CABEZA AJENA
“Hemos logrado
poca cosa contigo”,
decía mi padre cuando me regañaba.
“Poca cosa hemos
logrado y han sido
vanos nuestros esfuerzos,
los de tu madre y míos”,
dijo
y cambió el tono de su voz
que pasó de tono ríspido a dulzón.
En esos momentos yo me molestaba,
no entendía nada y era, según yo,
víctima de la incomprensión
tanto paterna como materna.
Han pasado los años y aquilato
en toda su dimensión esos regaños;
creo que hasta ahora entiendo,
y mi conversión, es la de fango
a espuma, de lodo a nube,
de nada a todo, de oscuro a brillo.
¿Por qué, me preguntó,
tardé tanto tiempo en comprender
la vida y tuvo que suceder,
paso a paso, que tropezara
mil veces y me convirtiera en padre
para aprehender una filosofías
tan elemental. No sólo era cuestión
de lógica, comprendí, sino de vitalidad,
de experiencia; y me ha caído el veinte
en algo que decía mi abuela:
“Nadie aprende
en cabeza ajena”
No hay comentarios:
Publicar un comentario