viernes, 4 de enero de 2013

SALVADOR ELIZONDO: IN MEMORIAM, Carlos Monsiváis


Salvador Elizondo: In memoriam
Por Carlos Monsiváis
03 de abril de 2006
Cómo se empieza una nota necrológica? ...Conocí a Salvador Elizondo en 1957, en casa de Rafael Ruiz Harrell, en la reunión a la que también concurrirían Porfirio Muñoz Ledo, Víctor Flores Olea y Carlos Fuentes. Se iniciaba entonces la segunda etapa de la revista Medio Siglo, que antes dirigió Muñoz Ledo y en donde colaboraron, entre otros, Elizondo, Fuentes y Sergio Pitol.
El momento era la transición o algo parecido: la ciudad cultural se extendía al inaugurarse la Ciudad Universitaria, la política era nada más asunto del PRI, el cosmopolitismo era la consigna de la hora, Fuentes era el protagonista de la modernidad, Octavio Paz era una gran referencia literaria y nacionalista (uno leía El laberinto de la soledad para mejor definirse), la izquierda y la derecha eran una lata, don Alfonso Reyes, en palabras de José Luis Martínez, era "la versión mexicana de la cultura de Occidente", la pasión por el cine era antes que nada una obsesión literaria (a las películas se les veía y se les leía simultáneamente), y descubrir un autor o una tendencia equivalía al cambio firme y transitorio de la sensibilidad.
En la atmósfera cultural que contradecía a la atmósfera (el ritmo burocrático y el nacionalismo siempre a la defensiva), Elizondo era la contradicción última, el excéntrico que vivió parte de su niñez en la Alemania nazi, el europeizado por los viajes y el mexicanizado por el cine (su padre era un productor importante), el admirador belicoso de Nietzsche, Julio Verne, Valéry, Pound y Edmundo D´Amicis (autor de Corazón, diario de un niño), el espíritu inclasificable que se detenía por minutos en la evaluación y descripción de una palabra, o en el rechazo de un lugar común ("¿Cómo pueden decir que Eisenstein es político? Eso es mercadería estalinista. Eisenstein es la estética que sube y baja las escalinatas de Odesa"), el aficionado al cine que quería dirigir, el dibujante que entre risas (suyas) se azoraba por la semejanza de sus dibujos con los de Picasso.
Sobrino nieto del poeta Enrique González Martínez, admirador de Jaime Torres Bodet, Elizondo sin embargo leía con reverencia a Joyce, hablaba de Artaud con veneración, lanzaba provocaciones y las disolvía o acentuaba con carcajadas y con su voz peculiar, que de tan imitada se volvía un santo y seña generacional.
En 1960 publicó Poemas, un libro que desapareció casi al instante, y en 1965 Farabeuf¸ una exploración de la pareja inconcebible (Él y Ella), una excursión por épocas y países, la tensión inevitable entre el amor y el suplicio, la relación amorosa del joven bóxer descuartizado en Pekín, las variedades de la tortura china, el coito que ni se interrumpe, ni empieza, ni termina. Farabeuf, lo supimos desde el primer momento, era un libro perdurable.
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En 1966, en la serie coordinada por Emmanuel Carballo y editada por Rafael Gímenez Siles ("Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos"), Salvador Elizondo publica su primera (y única) autobiografía. No evita, ni podría hacerlo, la declaración de principios: "Mi visión esencial del mundo es poco edificante; en realidad no para ser difundida. En esto no creo ser una excepción a la regla o si lo soy, soy la excepción que la confirma. Nuestra idiosincrasia está hecha de los prejuicios que se resumen en nuestras opciones y ni siquiera por lo que respecta a mi propia persona me considero en posesión de una visión clara". Ese viaje por los borrones y las brumas distingue a la literatura de Elizondo porque él escribe para verse narrando y, así clásicamente, concentra lo que le importa (real o ideal, él no discutiría el término) en el acto ante el espejo de las páginas. Así, narra en Cámara Lúcida (1983):"... El hombre que da vueltas en torno a la mesilla con el cuaderno y la pluma-fuente se convierte poco a poco, a fuerzas de dar vueltas, en el hombre que camina contando sus pasos a lo largo del litoral de la isla. Allí, sólo hay palabras, presente de indicativo, la posibilidad de una escritura que da cuenta de una tentativa: la de imaginar y escribir un texto de tal índole que se va creando a sí mismo. La pregunta se plantea entonces en términos diferentes: ¿se sabe observado mientras escribe? Se da cuenta de ello en el momento de morir".
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Elizondo no se atiene a un solo modelo de escritura, no es un cultor de lo inaccesible. En Narda o el verano (1966), una colección de cuentos, incluye textos casi tradicionales en su escritura, como lo es también Elsinore, relato de su estancia en un colegio militarizado en Estados Unidos. Le importa el estilo más que las técnicas narrativas y nunca es, ni le interesa ser, un "profesional de la novedad". Su trayectoria a partir de la década de 1970 así lo muestra: maestro durante 25 años de la Facultad de Filosofía y Letras, participa en el grupo Nuevo Cine (década de 1960), y en la revista con ese nombre escribe un ensayo memorable Moral y moraleja en el cine mexicano. También dirige la revista de vanguardia Snob. Luego, ingresa a la Academia de la Lengua y al Colegio Nacional. Pertenece a la élite de la República de las Letras y no abandona su amor a la paradoja, la contradicción, la excentricidad, el espíritu contenido en su declaración: "Es por ello que deifican su mierda -la deificamos todos- y le damos el nombre de orden, paz, armonía".
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A Salvador Elizondo lo evoco en las reuniones en el instante de emitir consignas ("Ucello pa´ los huicholes"), indignado contra las faltas de lógica de la realidad, divertidísimo a cuenta de la expresión que descubrió en la mañana, entusiasmado con sus devociones (Fenellosa, el estudioso de Pound, que lo inicia en la pasión por la caligrafía; Joseph Conrad y El corazón de las tinieblas; Juan Rulfo y Julio Torri, dos maestros de la brevedad; Orson Wells y John Ford; Flaubert y Céline). Estrictamente literario en primera y última instancia, Elizondo crea una gran obra. Ésta es una despedida de amigo (nunca un adiós del lector); repito el principio de su autobiografía: "Beda, el Venerable, compara la vida humana al paso de una alondra extraviada que penetra en un recinto, lo cruza fugazmente y vuelve a salir hacia la noche". Casi todo lo demás, diría Salvador, es bullshit.

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