Las nubes pasan sobre mi cabeza envueltas en los soplos que sacuden las cañas de tacuaras y la melena de los matorrales.
La mañana de otoño huele a frío, a llovizna pausada.
Huele a humedad. A niebla huele. A vaho.
Y andan las torcacitas escapando a las hondas que lanzan sobresaltos hacia sus escondites en los árboles.
Pero yo no las veo, Ludueña, no las veo.
Aunque tengo los ojos abiertos como platos, mis pupilas retienen solamente esa sonrisa sucia, corrompida, que apareció en tu rostro, ayer, cuando la Lore me dejó a tu cuidado.
Antes de hacerte el bueno, de empezar a tocarme y hablarme en un susurro entrecortado y llevarme a pasear hasta el estanque.
Antes de molestarte porque yo no quería, porque solo entendía que me causabas miedo.
Antes de cachetearme y desnudarme urgente, por la fuerza.
Antes de que tu mano me tapara la boca para que nadie oyera mi llanto horrorizado junto al agua y los sapos.
Antes de que tu cuerpo me embistiera tan fuerte contra el suelo compacto.
Y el dolor me quebrara en dos mitades.
Ese dolor profundo, penetrante.
Rompiéndome la carne.
Mientras llamaba a Dios, pero no estaba.
Sin entender la saña de tus puños, la voz de tu violencia exigiendo que sea más buenita, ordenando que nunca se lo contara a nadie, que sería un secreto entren osotros, prometiendo la muerte para todos, si decía tan sólo una palabra.
Peinando tus cabellos con las manos mientras yo me secaba cada lágrima con mis dedos terrosos.
Dando vueltas y vueltas, como un loco, en el cañaveral abandonado.
Y el espanto temblando en tu mirada, rodeando mi garganta con la bombacha rota.Tensando con tus músculos la furia que me quitó el aliento.
Desamparando el cuerpo que era mío en este basural a cielo abierto.
Donde sólo los perros se aproximan.
Donde nadie se arriesga a aventurarse.
Solita hasta que llegue la mañana y la luz mortecina decida iluminarme.
Cuando mamá me busque y la Lore despierte para advertir mi ausencia. Cuando la histeria grite con su voz más chillona y espantada.
Cuando los policías les pidan que pregunten en la casa de todos mis parientes antes de radicar una denuncia.
Cuando el barrio en la calle lance al viento mi nombre.
Cuando los más traviesos persigan las palomas con sus filos cortantes.
Cuando un vuelo abatido sucumba entre los pastos.
Y el Braian se arrodille junto a mi cuerpo roto y descubra, de pronto, que aunque recemos mucho y gritemos su nombre en medio de la noche, casi nunca aparece e lángel de la guarda.
Pero yo ya no veo, Ludueña.
Ya no veo.
En mi mirada ciega sólo conservo el gesto de alegría que se asomó a tus labios, abajo del bigote, ayer, cuando la Lore me dejó a tu cuidado.
NORMA SEGADES-MANIAS
Pero yo no las veo, Ludueña, no las veo.
Aunque tengo los ojos abiertos como platos, mis pupilas retienen solamente esa sonrisa sucia, corrompida, que apareció en tu rostro, ayer, cuando la Lore me dejó a tu cuidado.
Antes de hacerte el bueno, de empezar a tocarme y hablarme en un susurro entrecortado y llevarme a pasear hasta el estanque.
Antes de molestarte porque yo no quería, porque solo entendía que me causabas miedo.
Antes de cachetearme y desnudarme urgente, por la fuerza.
Antes de que tu mano me tapara la boca para que nadie oyera mi llanto horrorizado junto al agua y los sapos.
Antes de que tu cuerpo me embistiera tan fuerte contra el suelo compacto.
Y el dolor me quebrara en dos mitades.
Ese dolor profundo, penetrante.
Rompiéndome la carne.
Mientras llamaba a Dios, pero no estaba.
Sin entender la saña de tus puños, la voz de tu violencia exigiendo que sea más buenita, ordenando que nunca se lo contara a nadie, que sería un secreto entren osotros, prometiendo la muerte para todos, si decía tan sólo una palabra.
Peinando tus cabellos con las manos mientras yo me secaba cada lágrima con mis dedos terrosos.
Dando vueltas y vueltas, como un loco, en el cañaveral abandonado.
Y el espanto temblando en tu mirada, rodeando mi garganta con la bombacha rota.Tensando con tus músculos la furia que me quitó el aliento.
Desamparando el cuerpo que era mío en este basural a cielo abierto.
Donde sólo los perros se aproximan.
Donde nadie se arriesga a aventurarse.
Solita hasta que llegue la mañana y la luz mortecina decida iluminarme.
Cuando mamá me busque y la Lore despierte para advertir mi ausencia. Cuando la histeria grite con su voz más chillona y espantada.
Cuando los policías les pidan que pregunten en la casa de todos mis parientes antes de radicar una denuncia.
Cuando el barrio en la calle lance al viento mi nombre.
Cuando los más traviesos persigan las palomas con sus filos cortantes.
Cuando un vuelo abatido sucumba entre los pastos.
Y el Braian se arrodille junto a mi cuerpo roto y descubra, de pronto, que aunque recemos mucho y gritemos su nombre en medio de la noche, casi nunca aparece e lángel de la guarda.
Pero yo ya no veo, Ludueña.
Ya no veo.
En mi mirada ciega sólo conservo el gesto de alegría que se asomó a tus labios, abajo del bigote, ayer, cuando la Lore me dejó a tu cuidado.
NORMA SEGADES-MANIAS
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