lunes, 18 de mayo de 2015

LA DESAPARICIÓN DE LO INVISIBLE, Fabrizio Andreella


Fabrizio Andreella
fabrizio108@yahoo.com

Ahogados en el océano mediático
de la abundancia visual
Las imágenes son redes, y lo que aparece
en ellas es la pesca conservable.

Elias Canetti, La antorcha al oído.
Pero entonces sabía que, llegado el momento,
lo feo y lo hermoso eran más o menos de la
misma utilidad cuando cualquier cosa que se mira es apenas un gancho donde colgar las sensaciones rebeldes del cuerpo y los retazos de la mente.

Alice Munro, Puente flotante


1. De filósofos y pop stars
Dice Anaxágoras: “Las cosas que se ven son el aspecto visible de aquellas que no se ven.” Dice Geri Halliwell: “Image is just your imagination. Reality is rarely revealed.”

En los 2 mil 500 años que separan el fragmento del filósofo griego del videoclip de lapop star inglesa está todo el recorrido hecho por la imagen en Occidente. Para Anaxágoras lo real es existencia unitaria. Ésta se manifiesta en lo visible que es la puerta de entrada para acceder a lo invisible. Para la spice girl, al contrario, lo real es una entidad que se esconde y es raramente accesible, ya que está recubierta por las imágenes, que son imaginaciones infundadas.

Hoy en día, lo visible ya no es la fachada de lo invisible, es más bien la barrera que lo oculta. Esta desconfianza hacia las formas que se revelan al ojo parece paradójica en una civilización que ha hecho de la visibilidad la prueba de la realidad, el principio del conocimiento y el lenguaje más popular. Sin embargo, esta singularidad es solamente aparente. En efecto, el mundo visible ya no es solamente la suma de las cosas, porque sobre todo está lleno de sus representaciones. Además, lo visible se ha autonomizado de las otras percepciones sensibles y se ha convertido en un reino independiente.

La sofisticación que la imagen ha logrado en este contexto es tal, que la exenta de significar lo que manifiesta: la representación se ha emancipado de la realidad. Por su fuerza y su papel, la imagen se ha liberado incluso del concepto que la parió. Entonces, si lo visible de Anaxágoras era icono de lo real, es decir, un puerto de donde zarpar hacia lo invisible, lo visible de Geri Halliwell es en cambio un muelle sin mar, una imagen que no anuncia nada, que más bien oculta.

Puesto que cargamos en los hombros toda la historia recorrida por la representación icónica, y tenemos frente a los ojos la imparable plétora de imágenes que incesantemente mana del mundo mediatizado, nos parece que la cantante pop es menos incauta y más profunda que uno de los primogénitos de la filosofía occidental. La serena confianza que Anaxágoras pone en lo visible como desfiladero hacia lo invisible es, para nosotros, simplemente una ingenuidad con respecto al sospechoso escepticismo de Geri Halliwell. Hoy en día, las imágenes devoran lo que representan.


2. De verbos y encarnaciones
La encarnación de Dios que se ha hecho hombre, del padre que se ha hecho hijo, ha ensanchado la distancia entre el destino del cristianismo y el de las otras religiones monoteístas. Dios se ha convertido en hombre con una forma, una imagen visible y, entonces, inevitablemente, reproducible. Si existieran fotos o películas documentales sobre Jesús, no es ni siquiera imaginable la orgía de reproducciones que nos sepultarían.
Si el cristianismo es originariamente una religión de la palabra –el Verbo como Logos interpretado cristianamente– elige después, con la encarnación, tornarse en una religión de la imagen, de lo que se ve más que de lo que se escucha. Las reacciones iconoclastas a este deslizamiento de la palabra a la imagen, reacciones que han punteado toda la historia occidental, nunca han dejado huellas remarcables.
Entonces el mismo Verbo, que destapa la plácida infinitud para que la creación se manifieste, será visualizado y se volverá en luz, luz del cosmos que destruye la oscuridad del caos. Así, Dios no se manifiesta al oído, más bien a la vista, y el sonido del Verbo se torna visión.

Una reverberación pop de esas antiguas luchas entre oído y vista llegó hasta el 1 de agosto de 1981, cuando el canal televisivo estadunidense mtv estrenó su programación con un videoclip simbólicamente perfecto. Era Video Killed the Radio Star y atestiguaba la definitiva afirmación de la supremacía de las imágenes. Veinte años antes de la advertencia de Geri Haliwell.


3. De capitalismo y terrorismo
No tiene que asombrar el hecho de que muchas tentativas de hacer quebrar el capitalismo poniéndolo frente a sus contradicciones hayan utilizado y llevado a sus límites las técnicas de iconización que la postmodernidad usa para su autocelebración. Situacionistas, brigadistas rojos, alqaedistas, terroristas del califato islámico: las uñas que han alcanzado a rasguñar la piel suave del Occidente son aquellas que han tratado de utilizar políticamente la iconolatría de nuestra civilización.

Creando el evento espectacular reproducido en los medios, los grupos antagonistas más inteligentes, cínicos o bien dotados se han apoderado del mecanismo de la comunicación masiva que distribuye con ímpetu y sin descanso la comida visual más apetecida: el exceso impresionante, el evento extraordinario, el gesto incomprensible.

El así llamado terrorismo internacional ha hecho de la invisibilidad de sus células y de la visibilidad de sus actos su punto de fuerza. Poniendo en escena acciones criminales anónimas y devastadoras, actúa con la consciencia de que no es posible influir en el mundo actual si una acción no aparece de la manera más clamorosa y redundante. Al mismo tiempo, esos grupos saben que es necesario completar la obra del terror escondiendo el origen del acto, es decir, presentando como anónima o autoinmolada la mano criminal y dejando a la vista nada más el crimen desnudo.

La creación de un acontecimiento horripilante y excepcional es un Caballo de Troya indiscutiblemente eficaz en la videocracia occidental. Sin embargo, su límite proviene del mismo contexto que lo vuelve memorable. De hecho, ese mismo acontecimiento es destinado a entrar en el flujo incesante de mensajes mediáticos y, entonces, cuando su repetición se torna menos atrayente que otras noticias nuevas, pierde su eficacia. Tarde o temprano algo pasará y esos actos espectaculares no serán más que eso, espectáculos, imágenes sin repercusión emocional, y serán amontonados en los almacenes de imágenes deterioradas por el tiempo. Es este el inconsciente antídoto occidental al terrorismo que usa la espectacularización de sus actos como verdadera arma: la indiferencia como hábito y subir el umbral de turbación.

En la sociedad pilotada por los medios, el destino de todo icono –no solamente de aquellos que atraen por su terribilidad, también de los que usan el arte de la seducción carismática, de Rihanna al Che Guevara; de George Clooney al papa Francisco– es lo mismo: el ahogamiento en el flujo incesante de eventos mediatizados, en el océano de la abundancia visual. Nuestra consolidada costumbre de nadar pasivamente en esta melaza de imágenes, vívidas en la superficie pero que se decoloran al rozarse una con la otra, le quita el sentido profundo a cualquier acto público mediatizado.

Esta es la raíz del fracaso de quien trata de utilizar la iconolatría occidental para derrotar a esta civilización: aun el horror más insoportable se vuelve gasolina para la máquina del sistema que se quiere demoler. Todo espectáculo, al final, no es lo que representa, es más bien solamente espectáculo. Creer que una pistola que apunta a una cámara pueda matar al director y a los espectadores es el ingenuo error de todo terrorismo que hoy acepta y usa la fuerza de la imagen.
Las imágenes que continúan poniendo en escena la acción espectacular de un atentado se vuelven rápidamente una experiencia de voyerismo y exorcismo colectivo que celebra, y así anula, la catástrofe, porque si se puede asistir a su espectáculo como espectadores indignados y secretamente excitados, quiere decir que estamos vivos y somos victoriosos.


4. De imágenes e imaginaciones
La atracción del close up, el énfasis sobre el detalle dramatizado, la reducción del conjunto a sus minúsculos elementos –a menudo los menos representativos y los más morbosos– son la fuente común de expresiones muy diferentes entre sí, como el coleccionismo y la moda, las dietas y las sentencias artríticas en Twitter, el design y la pornografía, el eslogan político o publicitario y las compras online. Todas son operaciones que parecen buscar una disección de lo visible para encontrar el fondo de la infinidad y reducirla, con el arte del taxidermista, a una apariencia inocua.

Occidente siente suya la misión histórica de colonizar todo lo real, dando una forma distintiva a todos sus semblantes, visibles e invisibles, mediante los ejércitos de las tecnologías ópticas que trabajan para el imperio del ojo. La vista, entonces, ya no es un sentido sino un acto intelectual, ya que la tecnología, potenciando o corrigiendo la facultad de ver, le ha quitado la incertidumbre, que es la fragilidad y al mismo tiempo la poesía del conocimiento sensible.

Esta tendencia se junta con otra característica de nuestra civilización, es decir, la alimentación incesante de la imaginación individual y colectiva para crear consumidores dispuestos a explorar las promesas de nuevas mercancías. El resultado del encuentro de estas dos directrices es la voluntad de sacar cualquier cosa imaginada del reino de lo invisible –percibido como una amenaza contra el dominio humano de lo real o, incluso, como una negación de lo real– para darle una visibilidad tangible, corporal, que nos ratifique que todo está bajo control. La identidad de la imagen occidental es esta: ya no es el aspecto de un cuerpo, sino el cuerpo de una imaginación.


5. De santidad y notoriedad
El nuevo culto a la celebridad, versión secularizada y mediática del culto a los santos, es tan dulcemente ecuménico y despiadadamente evangelizador que consigue el paradójico resultado de convertir en autopistas para el paraíso prometido a la banalidad cotidiana, la agresividad más ruda, la vacuidad interior y las rencillas más chabacanas, como demuestran los personajes de los programas televisivos más vulgares y más exitosos. Ese culto al éxito mediático fundado sobre la nada que grita es la placenta que alimenta la nueva relación del hombre con la trascendencia. 

La imagen del ser, exteriorizada, pública, se torna en la comprobación de la existencia a pesar de su ficción. He allí la fractura del hueso del alma, que está obligada a representar exteriormente una figura que tiene que ver solamente con la imaginación, el deseo y el miedo, y no tiene ninguna relación con su desconocida realidad profunda.

Las consecuencias de esta afirmación de la imagen como verdad que se revela solamente sí misma son muchas: la identidad remendada con el hilo de la popularidad, la dependencia de un evento a su noticiabilidad, la pornificación de la experiencia erótica, la afirmación de un poder político fundado sobre el carisma de la apariencia, la necesidad de documentar con pruebas fotográficas el hecho de que “hemos ido allí”.


6. De muerte e inmortalidad
La finalidad oculta de la iconolatría contemporánea –o quizás, de cualquier iconolatría– es exorcizar y vencer a la muerte. Iluminar la oscuridad es dar forma a lo informe, visualizar es vencer las tinieblas de la eternidad, volverse icono es ascender a la inmortalidad, porque la muerte pudre los cuerpos pero no sus representaciones.

Así, Occidente se ha vuelto la tierra de las imágenes, porque sostiene una batalla contra la muerte pues ha abrazado el devenir como su guía. Si la materia en el tiempo es la realidad, si para la racionalidad lo invisible inmaterial no es admisible, entonces las imágenes se encargan de dar una respuesta al deseo de inmortalidad. Hoy la imagen es, entonces, la esencia sempiterna que no está atrapada en la pesadez de los cuerpos que se consumen.

Sin embargo, con las imágenes no es la muerte la que será vencida, sino su naturalidad. Estilizada y reproducida como entretenimiento espectacular, la muerte es alejada de la vida y transformada en una épica de lo macabro. Con la representación mediática de lo espeluznante –ya sea un documento real o una ficción, poco importa– la muerte es expulsada de la realidad percibida y así se manifiesta exclusivamente como espectáculo. De esta manera, la muerte vuelve a circular en la vida, pero mutilada de su realidad, iconizada e inaccesible a los sentidos más terrenales del olfato y del tacto.

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