DESDE LA RABIA. (Libro Réquiem por los pájaros)
Viene, calladamente, de inscribirse en las listas limosneras por frazadas, colchones, comestibles. De mendigar, en orden, la piedad del gobierno, ejército, parroquias, sindicatos. De formularios secos, indolentes. De frases pronunciadas justo en el borde de la irreverencia.
u sueldo en ventanilla y dupliquen, urgente, su tarjeta magnética, ya que el agua salada la malogró a la óptica de todos los sensores.
Siempre en un tiempo de improvisaciones donde la displicencia territorial, ajena, oficia esa apatía perturbada por cotas y niveles y estadísticas y privilegios y legalidades.
Abrigada en texturas carcomidas, apisona baldosas avistando, insistente, debajo de los bordes del vaquero que la benevolencia le donara, la aparición y desaparición de sus zapatos.
Entonces, la descubre, hembra de aro de cuero en el pescuezo, vencida por la mugre, sitiada por el hambre.
Caminando de prisa hacia el poniente, hacia el lugar exacto en que ventea el olor de su casa.
Visualiza ese intento de afiliar el perfil de su abandono al grupo vagabundo donde los callejeros sobreviven…
Pero un cerco de dientes enemigos le impone la distancia.
Hace ya quince días que el río, henchido, pleno, se atascó contra el puente, cautivo en la emboscada que lluvias, impericias, política y mercado le tendieron, de pronto y sin mediar palabra.
La cólera no tuvo más remedio que pujar por espacio, mientras retrocedía, encajonada, entre los terraplenes del suburbio. Hasta encontrar el sitio en que los cómplices distrajeron cerrojos, olvidaron abiertos los portales.
Y aunque ella se cruzó con las palomas lanzadas a las calles. Aunque escuchó el batir del optimismo sellando alcantarillas con arena. Aunque pudo observarlas trasladando los niños internados hasta cualquier vehículo que los llevara lejos del peligro. Protegiendo la savia junto a su voluntad fraterna y pura, su temple solidario. Nunca fue suficiente.
Nunca alcanzó para encender la amnesia y negar la agonía de sus libros tirados en el pasto u olvidar que las lenguas malolientes del lodo destruyeron retratos ,saquearon su memoria, la dejaron desnuda e indefensa en mitad de la vida, contemplando la muerte de sus muebles llagados por el moho, quebrados por las hachas. Mientras cada maniobra de las palas mecánicas engullía retazos de su historia ante una lluvia gris, inquebrantable. Y alguien incrementaba el precio de las velas, fósforos, baterías, botellones con agua. Y la vigilia de los helicópteros atravesaba el domo de la noche imponiéndole tope a la rapiña.
Entonces, aun cuando viene de una infancia dura, de superar repudios, olvidos y naufragios, aun cuando su ternura encallecida ha soportado afrentas y deshonras sin suplicar clemencia, hoy su dolor no acepta el estado de sitio, hoy no hay toque de queda que le reprima el alma.
En tanto aquella perra enflaquecida, de rabo derrotado, rastrea el territorio de su afecto, busca la protección que le negaron, allí, en esa esquina suburbana, ella escucha romperse los úteros del llanto pariendo una impecable valentía, un temple irrespetuoso, acantilado, que surge desde el fondo de la pena.
Desde la dignidad.
Desde la rabia.
NORMA SEGADES-MANIAS
Abrigada en texturas carcomidas, apisona baldosas avistando, insistente, debajo de los bordes del vaquero que la benevolencia le donara, la aparición y desaparición de sus zapatos.
Entonces, la descubre, hembra de aro de cuero en el pescuezo, vencida por la mugre, sitiada por el hambre.
Caminando de prisa hacia el poniente, hacia el lugar exacto en que ventea el olor de su casa.
Visualiza ese intento de afiliar el perfil de su abandono al grupo vagabundo donde los callejeros sobreviven…
Pero un cerco de dientes enemigos le impone la distancia.
Hace ya quince días que el río, henchido, pleno, se atascó contra el puente, cautivo en la emboscada que lluvias, impericias, política y mercado le tendieron, de pronto y sin mediar palabra.
La cólera no tuvo más remedio que pujar por espacio, mientras retrocedía, encajonada, entre los terraplenes del suburbio. Hasta encontrar el sitio en que los cómplices distrajeron cerrojos, olvidaron abiertos los portales.
Y aunque ella se cruzó con las palomas lanzadas a las calles. Aunque escuchó el batir del optimismo sellando alcantarillas con arena. Aunque pudo observarlas trasladando los niños internados hasta cualquier vehículo que los llevara lejos del peligro. Protegiendo la savia junto a su voluntad fraterna y pura, su temple solidario. Nunca fue suficiente.
Nunca alcanzó para encender la amnesia y negar la agonía de sus libros tirados en el pasto u olvidar que las lenguas malolientes del lodo destruyeron retratos ,saquearon su memoria, la dejaron desnuda e indefensa en mitad de la vida, contemplando la muerte de sus muebles llagados por el moho, quebrados por las hachas. Mientras cada maniobra de las palas mecánicas engullía retazos de su historia ante una lluvia gris, inquebrantable. Y alguien incrementaba el precio de las velas, fósforos, baterías, botellones con agua. Y la vigilia de los helicópteros atravesaba el domo de la noche imponiéndole tope a la rapiña.
Entonces, aun cuando viene de una infancia dura, de superar repudios, olvidos y naufragios, aun cuando su ternura encallecida ha soportado afrentas y deshonras sin suplicar clemencia, hoy su dolor no acepta el estado de sitio, hoy no hay toque de queda que le reprima el alma.
En tanto aquella perra enflaquecida, de rabo derrotado, rastrea el territorio de su afecto, busca la protección que le negaron, allí, en esa esquina suburbana, ella escucha romperse los úteros del llanto pariendo una impecable valentía, un temple irrespetuoso, acantilado, que surge desde el fondo de la pena.
Desde la dignidad.
Desde la rabia.
NORMA SEGADES-MANIAS
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