Yanna Hadatty Mora |
El cuentista, ensayista y periodista ecuatoriano
también destacó en la vida cultural mexicana
también destacó en la vida cultural mexicana
I
El reciente fallecimiento de Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, 13/VII/1931-16/III/2015) ha restituido su nombre a las páginas de cultura mexicanas. Muchos diarios de la capital y de varias regiones se condolieron por la desaparición de quien fuera un actor destacado de la cultura mexicana durante casi veinte años. Notas, semblanzas, reseñas. Sobre todo para los escritores que descubrió, formó o reconfiguró en los talleres literarios que coordinara durante este período, quienes para los medios de comunicación de Ecuador y México han brindado declaraciones sobre lo que significa su desaparición y en el fondo qué resulta de haber formado parte de sus talleres.
De alguna manera los reconocimientos han empezado. La edición de los Cuentos completos, de Miguel Donoso Pareja, publicados por el Fondo de Cultura Económica en Bogotá en 2014, representa sin duda un importante primer hito. Miguel Donoso en la Colección Tierra Firme, en un sello mexicano que sentimos sería también su casa, como lo fue el DF.
Una tarea pendiente para alguno de los “hijos de los talleres” sería documentar el quehacer literario y cultural de Miguel en México. Dice Juan Gerardo Sampedro, con motivo de su deceso, que falta por estudiar y dejar constancia de su paso, pues sin duda “la historia, el registro de la literatura mexicana de los setenta, no se explica sin el referente del más representativo escritor y ensayista ecuatoriano Miguel Donoso Pareja.”
II
Miguelón hizo suya Ciudad de México de 1964 a 1982. Militante e intelectual destacado en Ecuador, la Junta Militar lo aprehende en 1964 y lo obliga a abandonar el país, durante la represión anticomunista. A raíz de ese exilio se produce el encuentro con la que llegaría a ser su segunda patria. De inicio viaja por Cuba hacia México, aquí se reencuentra con su familia: la pintora Judith Gutiérrez (+), las hijas de ésta, Virginia y Amelia, y los hijos de ambos, Leonor (+), Miguel y Pamen. El matrimonio Donoso Gutiérrez se separa tres años después, en 1967, si bien todos permanecen en México. Judith vive y pinta en Tepoztlán, luego en el DFy, finalmente, se establece en Guadalajara, donde junto con el pintor jalisciense Ismael Vargas hace arte el resto de su vida, con alguna estadía ecuatoriana en los años ochenta.
Miguel destaca pronto en el periodismo cultural, trabaja como columnista literario para los periódicos El Día y Ovaciones. Llega a hacer crónica cinematográfica sin saber nada de la materia, afirma él, ante la necesidad de cubrir un festival de cine y la ausencia de un especialista en El Día, para lo cual asiste a las funciones con un manual de términos de cine bajo el brazo. Importan su curiosidad, su inteligencia, la forma de relacionar lecturas, vida, cultura, teoría, crítica, su oficio. El riesgo que asume con cada lectura y página escrita. Para 1976 dirige la revista Cambio, donde comparte páginas con José Revueltas, Juan Rulfo, Eraclio Zepeda. Escribe sobre política, literatura y arte.
Ilustraciones de Gabriela Podestá |
Durante los años mexicanos publica muchos libros en varios géneros. En poesía aparece Primera canción del exiliado (El Corno Emplumado, 1966). En novela, la experimentalHenry Black (Diógenes, 1969). En cuento, El hombre que mataba a sus hijos (Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1968). En opinión política, Chile: ¿cambio de gobierno o toma del poder? (Extemporáneos, 1971). En crítica,Picaresca de la nota roja(Samo, 1973). En 1976 publica su obra consagratoria de estos años, Día tras día, novela del exilio, en la colección Nueva Narrativa Hispánica de Joaquín Mortiz. En 1981, cuando decide regresar, aparece en editorial Premiá su novela de fin del exilio,Nunca más el mar, en que la herencia marinera de su padre lo hace sofocarse lejos del puerto. Como se ve, su obra está decisivamente marcada por su inserción en el campo cultural mexicano.
Acorde a su fe en la universalización de la lectura, junto con Celia Paschero se ocupa de editar y traducir del inglés la obra Manual de alfabetización para pueblos prealfabetas, de Sarah C. Gudschinsky, para la modélica colección Sep Setentas de la Secretaría de Educación Pública, en 1974. Un año después, para la colección Voz Viva de México de la unam hace el prefacio al audiolibro del cuentista y divulgador de cuentos Edmundo Valadés, en 1975.
Varias ediciones breves de letras ecuatorianas seleccionadas por Miguel salieron en tiraje de alta difusión en la funcional colección de la UNAM, Material de Lectura, Serie Poesía Moderna; cuadernillos que a través de sucesivas reimpresiones permitieron dar a conocer a varias generaciones de lectores estudiantiles a importantes poetas del Ecuador, entre los que se encuentran Alfredo Gangotena traducido por Gonzalo Escudero, César Dávila Andrade, Hugo Mayo. En Premiá se publicó, en 1982, con prólogo de Miguel, Vida del ahorcado, de Pablo Palacio, la novela más radical de ese gran escritor de culto, vanguardista ecuatoriano, cuya narrativa de ruptura tanto atrajo a Donoso, que en muy diferentes espacios y circunstancias siempre regresaba a su divulgación y a la promoción de su lectura y su crítica.
Durante los años mexicanos compiló también las antologías Cuentistas de Ecuador(Secretaría de Educación Pública, Subsecretaría de Asuntos Culturales, 1969) y La violencia en Ecuador (Editorial Diógenes, 1973); de lírica militante Poesía rebelde de América (Editorial Extemporáneos, 1971), y Todo el destino a pie: antología de poetas latinoamericanos caídos en la lucha por la liberación nacional (Editorial Pueblo Nuevo, 1979); de narrativa Prosa joven de América Hispana I y III (SEPSetentas 53 y 54, Secretaría de Educación Pública, 1972). Para Editorial Extemporáneos seleccionó los volúmenes antológicos Las palabras de Cárdenas(1971 y Las palabras de Juárez (1972).
En 1972 aparece también la Antología de la poesía erótica en Editorial Orientación, compilada por Miguel junto con el autor de la Onda Gustavo Sáinz.
Vinculado con diferentes grupos, sin atender a las divisiones que imponen las generaciones, las editoriales, los periódicos o las nacionalidades, en un momento en que gracias a la política exterior mexicana el Distrito Federal era todavía el más seguro lugar de refugio y amparo de los exiliados de izquierda de América del Sur y Centroamérica, Miguel se involucra en distintos proyectos con los grupos el Corno Emplumado, la Onda, el grupo del inba, el movimiento de los poetas comprometidos y de los guerrilleros exiliados, de la prensa de izquierda, e incluso como crítico auspicioso del infrarrealismo, de los peruanos de Hora Zero, de los tzántzicos del Ecuador, y un largo etcétera.
Como ejemplo, hay un prólogo de Miguel a la ya mítica antología Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego: 11 jóvenes poetas latinoamericanos, de Roberto Bolaño, que muestra su papel como crítico, divulgador, pero sobre todo como actor de un diálogo entre distintas promociones de escritores en los años setenta. Destacan como aval transgeneracional de esta antología la presentación de Efraín Huerta y el prólogo de Miguel. En él asume Donoso que la antología que Bolaño publica en 1972 tiene como antecedente inmediato su propia antologíaPoesía rebelde de América, que viera la luz apenas un año antes y que la anuncia con tres o cuatro coincidencias. Luego discute, argumenta, refuta, al detalle, con ese respeto hacia el otro que lo caracteriza de cuerpo entero en su contacto con los jóvenes.
Es conocido que su amigo Augusto Tito Monterroso le heredó su taller de literatura en la UNAM. Más adelante, desde la dirección de literatura del INBA, Miguelón crea el proyecto de talleres literarios para el DF, Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes, Puebla. Al despedirse de México, confiesa ser para entonces mitad mexicano y mitad ecuatoriano. La idea que lo anima era delegar a sus extalleristas como conductores de los talleres: David Ojeda e Ignacio Betancourt se encargaron del de Puebla, José de Jesús Sampedro en La Laguna y Alberto Huerta en Las Islas Marías.
III
En alguna visita de Miguel, seguramente alrededor de 1994, ayudé a Regina Cohen, escritora, periodista de El Financiero en ese entonces, a organizar la cena de homenaje al maestro. Recuerdo de manera inexacta en la mesa del restaurante árabe de la colonia Roma a los amigos: Augusto Monterroso, Bárbara Jacobs, Saúl Juárez, Eduardo Langagne, Eraclio Zepeda, Telma Nava, Juan Villoro, Ignacio Betancourt, David Ojeda, Hernán Lavín Cerda, Otto Raúl González, José de Jesús Sampedro, Brianda Domecq. En otra, año 1996 o 1997, la SOGEM le hizo una recepción, después de que presentara muy exitosamente en la sala Nezahualcóyotl el libro de cuentos El otro lado del espejo: antología personal (editada por la Coordinación de Difusión Cultural, Dirección de Literatura de la UNAM, 1996, en edición cuidada por Julieta Sabines). Puedo documentar que el amor y el interés de los escritores de México por Miguel eran elocuentes.
Llegué al Distrito Federal el 6 de julio de 1992, en gran medida siguiendo sus pasos. Guayaquil la candente me asfixiaba. El sobrenombre que allá nos hace sentir tan honrados, de Perla del Pacífico, lo comparte Mazatlán, a donde me resisto a ir, por si acaso ese destino de puertos como perlas oceánicas determine el mío. Y cambié gustosa el Guayas por los volcanes, la contaminación, la UNAM, la vida.
Heredé a Miguel y a Judith de la amistad con mis padres. A su manera me apadrinaron ambos. Miguel antes de venir me aconsejó como a una sobrina. Y como buena ahijada que sale a descubrirse en el mundo, desoí cada uno de sus consejos: “aunque te dediques a la Academia, mantén una columna de crítica en los periódicos (y ésta es probablemente la primera que escribo)”, “conéctate con mis amigos (y la carta dirigida a Edmundo Valadés sigue en algún cajón, remitente y destinatario ya fallecidos)”; “recuerda que si te quedas más de diez años ya no regresas (y aquí sigo)”. Pero también adopté cada uno de sus consejos tácitos de vida. Leer más que escribir. Vivir y leer con igual pasión. Escribir pero sobre todo reescribir. Estudiar y divulgar a los otros ecuatorianos destacados en las letras y el arte que hubieran vivido aquí. Sentir como propias las dos patrias.
En 2010 apareció en Quito el libro monográfico Ecuador y México. Vínculo histórico e intercultural (1820-1970) editado por el Museo de la Ciudad (Colección Documentos, 14). En él se incluye un excelente texto de Miguelón de donde tomo prestado el título para este artículo, “México o el enigma de las dos patrias (una visión de las relaciones culturales con Ecuador)”. En él inicia con un párrafo que bien sirve aquí de cierre:
Haber vivido dieciocho años en México, todos en el DF (Desmadre Fenomenal), rodeado de capitalinos, es decir de chilangos, los seres más sofisticados, cautos y defensivos (boxean de counter, es decir a contragolpe) que uno se pueda imaginar; navegantes for ever con bandera de mensos pero definitivamente sabios, tan diferentes de los frontales, broncos e inocentes norteños, o de los cabezones y vivísimos yucatecos, no sólo me autoriza sino que me obliga –dicho esto con la mayor humildad– a abordar el tema de las relaciones culturales, en particular literarias, del Ecuador con un país por el que sufrí y sufro “el enigma de las dos patrias”, como decía, refiriéndose a Venezuela, el faquir César Dávila Andrade
Haber migrado de Guayaquil y vivido veintitrés años en México, todos en el DF, me obliga –esto dicho con la mayor humildad– a despedir a Miguel Donoso Pareja desde su otra patria chica, con la confesión de que yo también sufro/gozo el enigma de las dos patrias. Y agradezco infinitamente a Miguelón por haberme señalado el camino a su México, guiado en el taller literario en Guayaquil (1990-1992), ratificado en la vocación por la literatura, y apadrinado en diciembre de 2009 la presentación en Guayaquil de un libro de crítica sobre literatura mexicana. Adiós, Miguel, adiós y gracias.
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