A diferencia de la mayoría de los migrantes judíos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX que vieron a México como un trampolín para ingresar a Estados Unidos, Jacobo Granat (Lember, Austria, 1871-Auschwitz, Alemania, 1943) encontró en este país un lugar ideal para prosperar económicamente. Particularmente en la naciente industria cinematográfica que comenzaba a tener gran impacto entre la sociedad mexicana.
Como un puñado de jóvenes judíos europeos, Granat cruzó el Atlántico, en busca de nuevos horizontes, para hacer la América. A la capital mexicana llegó en 1902, después de vivir por un corto tiempo en EU, y desde su llegada a la ciudad de México notó en el negocio del cine un futuro prometedor.
Por eso, en la primera oportunidad que se le presentó, apostó todo para lograrlo.
Fue un aviso de ocasión publicado en un periódico de la época que marcaría el inicio de su labor pionera en la industria cinematográfica mexicana. Un empresario norteamericano asentado en México había decidido vender un cinematógrafo, con accesorias y películas incluidas. Se trataba del Salón Rojo, que ocupaba una construcción palaciega edificada en 1775, en la esquina de San Francisco (hoy Madero) y Coliseo (Bolívar), un espacio que pronto se convertiría en un lugar obligado para los aristócratas y burgueses de la época, y que con el tiempo pasaría ha convertirse en un icono de la cinematografía mexicana, del baile popular, de la música y de los juegos de azar.
Granat, quien tenía una tienda de curiosidades a unos metros de este salón, arriesgó todo para adquirir dicha empresa.
“Se interesó en el cine y le vio tanto futuro que empezó a vender sus negocios. Tenía un negocio de curiosidades, uno de petacas y fabricaba muchas cosas, como artesanías mexicanas. Todo esto lo cambio por el cine”, comenta en entrevista con EL UNIVERSAL Alicia Gojman de Backal, autora de Jacobo Granat. Una vida de contradicciones. Entre la comunidad y el cine, publicación editada con el apoyo de la Comunidad Askenazí de México, y que rescata la historia de este empresario que, además de ser pionero en la industria del cine mexicano, fue uno de los principales impulsores de la Sociedad de Beneficencia Monte Sinaí, la primera comunidad que hace 100 años reunió a todos los judíos que entonces radicaban en la ciudad de México.
Poco a poco, el Salón Rojo, descrito en las crónicas de la época como un recinto de dos pisos, con tres grandes salones de proyección y otros pequeños destinados a otras diversiones, fue consolidándose como el principal cine de la capital, con una oferta exclusiva: “Fue posiblemente el mejor lugar de su tipo durante la época del cine silente”.
Para convertir al Salón Rojo en uno de los mejores cinematógrafos de la ciudad, Granat traía “las mejores películas, a veces difíciles de conseguir en México, material con las noticias de todo el mundo para que el pueblo se enterara de lo que pasaba en el mundo y en el país, porque también mandaba a tomar escenas de Carranza, de Zapata, de Villa, de cuando Francisco I. Madero entró a la ciudad. También viajó a Estados Unidos, y a Europa para traer películas desde Francia e Italia”, relata la directora honoraria del Centro de Documentación e Investigación de la Comunidad Ashkenazí de México (CDICA).
En una ocasión, recuerda la también historiadora de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM, pagó diez mil dólares por la exclusividad de una película sobre un encuentro de box en Estados Unidos y para recuperar las ganancias planeaba exhibirla en toda la República Mexicana.
Tiempo después, el Salón Rojo inauguró un salón de baile donde se dieron cita las orquestas más famosas de los años 20. Este espacio también fue utilizado como foro para eventos sociales y mítines políticos. Ahí, Francisco I. Madero, con quien Granat sostuvo una estrecha amistad y practicó la masonería, realizó algunos de sus mítines políticos.
Del gran circuito de cine a Auschwitz
Con el tiempo, el imperio de los cines de Jacobo Granat llegó a comprender 40 salas, en la ciudad de México y en diversas partes del país. Entre los cines bajo ese emporio destacan el Cine Olimpia, el cual reconstruyó en 1919 para convertirlo en el más grande de la ciudad, así como los cines Palacio, Granat, Santa María la Ribera, Royal, San Rafael, Lux, Garibaldi, Buen Tono, y algunas salas en Zacatecas, Tampico, Monterrey y Pachuca.
Estos cines pasarían a formar parte de la empresa Circuito Olimpia S. A., que administró en colaboración con dos socios, a quienes tiempo después vendió todas sus acciones.
Las causas que lo motivaron a vender sus cines aún no están esclarecidas, relata Luis Granat, su sobrino-bisnieto, quien recuerda que cuando Jacobo salió del país en 1922, dejó parte de sus negocios a su hermano Bernardo y a sus sobrinos, Samuel y Oscar, quienes después de la venta de la mayoría de sus acciones, lograron rescatar algunos de los cines.
Jacobo Granat regresó a Europa porque, probablemente -sugiere Alicia Gojman de Backal-, ya no se sentía a gusto en México, después de las malas rachas en sus negocios, y porque su esposa añoraba volver a su ciudad natal, Viena.
En Europa las cosas estaban al borde de la Segunda Guerra Mundial. En Austria se propagó el antisemitismo tras la subida de Adolfo Hitler al poder. Jacobo Granat y su familia fueron enviados a un campo de concentración en Alemania y murieron en 1943 en las cámaras de gas, en Auschwitz, “justo cuando ya habían entrado los aliados a rescatarlos”, señala Alicia Gojman de Backal.
De este lado del Atlántico, sus familiares mantuvieron hasta los años 60 los pocos cines que lograron rescatar. “El negocio de esos cines continuó hasta la presidencia de Adolfo López Mateos, cuando el estado adquirió las salas cine”, relata Luis Granat.
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