La Revolución como novela
entrevista con Ignacio Solares
Guillermo Vega Zaragoza
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–Su preocupación –que se ha revelado a lo largo de su obra casi como una obsesión– por lo metafísico, por lo que hay más allá de esta realidad, está presente desde su primer libro. Pero antes confieso una confusión: siempre pensé que su primera novela era Anónimo. Y no: es Puerta del cielo, de 1976. Casi todos sus demás libros han sido reeditados, menos éste. ¿Por qué no le gusta?
–Quizá porque siento que no tiene todavía la técnica –entonces tenía veinticuatro o veinticinco años– y no tenía la malicia que empieza con Anónimo, o sea, es un problema, más que otra cosa, técnico, pero además tiene mucho que ver con que estudié con jesuitas y tiene toda la marca absoluta, indeleble, de lo religioso. Entonces, el primer libro donde me identifico con ese mundo pretende ser un experimento, un experimento que hice en el Centro Mexicano de Escritores con Salvador Elizondo y Juan Rulfo, que les gustaba mucho la novela…
–¿Esa fue la que trabajó en el Centro Mexicano de Escritores?
–Sí, y siento que es una novela muy elemental, sin la complejidad que ya tieneAnónimo. En algún momento podría reeditarse Puerta del cielo, pero no sé, incluso he pensado en reescribirla, pero no deja de tener un estilo juvenil. Desde los dieciocho años tenía ya el tema, cuando estudiaba con jesuitas y me identificaba mucho con las películas de Luis Buñuel. Es una novela que tiene mucho la huella de Buñuel. Incluso, cuando Buñuel la leyó me dijo que le encantaría hacerla película. Me dijo: “Hombre, ese tema yo lo podría hacer en cine.”
–Y cómo no: esta visión del niño a quien se le aparece la Virgen cuando se masturba, efectivamente, es muy buñuelesca. Ahí está el germen de la cuestión religiosa. Yo no estudié con jesuitas pero tengo amigos que sí, y he leído a escritores que estudiaron con jesuitas, y hay dos cosas que les dejan muy marcadas: la cuestión del trabajo, de la disciplina, y la cuestión de la culpa. ¿Estoy equivocado?
–Totalmente certero y sí, ahí está el germen de todo. Bueno, imagínate que cada vez que te masturbas ves a la Virgen; te crea una culpa brutal. Anónimo acaba de salir otra vez hace poco; es una novela de cuando yo tenía veintiocho años, es una novela muy juvenil también.
–Anónimo es singular, precisamente por la idea de despertarse de repente y ser otro. Es como La metamorfosis, de Kafka, pero con la transmigración de las almas. ¿Cómo surge la idea de Anónimo?
–Viene de un cuento de mi primer libro, El hombre habitado. La idea original es verdaderamente esquizofrénica: “Desperté siendo otro.” Ya es un problema mental, y a mí me atrajo mucho desde el principio, y cuando se me ocurrió la primera frase: “Parece cosa de risa, pero aquella mañana desperté siendo otro”, sentí que era un tema que arrancaba y me arrasó.
–Además, es un íncipit que sitúa al lector de lleno en la situación, en el conflicto del personaje, como en Crónica de una muerte anunciada: “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó…”
–A partir de la primera frase, retomé cosas de ese cuento y me clavé, me atrapó totalmente, y me aventé un año, que para mí fue mágico. Hoy extraño esa sensación: que de repente te atrape un tema y quieras escribir diario cuando te despiertas en la mañana. Fue un libro que ya no pude soltar hasta que lo terminé, y le fue muy bien, luego salió en Lecturas Mexicanas, y hace poco salió en la colección 18 para 18 que hicieron la SEP, con veinticinco mil ejemplares, cosa que sirvió para que la leyeran los jóvenes, lo que me entusiasma mucho.
–Después siguen varios libros en los que continúa bordando sobre la misma preocupación metafísica, como en El espía del aire, de 2001, que viene de un episodio de una novela anterior, Casas de encantamiento, de 1987. Pero mucho antes hay un parteaguas, que es Delirium tremens, en el que se conjunta el aspecto metafísico con el asunto del alcoholismo, y sobre todo con las visiones, el soñar despierto, la pesadilla con los ojos abiertos. ¿Cómo surge ese libro?
–Delirium tremens es un libro fundamental para mí porque lo hice durante más de un año en el Sanatorio Lavista, que era donde trataban a los alcohólicos, con el doctor José Antonio Elizondo, que fue mi asesor ahí, y me ayudó para poder entrevistar a 111 pacientes que habían tenido delirium tremens. Yo estaba en una etapa de separación, de divorcio de mi primer matrimonio, y no encontré mejor refugio –y esto casi no lo he contado– que el encerrarme en el Sanatorio Lavista a entrevistar a los alcohólicos. Fue una experiencia abismal porque finalmente me salvo a mí, pero también logré conjuntar esos 111 testimonios, de los cuales escogí once para el libro, pero a lo largo del libro menciono muchos otros casos. Es un libro que está hecho como una especie de exorcismo. En mi familia ha habido mucho el problema del alcoholismo, mi padre tuvo delirium tremens; de siete de mis tíos paternos, cinco murieron de alcoholismo; entonces eso habla de un síndrome que no es poca cosa, porque murieron de eso. No que hayan padecido de eso: murieron de eso. Y yo traía encima las visiones que tuvo mi padre, sobre todo al morir, en las que hablaba con una hermana que ya se le había aparecido antes en un delirium tremensy se le volvió a aparecer; entonces eso fue el principio de mi interés en el espiritismo, porque ahí sí entendí, y de alguna manera comprobé, que existe otro mundo, otra realidad y que esa realidad está aquí, está aquí con nosotros. No es ir a buscarla a los libros del más allá, eso en realidad está aquí y en casos como éstos, en casos tan dramáticos como el delirium tremens, puedes comprobarlo absolutamente. Ahí cuento el caso de un pobre muchacho al que le dan electroshocks en el Sanatorio Lavista y su compañero de cuarto en el Centro Médico siente las convulsiones al mismo tiempo. Son casos en que sientes que hay otra cosa. Digo, ahora sí que eso que dicen de que la telepatía está sujeta a comprobación, pues no hay mejor comprobación que haberlo vivido, y pues a mí me tocó vivirla con estos casos.
–El filósofo húngaro Ervin László sostiene la teoría del “campo akásico”, según la cual se podrían explicar científicamente muchos fenómenos que ahora se consideran “paranormales”, pues según esta teoría en el cosmos todo está conectado, y estos fenómenos suceden porque las personas están conectadas en ese campo. Pero eso ya lo sabían los budistas, y lo sabían los magos y los videntes desde hace miles de años.
–Quien ha tenido la suerte de vivir experiencias como las que te cuento, haberlas presenciado, con eso es suficiente para que te conmuevan, pero falta la comprobación de la ciencia. Yo creo que eso no tiene remedio porque por donde van a pasar los hechos pasan antes las palabras. Y los poetas y los novelistas han dicho lo que ahora se está comprobando. Vamos a llegar al punto en el cual nos asombremos ante lo mágico que nos falta por comprobar en este mundo, ante el misterio, y por eso me siento profundamente agradecido de haber podido participar en esa serie de experiencias de ver algo, de atisbar algo, de entrever algo que tiene que ver con ese mundo que yo por lo pronto llamaría mágico. No sé si haya otro término, pero por lo pronto es un mundo mágico para mí.
–La palabra es “atisbar”, porque uno no termina nunca de ver todo realmente. Y llegamos a Madero, el otro, donde la novela histórica se encuentra con el espiritismo. Hasta ese momento casi nadie sabía que Madero era espírita. No era bien visto por la historia oficial que un prócer de la patria tomara sus decisiones a partir de lo que le dictaba su hermano muerto. Pero más allá de esto, con Madero está presente la cuestión del destino trágico: él está decidido a sacrificarse, él sabe que con su sangre tiene que regar el suelo de este país para que florezca la democracia.
–Diez años antes de la Decena Trágica él escribió –puño y letra de él– un comunicado espírita donde le dicen: “Has de perdonar a quien te sacrifique”, que es un adelanto de lo que hará Victoriano Huerta, pero además le dicen: “Para que una revolución fructifique debe ser bañada en sangre.” Entonces, el perdón a quien lo sacrifique y el tener que ser bañado en sangre es una consigna casi como la que le hacen cuando él no quiere meterse a político y le dicen: “Tu padre celestial te ha asignado el papel de derrocar al tirano y tienes que empezar con meterte a la política en tu ámbito.” Entonces, en San Pedro de las Colonias se vuelve presidente municipal y maneja las elecciones de una manera muy democrática. Pero aun así, se revela y él contesta, puño y letra: “Yo no quiero meterme en política, yo no soy político, soy un místico, me quiero volver vegetariano y me quiero ir a un retiro espiritual a las montañas.” Y, sin embargo, le vuelven a reiterar que no puede ser, que está llamado a ser el apóstol –no dicen que de la democracia, eso se lo puso Enrique Krauze–, pero sí le dicen que será el apóstol que debe derrocar al tirano. A mí me pasó una cosa muy curiosa: yo no tenía especialmente interés en Madero, ni en la Historia; por eso digo que entré a la Historia por la puerta trasera, porque realmente quien me metió allí fue un personaje fundamental en mi vida: el historiador Jesús Arellano, con quien me entero que Madero era espiritista, y no sólo eso, sino que Arellano tenía los escritos puño y letra espíritas de Madero, que se los había encomendado celosamente doña Sarita Pérez de Madero, la esposa de Madero. Entonces él los guardó ante la absoluta censura de la familia maderista, católica irredenta, que no querían saber nada del espiritismo de don Francisco, y cuando yo pude tener acceso a ello me quedé sorprendido, porque con excepción de algunos fragmentos que habían podido publicar Natividad Rosales en la revista Siempre! y Enrique Krauze en su libro sobre Madero, no se tenía el material completo. Pero yo sí tuve acceso, en su momento, a los documentos espíritas completos de Madero que me dio Jesús Arellano, y entonces dije: “Aquí hay un libro.” No le dudé. Y fue cuando surgió Madero, el otro, que, claro, me costó mucho trabajo, un par de años, sobre todo para poder armar toda la historia de Madero en relación con su actividad espiritista, que para mí era un reto. Como si fuera un psicoanálisis de Madero, porque era la posibilidad de entender muchas cuestiones incomprensibles, aparentemente, de su actividad política, por ejemplo, el perdón a Victoriano Huerta cuando llega con su hermano y le da la pistola, y se la regresa Madero a Victoriano Huerta y le dice: “Estamos en sus manos.”
–Casi bíblico, ¿no?
–Es casi bíblico, son Judas y Cristo, ahí lo menciono en el libro, hago una referencia, pero me parece apasionante que sea así. Ahora, claro, puedes juzgarlo y decir que era de una ingenuidad infinita, como lo han hecho muchos historiadores, sin embargo, es apasionante. Y eso sólo se pueda acometer a través de una novela, pues para la Historia es muy difícil meterse en la cabeza del personaje. Como me dijo mi amigo Juan Tovar una vez que le conté –él ya había leído Madero, el otro–: “Anoche soñé con Madero.” Y él me contestó: “Si soñaste con Madero, es que es Madero.” Y así me metí totalmente al tema y al personaje durante dos años, quizá tres, y fue en verdad una suerte infinita, como autor y como escritor.
–Y después de Madero se sigue con La noche de Ángeles, quizá el mismo material lo llevó por ese camino. Felipe Ángeles es también un mártir, de alguna manera. Tenía todo para ser el gran héroe revolucionario y sin embargo tiene que cumplir un destino trágico.
–Sí, también él busca ese destino. Ángeles era un hombre excepcional, a mí me fascinó por lo místico. Pensé que con Madero ya había clausurado lo histórico, pero no era cierto, porque cuando me seguí leyendo la biografía de Ángeles que hizo Federico Cervantes, que me fascinó... Es un personaje enigmático, un personaje cristiano, verdaderamente muy especial. Ángeles pierde su carrera política al irse con Villa, porque deja a Carranza, le da todo, le deja el terreno a Obregón. Eran los dos personajes fundamentales en su momento ante Carranza, pero Obregón era mucho más grillo y más pragmático que Ángeles. Y Ángeles no dejaba de ser un místico y un soñador de la justicia. Obregón le llamaba el “Napoleoncito de pacotilla”. Ángeles se exilia después de que en la Decena Trágica lo perdona Victoriano Huerta, porque era un militar de alto rango y no le convenía fusilarlo igual que a Madero y a Pino Suárez; entonces lo perdona, se exilia en París. Era un gran lector de Víctor Hugo, por cierto, y guardaba celosamente los escritos espíritas que le había regalado Madero y libros místicos como el Bhagavad Gita que también le regaló Madero. Sabía que era un buen discípulo de lo místico.
–Aunque Ángeles era un hombre de acción, más que Madero.
–Sí, pero no dejaba de ser una especie de Quijote cristiano que creía en las causas justas; que creía, finalmente, en la salvación de México; que creía poder rescatar los principios democráticos de Madero, y por eso se decepciona de Carranza y Obregón y se va con Pancho Villa. Y ahí es donde cambia la carrera de Ángeles, porque de alguna manera se subleva, se vuelve un guerrillero junto a Villa, quien estaba muy desprestigiado en aquel momento, y naturalmente cae de la gracia de Carranza. Hay que recordar que cuando lo van a fusilar en Chihuahua, en el Teatro los Héroes, una comisión de damas de Chihuahua va ante Carranza a pedirle que perdonen a Ángeles, y Carranza se siente, ante un personaje como Ángeles, tentado a perdonarlo, pero Obregón le manda un telegrama –tuve acceso a él gracias a Héctor Aguilar Camín– en que le escribe a Manuel M. Diéguez, el jefe de la plaza de Chihuahua: “Si usted hace cualquier cosa por perdonar la vida del general Felipe Ángeles, yo lo borro de la lista de mis amigos.” Ese era Obregón.
–Fue sentenciado a muerte.
–Así es. Ya no hay duda, había que fusilarlo. Entonces Ángeles es un hombre absolutamente idealista, de alguna manera fuera de la realidad. Tan idealista que pierde contacto con la realidad; la prueba está que se va con Villa y ahí vivió una pesadilla, porque Villa arrasaba y él era un compasivo con la gente: se adelantaba para avisarle a la gente: “¡Aguas!, que ahí viene Pancho Villa y los va a masacrar, salgan corriendo.” Es la contradicción brutal de un héroe como Ángeles que encuentra un líder como Villa, que va a llevarlo a terrenos abismales incomprensibles y que finalmente son contradictorios y paradójicos para su parte mística, porque no puede conciliar, finalmente, lo místico con lo guerrillero, y Villa era un guerrillero ¿Cómo le hizo Ángeles para conciliar eso? Esa es una novela. La esencia de la novela es la contradicción de Ángeles.
–Llegamos entonces a este ejercicio de historia-ficción, al juego de “¿qué hubiera pasado si…?” de las Ficciones de la Revolución mexicana. Es el culmen para el escritor, el de reescribir la historia, pero la blasfemia para el historiador. Esos relatos que juegan con esta cuestión de la paradoja que nos lleva, precisamente, a Plutarco Elías Calles, que es la paradoja última, por decirlo así.
–¿Qué hubiera pasado si a Obregón no lo mata León Toral? Pues hubiera llegado a los noventa años como otro don Porfirio, al que admiraba tanto. “Mi admirado don Porfirio, que su único defecto fue envejecer”, eso decía Obregón. Cuando murió tenía cuarenta y siete años. En el ’68 hubiera tenido ochenta y siete. Hubiera sido un Porfirio Díaz, porque además nadie lo iba a quitar del poder, y la peinadita que les iba a pegar a los estudiantes. Pero antes nos hubiéramos ahorrado el cardenismo, nos hubiéramos ahorrado todo, hasta a Calles, y en una de ésas hasta al PRI. Por eso me encanta el caso de Obregón: “¿qué hubiera pasado si Toral falla el tiro?”. Ficciones de la Revolución mexicana es un libro que me concentra en todos estos temas. Me encantó escribirlo. Por ejemplo, la muerte de Victoriano Huerta es terrorífica: la figura de Madero, al que mandó matar, se le aparece en su delirium tremens. Naturalmente todo eso es ficción.
–Y todo eso desemboca en El jefe máximo.
–Totalmente, en el descubrimiento de que el perseguidor de la Iglesia que desencadena la guerra cristera, la guerra más absurda y perniciosa que ha conocido este país, con más de 90 mil muertos, al final de su vida termina creyendo en el espiritismo. Es el culmen de la paradoja y es verdaderamente fascinante. El jefe máximo fue primero una obra de teatro y luego la retomé como novela, y es mi novela predilecta, por el tratamiento del personaje. Siento que logré, ahí sí, darle vida independiente al personaje, que es lo que quiere un escritor: cobró vida y se me fue de las manos. Creo que lo he logrado con Madero, con Ángeles y, en algunos casos, en Ficciones de la Revolución mexicana, pero no tengo duda de que el personaje que más se me fue de las manos fue Calles. Se me había ido de las manos en la obra de teatro, pero nunca comparado con la novela, donde recreo todo lo que significó para él crear el Partido Nacional Revolucionario, y todo lo que implica el Maximato, su conflicto con Cárdenas al principio, al que deja dos horas esperando porque está jugando póker con sus amigos, y no se había dado cuenta de lo que él estaba jugándose en ese momento ante un personaje como el que iba a ser Cárdenas. Y finalmente, el hombre que se entrega al espiritismo, aquel pragmático, dogmático, ateo, que manda fusilar a la gente porque bebe alcohol, y él era alcohólico. Ese personaje contradictorio se vuelve espiritista y le apuesta al más allá, como algo determinante en su vida, y se convence absolutamente de que el maestro Mahoub –que es el que se aparece en las sesiones– es una entidad verdadera, que lo salva, que lo cura de sus males en aquel momento, de cálculos hepáticos, del riñón. Calles era un hombre muy enfermo, tenía cincuenta años y le decían el Viejo. Es el personaje que más me ha apasionado. Madero, Ángeles, Obregón, Huerta, Pino Suárez, Zapata, todos los personajes me han fascinado, pero Calles condensa, resume todas esas obsesiones de las que hemos venido platicando: el espiritismo, el alcoholismo, la política, el poder…. Con El jefe máximo siento que cerré un ciclo.
–Podría ser “el ciclo de la paradoja de la condición humana”. Martín Luis Guzmán retrató a todos estos personajes en sus libros. El período revolucionario es como una gran tragedia griega. Los personajes de la Revolución son trágicos, él lo vio en el momento, él los conoció, él habló con ellos, él los sufrió. ¿Cómo habrá sido hablar con Madero, por ejemplo? Ahora nos los imaginamos, los vemos crecidos por la Historia, pero en ese momento han de haber parecido gigantes.
–De alguna manera, la ventaja del novelista es que le quita a los seres humanos la condición de piedra, de yeso, de estatua, y los humaniza. Yo sé –ahora sí que como dijo Juan Tovar, “si se te apareció Madero en el sueño, es porque era Madero”– que he tenido contacto con ellos aunque no los haya visto en vida. Pero a veces me pregunto qué es más real. Por ejemplo, hay personajes que he leído que para mí son absolutamente reales y sueño con ellos. Un ejemplo muy significativo en mi adolescencia fue El conde de Montecristo. Luego, muchos años después, tuve la suerte de poder ir a Marsella, visitar la isla del Conde de Montecristo donde está recreado el Castillo de If, de donde él se escapa gracias al Abate Farías, que para mí es el gran personaje de la literatura universal. Me pregunto hasta dónde la realidad real es más real que la realidad imaginativa. No lo sé. Sólo sé que uno vive con la imaginación el encuentro con personajes que ama, y que, aunque no los conociste en carne y hueso, para ti están más vivos que muchos personajes reales a tu alrededor. Entonces, nunca me he planteado “si hubiera conocido a Ángeles”. ¡Yo lo conocí al escribirlo! Y me conformo con eso. Me hubiera encantado conocerlo, pero me pregunto si me hubiera agregado más de lo que aprendí con sus diarios, con la biografía que le hizo Cervantes. No sé, pero a veces es tan relativa la realidad... Es tan relativa como el amor, donde tú dices: “bueno, pues sí, no se dio”, pero en el fondo se dio para ti y para la imaginación, por eso es mágica y maravillosa la literatura.
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