martes, 1 de julio de 2014

LA SOCIEDAD DEL FUTBOL, Josetxo Zaldua


La sociedad del futbol

Collage tomado de: theflagrants.com
Josetxo Zaldua


No hay en el mundo del deporte uno que mueva tanto dinero, personas y pasiones como el futbol. Por el futbol hay gente que mata, hay parejas que se divorcian, hay apostadores que se hacen ricos y otros que quedan en la ruina. Hay también confusión porque en no pocos países se mezcla el honor nacional con el desempeño de sus respectivas selecciones.

El futbol es capaz de mover el piso de filósofos y escritores como Albert Camus y Eduardo Galeano, y arrojó a no pocos futbolistas retirados como Jorge Valdano y Diego Armando Maradona, ambos argentinos, a escribir y tener programas de televisión.

Inolvidable el libro del no menos inolvidable periodista polaco Ryszard Kapuscinski,La guerra del futbol. En rigor no fue tal, porque coincidió la eliminatoria entre El Salvador y Honduras de cara al mundial México 1970 con una breve guerra que ambos países sostuvieron durante cien horas.

Joao Havelange y su yerno Ricardo Teixeira, que recibieron sobornos por 20 millones de dólares de la quebrada empresa de marketing ISL
Y el motivo no fueron las patadas a un balón sino la masiva deportación de decenas de miles de trabajadores salvadoreños por parte de los militares hondureños. Ambos países estaban gobernados por los milicos. Ese dramático episodio duró del 14 al 18 de julio de 1969 y se saldó con varios miles de muertos. Kapuscinski lo relató admirablemente agarrándose del gancho futbolero.
No hubo guerra esta vez pero Brasil 2014 colocó a la presidenta Dilma Rousseff en la picota, en el centro de los indignados brasileños que consideran un despilfarro el río de dinero que el gobierno de la exguerrillera y sucesora de Luiz Inácio Lula da Silva invirtió en un episodio cuatrienal que dura treinta días.

El estadio de la amazónica Manaos, por ejemplo, costó 270 millones de dólares y apenas se usará en cuatro juegos de Brasil 2014. Tal fue el enojo con la faraónica obra –muy bella, por cierto– que algunas tribus salieron de la selva con arcos y flechas para protestar. Fueron días de revuelta urbana y selvática puntualmente reprimida por la policía.

Los brasileños, bien se sabe, aman el futbol más allá del bien y del mal. La redonda domina el humor nacional. Es casi una cuestión de autoestima. El Estadio Maracaná es La Meca de la afición brasileña. Compite en interés turístico con el Cristo de Corcovado, el Pan de Azúcar y las playas de Copacabana e Ipanema. Todo concentrado en esa fantástica y bohemia ciudad llamada Río de Janeiro.

Con todo y esa fiebre futbolera, no pocos sectores sociales salieron a las calles de Brasil para mostrar su bronca contra el derroche. Igual esos indignados por los fastos del mundial están hoy colmando los estadios que pretendían bloquear.

Mundo plutocrático y dictatorial, con casi total predominio de hombres, el colosal negocio de las patadas controlado por la Federación Internacional de Futbol Amateur (FIFA) –lo de amateur mueve a la carcajada– se mueve más allá de las leyes de cada país miembro.

Joseph Blatter
Las controversias deben ventilarse en los tenebrosos pasillos del órgano rector del futbol mundial. El club o el jugador que se atreva a buscar el apoyo de la justicia ordinaria corre el riesgo de ser enviado al averno de los infieles. Todo con la FIFA, nada contra la FIFA.

Las riendas de esa vetusta y hermética mole las lleva con precisión relojera el suizo Joseph Blatter, llegado al trono toda vez que su antecesor, el brasileño Joao Havelange, ahuecó el ala en 1998 tras veinticuatro años de férreo mandato.

Hoy Havelange está sumido en el descrédito por sus turbios negocios –la BBCinglesa probó que había recibido cuantiosos sobornos–, hechos a la sombra del futbol, y si no va a la cárcel es por su avanzada edad (noventa y ocho años).

No le va mejor últimamente a su longevo sucesor suizo. Ya le estallaron en la cara las presuntas corruptelas que rodearon la designación de la petrolera Qatar como sede del Mundial 2022. De momento el escándalo en ebullición no lo ha salpicado directamente pero, con Inglaterra a la cabeza, ya hay federaciones que le están pidiendo cuentas. Entre otras cosas porque casi nadie está de acuerdo con jugar en la petrolera monarquía árabe en verano y con una temperatura que oscila entre los 40 y los 50 grados.
Dicen que la monarquía qatarí aceitó generosamente no pocos bolsillos de varios directivos del futbol mundial. Y dicen, sin que hayan podido probarlo hasta ahora, que en la cúspide de esa corrupta pirámide está bien sentadito el orondo Blatter.


La bola y lo de ahora
Dos temas medio extra futboleros dominan estos días el Brasil 2014. Uno tiene que ver con México y el segundo con Uruguay. En el ínterin, es imposible no hablar del sonoro fracaso de tres selecciones excampeonas del mundo. Inglaterra, Italia y España, equipos que ya regresaron a sus terruños con la cabeza bajo el ala.

Parece imponerse otra vez el viejo dicho futbolero de “América para los americanos”. Quedan aún Francia y Alemania para defender el maltrecho blasón europeo, ninguneado sabrosamente en las tórridas canchas brasileñas por las selecciones americanas.

La barra mexicana se ha hecho famosa, no por el “Cielito lindo” sino por su grito de guerra: “puto”, que lanzan cada vez que el portero rival saca de puerta. Bueno, contra Croacia ampliaron su clientela para sumar a los jugadores que pateaban los córners contra el Tri.

La inefable FIFA abrió una investigación por si se trataba de expresiones homofóbicas y discriminatorias. Resultó que no y casi todos contentos. Mañana alguna barra gritará “negro”, o gritará “judío”, o “puta”, y nada pasará porque, argumentarán, son usos y costumbres de las barras.

Lamentable actitud la del duopolio televisivo mexicano que apoyó abiertamente tamaño despropósito, poniendo en pantalla toda la esperpéntica ceremonia de la barra en las gradas. Es la línea de los dueños del futbol mexicano, fielmente refrendada por Héctor González Iñárritu, responsable de la selección, y por el entrenador Miguel Herrera, que días antes se quejó porque lo llamaban “naco”, y razón le sobraba.
Nomás que explique por qué apoya el grito de “puto” y le molesta que le llamen “naco”.
El otro lamentable episodio lo vio todo el planeta futbolero el martes 24 de junio cuando, al calor del Italia-Uruguay, estando empatados a cero, el charrúa goleador Luis Suárez mordió el hombro del defensor italiano Giorgio Chiellini. Cerquita de la escena, el árbitro mexicano Marco Antonio Rodríguez fingió demencia y siguió pitando como si nada.

Suárez reconoció el mordisco –es la tercera vez en su carrera que lo hace– pero, quitado de la pena, explicó que pasan cosas peores en la cancha y que todo queda ahí. Por lo visto también son usos y costumbres.
Al final se pretende imponer el “todo se vale”. Expresiones homofóbicas y mordiscos a granel. Así acabarán con el futbol, y los pueblos, cual Mambrú, se irán a la guerra.


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