PROHIBIDO PASAR
BASTA CON UN LETRERO DE “PROHIBIDO TOCAR” PARA QUE NOS SURJA UN COSQUILLEO EN LA PUNTA DE LOS DEDOS
Ana Clavel. La autora es narradora. Su libro “Las ninfas a veces sonríen” obtuvo el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska. (FOTO: ARCHIVO "EL UNIVERSAL" )
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- » 26 ABRIL 2015
La prisión del amor
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POR ANA CLAVEL
| DOMINGO, 10 DE MAYO DE 2015 | 10:10
Basta con que alguien ponga un letrero de “prohibido tocar” para que nos surja un cosquilleo en la punta de los dedos. Claro, se trata de la transgresión y su poder sobre nosotros. Ahí está por supuesto la manzana de Eva y Adán y el imperativo: “Del fruto de este árbol no comerás” para que se desencadenara toda la historia de la culpa y de nuestra civilización. Es que, al parecer, lo prohibido tiene dedos, tacto. Por eso nos “tienta”. ¿No es tentar, la tentación, una metáfora en sí misma y perfecta? Es que siempre pensamos con el cuerpo por más que creamos que lo hacemos con la cabeza —y a final de cuentas no se nos olvide que el cerebro también es cuerpo.
En el comienzo de la famosa película El ciudadano Kane (1941) aparece en primer plano un letrero en una reja: No trespassing (No pasar), mensaje inquietante que más que inhibirnos nos invita a dejar atrás las vallas de lo permitido para incursionar en la vida de un personaje egocéntrico, millonario y solitario, que antes de morir ha dicho una palabra misteriosa: Rosebud. Pero ni amigos ni periodistas atinan a encontrar su significado porque representa un recuerdo infantil que sólo al traspasar los límites conocidos, nos es posible vislumbrar en todo su fulgor de paraíso perdido.
La novela El nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco da cuenta de una serie de asesinatos en una abadía medieval, donde se oculta la existencia de un libro peligroso: un tratado sobre el arte de la comedia y la risa liberadora, presuntamente escrito por Aristóteles. Todo aquel que intenta incursionar en su lectura, deberá pagar con una muerte cruel, su atrevimiento. Pero no por ello los ávidos lectores se detienen y se arriesgan con delectación en saborear lo prohibido.
Hace unos años publiqué una novela llamada Cuerpo náufrago en cuya portada me propuse intervenir un desnudo femenino del pintor Ingres: La fuente de 1856. A pesar de que se trataba de una pintura, los editores me advirtieron que habría librerías que no estarían dispuestas a mostrar la imagen en sus anaqueles. Entonces se me ocurrió usar esas bandas amarillas como las que se emplean para señalar precaución y peligro, y las dispuse sobre senos y pubis de la modelo con la leyenda “Prohibido pasar / Zona de riesgo”. Como la novela tenía que ver con la idea de que, más que almas encarceladas en la prisión de la carne, somos cuerpos aprisionados por nuestras mentes, las bandas ponían en evidencia los prejuicios e inhibiciones acerca de ese paraíso inmediato que surge a partir de nuestra piel. La imagen resultante fue todavía más seductora porque incitaba a traspasar lo prohibido de una manera provocadora y a la vez sutil.
Recientemente apareció en Reino Unido el libro de Jane Lavery: The Art of Ana Clavel / Ghosts, urinals, dolls, shadows & Outlaw desires, publicado por la prestigiada Legenda Books, editorial especializada en estudios de arte y humanísticos. En su ensayo, la investigadora de la Universidad de Southampton pone atención en el carácter transgresor y la temática de deseos ilícitos que aborda, en su narrativa y en los multimedias que ha generado alrededor de sus novelas, cierta autora de cuyo nombre no puedo olvidarme. Casi 300 páginas de un estudio riguroso y un andamiaje teórico para revisar la obra de esta “escritora multimedia” mexicana contemporánea. Y pensar que todo empezó cuando la Dra. Lavery descubrió un día el portal www.cuerponaufrago.com y al pasar el cursor sobre las bandas que ocultaban las zonas de riesgo de la imagen de la portada —ah… la magia digital—, éstas se desprendieron como una invitación a trasponer los límites, a transitar justamente por donde decía “prohibido pasar”. Y luego, siguió el camino de su propio deseo.
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