domingo, 14 de octubre de 2012

LUCÍA, por Felipe Garrido


Lucía
Me serví un café, encendí el puro, tomé un libro, por un rato me dejé llevar.En aquella ribera, Lucía era más encantadora, pero se veía –me sentí observado, mas no quise detenerme– cómo su carne era carne de otros tiempos, ambarinada por la influencia ambarina del aire añejo y del reluz del mar. La impresión era demasiado intensa y tuve que suspender la lectura. Eché un vistazo en mi derredor. Los gatos no estaban y había apagado el televisor. Toda vestida de blanco, despertaba la envidia...Sentí de nuevo que alguien me miraba. Me puse de pie, con la taza en la mano. Una luz de ámbar se desprendía de la lámpara. En la pared que estaba a mis espaldas había unas manchas; eso no tenía nada de particular; era húmedo el departamento. Tomé un gran trago de café. Poco a poco me di cuenta de que había dos pequeñas marcas en el muro que se me imponían. Fijé la vista en ellas y me devolvieron la mirada. De rodillas, comprendí que otra Lucía me observaba.

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