Cleta: crónica de un movimiento cultural artístico independiente, de Julio César López (Citru/INBA/CNCA) es un libro de enorme rigor y honradez intelectual por la exhaustividad de sus fuentes y la reconstrucción minuciosa de unos años que permiten que esta indagación pueda iluminar varias zonas no sólo de la vida teatral sino de la cultura y sus políticas frente a la disidencia artística, las formas de la independencia, la relación entre el proyecto universitario de los años setenta y su alcance posterior y su vinculación con las políticas federales y su impacto en los estados del interior del país, todavía hasta hace unos años totalmente sometidos a las decisiones del centralismo.
Julio César López es un investigador cuya ruta se ha caracterizado por tratar de entender, mostrar y compartir los procesos teatrales a la luz de la pedagogía teatral y, si es válida la consideración, de la pedagogía social donde se inscriben las prácticas escénicas. No es casual que la tesis con la que se graduó de la carrera de pedagogía (Teatro de Ulises) sea una exploración del teatro como práctica educativa (cursó una maestría también en la UNAM) y, de nuevo, el teatro como proyecto.
Desde hace algunos años es investigador del CITRU y ha participado en proyectos de catalogación, es coautor de Una mirada a la vida y la obra de Sergio Magaña (1924-1990), coeditado por el INBA y el gobierno de Michoacán (2006). Coordina el proyecto Grupos teatrales independientes de la década de los ochenta y es autor del libro Contigo América, una experiencia teatral de 25 años(Fonca/INBA/CA, 2007). El trabajo de López contempla veinticinco de los treinta y tres años que cumple hoy esa compañía, totalmente ajena desde hace más de una década a las experiencias de entonces.
Pongo este contexto para hacer notar la independencia y rigor desinteresado de Julio César López (al menos eso muestra su trabajo), pese a las vicisitudes que en las últimas décadas han orientado el trabajo del CITRU y que, de modo inevitable, signan sus resultados intelectuales y académicos tan desiguales como todos los que están sometidos a los vaivenes sexenales y los caprichos de los burócratas que actúan como amos en parcelas que administran como si fueran suyas.
El surgimiento del Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (CLETA) en 1973 es resultado del conflicto irreconciliable entre el elenco de la obra Fantoche y el dramaturgo y director Héctor Azar, a quien Julio César López presenta sin adjetivos pero sí como un hombre de poder inmenso en la burocracia teatral mexicana.
Azar dirigía las dos instancias mas importantes para la producción teatral de entonces: el INBA, de cuyo departamento de teatro fue titular entre 1965 y 1973, y la jefatura del Departamento de Teatro de la UNAM entre 1953 y 1973. Eso significó atravesar los sexenios de Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz y la mitad del sexenio de Echeverría al frente de la política teatral universitaria y de la máxima institución cultural de entonces.
Trato de ubicar cronológicamente ese tránsito, porque en el corazón del conflicto está una lucha contra el autoritarismo que caracteriza la escena institucional mexicana desde principios de los años sesenta. La llegada del ‘68 y la aurora de los setenta marcan ya la visión definitiva de un teatro que empieza a correr sobre otros rieles. López sitúa la acción en la toma del Foro Isabelino, cuando los integrantes de Fantoche, apoyados por un amplio conjunto que profesaba una gran animadversión contra “el Zar del teatro”, exigió la renuncia de Azar para “poner fin a su forma unipersonal de administrar las instituciones teatrales en el sexenio echeverrista”.
Héctor Azar |
Entre los muchos méritos de este trabajo está mostrar que el movimiento es “complejo y polémico, con varias facetas y aristas”. Vincula la situación política de esos años y la problemática teatral como proyecto educativo en el sector educativo medio y superior. Lo que viene después es una crónica detallada del movimiento que permite ver al periodismo cultural que hoy idealizamos con la creencia de que ese pasado mejora al presente.
El establishment de la prensa cultural pasó de noche en este proceso en el que sólo algunos periodistas, editores y críticos participaron. El periodismo cultural no es un conjunto homogéneo, sino un territorio tan comprometido como mezquino, y en algunos espacios no es muy distinto a la frivolidad de los espectáculos, aunque sin una parte de esa labor la historia cultural estaría incompleta.
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