del jazz nos toca muy profundo este relato, que ha sido inspiración segura de películas sobre el jazz, especialmente la de Clint Eastwood, Bird, sobre el mismo Parker y el filme Alrededor de la medianoche, del director francés Bertrand Tavernier, desarrollada en Paris, en el centro nocturno Blue Note, con una soberbia interpretación del saxofonista Dexter Gordon en el papel de Dale Turner, un músico al final de sus días que ve en un amigo francés amante del jazz y su hija un aliento para volver a vivir, y es posiblemente la mejor película de jazz jamás filmada. 

Por lo demás, Cortázar mostró su admiración hacia el jazz en sendos artículos sobre Louis Armstrong, Thelonius Monk y Lester Young en La vuelta al día en ochenta mundos

Por su parte, el cuento “Las babas del diablo” fue llevado al cine por Michelangelo Antonioni bajo el título de Blow up (expresión que en inglés significa ampliar una fotografía), protagonizada por el actor inglés David Hemmings, un filme que tuvo una repercusión inmensa en toda la cultura de la década de los años 70. Y el cuento “Cartas de mamá”, que ya había sido elogiado por Borges con estas palabras:
    He leído con singular agrado Las armas secretas de Julio Cortázar y sus cuentos, como aquel que publiqué en la década del cuarenta, me han parecido magníficos. “Cartas de mamá”, el primero del volumen, me ha impresionado hondamente. Una historia fantástica, según Wells, debe admitir un solo hecho fantástico para que la imaginación del lector la acepte fácilmente. Esta prudencia corresponde al escéptico siglo diecinueve, no al tiempo que soñó las cosmogonías o el Libro de las mil y una noches. En “Cartas de mamá” lo trivial, lo necesariamente trivial está en el título, en el proceder de los personajes y en la mención continua de marcas de cigarrillo o estaciones del subterráneo ―el prodigio requiere estos pormenores. Otro rasgo quiero indicar. Lo sobrenatural, en este admirable relato, no se declara, se insinúa, lo cual le da más fuerza, como en el Yzur de Lugones.
A estos cuentos debo agregar tres del libro Queremos tanto a Glenda, uno titulado “Tango de vuelta”, “Recortes de prensa” y el que da título al volumen. Especialmente “Tango de vuelta” contiene los mejores ingredientes del suspense

Los cuentos más logrados de Cortázar son, a mi juicio, los que manejan una dosis equilibrada de ambigüedad, suspense, juegos con la alteridad, situaciones irresolutas o fragmentarias que permanecen como en un doble fondo o un borde, un campo misterioso donde los personajes están movidos por fuerzas desconocidas, por impulsos anímicos enigmáticos donde la sorpresa juega un papel fundamental, pues el narrador introduce un elemento extraño para captar la atención del lector, al tiempo que experimenta constantemente, somete el relato a permanentes mareas de escritura, desarticulaciones lingüísticas, neologismos, inventa palabras, narra en una suerte de estilo encabalgado, perneado de una tesitura de improvisación jazzística que va impregnándose de fuerza poética. 

Esa voluntad experimental es precisamente la que se ejecuta en el gran ludismo de Rayuela62 modelo para armar, y en los ensamblajes, con mucho de cubismo y collage, de La vuelta al día en ochenta mundos y Último round; el primero, poblado de crónicas, relatos, dibujos, noticias, viñetas, poemas, curiosidades; en el segundo domina lo periodístico, la investigación que se torna reportaje, confesión, glosa, comentario. Preciso es decir que no todo en los cuentos de Cortázar son logros y aciertos; algunos de ellos naufragan en su misma ambigüedad e imprecisión, o se pierden en un juego con lo político y lo estético que no siempre tiene buenos resultados, y permiten advertir en Cortázar como a uno de los más complejos y difíciles cuentistas de la lengua, a quien no siempre se capta y asimila bien. 

Otro aspecto a resaltar en la narrativa de Cortázar es su humor crítico, el humor tomado como arma, como herramienta para desarmar situaciones de poder, desbaratar prejuicios y convencionalismos sociales, como es el caso de las Historias de cronopios y de famas, relatos breves donde a través de una tipología de personajes contrasta actitudes de autenticidad, honestidad, trabajo, humildad o esfuerzo simbolizados por los cronopios, y su antítesis: el arribismo, la corrupción, el sensacionalismo, la manipulación, la figuración social o la hipocresía encarnados en los famas. Estos relatos se resuelven en la brevedad, en su contundencia lingüística, y llegan a ser posteriormente clásicos del microrrelato moderno. 

La voluntad experimental de Cortázar no cesa hasta sus últimos libros, como es el caso de Los autonautas de la cosmopista, donde lleva a cabo la crónica de un viaje desde París a Marsella en un tráiler o motor-home junto a su mujer Carol Dunlop ―con la que comparte también la autoría del relato— tomado como pretexto ese “viaje atemporal” para investigar lo inesperado, los imprevistos, imponderables, lo súbito o lo sorpresivo de todo viaje, aún cuando éste sea planificado, introduciendo el contraste entre lo doméstico ―ubicado en el motor-home— y el entorno inapresable, el azar implícito del movimiento. El libro está adornado con fotos y dibujos de los propios viajeros y cuenta (en la coedición de Muchnik - Nueva Imagen) con una bella ilustración de la pareja realizada por José Luís Cuevas. 

Una faceta poco conocida de Cortázar es su actividad como poeta o, debería decir, como cultivador del verso, pues lo poético es inmanente en su estética narrativa. Los trabajos que componen el libroSalvo el crepúsculo recogen buena parte de sus poemas, muchos de ellos verdaderas obras maestras. Cito uno de ellos en forma de milonga que dedica a los amigos. 

MILONGA 

Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro medianoche.
Y extraño las esquinas con almacenes dormilones
donde el perfume de la yerba tiembla en la piel
del aire.
Comprender que eso está siempre allá
como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda el cortapluma el peine
la mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.
La Cruz del Sur el mate amargo.
Y las voces de amigos
usándose con otros. 


Anota el autor al final del poema:
    Cuando escribí este poema todavía me quedaban amigos en mi tierra; después los mataron o se perdieron en un silencio burocrático o jubilatorio, se fueron silenciosos a vivir a Canadá o a Suecia o están desaparecidos, y sus nombres son apenas nombres en la interminable lista. Los dos últimos versos del poema están limados por el presente. Ya ni siquiera puedo imaginar las voces de esos amigos hablando con otras gentes. Ojalá fuera así. ¿Pero de qué estarán hablando, si hablan?
O los poemas de amor, “Ars amandi”, con el epígrafe: “Vení a dormir conmigo;/ no haremos el amor, él nos hará”, que no continúo citando pues se llenaría todo esto de poemas. 

Otra actividad notable de Cortázar es la de traductor, principalmente del idioma inglés. En este sentido, lo más sobresaliente son las traducciones que ha realizado de la obra completa de Edgar Allan Poe, de sus cuentos, ensayos y críticas, del estudio Eureka y su novela Narración de Arthur Gordon Pym, los cuales han sido editados por Alianza Editorial de Madrid, España, en su colección El libro de bolsillo. Aparte de la impecable traducción, estas obras van acompañadas de enjundiosos ensayos críticos, de estudios preliminares que resultan imprescindibles para iluminar la obra del gran escritor de Boston. 

Asimismo es traductor de la gran novela Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar y de otros autores como Herman Melville. No olvidemos que Cortázar realizó estudios de Letras y que fue profesor de literatura en varias ciudades del interior de Argentina, así como traductor e intérprete del inglés para la UNESCO en París. Recientemente se ha efectuado también el hallazgo de un nuevo manuscrito de Cortázar, el prolijo estudio Imagen de John Keats que habla, además de la admiración profesada por el argentino al gran poeta del romanticismo inglés, también del influjo que seguramente éste tuvo en la estética de Cortázar y en su poder analítico para observar el hecho literario. 

En cuanto a Poe, Cortázar ha declarado repetidamente el eco de las decisivas lecturas de éste en su juventud, que marcan para siempre su mundo, especialmente su concepción del miedo, y éste a su vez influye en la elaboración artística del suspenso y del terror que se percibe, en mayor o menor grado, en la obra del argentino. 

Justamente sobre este tópico del miedo escribe Cortázar en su artículo “Una infancia medrosa” que forma parte del libro inédito editado por Alfaguara, Papeles inesperados, preparado por Aurora Bernárdez, ―traductora y albacea de nuestro autor— y Carles Álvarez Garriga, responsable de un prólogo donde se encarga sobre todo de remitir a las fuentes originales de los textos y a aclarar incidencias editoriales que les rodean.
    Interrogarme sobre el miedo en mi infancia es abrir un territorio vertiginoso y cruel que vanamente he tratado de olvidar (todo adulto es hipócrita frente a una parte de su niñez (…) Mis lecturas poco controladas por los adultos iban casi infaliblemente a formas más su de lo sobrenatural y lo morboso, la literatura de la catalepsia y el sonambulismo, por ejemplo, que abundaba en las bibliotecas de mi infancia, el gólem, que entró temprano en mi vida, los dobles, los autómatas homicidas (…) contra mi propio miedo inventé el miedo para otros, aunque está por verse si los otros me lo han agradecido…
dice Cortázar en el mencionado artículo, uno de los más destacados de este libro organizado en dos grandes secciones, “Prosas” y “Poemas”, y estas a su vez subdivididas en otras. La de “Prosas”, la más extensa (se lleva por lo menos el noventa por ciento de los textos) está organizada en partes que se inician con ‘Historias’, constituida por once relatos de ficción del mejor Cortázar, verdaderas sorpresas para los seguidores del gran narrador, auténticos inéditos que por sí solos justificarían la adquisición de este libro. 

Siguen cuatro ‘De Historias de cronopios’ dentro de la línea del conocido libro Historias de cronopios y de famas, y luego nuevos textos De Un tal Lucas, personaje creado por Cortázar para sintetizar en él una serie de preocupaciones acerca del absurdo, el azar o lo imprevisto de la existencia; Lucas es como una esponja para atraer vicisitudes, situaciones radicales que engendran experiencias insólitas, las cuales a su vez permiten las más variadas especulaciones o interpretaciones. Tenemos aquí once textos protagonizados por Lucas (o más bien padecidos, dado el carácter de anti-héroe de este personaje) que asimismo se avienen al más puro Cortázar. 

De seguidas entramos en el campo de la no-ficción en ‘Momentos’, o si se lo prefiere, de la reflexión personal volcada a temas como el bilingüismo, un nuevo recorrido por París, un viaje por México, un trabajo sobre la esencia y misión del maestro o sobre su propia experiencia con la literatura siendo aún niño, como esa que tiene por centro una metáfora, la de El rayo verde, novela poco conocida de Julio Verne que Cortázar leyó de chico, enlazándola a un poema de Gaspar Núñez de Arce titulado “El vértigo”, para componer desde allí uno de los textos más llenos de ternura en el volumen, titulado “Un sueño realizado”. 

Coexisten aquí dos artículos sobre Rayuela que resultan centrales para observar la perspectiva que tuvo Cortázar de su novela diez años después, y habla bien de su madurez política, cuando escribe:
    Rayuela sigue siendo una primera parte de algo que traté y trato de completar; una primera parte muy querida, seguramente la más honda de mi ser, pero que ya no acepto con la exclusividad que le conferían los propios protagonistas del libro, hundidos en búsquedas donde el egoísmo de tanta introspección y tanta metafísica era la sola brújula (…) Diez años después, mientras yo me distancio poco a poco de Rayuela, infinidad de muchachos aparentemente llamados a estar lejos de ella se acercan a la tiza de sus casillas y lanzan el tejo en dirección al Cielo. A ese Cielo, y eso es lo que nos une, ellos y yo le llamamos Revolución.
Sobran los comentarios. 

Se localiza en esta sección aquella memorable crónica divulgada en diferentes revistas (publicada por primera vez en Indice, Madrid, 1 de julio de 1970), “So shine, shine, shoe-shine boy” en cuyo móvil narrativo central habla a través de la voz de un amigo suyo en el centro de la ciudad de Nueva Delhi al que le están lustrando sus zapatos de gamuza. Este simple hecho es el punto de partida para que Cortázar desenvuelva un relato de una humanidad impresionante sobre los niños indios, que en medio de su pobreza se convierten en artistas para lustrar, en este caso pintar unos zapatos hasta hacer de ello un arte minucioso, un maravilloso ejercicio de arte de la calle, en un texto que es una meditación sensible de la condición humana. Veamos este mínimo fragmento:
    Con un palito revolvía hasta conseguir un matiz, y sus ojos iban y venían de mi zapato al polvo, del polvo a los frasquitos, mientras sus manos cumplan la menuda, increíble alquimia que yo, parado, descalzo en dos cartones, contempla con una especie de arrepentimiento, una ansiedad de agacharme y acariciar esas cabezas de brillante pelo negro, de pedirles perdón, al bárbaro imbécil extranjero pide perdón, el que pensaba betún, el que desconfiaba betún, el pobre infeliz que se hace lustrar los zapatos en la calle Florida o en los Champú Hélices o en el Ring o en la Kalvrstrasse, perdón, pequeños, perdón ardillas pequeñas, perdón herederos de una sutileza infinita, pobrecitos miserables legatarios de un refinamiento que alguna vez fueron las Cortes de los Pallavas, los fastos de Fatehpur-Sikri, los perfumes del anochecer en los jardines mongoles.
Otros textos, que cubren los temas más dispares como el dedicado a las “Escenas infantiles” del gran músico Robert Schumann o una discusión sobre el día de la Independencia en Argentina (nada más alejado de la sensibilidad de Cortázar, un discurso), y un prólogo a sus relatos que termina siendo otro cuento. Se trata de una presentación del propio Cortázar a la edición ―bastante accidentada― de sus relatos “completos” desde 1965, cuando Italo Calvino se los pide para la editorial italiana Einaudi, luego engrosada en 1970 por Editorial Sudamericana y después alimentada con otros textos en 1976 por Alianza Editorial. (Yo manejo la del Círculo de lectores, Los relatos, Barcelona, España, 1974). 

Todos están ordenados desde el principio por Cortázar a través de las inalterables secciones ‘Ritos’, ‘Juegos’ y ‘Pasajes’. Luego el escritor hace una reordenación y añade una nueva sección, ‘Aquí y ahora’, para la Editorial Seix Barral, con el mencionado texto de presentación, que nunca llega a publicarse, ni la sección ni el prólogo, sino hasta ahora. 

Hay textos como “El otro Narciso”, un magnífico poema en prosa alusivo a un pájaro que se mira en el espejo retrovisor de un automóvil. Asimismo unas reflexiones sobre el automóvil (“Monólogo del peatón”) o más bien contra el automóvil, que se inicia con estas palabras: “A esta altura de mi vida en una gran ciudad, lo mejor que le encuentro a un automóvil es que no sea mío”, donde hace alusiones tangenciales a sus cuentos donde hay automóviles: “La autopista del sur” y Los autonautas de la cosmopista

En la siguiente sección, ‘Circunstancias’, se dan cita textos en su mayoría de reflexión política y social. El primero y más importante es el referido a las preguntas que Rita Guibert, de la revista Life en español le hizo a Cortázar en 1969. No son las respuestas propiamente dichas a esa encuesta, sino el comentario o glosa a éstas, donde el escritor toma posiciones respecto a la literatura, la política y la sociedad, desde una perspectiva de afuera, como si se estuviese viendo él mismo desde los Estados Unidos. Se trata de un texto capital para comprender ciertos mecanismos ideológicos que se operan desde el capitalismo hacia el legado cultural de América Latina, haciendo énfasis en la Revolución Cubana, Vietnam, Nicaragua, El Salvador, la intervención soviética en Chekoeslovaquia y la norteamericana en República Dominicana. Estas opiniones causaron un verdadero revuelo en el mundo literario de entonces, especialmente en el escritor peruano José María Arguedas, lo cual generó una polémica en buena parte de la conciencia estética y ética de América Latina, por lo demás perfectamente válida hoy en día, la cual merecería la pena hacer reeditar. Confórmese el lector por ahora con este mínimo retazo:
    Cuando Life me pregunta qué pienso del futuro de la novela, contesto que me importa tres pitos; lo único importante es el futuro del hombre, con novelas o televisores o todavía inconcebibles tiras cómicas o perfumes significantes o significativos, sin contar que a lo mejor uno de estos días llegan los marcianos con sus múltiples patitas y nos enseñan formas de expresión frente a las cuales El Quijote parecerá un pterodáctilo resfriado. (…) Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y después lo cuelga de un clavo y después se va a tomar vino con los amigos. La lecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; solo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella fradarle empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones internacionales.
Cortázar se niega a llamar a esto una “polémica” con Arguedas, a quien respeta y admira, pero si le hace unas puntualizaciones sobre el regionalismo, la autoctonía, el exilio o los “escritores de provincias” que bien pudieran hoy ser muy útiles, oportunas sobre todo para algunos escritores que se dicen liberales, modernos, vanguardistas o demócratas, a ver si aclaran un poco más esos trillados asuntos de la “libertad” o la “democracia” cuando se los invoca en un contexto reaccionario, y de cómo éstos poseen otro sentido cuando se utilizan en un contexto hacia el socialismo como el que se intenta llevar a cabo en Venezuela con el liderazgo de Chávez, el cual ha extendido su radio de resonancias hacia otros países como Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Brasil o Argentina, donde se han compartido visiones y se han adoptado actitudes de solidaridad con el proceso venezolano, aún con todas las fallas que puedan achacársele. 

Siguen textos donde reflexiona sobre su “carrera literaria” (de la que descree), aclarando de paso algunas otras cosas en su obra Rayuela (es de observar que este libro fue el que más contrariedades, pugnas, paradojas y crisis internas le produjo a Cortázar), así como su relación con el director de cine Michelangelo Antonioni a propósito de la ya mencionada versión cinematográfica de “Las babas del diablo”, y otros tópicos como “Chile: una versión del infierno”, “Sobre el creador y la formación del público”, “Violación de derechos culturales”, “Nuevo itinerario cubano” y demás textos donde se ocupa de sus responsabilidades políticas en Nicaragua, El Salvador, Cuba, Polonia y las diferentes vinculaciones suyas con procesos y realidades de nuestros países. 

De seguidas, en el acápite ‘De los amigos’, estamos frente a una serie de cartas a Damián, Aurora, Guida, David (investigue el lector los apellidos) y otros más conocidos como Lezama Lima, Susana Rinaldi, Cley Gama, Oswaldo Rodríguez, Michel Portal, Leopoldo y Susana Novoa, Pablo Neruda y Ángel Rama. En ‘Otros territorios’ se agrupan textos sobre artistas plásticos: Rodolfo Nieto, Leo Torres Agüero, Sara Facio, Alicia D’Amico, Oscar Mara y Francis Bacon. Finalmente, para cerrar esta reseña, se encuentran los apartes donde se concentra el trabajo poético de Cortázar: ‘Fondos de cajón’ y ‘Poemas’ (pienso que se hubieran podido fundir ambos en uno solo, y así terminamos de una buena vez con el prejuicio de llamar poemas solamente a los versos), que hubiera podido ser solo ‘Fondos de cajón’. 

Estas secciones se disponen con un intercalado de entrevistas que me parece lo menos interesante (pero sí lo más débil y desordenado) del libro. Terminaré citando el penúltimo de estos poemas, “Lo que más me gusta de tu cuerpo”, porque en la imagen de la mujer, y en apenas cuatro líneas se sintetiza parte del vuelo imaginativo de Cortázar: 

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo
Lo que me gusta de tu sexo es la boca
Lo que me gusta de tu boca es la lengua
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra. 


La versión del francés al español de este poema pertenece a Aurora Bernárdez, mujer de Cortázar y albacea de su obra, quien vertió al castellano casi todo el material en lengua gala de este libro, y es traductora brillante de un gran número de autores de la literatura inglesa, francesa y norteamericana, y a quien debemos esta magnífica edición, trabajada junto al joven investigador catalán Carles Álvarez Garriga, para alegría de los seguidores de la obra de este inolvidable escritor argentino. 

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Julio Cortázar, Papeles inesperados. Alfaguara. Bogotá, Colombia. Primera impresión en Venezuela. Agosto 2009. 

Gabriel Jiménez Emán: Cuentista, narrador, ensayista, traductor de poesía escrita en lengua inglesa, editor independiente, crítico literario, profesor y poeta. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Ha representado a Venezuela en eventos internacionales de Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla y Salamanca. 

Tomado de Letralia

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