Javier Sicilia
Majid RahnemaEl monopolio del saber, que nace de las instituciones universitarias, reduce el conocimiento a autores que piensan el mundo desde categorías llamémosles, a falta de un mejor nombre, clásicas. Hay otros, sin embargo, cuyo pensamiento pone en crisis esas categorías y permanece, por lo mismo, en las periferias del monopolio. A ellos pertenece Majid Rahnema, quien murió en París el 14 de abril pasado a la edad de noventa y dos años. Lo conocí en la década de los noventa por medio de Jean Robert. Hijo del traductor del Corán en farsí y descendiente de Rumi, Rahnema pasó su juventud en territorio árabe. Al concluir sus estudios volvió a Irán, donde se integró como representante de su país en la ONU. Comisionado en Rwanda y Burundi, se involucró en los procesos de independencia de esos países. En 1971 fue nombrado ministro de Ciencias y Educación Superior de Irán y conoció a Iván Illich. Seducido por su personalidad y su pensamiento, renuncia a su encargo y funda el Instituto de Desarrollo Endógeno con los campesinos de las provincias normandas de Lur. Al retirase se dedicó a dar clases en diversas universidades. Su trabajo, tocado por sus estudios con Iván Illich, lo convirtió en un crítico audaz del desarrollo y en un analista de las alternativas de la pobreza como solución a la destrucción desarrollista. Sus posiciones, que expresó en una obra breve pero substanciosa, adquirieron su más clara y profunda expresión enQuand la misère chasse la pauvreté (Fayard, 2003) y La puissance des pauvres, escrito en colaboración con Jean Robert. De ese libro magnifico existe una traducción al español, La potencia de los pobres, publicado por la Universidad de la Tierra de Chiapas.
Para Rahnema, como para Jean Robert, el desarrollo, que tiene su fuente en el modo de producción capitalista, hace que cada vez haya más cosas útiles en las bodegas y cada vez más gente inútil, gente expropiada de sus poderes de palabra y acción. Es decir, gente callada políticamente y pauperizada y vuelta impotente. Pobres modernizados, dice Iván Illich. Una forma de la pobreza inédita en el sentido de que, dice Rahnema, “representa una carrera sin fin, entre las necesidades personales de consumo, creadas socialmente, y las dificultades cada vez mayores que el individuo enfrenta para encontrar los medios materiales que las satisfagan”. Esta situación no sólo vuelve a la gente más dependiente del mercado y de las necesidades que continúa creando, sino que la empobrece a grados miserables. Incapaz de proveerse a sí mismo, constreñido a alquilarse por salarios muy bajos en la producción de mercancías que nunca podrá comprar, y destruido en su creatividad, el destino del pobre modernizado es la frustración, la marginación, la miseria y la dependencia sin fin, una especie de Tántalo moderno.
Para contrarrestar esa lógica deshumanizante, hay, dicen Rahnema y Robert, que cambiar la noción de riqueza por la de prosperidad que no consiste en valores acumulados, sino en las capacidades de hacer, como lo mostraron San Francisco, Gandhi, Spinoza y actualmente los zapatistas o las comunidades indias de Cherán. Esa capacidad está allí en el ser humano como potencia y conatus, que es la forma más íntima de las ganas de vivir y, en consecuencia, la forma de la creatividad y de la autonomía creadora. Despertarlo es difícil, porque el exceso de mercancías y deseos lo vela y fomenta la impotencia. “Los pobres –dice Rahnema– han sido despojados de sus propios recursos para regenerar su ingreso. Pero ellos siguen siendo las personas idóneas y mejor calificadas para encontrar las soluciones adecuadas para enfrentar su problemática. Eso quiere decir que, si algunos de nosotros, entre los no pobres, de veras estamos interesados en auxiliarlos (y por tanto ayudarnos a nosotros mismos a revivir y regenerar los millones de potencialidades que el capitalismo actual ha condenado a la no participación y a la apatía), la mejor forma de comenzar es ‘dejar a los pobres en paz’, como una vez Gandhi nos sugirió.”
Rahnema se ha ido a donde habitan las respuestas. Pero nos ha dejado un camino para acceder a ellas.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones y devolverle a Carmen Aristegui su programa.
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domingo, 24 de mayo de 2015
MAJID RAHNEMA, Javier Sicilia (La Jornada Semanal)
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