DURANTE
UN VIAJE
I
Ya sé dónde existo.
Primero:
la noche estrellada y el campo colmado de luciérnagas
que semejaban al cielo.
Segundo:
la humedad de unos hongos que mastiqué y mastiqué con
cierto asco y el sabor de la miel con la esperanza de llegar a Dios.
Viví desde el estallido de un esperma en el universo
de un vientre, hasta el ranacuajo
y después la formación lenta de cada uno de mis poros,
de la osamenta que me
mantiene erguido al cielo
y de mi corazón,
que es el puerto de entrada y salida de la sangre,
de los amores que nunca permanecen.
Estaba al principio de la creación.
II
Ya sé dónde existo.
Siento las paredes gelatinosas, el retumbar de
tambores, el líquido que entra por la mitad de mi cuerpo. Los enojos,
el canto,
la tristeza,
el baile,
los pasos
quedos
y un estruendo como de rayos afuera,
allá,
más allá de esta oscuridad donde me muevo y palpo con
mis nacientes dedos la bolsa transparente que me envuelve.
Ya sé dónde existo.
En lo oscuro,
en el vientre de un ser
que apunté
desde antes
para que fuera mi madre.
III
Ya sé dónde existo.
Me muevo, siento, me uno a una respiración en arrullo.
Me aferro a esta soledad que será para siempre.
Entro y salgo de
mi cuerpo a mi antojo.
Me introduzco en los sueños de mi madre, en los
silbidos de mi padre, navego por el río que escogí para contemplar el silencio.
Deambulo por las calles para tratar de reconocer
- si ya estuve aquí antes,
- si todo es
nuevo,
- si las casas
me son desconocidas,
- si los
rostros de sus habitantes,
- si sus
perros,
- si sus gatos,
- si su único
parque.
Regreso antes de que amanezca y me acomodo de nuevo
dentro de mi flácida carne... ahí, en el universo de mi madre:
que lleva en sí el Génesis,
la voz que dijo sin decir nada “que se haga la luz”
y mi esencia divina pasó a ocupar un cuerpo.
IV
Ya sé dónde existo.
Adentro de ti madre.
Y aquí, la única luz es el amor con el que me arrulla
antes de tenerme en sus brazos. Antes de que yo salga de esta humedad tan
húmeda como los hongos que me trajeron de retorno.
Como el Derrumbe,
el San
Isidro
y el Pajarito
que metí en mi boca para vivir en Dios y sin quererlo,
sin desearlo, retorné a su vientre.
Y ahora sé dónde existo.
En el principio, en instante de un instante cuando
Dios mismo decidió crearse y se creó a imagen y semejanza de una nada que nunca
fue nada.
Ni tuvo principio ni tendrá final.
Aquí vivo, en esa nada donde brillo
como una flama de
tu hoguera inapagable,
inextinguible como
tu alma, madre,
sólo como ella que es también la
misma flama que la mía en la hoguera que se expande,
que sólo se expande en este universo donde existo y en
donde brillan las estrellas y la luciérnagas que contemplé antes del viaje.
V
Ya sé dónde existo.
Ya estuve aquí antes, ya habité otros vientres,
ya abandoné
otros cuerpos
y muchas de sus tumbas se han vuelto aire y otras aún
se erigen
en colinas,
en valles,
en campos de batallas,
en urnas claustrofóbicas,
en el pelambre de los bosques,
en el fondos de los océanos,
en el vientre de una cueva
o en el reposo puntiagudo de las estalagmitas o en las
rocas milenarias.
VI
Ya sé dónde existo.
He retornado por enésima vez a esta vida donde he sido
encarnado y fantasma.
Mujer y hombre.
Sádico
y santo.
Criminal y amante.
Marido y padre.
Solitario
y parte de masas nauseabundas enloquecidas al olor de
la sangre.
O mendigo
que se arrastraba por las plazas desmembrado
cuando Víctor Hugo escribía Los miserables.
Quizá he besado los mismos labios en diferentes
rostros y con distintos nombres.
O la guillotina hizo rodar mi cabeza por las tablas
del cadalso.
O yo mismo decapité a tantos hombres
con el placer infinito del zumbido y del golpe.
VII
Ya sé dónde existo.
Y aquí, en este nuevo vientre, entre tanta humedad,
entre estas paredes gelatinosas,
en este pequeño cuerpo en el que llevaré otro nombre y besaré otros
labios o los mismos,
en los que tendré hijos o hijas que antes fueron mis
padres o madres o abuelos o abuelas o amantes.
Uno nunca sabe.
El olvido borra todo y todo parece como si fuera la
primera vez., como si nunca hubiera uno visto la luna llena en la boca de los
lobos, el resplandor plateado de los salmones en los rápidos de los ríos,
El canto albo y crepuscular de las aves.
Las hojas naranjas del otoño llenas de muerte.
El silencio de los copos de nieve sobre los tejados
ateridos.
Las tormentas relampagueantes que alumbran rostros
asustados.
El susurro del viento entre los árboles del bosque y
en los que se escuchan voces escondidas en los pliegues de la noche.
VIII
Ya sé dónde existo.
He vuelto, he retornado me digo con la voz del
silencio de este cuerpo que he elegido para caminar de nuevo sobre la faz de
los caminos,
de los senderos,
de
las calles de este gránulo de polvo en el cuerpo de Dios que se expande.
IX
Ya sé dónde existo.
En mi boca el sabor húmedo de los hongos y una
tempestad tropical en la que se han abierto todos los grifos de las nubes.
Pero sé dónde estoy, dónde me encuentro nuevamente.
Este es otra vez el nacimiento, otra vez la vivencia
del parto,
del que dicen, con inocencia,
el primer llanto,
la primera respiración,
el primer aliento.
Se rompió la fuente.
Navego en un río incontenible que me conduce hacia la
boca de una cueva y me desplomo hacia unas manos que ya no recuerdo.
La esperanza de la niña se desvaneció en los labios de
esa mujer
que yo apunté desde antes
para albergar en ella y le pusiera nombre a este
cuerpo elegido
con características familiares,
con células que guardan sueños de mis ancestros,
con sus dolores y alegrías,
con sus gestos y voces,
con sus formas de moverse por el mundo y de hablarle a
los hombres.
Y olvido todo de nuevo.
La vida es sólo este instante en el que sé que vivo y
en el que viviré siempre.
X
Ya sé dónde existo.
Ya sé que he
retornado.
En mi boca la humedad de los hongos.
En mi estómago
San Isidro,
Derrumbe,
Pajarito
y la miel que endulzó mi saliva para contemplarte,
sólo para contemplarte, Dios mío,
en el vientre de mi madre.
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