ENTRE GALLOS Y MEDIANOCHE. (Libro Réquiem por los pájaros)
Una vez tuve el pelo renegrido, imaginé el amor en los crepúsculos con aroma a jazmines y el lilazul suicidio de los jacarandáes. Me sumé a los susurros gemidos junto al lago mientras las manos inexpertas despertaban al viento los sentidos.
¡Mirá que somos tontas las mujeres!
Cuando nació mi hija, los viejos no entendieron la falta de firmeza en la defensa de esas convicciones inculcadas a fuerza de arrebato por la hermana Palmira.
Y el pecado cayó sobre mi espalda con furia inusitada.
Desterrada del nido, vagué entre diferentes intemperies hasta caer en esta profesión de mujer que compra y vende relaciones carnales con los hombres en cualquier callejuela.
Todo sitio fue bueno para hacer la comedia del deseo.
Pensiones de mala muerte, obras en construcción, rincones escondidos, plazas, parques, jardines.
Año tras año comercié mi cuerpo. Coticé cada coito. Puse precio a jadeos, a rasguños, a oscuras parafilias.
Así pude comprar esta casona donde encuentran cobijo las ovejas excluidas de todos los rebaños.
Porque una nunca olvida los dolores pasados y comprende y consuela con risa hospitalaria.
Porque,a pesar de todo, nunca he sido una puta cualquiera.
Mantuve mi trabajo de maestra en una escuela alejada del centro.
El salario fue siempre una limosna, pero era una manera de intentar protegerme y protegerla. Aunque sólo fuera por la jubilación y el amparo en salud.
Llegaba amanecida. Me dormía sentada. Los padres levantaban sus muros de sospechas.
Hasta que pude regentear yo sola mi prostíbulo sin que ningún rufián osara desafiarme.
Todos me respetaban.
Como si presagiaran algún perfil de cruenta madrugada.
Como si presintieran la huella de aquel hombre en mis umbrales.
El que golpeó a mi puerta, perentorio. Exigiendo respuestas. Advirtiendo que no permitiría que su hija se criara en un burdel de mala muerte.
Atronando el vacío con sus voces de apremio.
Reclamando el mañana, el amor verdadero que yo salvaguardaba de todas las miserias. Ofreciendo un futuro de soledad, tristeza y agonía.
Poniéndome en el trance de escoger. Así nomás… Entre gallos y medianoche.
Pero el tiempo transcurre con su cuota de olvidos.
La hija se hace grande, se enamora, se casa, se prodiga en los nietos.
Y una se siente vieja. Profanada. Adiposa. Ya no puede siquiera unir muslo con muslo al sentarse en la silla, detrás de la ventana.
Debajo del flequillo platinado, con ojos enmarcados en colores de sombra observo hacia la calle mientras la boca roja, contraída, sostiene el cigarrillo entre los labios.
Y el vidrio me devuelve una imagen extraña. Una mujer que huele a sus propios pecados.
Con la mirada irónica, vacía.
Con la mirada impávida.
Helada como el cuerpo que arrastró entre las hojas hace casi veinte años, y sepultó en la hondura de la tierra, bajo el roble pequeño, en el fondo del patio.
NORMA SEGADES-MANIAS
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