Dios era una partícula.
UNA CUMBRE DE LA CIENCIA
Pablo Rieznik
http://www.nodo50.org/ciencia_popular
La particula de Dios
¡existe! Notable signo de nuestro tiempo: mientras el tsunami de una
bancarrota capitalista nos amenaza con la barbarie, el conocimiento humano
alcanza las cumbres de una apropiación consciente de las condiciones de
existencia del universo como un todo.
Aunque parezca trivial, el hecho de que
todos y todas estemos constituidos por la misma cosa es algo que sólo fue
confirmado con rigor recientemente. Es cierto que se habla de los átomos (de
eso se trata) desde la época de los griegos, cuando Demócrito designó así a las
partículas elementales de
la materia. Pero no dejó de ser una
hipótesis especulativa hasta que la ciencia experimental metió la mano en el
asunto.
Se atribuye a Dalton, en el siglo XVII, un
papel fundacional en la
moderna indagación sobre el mundo de los
átomos. Aun así la realidad de la existencia del átomo fue motivo de
controversias. No resulta fácil admitir que nuestros ladrillos básicos
constituyen algo tan durable, tan abundante
y tan pequeño.
Tengamos en cuenta que cada uno de nosotros reúne en su propio cuerpo la
minucia de mil millones de átomos, aproximadamente, los cuales existen desde
tiempos inmemoriales; algunos de ellos -los que corresponden a los elementos
más pesados, como el hierro-, originados en el horno combustible de estrellas
que acaban estallando y esparciendo sus elementos por el cosmos. La materia,
según aprendimos en la escuela, no se crea ni se destruye, sólo se transforma, dijo
otro de los prohombres de la ciencia moderna.
Los secretos del átomo.
Todavía a principios del siglo XX, un
físico prominente, Ernst Mach, afirmó que los átomos son productos del pensamiento. Era el
tiempo, sin embargo, en que Einstein probaba, en un trabajo célebre, la
existencia real de los átomos, y desentrañaba las relaciones mutuas entre
materia y energía. No mucho antes de que otro físico célebre -Ernest
Rutherford-elaborara el muy conocido modelo del átomo como un pequeño sistema
solar, constituido por partículas aun más elementales: electrones, protones, neutrones.
La moderna aventura de la física atómica
-que cambió la visión del hombre sobre el cosmos, del cual forma parte- apenas
comenzaba. Se puso de relieve, entonces, que las partículas que componen el
átomo tienen características bastante poco admisibles para el sentido común. En
el mundo de lo muy pequeño las cosas funcionan de un modo distinto al que
nosotros percibimos en nuestro macromundo particular. Un electrón, por ejemplo, es
al mismo tiempo una partícula localizable en un espacio determinado y una onda
que carece de localidad y que no se
presenta como una cosa, sino como la manifestación de una manera de existir de
la
cosa (como la que
traza el movimiento que se forma en el agua cuando arrojamos una piedra).
¡¨Cosas vederes, Sancho¨!
El descubrimiento, durante los años 20 del
siglo pasado, de que el universo se encontraba en expansión le dio a la
investigación de lo pequeño una dimensión grandiosa: en el estallido original
(Big Bang) estaban presentes apenas algunas de las partículas elementales qu
darían lugar
a los átomos. En el misterio de
partículas que tienen la dimensión de una billonésima parte del metro se
encontraba la respuesta al
origen del
universo. La respuesta, también, para el desarrollo de una tecnología sin
precedentes, incluida la computadora en la cual redactamos esta nota.
Higgs y la Big Science.
Cuando las técnicas de investigación se
hicieron más precisas se puso de relieve, además, que tampoco los electrones,
los protones y los neutrones eran las partículas últimas de la materia, sino
que ellas mismas eran el resultado de otras partículas más últimas todavía. Hacia la mitad del
siglo pasado, la fauna de partículas
subatómicas descubiertas había crecido a un punto en que el mundo de la física
quedó en un mar de confusión.
Finalmente, los especialistas llegaron a
lo que se denominó el Modelo Standard, que establecía un orden y un sistema
para explicar la plétora de partículas elementales. El Modelo Standard
establecía cómo a partir de dos partículas básicas -llamadas quarks y leptones-
y mediante sus diferentes combinaciones e interacciones -en las cuales actuaban
otro
puñado de partículas- surgían todas las
demás. Por absurdo que parezca al lego faltaba explicar cómo algunas de esas
partículas adquirían masa. Y aquí entra en escena el llamado bosón de Higgs,
una partícula cuya función sería precisamente dotar de masa a algunas de sus
congéneres
y desaparecer en una fracción del orden
de una millonésima de segundo; y cuya existencia fue postulada casi medio siglo
atrás por el físico que le dio su nombre. El bosón de Higgs pasó a ser conocido
como la partícula de Dios, porque permitiría un avance clave en la determinación de cómo el universo
vino a existir y cuáles son sus fundamentos más elementales. Pero ahora había
que testear con experimentos el mundo subatómico y verificar la predicción.
Para avanzar en el territorio que le es
propio, los físicos necesitaron, crecientemente, recursos y dispositivos
materiales de enorme envergadura y un trabajo colectivo sin igual. La
investigación requiere los llamadosaceleradores de
partículas, que permiten elevar la velocidad de
estas al límite de lo absoluto -nada puede moverse más allá de la velocidad de la
luz-, hacerlas colisionar y estudiar los resultados. El laboratorio en el cual
se estima ahora haber hallado un registro del ladrillo divino es una construcción sin precedentes de un
anillo subterráneo de casi 30 kilómetros de diámetro, dotado de una
aparatología fenomenal puesta en movimiento y funcionando con un equipo
colectivo de varios miles de físicos de los más diversos países. Lo que
llamamos la aventura de desentrañar el misterio de nuestro cosmos se ha
planteado como una tarea colectiva sin igual. Hace mucho que la ciencia en este
terreno descubrió que el universo le plantea al hombre los desafíos de conocerlo
con los métodos propios de la gran industria y del trabajo asociado de los individuos
de nuestra especie.
Entonces
Entonces la ciencia se deparó con los
límites que no son los propios del
conocimiento y de los hombres, sino los
del capitalismo. Esto sea porque confinó el quehacer científico a la frontera
del negocio y de la rentabilidad; sea porque lo redujo a la condición de
sirviente de la investigación bélica y militar; sea porque encorsetó sus
resultados en la utilización de sus instrumentos de punta para la especulación
y para el capital financiero.
Con lo que plantea ahora el avance en el
descubrimiento del bosón de Higgs, las cosas son todavía más concretas. En
ciencia, la solución de un problema plantea nuevos problemas e investigaciones.
Se acabó una parte de la historia, debe
comenzar otra, tituló una nota periodística para ilustrar
las tareas que los científicos se plantean a partir de ahora. En
el caso que nos ocupa, requeriría
tecnologías, inversiones y desarrollos que de ninguna manera están disponibles
bajo las condiciones del actual quebranto capitalista.
Steven Weinberg, uno de los grandes
físicos de nuestro tiempo –reconocido por su papel de primer orden en la
elaboración del Modelo Standard de la materia y del origen del universo,
publicó semanas atrás un largo artículo titulado La crisis de la
Gran Ciencia.(1) Nadie lo ha mencionado en estos días
a pesar de su carácter profético: el descubrimiento del bosón de Higgs -plantea
Wienberg- no será el final del camino, y avanzar exigiría recursos más
costosos, frente a lo cual se declara absolutamente
pesimista. Porque los
financiamientos se están agotando y reduciendo no sólo en el área de la física,
sino en el de la astronomía, que también requiere de instrumentos muy poderosos
para indagar el cosmos en esta tarea que une la observación de lo enormemente grande
y de lo enormemente pequeño, según explicáramos al principio de esta nota.
Weinberg se lamenta de un modo que no podía ser más sugerente:
para promover los descubrimientos, la gran
ciencia es el equivalente tecnológico de la guerra
y no mata a nadie.
Ya sabemos que físicos perfectamente ateos
invocaron al Creador para popularizar el significado de sus hazañas en la
indagación sobre los fundamentos básicos de nuestra materia y de nuestra propia
existencia.
Podemos invocar a su perfecto opuesto para
poner de relieve el papel diabólico que ejerce sobre el hombre, sobre su vida y sobre su actividad un mundo
capitalista en descomposición. Como creaciones humanas así entendidas, Dios y
el Diablo siguen haciendo de las suyas.(2)
(1) Wienberg, Steven; The crisis of Big
Science, en The New York Review
of Books, mayo 10, 2012.
(2) Ver Rieznik, Andrés y Pablo; La máquina de Dios en Prensa Obrera
N° 1055.
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