(1582)
Ya besando unas manos cristalinas, ya anudándome a un blanco y liso cuello, ya esparciendo por él aquel cabello que amor sacó entre el oro de sus minas, |
ya quebrando en aquellas perlas finas palabras dulces mil sin merecello, ya cogiendo de cada labio bello purpúreas rosas sin temor de espinas, |
estaba, oh claro sol invidïoso, cuando tu luz, hiriéndome los ojos, mató mi gloria y acabó mi suerte. |
Si el cielo ya no es menos poderoso, porque no den los tuyos más enojos, rayos, como a tu hijo, te den muerte. |
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