martes, 8 de julio de 2014

CUADERNO DE LAS ALUCINACIONES, Tedi López Mills

Cuaderno de las alucinaciones
Día 1
Ella es una mujer abominable por natural.
Ella todavía no es yo,
por sensatez.
Día 2
Cuando me asomo por el borde más figurativo,
el charco de un sueño a punto de secarse,
seis arquetipos de seis gatos
deslizándose por la cornisa
con la culpa del placer ya desprendida,
aunque sujeta a escrutinio:
¿quién dio el permiso correspondiente?
Un dandy ahí metido sin tradiciones
que vive o duerme ante un espejo,
me amonesta de perfil con el dedo índice
en la orilla de mi ojo derecho.
Será que tuve dueño antes de las pruebas
con esa merma de cualidades
que viene después del primer nombre
en mis documentos.
Día 5
La carne del pájaro en la boca de mi amigo
no cumple con la palabra de la boca de mi amigo,
no cambia los nombres de las cosas en el aire donde
                 un retazo,
un listón verde, una figura suelta o desnuda o
                 bailando,
recita: soy individuo.
Yo no y aplaudo la osadía,
el fantasma de Ella velado apenas por la obviedad
o el rictus que señala: uno sí estuvo,
ninguna cuerda que interrumpiera con púas la línea
que dibuja el sabio aclarando que no habla.
Día 6
Hoy jueves mi amigo del perro cojo me describe
los métodos salvajes en el campo más reciente
con las aspas de helicópteros rozando los pinos,
quebrando las ramas, la máquina descendiendo hasta
                 abrir
un boquete para que baje un señor con libreta,
un señor con micrófono, y hablen ante las cámaras
de las migraciones primordiales, las temporadas de
                 sequía,
los relojes invertidos de ese fragmento de naturaleza,
se rían, tan hembra madre natura, diga uno,
casi cantando por la mala racha,
hay que ponerle buena cara,
se palmeen mutuamente,
y yo conmigo tangencial en la mirilla:
preguntando cuál morirá primero.
Día 7
El señor vecino esposo de la señora vecina
con la bata rosa y el canario mudo en una jaula
vio una pistola de reojo, otra más en el piso,
gritó, pidió ayuda, los otros vecinos
le exigieron que guardara calma,
como si fuera cotidiana la astilla del miedo
o la metáfora del metal o la contingencia,
aunque si acaece un desastre en vez de otra rutina
habrá que condecorar al señor vecino,
cuyo canario mudo miré sacudirse contra los
                 barrotes,
pensé: eso acabará por ser simbólico,
como el pregón del plástico y los objetos viejos
en la camioneta antes del descenso
dramático del sol que llamo
crepúsculo en algunos escritos
donde procuro darle por su lado
a Ella con la mezcla de tinturas
para asombrar a las personas
recalcitrantes o realistas de repente.
Día 9
Ella me toma de la mano,
Ella me toca con la mano,
me retira el uniforme de la piel,
me promete dos o tres experiencias inmediatas,
me echa a la calle con la pancarta de un comercio,
me tilda de oportuna, me lava, me limpia,
me coloca en su granja introspectiva,
las cabras muy adentro subiendo una colina
con sus pezuñas en mi cabeza,
tirando los guijarros hacia el valle
donde Ella me lanza requiebros,
la mandolina de una ceremonia en sus costillas,
me reclama pasiva:
únicamente te quiero para mí.

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