Manuel Vilas: “Escribo movido por ese deslumbramiento que
siempre viene de la vida”
Publicado por Tes Nehuén 18 de noviembre
de 2015
Manuel Vilas acaba de llegar de Estocolmo. Le han traducido una novela al turco y vuelve de una ciudad que quiere recomendarme porque es muy bonita. Yo no la conozco. Pero su recomendación refuerza mis ganas de pisarla. Lo llamo a la tardecita, con miedo, porque la mala cobertura de la zona en la que vivo siempre me juega malas pasadas. Hablamos de sus referencias, de la literatura y el alcoholismo, de su pasión por Kafka, de su último libro “El hundimiento”. Y de otras muchas cosas. Esta es sólo la primera entrega de una entrevista de tres partes. Cuando nos despedimos suspiro aliviada; esta vez las ondas electromagnéticas se han puesto de mi parte.
P—En tu poesía sueles ser bastante
prosaico. ¿Qué aspecto del poema te parece más importante a la hora de
plasmarlo: el ritmo, la tensión, la musicalidad…?
R—Es difícil la pregunta. Yo creo que voy movido por
un instinto musical, por unas ganas de comunicar algo que a mí me ha asombrado
o me ha producido un gran sentimiento de exaltación. Escribo movido por ese
deslumbramiento que siempre viene de la vida y que me produce un impacto
sentimental, emocional y moral profundo. Y a partir de ese impacto empiezo a
escribir.
P—¿”El hundimiento” es un libro que
parece estar muy bien amalgamado, ¿tuviste primero la idea del libro o te
encontraste escribiendo poemas que podían estar conectados?
R—La idea del libro va surgiendo… En el caso de “El
hundimiento” yo fui escribiendo los poemas y la idea del libro surgió como a
mitad de camino. La idea del título y la idea de los temas que iban a ser
predominantes en el libro. De todas formas era un libro en el que ya los poemas
me iban indicando hacia dónde se dirigían. Es un libro sobre el dolor, sobre el
sufrimiento, sobre la muerte, sobre las pérdidas, sobre el desamor y ya todos
los poemas estaban en esa zona y dibujaban un título y una unión.
P—Y a la hora de encarar un género,
¿tienes facilidad para pasar de un género a otro? ¿Cómo descubres que el tema
que tienes es para hacer un poema o para dedicarle una novela?
R—Pues, esto me lo han preguntado muchas veces y lo
cierto es que yo no lo sé. He intentado preguntármelo a mí mismo y
racionalizarlo pero, realmente, a veces pienso que no es de carácter racional
lo que me lleva a escribir un poema o lo que me lleva a escribir un relato o
una novela. Yo creo que todo procede de lo mismo ¿no?, que es un sentido de la
literatura en general, que unas veces se manifiesta como poema y otras veces se
manifiesta como prosa, como narrativa.
»Las herramientas formales de la
poesía sí que son mucho más claras y determinantes; un poema requiere que esté
muy bien formalizado y es más exigente. Formalmente la poesía es muy exigente y
la prosa no es tan exigente. Pero yo no tengo una consciencia clara de por qué
unas veces voy hacia la prosa y otras hacia la poesía. Lo que sí me ocurre es
que no compagino las dos cosas. O estoy escribiendo poesía o estoy escribiendo
narrativa; pero no las dos cosas a la vez.
P—Pero imagino que necesitarás
igualmente de ambas para sentirte un escritor pleno.
R—La poesía da más alegría que la prosa. Da más
alegría moral. La poesía tiene algo especial.
P—¿Y en qué lo notas?
R—Te pone más alegre. Te alegra el día. Aunque sea
una poesía enormemente triste, te alegra el día. La prosa te justifica el día
de trabajo pero la poesía te alegra el día. Y lo que la gente quiere es que le
alegre más que le justifique. Esa es la diferencia: la prosa te justifica el
día y la poesía te alegra, pero la gente lo que quiere es alegrarse.
Foto:
Ana Merino
Manuel Vilas tiene un acento claro. Su
entrevista ha sido una de las que menos trabajo me ha llevado desgrabar; quizá
tenga que ver con que ha escrito mucho sobre sí mismo y no necesita esconderse
en frases susurradas. Habla convencido de su pasión por Kafka y no duda en
reconocer que Borges está sobrevalorado. Y de eso va esta segunda parte de la
charla. Si no han leído la
primera, aquí está .
P—Eres un lector acérrimo de Kafka; supongo que es
uno de tus autores predilectos. ¿Cómo te llegó y qué viste en él que te
cambiara la vida?
R—Sí. Me leí la obra
completa cuando tenía 32 o 33 años. En ese momento yo escribía poesía pero
todavía no cultivaba la prosa. Escribía artículos en los periódicos, hacía
crítica literaria y tal, pero a la narrativa no acababa de verla. Y cuando leí
a Kafka me di cuenta de que lo que yo llevaba en la cabeza se podía narrar, y
entonces me construyó como escritor. De hecho, me lo leí entero. Había
intentado leerlo antes, de más jovencito, con 22 o 23 años, y me había parecido
un coñazo, porque no entendía nada. Y es que los libros esperan el momento de
cada uno. Yo a Kafka llegué con 32 años y antes era imposible que hubiera
llegado.
P—El tiempo del lector…
R—Sí. Nunca sabes en
qué momento un autor se va a presentar en tu vida. A lo mejor no cuando tienes
20 años, tampoco cuando tienes 30, o al revés, hay autores que se presentan en
tu vida cuando tienes 20 años y a los 30 años desaparecen de tu vida. Hay una
historia del lector. Los lectores somos históricos, tenemos nuestra propia
historia. Algunas veces nos ha seducido un autor otras veces, no. A veces
nuestra vida pega un cambio y de repente un autor al que no entendíamos se
vuelve imprescindible para nosotros porque explica lo que nos ha pasado. Hay un
tema interesante en la historia del lector.
P—Kafka es además uno de los autores que genera
opiniones más contradictorias. Sin ir más lejos, hace poco decías que Borges no
lo leyó bien, quizá porque él nunca escribió una novela…
R—El asunto es que
Kafka y Borges tienen puntos en contacto. Yo lo que citaba era una frase de
Ernesto Sábato a quien una vez le preguntaron en una conferencia qué relación
había entre Borges y Kafka. Y Sábato dijo que Borges era como una noche de
fuegos de artificio y Kafka era como una noche iluminada por el incendio de un
orfanato. Esta comparación a mí me parece muy acertada, porque Borges es un
gran maestro de la literatura fantástica y de la imaginación, pero Kafka es
otra cosa. Son dos autores distintos. Quien cree que están relacionados o no ha
entendido al uno o no ha entendido al otro, pero Kafka no tiene nada que ver
con Borges. Aparentemente parece que sí, que están tocando brumas literarias
parecidas, pero no.
P— ¿De qué forma habría que leer a Kafka para
comprenderlo?
R—El problema de Kafka
es el siguiente. Kafka te coge de la mano y no te suelta en el momento en que
te das cuenta que él ha visto cosas que están en el mundo y que tú no ves;
entonces, no es imaginación. Yo siempre digo que Kafka no tenía imaginación.
Kafka es como un vidente; ya sé que la videncia hoy en día no goza de mucho
prestigio literario pero es la verdad. Es como si estuviera viendo algo, porque
la precisión que hay en las descripciones de las narraciones, por ejemplo en la
novela “El castillo, no son inventadas.
»Yo creo que veía cosas. Esa es la atracción que ejerce sobre mí. Las
cosas que veía, las cosas que narraba en sus novelas, para mí no son
inventadas; para mí estaban ocurriendo en algún sitio que sólo él veía. De ahí
que Max Brod haya hecho una interpretación teológica del mundo de Kafka. Pero
aquí se complica todo porque a Kafka se lo puede leer de cincuenta mil maneras;
se lo puede leer desde el marxismo, desde el psiconálisis, desde cincuenta mil
lecturas.
»A mí me interesa mucho más Kafka que Borges, evidentemente, pero Borges
también me interesa, pienso que es un escritor magnífico.
P—¿Y no consideras que es un autor que está
sobrevalorado?
R—¿Borges? Sí, yo creo
que está sobrevalorado. Yo creo que Borges es un gran escritor pero hay otros
buenos grandes escritores. Construyó una mitología en torno a su persona muy
interesante que le sirvió; entre la ceguera y el culto de la literatura
fantástica y estas ocurrencias que tenía tan geniales… y todo eso hizo que se
creara una obra en torno a él. A mí me parece un gran escritor pero sí creo que
está sobrevalorado.
P—Cuando te leo me encuentro a un escritor que es
capaz de arriesgarlo todo en cada palabra. ¿Crees que al escribir hay que
asumir un riesgo?
R—Eso es lo que a mí
me interesa de la literatura. Estar en la literatura para hacer los deberes
como te mandan, pues eso no tiene gracia. La gracia de la literatura es el
desafío constante entre lo que se puede hacer y hasta dónde se puede llegar. En
todo: moralmente, literariamente, vitalmente. Es una zona de riesgo constante.
Y sino, no tendría gracia. Ya vivimos anodinamente. Todo ser humano occidental
vive anodinamente y, pues, por lo menos la literatura es el único sitio donde
aunque sea en la ficción puedes acometer el riesgo, ¿no?
Foto: Jordi Carrión
“El hundimiento” de Manuel Vilas es un libro lleno de aciertos pero también de dolores y frustraciones. Es una obra valiente, atípica y doliente; uno de esos libros que te cambian.
Aunque su poesía es más dolorosa que risueña, Vilas sonríe y se ríe. Y se expresa con una claridad que vuelve sumamente fluida la conversación. Dice que un lector inteligente puede decir más de un libro que el propio autor; yo insisto en que la humanidad que se percibe en una entrevista nos anima a los lectores a seguir leyendo, porque saber que hay hombres y mujeres detrás de los libros nos hace sentirnos menos solos. En esta última parte me cuenta algunos detalles de “El hundimiento”, con esa voz que flota y que se resiste al dolor a través de la poesía.
P—¿Cuál es el germen de “El hundimiento”? ¿Sientes,
como dice la contraportada, que es tu libro más personal?
R—Sí, el germen son
varias crisis de carácter personal que más o menos en el libro se vislumbran. Y
sí, es un libro muy autobiográfico.
P—Una de las cosas que más me interesó es que das
vida en tus poemas a viajantes de comercio, maestros, prostitutas, camareros…
R—Mi padre fue
viajante de comercio. Mi madre y mi padre son muy importantes en toda mi
poesía. Además ahí está la muerte de mi madre en un poema y la presencia de mi
padre también… Por otra parte, me interesan los trabajos de la clase media baja
española.
P—¿Parece que nunca son suficientes las páginas que
se hayan escrito en la literatura para hablar de esa gente?
R—No, yo creo que no
son suficientes. En mis poemas sale la gente que tiene trabajos de la clase
media baja española. El que quiera otra cosa, tendrá que ir a la poesía de los
esteticistas. Yo no soy ningún marqués.
P—¿Por qué crees que a pesar de todo lo que se ha
escrito sobre el dolor y el sufrimiento de la clase trabajadora la situación en
ese sentido sólo ha empeorado con el correr de los años?
R—Esa es la dialéctica
del capitalismo. Vivimos en una enorme paradoja que es que el capitalismo es
voraz y feroz pero fuera del capitalismo no hay nada. Y esa es la gran paradoja
a la que nos enfrentamos. El capitalismo nos devora pero formamos parte del
capitalismo y fuera de él sólo hay frío e intemperie.
P—Al leer “El hundimiento” fueron despertándose en
mí los grandes conflictos de la literatura; por ejemplo, la conmiseración de
Dostoyevski, la orfandad de Kafka, la incomprensión de Rimbaud. ¿Es “El
hundimiento” un viaje a través de las lecturas que te han ido nutriendo, como
un homenaje a esos autores (además de a los músicos, porque hay mucho de música
también en el libro)?
R—Evidentemente yo he
leído a esos autores, pero no están en el libro. En mi poesía estoy yo solo. Yo
creo que llega un momento en la vida de un escritor en que él está solo; es
decir, puede recordar a algunos otros escritores pero está solo y se lo está
inventado todo él. Evidentemente existe la tradición y yo he leído a Kafka pero
en “El hundimiento” aunque puede haber un eco de Kafka no hay una influencia de
Kafka. Y así con todos. Y sí, puede haber un eco de Dostoyevski también pero no
hay una influencia directa. Pero no por nada; es decir, por una explicación
vital. Porque ese libro obedece a mi vida y Kafka, Dostoyevski o Rimbaud
vivieron conforme a sus vidas… Lo que pasa a veces es que a uno le puede
fascinar tanto un escritor que acaba escribiendo como ese escritor pero uno
tiene que escribir conforme a lo que está ocurriendo en su vida.
P—Dices en uno de los poemas. “Yo amé y amo
este país, pero es maligno. Hay algo en él que acaba destruyendo a la
inteligencia”. ¿Hay más dolor que odio en tu relación con España?
R—Sí, sí, hay más
dolor que odio. Yo no odio a España, para nada. Yo amo a España. Lo que pasa en
ese poema (una cosa es el poema y otra cosa soy yo como ciudadano) es que está
intentando contar lo terrible que ha sido la historia de España y narrar esas
caídas en el abismo que tiene la historia de España. El ’36, la guerra de
España, fue una caída brutal en el abismo y eso es lo que intenta contar.
P—Y ¿qué es lo que destruye la inteligencia de
España?
R—Me refiero al
egoismo. Es decir, España es un país en donde la gente no piensa en qué puede hacer
uno por sus conciudadanos sino en qué pueden hacer los conciudadanos por uno.
Yo creo que la búsqueda del bien común en España siempre nos queda pendiente;
el bien común quiere decir la felicidad de la gente: buscar la felicidad de la
gente y no los propios intereses. Esto lo hemos visto en la política. En la
política de los últimos treinta años han primado muchísimo los intereses de los
partidos políticos por encima de los intereses del bien común. Es muy difícil
que en España se produzcan pactos de estado para favorecer los intereses de los
ciudadanos. Siempre los problemas graves de este país los han utilizado
electoralmente. Ha habido poco pensamiento en beneficio del ciudadano; todo ha
sido hacer política para ganar unas elecciones.
P—Sí, es una realidad lamentable de muchos lugares…
R—Sí, lo sé. Es algo
que ocurre en todas partes pero yo lo señalo en España porque es donde he
vivido. Además, aunque es verdad que ocurre en muchos lugares, creo que en
España ocurre de una manera muy acusada. Por ejemplo, que no hubieran hablado
del tema catalán antes los dos grandes partidos políticos me parece increíble.
Había un programa político ahí y fueron incapaces de tratarlo antes. Y eso
genera una inestabilidad política que finalmente quien la paga es la clase
media. Y aquí todo el mal hacer de los partidos políticos y de los gobiernos
quien lo paga es la clase media y la clase media baja.
P—¿Nos condiciona tanto el lugar en que nacemos
cuando escribimos?
R—Nos condiciona
bastante. Depende del escritor que seas. Si eres un escritor que arraiga en su
tiempo y quiere saber por qué vive y por qué le pasa lo que le pasa tendrás que
hablar inevitablemente de tu país. ¿Y qué es un país? Un país es lo que te
pasa. Y si tú eres un escritor que no ves la realidad social, económica y
laboral en donde vives y eres un escritor fantástico pues a lo mejor consigues
evadirte, ¿no?
»Pero yo me pregunto qué hago en este mundo y por qué me pasa lo que me
pasa y entonces, tiro de ese hilo y me sale el fantasma de España. Y no es que
yo quiera hablar de España, me pasaría lo mismo si viviera en Alemania, pero si
quiero saber que hago yo en este mundo, por qué vivo donde vivo, por qué tengo
el piso que tengo, por qué publico los libros que publico, por qué todo, por qué
este país es así, pues, sale el país. Y cuando yo hablo de España no hablo de
la nación española, hablo de la gente que vive aquí, de lo que hace, de cómo
trabaja, de cómo vive: cómo se emborracha, cómo hace el amor…
P—¿Ves la escritura como un trabajo
casi neurótico? En este libro hablas sobre la dependencia a sustancias y
me pregunto si valdría como una alegoría a lo que es la dedicación a la
escritura.
R—Sí, yo soy un
neurótico de la escritura. Tengo que escribir prácticamente todos los días. Si
no escribo todos los días me pongo enfermo. En “El hundimiento” hay un tema
fundamental que es el alcoholismo. Es el libro de un alcohólico. Ahora ya llevo
un año sin beber. Pero es el libro de un alcohólico.
»El alcoholismo no es cualquier cosa; hay una banalización de lo que es.
Es un problema social, indudablemente, pero yo no lo trato de ese modo. El
alcoholismo en literatura es un punto de vista. El alcoholismo es un punto de
vista; es una euforia ilimitada, es también dolor, es también exageración… es
una distorsión en la mirada. Es también un punto de intensificación de la vida,
conducido por las drogas, evidentemente. La relación entre literatura y
alcoholismo es un tópico pero es que si coges el siglo XX desde William
Thomas, William Faulkner, es que te salen alcohólicos por todas
partes. Y no es casual que haya una relación entre literatura y alcohol, porque
yo creo que el alcoholismo es un estímulo de la literatura en alguna medida.
P—¿Estímulo?
R—Sí, lo ha sido
históricamente. Hay una relación especial entre literatura y alcohol porque el
alcohol activa los grandes resortes de la literatura que son la distorsión en
la mirada y la exaltación y la euforia.
P—¿Y crees que sin eso te habría sido imposible
escribir un libro como “El hundimiento”?
R—No lo sé.
P—¿Y ahora en qué estás trabajando?
R—Ahora estoy con un
libro de prosa. Es un ensayo autobiográfico en el que se narran cosas de mi
pasado. Hablo de la vida de mis padres también; yo pienso que es sobre la vida
de mis padres.
P—Tus padres te han influido mucho…
R—Sí, muchísimo.
Porque me doy cuenta de que si quiero explicarme a mí mismo y a lo que soy
tengo que retrotraerme a la vida que ellos me dieron. Y por otra parte hay un
tema que a mí me obsesiona muchísimo que son las desapariciones. Es decir, lo
que desaparece. Lo que estuvo y ya no está.
P—¡Espero leerlo pronto! ¡Muchas gracias por este
rato!
R—A ti… Pero, mira, yo
también te digo una cosa. Te prevengo… A los escritores les preguntas sobre sus
obras y no te ofrecen ninguna certeza. Parece un tópico decirlo pero es que es
verdad; un lector inteligente puede decir cosas mucho más interesantes de mi
libro que yo mismo. Yo tengo una visión del libro a veces bastante reducida
porque en este caso, como es un libro de mucho dolor, pues reflexionar sobre él
tampoco es algo que me entusiasme mucho. Con haberlo escrito uno como que ya
tienes bastante. Quiero decir que la visión que un autor tiene de su obra a
veces no es gran cosa. El autor te puede dar un punto de vista pero no la
verdad del libro.
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