miércoles, 2 de enero de 2013

MUSEO POÉTICO. Introducción, Salvador Elizondo


Introducción
Por Salvador Elizondo
De la introducción a la antología MUSEO POETICO,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1974.

En el año de 1968 fui honrado con el nombramiento de profesor de la clase de "Poesía Moderna y Contemporánea en México" en la Escuela de Cursos Temporales (antigua Escuela de Verano) de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al hacerme cargo de dicho curso tropecé desde luego con un sinnúmero de dificultades, pues no existía un programa del desarrollo de dicha materia y el nombre de la misma me pareció, entonces, bastante ambiguo para poder precisar, de una manera definitiva, los puntos que deberían estudiarse en dicho curso. A esto agréguese que, destinado a alumnos extranjeros, el estudio de nuestra poesía moderna se veía dificultado por el hecho de que un conocimiento suficiente de la lengua corriente no basta casi nunca para penetrar en la selva selvaggia del lenguaje poético. Las diferentes antologías existentes dan buena cuenta de la vasta riqueza de la poesía mexicana moderna, pero sólo a costa de una extenuante manipulación y cotejo permiten al estudiante obtener un panorama sumario y sintético a la vez, de la producción poética mexicana, como lo requeriría la naturaleza de estos cursos, esencialmente breves e intensivos, que una investigación crítica de la copiosa bibliografía no podría sino entorpecer o retardar.
El personalismo en que se fundan casi todas las antologías, con ser su más alta virtud en el curso corriente del desarrollo del gusto poético y hasta de la poesía misma, actúa, en el terreno de la exposición didáctica, como un obstáculo que el alumno, indiferente a las particularidades internas o a los detalles característicos de una forma de expresión no solamente ajena sino además refinada más allá de su significado común en el habla cotidiana, no puede salvar para llegar a la materia misma del poema en la que debiera ponerse todo su interés. Se interponen entre el lector y el poema los gustos, las consideraciones críticas, las hermenéuticas terminantes y las deficiencias, también, del antólogo.
Pero una antología poética absolutamente impersonal no puede ser concebida más que como la entelequia de una actividad que por la naturaleza misma de la materia de que trata sólo es concebible como una de las más sospechosas hipótesis intelectuales: la crítica de la poesía. Es decir, la crítica de una organización especial del lenguaje que aún para los de la propia lengua en que está escrita es como el mapa de la terra incógnita del espíritu. Elegir es criticar y criticar es definir, a priori, en los términos más generales que es posible, la naturaleza esencial de lo que se trata de tal manera que es esta definición a priori la circunstancia, providencial puede decirse, a partir de la cual esa crítica es posible.
A pesar de ser completamente desconocida su naturaleza esencial, la existencia misma de diferentes antologías da a entender, de inmediato, que subyacen al criterio con que han sido hechas definiciones diferentes y aun contradictorias de la poesía: hay poetas que aparecen en todas las antologías, y otros cuya presencia es intermitente o cuya estrella pulsa con intensidades diferentes en el cuadro categórico o valorativo de la poesía que comprenden. Hay algunos que desaparecen de pronto sin dejar una sola huella de su existencia en ciertas antologías (como Gutiérrez Nájera den la de Jorge Cuesta, 1928) y que luego renacen, como el Fénix, con renovado brillo, en otras posteriores.
En la presente, que a diferencia de las demás no está destinada a ser la expresión de una estética particular, sino un instrumento didáctico ad usum barbarii (empleo esta designación en el sentido por el que con ella se define a quienes no son de nuestra lengua) me ha parecido lo mejor emplear un criterio hasta cierto punto estadístico. Digo hasta cierto punto estadístico porque estoy consciente de que sin la intervención del gusto o del prejuicio personal la elección de un número representativo de poemas sería imposible. De hecho he volcado mi criterio para la elaboración de esta selección, hasta donde me ha sido posible para obtener, no una selección original de poemas nunca antes antologados, sino, por el contrario, he admitido en ella, con preferencia aquellos poemas que constituyen, por así decirlo, el repertorio ya invariable de lo mejor de nuestra tradición poética, fundándome en su incidencia en las diferentes antologías que he consultado. Creo que ese criterio incorpora a la presente obra la autoridad de quienes, a lo largo de los años, se han preocupado por decantar, de acuerdo a ideas particulares acerca de la poesía, aquellos ejemplos que notoriamente tienen un valor general. De hecho puede decirse que este trabajo es una summa de muchos que lo preceden y de los que no difiere sino en aquellos poemas que en las otras antologías todavía no habían encontrado un lugar que a mí me ha parecido justo otorgarles en ésta, si bien no son muchos los casos en que he seguido esta práctica.
De ninguna manera hubiera sido posible reunir en un solo rubro general todos los poemas incluidos aquí en esto es fuerza prescindir de la originalidad crítica. La excelencia de las obras casi siempre se ve subrayada por la frecuencia con que son incluidas en las antologías, que representan como un corte seccional de toda la actividad poética de una época o de una nación mirado desde un punto de vista particular: el del autor de la antología. Y no importa cuan divergentes sean los puntos de vista de los antólogos, si concuerdan en la elección de un mismo poema, podemos estar seguros de que alguna virtud tendrá.
Las antologías sintetizan sucesivamente el perfil del gusto poético particular de una época o de una sociedad. Este perfil se traza en función de las generalidades estéticas que caracterizan la comunicación entre los poetas y sus lectores; son, por así decirlo, el índice de la riqueza poética de una literatura en un momento dado y su utilidad para las disciplinas histórico-bibliográficas es de inapreciable valor, no tanto por la selección en su totalidad que nos ofrecen como por el grado de eminencia o de obscuridad que diferentes poetas adquieren o pierden en las ediciones sucesivas de una misma antología institucional como, por ejemplo, las de la Universidad de Oxford. En las de nuestra propia lengua hechas en el siglo pasado hubiera sido muy difícil encontrar alguna composición de Góngora como cualquiera de las que en el nuestro han dado tanto de qué hablar a los poetas y a los críticos.
La periódica e intermitente notoriedad que algunos poetas obtienen a través de las antologías no significa, sin embargo, que la historia de la poesía dé cuenta de una evolución. No puede progresar aquello que ignora el fin hacia el que se dirige históricamente. No hay adelanto o retroceso en la historia de la técnica poética; hay solamente nacimiento y muerte como referencias bien definidas del transcurso de algo indefinible: la poesía, que es siempre la misma desde los tiempos de Homero hasta los de Ezra Pound y sólo podría confundirnos aquello que haciéndose pasar por poesía nos propone disyuntivas de juicio y de apreciación que no caen bajo la única categoría general bajo la que, muchas veces por intuición o simplemente por gusto, ponemos eso que indiscutiblemente sabemos que es la poesía, aunque no podamos explicarlo.
El elemento anecdótico humano no deja, ciertamente, de teñir nuestro juicio acerca de la poesía con coloraciones que lejos de hacérnosla más accesible como pretende, nos distrae e introduce en nuestra apreciación una sobrecarga de elementos extraños que encubren la desnudez con la que fuera preciso que se nos entregara. Así, la locura de Hölderlin, los vicios de Baudelaire son espectros vanos que se interponen entre nosotros y el Empédocles o Las Flores del Mal tanto como la pistola de Díaz Mirón o la beatería López Velarde se interponen entre nosotros y la obra de estos poetas.
Aparte de elegir con preferencia los poemas que más veces han sido incluidos en las antologías he pensado que una manera de obtener una mayor medida de impersonalidad consistiría en suprimir todo el "material humano"que abrumaría con anécdotas pintorescas la sutilísima substancia de que está hecho este libro que, en resumidas cuentas, no pretende ser más que una colección de poemas y no una historia ilustrada de la poesía.
Suprimido el hombre, queda el poema, expresión suficiente para satisfacer cualquier requisito de conocimiento de una poesía específica en la medida en que se nos propone no como el resultado de un imponderable sino como cosa hecha de lenguaje.
Y para definir la noción de "lenguaje" en el contexto de la crítica de la poesía, fuerza es distinguirlo de lo que de buenas a primeras pudiéramos pensar. Poema quiere decir cosa consumada, cosa cumplida que no existía antes de haber sido hecha, antes de haber sido cumplida en el orden escueto del existir como condición fundamental de algo. El poema trasciende por la crítica y por la apreciación, pero existe en sí y por sí. El poema es una cosa hecha de lenguaje, no de anécdotas ni de material autobiográfico o biográfico; tiene una forma de existencia particular que lo identifica en ciertos aspectos (los que atañen a la técnica) similares a los que animan las otras artes: tono, modo, ritmo, melodía en su aspecto musical -estructura, composición, equilibrio, volumen en su aspecto arquitectónico- color y calor en su aspecto pictórico, pero solamente forma en su aspecto propio. El poema no puede ser más que el aspecto especular de un hecho físico o mental; toda su importancia reside en el orden de su consumación perfecta, de su "terminado", de su hechura, pero es el reflejo de un hecho que no tiene más importancia que la que su reflejo en la superficie del espejo le confiere. El poema es, muchas veces, el reflejo amplificado en el espacio textual de un estado de cosas instantáneo en el tiempo sensual de la experiencia; puede ser también la expresión concreta de algo eminentemente abstracto. En ambos casos se trata de algo que está hecho con el mismo material: el lenguaje.
Es a partir del lenguaje que la comprensión o el análisis del poema es posible y para esto es preciso diferenciar claramente al lenguaje de la lengua. "La lengua de Garcilaso -dice Octavio Paz (1)- es el español del siglo XVI; su lenguaje es el de los poetas europeos de esa época. No es únicamente un estilo y una visión del mundo sino un repertorio de elementos (un vocabulario en el sentido amplio), cuya combinación producía ciertas formas arquetípicas: modelos verbales, poemas". En la elaboración de la presente antología no hemos perdido de vista en ningún momento esta distinción sin la cual el estudio de una poesía determinada no sería sino un inventario de particularidades que no daría jamás la visión de un conjunto orgánico de expresiones que emanan de una cultura o de una concepción del mundo claramente inscrita en un ámbito esencialmente lingüístico fuera del cual ni siquiera existiría.

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