martes, 15 de julio de 2014

CALENDARIO EN AGOSTO, Noma Segades-Manias

CALENDARIO EN AGOSTO


No puedo decirle la fecha que marcaba el almanaque. Pero fue aquella noche, cuando el Cristian vino a buscarme al centro.
Nos conocimos en el baile de la vecinal. Apenas me miró y ya no pude sacarle los ojos de encima. Parecía un sueño hecho realidad. Un príncipe de cuento parecía. Tenía puesto ese traje blanco que lo hacía parecer tan respetable. Con el pelo brillante llegándole justo al borde de los hombros. Me empezó a recorrer de arriba a abajo con la mirada negra, profunda, atrevida... Cuando movió la mano para sacarme a bailar, me encandiló la luz que despedía ese anillo de oro verdadero... el que le regaló una novia que tenía hace mucho... el de las iniciales sobresaliendo para afuera.
Pero bueno, esa noche que le digo, antes de que saliera, la señora me llamó a un costado para darme un consejo. Me habló bien bajo para que él no escuchara: -Tené cuidado, m'hija...
Nos fuimos caminando, despacito, para el lado del bajo. Él me había rodeado la cintura y me hablaba al oído. Su voz parecía llegar desde muy lejos y yo ponía la cara que pone la Talía cuando está enamorada.
De pronto aparecieron los primeros ranchos, los zanjones repletos de ranas chiquitas y una luna redonda como un queso que iluminaba todo.
Apenas cruzamos el descampado me di cuenta. Pero no tuve miedo. En el fondo de mi corazón lo deseaba tanto como él.
La pieza era un cuadrado de chapas de cartón atadas con alambre alrededor de cuatro postes torcidos. Ni ventana tenía. Una cama vieja sostenía, apenas, el colchón sucio y rotoso que dejaba escapar por todas partes los puñados de lana.
Si digo la verdad, no me gustó... pero una es pobre… ya nace acostumbrada a acostumbrarse.
Sobre un trapo manchado me hizo el amor.
Lo había imaginado de otra manera; menos violento y menos sudoroso.
Por un momento toqué el cielo con las manos. Sentí que nunca más podría repetirse algo así, tan perfecto. Después que terminó, se quedó mirándome a los ojos y me secó una lágrima que se había escapado hacia la almohada.
A la luz de la vela, el anillo apenas si brillaba.
Lo noté diferente. Sin decir nada empezó a vestirse. Sacó un peine chiquito del bolsillo y lo pasó hacia atrás, detrás de las orejas; después se acomodó sobre la frente el desorden de rulos que a mí me gusta tanto.
Se acercó hasta la puerta y alcancé a respirar la frescura de la noche antes que entraran todos esos hombres.
Ahora es suya –dijo antes de marcharse-. Nos vemos y arreglamos.
No volvió la cabeza ni se detuvo a escuchar mis gritos pronunciando su nombre en la soledad del bañado.
Nunca más volví a verlo.
Pienso que debe haber sido verano. Digo. Por lo de las ranas y las campanillas en los cercos.
Ahora, a cada rato la panza se endurece y ando perdiendo un agua entre las piernas.
Por eso vine a verlo.
Capaz que ya sea tiempo.
Foto: CALENDARIO EN AGOSTO. 

No puedo decirle la fecha que marcaba el almanaque. Pero fue aquella noche, cuando el Cristian vino a buscarme al centro. 
Nos conocimos en el baile de la vecinal. Apenas me miró y ya no pude sacarle los ojos de encima. Parecía un sueño hecho realidad. Un príncipe de cuento parecía. Tenía puesto ese traje blanco que lo hacía parecer tan respetable. Con el pelo brillante llegándole justo al borde de los hombros. Me empezó a recorrer de arriba a abajo con la mirada negra, profunda, atrevida... Cuando movió la mano para sacarme a bailar, me encandiló la luz que despedía ese anillo de oro verdadero... el que le regaló una novia que tenía hace mucho... el de las iniciales sobresaliendo para afuera.
Pero bueno, esa noche que le digo, antes de que saliera, la señora me llamó a un costado para darme un consejo. Me habló bien bajo para que él no escuchara: -Tené cuidado, m'hija... 
Nos fuimos caminando, despacito, para el lado del bajo. Él me había rodeado la cintura y me hablaba al oído. Su voz parecía llegar desde muy lejos y yo ponía la cara que pone la Talía cuando está enamorada. 
De pronto aparecieron los primeros ranchos, los zanjones repletos de ranas chiquitas y una luna redonda como un queso que iluminaba todo. 
Apenas cruzamos el descampado me di cuenta. Pero no tuve miedo. En el fondo de mi corazón lo deseaba tanto como él. 
La pieza era un cuadrado de chapas de cartón atadas con alambre alrededor de cuatro postes torcidos. Ni ventana tenía. Una cama vieja sostenía, apenas, el colchón sucio y rotoso que dejaba escapar por todas partes los puñados de lana.
Si digo la verdad, no me gustó... pero una es pobre… ya nace acostumbrada a acostumbrarse.
Sobre un trapo manchado me hizo el amor. 
Lo había imaginado de otra manera; menos violento y menos sudoroso. 
Por un momento toqué el cielo con las manos. Sentí que nunca más podría repetirse algo así, tan perfecto. Después que terminó, se quedó mirándome a los ojos y me secó una lágrima que se había escapado hacia la almohada. 
A la luz de la vela, el anillo apenas si brillaba.
Lo noté diferente. Sin decir nada empezó a vestirse. Sacó un peine chiquito del bolsillo y lo pasó hacia atrás, detrás de las orejas; después se acomodó sobre la frente el desorden de rulos que a mí me gusta tanto.
Se acercó hasta la puerta y alcancé a respirar la frescura de la noche antes que entraran todos esos hombres.
Ahora es suya –dijo antes de marcharse-. Nos vemos y arreglamos.
No volvió la cabeza ni se detuvo a escuchar mis gritos pronunciando su nombre en la soledad del bañado.
Nunca más volví a verlo.
Pienso que debe haber sido verano. Digo. Por lo de las ranas y las campanillas en los cercos. 
Ahora, a cada rato la panza se endurece y ando perdiendo un agua entre las piernas. 
Por eso vine a verlo. 
Capaz que ya sea tiempo.

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