- Izquierda: Autoretraro atribuido a Peter Paul Rubens. Sin fecha. Óleo sobre madera. 44x55 cm. Derecha: Hernando Gómez Bustamante, alias 'Rasguño'.
2015/09/16
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El hombre del retrato tiene la mirada fija en su pintor, desafiando al espectador con su ceja derecha arqueada y la barbilla canosa en punta, acentuando el aspecto solemne del retratado. El abrigo de piel y la gorguera blanca realzan su aura inmóvil. Se trata, al parecer, de un autorretrato de Peter Paul Rubens (1577-1640), artista de origen flamenco y uno de los más destacados del arte barroco, un momento de la historia de la pintura caracterizado por el realismo, los colores intensos y los claroscuros teatrales. Por azares del destino, esta obra permanece en Colombia a la espera de una comprobación de autenticidad.
No es la única. En otro muro de la reserva del Museo Nacional hay una pintura atribuida al mismo autor, un Retrato del archiduque Alberto VII de Austria, cuyo modelo está de pie, con traje oscuro y aristocrático, brazos suspendidos y espada al cinto. Originalmente, esta obra hizo pareja con el retrato de su esposa, la Infanta Isabel.
Las dos obras fueron adquiridas por Hernando Gómez Bustamante, mejor conocido por el alias de Rasguño, un narcotraficante colombiano capturado en Cuba en 2004, deportado a Colombia en 2007 y extraditado a Estados Unidos, en donde fue condenado a 30 años de cárcel por una corte federal del estado de Nueva York. Las dos pinturas sobresalen entre las 43 que permanecen en un cuarto anexo a la sala de exposiciones del segundo piso del Museo Nacional de Colombia, todas ellas incautadas a capos del narcotráfico que fueron capturados o que se entregaron a la justicia colombiana en busca de beneficios jurídicos. Ellos cedieron al Estado sus posesiones más valiosas (haciendas, carros lujosos, relojes de marca) para que se les aplique la extinción de dominio y puedan eventualmente ser comercializadas. La bodega, que también custodia otras pinturas de la colección del Museo Nacional, permanece cerrada al público.
Dentro de las piezas incautadas se cuentan una pintura anónima de Escuela Quiteña, de finales de la Colonia; un retrato titulado Mrs. Blakesley, de Thomas Hudson (1701-1779), un pintor menor de origen inglés; un paisaje de Huinck (1847-¿?), probablemente holandés; un caballo del colombiano David Manzur; un retrato anónimo de Simón Bolívar; un paisaje tardío de Ricardo Gómez Campuzano; un par de óleos atribuidos a Alejandro Obregón; un carboncillo del caleño Óscar Muñoz y ocho de Luis Caballero (el más grande tiene líneas de deterioro, al parecer por haber estado enrollado durante meses).
Aunque suele repetirse que, por su escasa formación académica o por su desconocimiento de la historia del arte, los mafiosos fueron víctimas de estafas, falsificaciones y de su propio mal gusto, casi todos ellos conformaron grandes colecciones asesorados por reconocidos galeristas o a través de las grandes casas de subastas europeas y norteamericanas. Contrario a la creencia popular que nos muestra al mafioso tonto que se deja embaucar por el marchante avivato, lo cierto es que los vendedores de falsificaciones fueron ajusticiados. Esto le ocurrió a Mauren José Ramírez, quien en la década de los ochenta vendió a Pablo Escobar cuatro jarrones de la dinastía Chen-Tsung por la suma de 1.000 millones de pesos. El jefe del cartel de Medellín pidió a un curador un certificado de autenticidad, quien se negó afirmando que los jarrones eran réplicas hechas en Ráquira (Boyacá). Por esto, Mauren José Ramírez terminó abaleado.
El Volcán. Alejandro Obregón. Sin fecha. Óleo sobre lienzo.
Según una carpeta conservada en la misma bodega, en la Fiscalía General de la Nación existen otras obras a las que no se tiene acceso, como una del cubano Wifredo Lam, uno de los artistas latinoamericanos más celebrados y cotizados del siglo XX; los trabajos de dos artistas centroamericanos y un dibujo del mexicano José Luis Cuevas que perteneció al anticuario Santiago Medina, tesorero de la campaña presidencial de Ernesto Samper. De hecho, en una audiencia celebrada en junio de 2007 ante un juez de conocimiento, Rasguño confesó que adquirió los Rubens a través de un intermediario muy cercano a Medina, a quien conoció en 1990, cuando este último era gerente de la Empresa Colombiana de Nuevos Recursos para la Salud (Ecosalud), en donde fue declarado insubsistente por presuntas anomalías en su gestión. Medina decoró una de las fincas de Rasguño en Cartago y otras residencias de dos reconocidos narcotraficantes del Valle del Cauca, José Santacruz Londoño y Víctor Patiño Fómeque.
Los funcionarios de la SAE (Sociedad de Activos Especiales), entidad que administra los bienes incautados al narcotráfico, poco conocen de arte antiguo, su trabajo se desarrolla en otras esferas, y tampoco tienen claridad sobre los precios que el mercado internacional paga por este tipo de obras, que en el caso de los Rubens, de autenticarse debidamente, podrían oscilar entre 10 y 30 millones de dólares cada uno. Y ahí está el meollo del asunto: autenticarlos de forma correcta y transparente, sin intereses económicos mediante, y sin las premuras y presiones del Estado.
*
Vale la pena recordar la fecundidad creativa de Rubens y los numerosos pedidos que le llegaban de todas partes, por lo que sistematizó su actividad artística y organizó su taller hasta contar con un equipo de expertos colaboradores como Jacob Jordaens, Anthony van Dyck o Frans Snyders. En una carta que el mismo Rubens escribió en 1611, reconoció haber tenido más de cien ayudantes en su taller, algunos especializados en paisajes, otros en historias y otros en retratos. Aunque todos trabajaban a partir de bocetos dibujados por el maestro, este corregía sobre la marcha y daba los últimos retoques.
Esta situación particular dificulta la atribución directa de las dos obras incautadas al pincel del maestro, aunque una pintura elaborada por cualquiera de sus afamados discípulos (con la colaboración de Rubens o sin ella) no resulte para nada despreciable: en los grandes museos europeos como el Prado, el Louvre o el Hermitage, los discípulos de Rubens comparten salas enteras con su maestro, y las cotizaciones en las casas de subastas internacionales resultan altamente significativas, como ocurrió en 2009, cuando Sotheby’s vendió el último autorretrato (1641) de Van Dyck, pintado por el artista poco antes de morir, en 8,3 millones de libras esterlinas; y su pintura Caballo retrocediendo fue vendida por Christie’s, en 2008, en 3,06 millones de libras esterlinas.
Así mismo, las diferencias de precio entre una obra plenamente identificada (ya sea de Rubens o de sus discípulos más afamados) y una obra “del círculo” o “del taller” (así, sin más información) son extraordinarias: en 2010 se subastó en Christie’s Ámsterdam un Retrato del archiduque Alberto, del “círculo” de Rubens, sin más identificación, en 8.750 Euros. El mismo año, en la sede londinense de la misma casa de subastas, se vendió una obra similar, plenamente identificada del pincel de Rubens, Retrato de un comandante, por 9 millones de libras.
Por eso, una correcta atribución es el punto central del proceso. ¿Quiénes podrían hacerlo? En primera instancia, los grandes museos europeos cuentan con equipos que podrían certificar, aunque no lo hagan por el Código de Ética Profesional que les impide hacer este tipo de operaciones para evitar conflictos de intereses. En segunda instancia, las casas de subasta podrían, con sus propios peritos, investigar la procedencia, consultar expertos y revisar la literatura especializada, siendo una opción relativamente confiable. En tercera instancia, están los investigadores consumados, los eruditos que han dedicado su vida a investigar a Rubens y que cuentan con artículos, libros y curadurías en esta materia específica. Existe The Rubens Research Comittee, encargado de avalar obras y realizar el catálogo razonado del pintor, y el Museo de Bellas Artes de Amberes (Bélgica) viene desarrollando The Rubens Project, dirigido a identificar, dentro de su extensa colección, las obras atribuibles a Rubens o a sus discípulos, empleando todo tipo de herramientas científicas, históricas y visuales. Pero, por lo general, las atribuciones más confiables no responden al dictamen de una persona, sino al consenso de una comunidad de especialistas acreditados internacionalmente, con los argumentos y la credibilidad suficientes para legitimar las obras.
El autorretrato
Ricardo Uribe Moya, vicedirector de Investigación de la Escuela de Artes y Letras, fue contratado para hacer el peritaje de las 43 obras guardadas en el Museo Nacional. Él ha hecho el análisis y avalúo de anteriores lotes de obras para la SAE y está inscrito en el Registro Nacional de Avaluadores en la especialidad de obras de arte desde 2010. En la sala de conferencias de la SAE, Uribe comunicó los resultados de su investigación: los dos cuadros de Alejandro Obregón y los ocho de Luis Caballero serían auténticos; el cuadro de Hudson es atribuible al pintor inglés y, en cuanto a los dos Rubens, Uribe planteó la hipótesis que el Retrato del archiduquesería atribuible a su taller, sin especificar a cuál discípulo, y el otro cuadro, de menor tamaño, sería un autorretrato tardío de la mano directa del pintor flamenco. Él designó a Omar Gordillo para autenticar los cuadros de Obregón, a pesar del desacuerdo que existe entre Gordillo y los descendientes de Obregón en cuanto a la certificación de obras.
Uribe explica: “El Autorretrato de Rubens fue pintado sobre madera, no sobre lienzo. Cuando lo miré con lupa me sorprendió una línea vertical sobre la superficie, decidimos retirar el marco y hallamos que el entramado posterior se hizo con cuatro tablas de madera, lo que origina esa dilatación y denota su autenticidad”. Sin embargo, vale la pena anotar que el hecho de que una obra sea pintada sobre madera, no denota que sea auténtica, pues cualquier copista o falsificador puede hacerlo. Lo que sí es claro es que ante la ausencia de pruebas químicas de la madera, resulta imposible determinar la antigüedad, el tipo y la procedencia de la misma, así como los pigmentos empleados, y si estos corresponden a la época y al tipo de pigmentos utilizados por Rubens.
Uribe también afirma que el marco del cuadro no es el original y que ha sido cambiado varias veces desde que fue pintado hace unos 400 años. Pero tampoco resulta claro cómo logró establecer esto, cuando ni siquiera se conoce la procedencia de la obra, un aspecto fundamental en cualquier proceso de autenticación. Uribe afirma que la primera vez que vio el cuadro estuvo tres horas ante él, atraído por la textura de la piel, que un buen pintor habría resuelto con 14 tonos, pero este autorretrato tendría más de 60, según afirma.
El retrato del archiduque Alberto VII de Austria
Ricardo Uribe estima que fueron más de 600 los cuadros de Rubens que revisó a través de internet desde 2012, y en el cotejo halló coincidencias anatómicas convincentes con el autorretrato incautado: “La destreza de la pincelada en el Autorretrato es superior al del Retrato del archiduque. De este último, existe una versión muy parecida a la de Rasguño en la National Gallery de Londres: las proporciones son idénticas, pero el cuello, los botones y otros detalles son distintos”. Curiosamente, la versión del Retrato del archiduque de la National Gallery, utilizada por Uribe como parámetro para cuestionar la autenticidad del Retrato del archiduque de Rasguño, es una obra del taller del artista, es decir, la National Gallery no tiene certeza de que provenga de la mano de Rubens. Así mismo, Rubens y su taller elaboraron varias versiones de cada cuadro, permitiéndose licencias, quitando o introduciendo nuevos elementos, sin que esto constituya un criterio para descartar la autenticidad de una obra.
En el catálogo razonado de Rubens, conocido como Corpus Rubenianum, que no fue consultado para la autenticación, existen varias versiones del Retrato del archiduque Alberto de Austria, cada una diferente. A la mayoría de ellas se les ha perdido el rastro desde hace décadas. En algunas aparece el archiduque montado a caballo y hay, al menos, ocho versiones diferentes realizadas por Rubens, de medio cuerpo y cuerpo entero, conservadas en distintos museos del mundo (el Chrysler, el Prado o el Kunsthistorisches), y otras atribuidas (Museo de Arte de São Paulo). Incluso, las versiones originales de Rubens son una variación que él realizó a partir de un retrato del archiduque elaborado por otro artista de la época, Otto van Veen (1556-1629).
Por lo demás, no existe ninguna prueba química o radiográfica que avale que el cuadro incautado fuera realizado en el siglo XVII, ni siquiera se conoce su procedencia, al menos en dónde fue comprado, lo que sería revelador y permitiría trazar una genealogía de la pintura. Uribe tampoco ha tenido acceso a los estudios radiográficos y químicos de los retratos de Rubens en museos europeos, así que cualquier comparación difícilmente trascenderá el juicio subjetivo, lo que resulta altamente riesgoso es si, a partir de este juicio, se toman decisiones como vender el cuadro en una subasta pública, en desmedro del patrimonio del Estado. Uribe afirma: “En Colombia no hay nadie que sea experto en Rubens, yo espero que a mí me crean, porque llevo una vida en esto, llevo tres años investigando a Rubens, revisando toda la bibliografía existente y consultando fuentes confiables”.
Si las obras lograran atribuirse adecuadamente, estaríamos ante dos pinturas significativas del arte occidental. Este descubrimiento sería similar al realizado por el artista bogotano Santiago Martínez Delgado, quien en 1939 encontró un cuadro atribuido a Rafael Sanzio, el genio del Renacimiento, en una tienda de Fontibón. Después de analizarlo en un laboratorio clínico de Bogotá, Martínez Delgado viajó a la Exposición Internacional de Nueva York (1939), y consiguió que la pintura fuera incluida en uno de los catálogos de Rafael como laMadonna de Bogotá. En 1945, en deterioro del patrimonio cultural del país, la pintura se extravió. Martínez Delgado murió en 1954.
Las subastas de la DNE
En noviembre de 2013, la liquidada Dirección Nacional de Estupefacientes preparó el Gran Bodegazo, una estrategia publicitaria para vender los bienes incautados a los carteles de la droga: haciendas, apartamentos, joyas, artículos decorativos y obras de arte. En aquella ocasión se adecuó la bodega de un edificio de la calle 53 de Bogotá como oficina de ventas, en donde los asesores y oficinistas mostraban los catálogos, explicaban y persuadían a los posibles clientes.
Los curiosos centraban su atención en la Harley Davidson Softail que perteneció a Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta, capo del cartel del norte del Valle. Uno de los asesores afirmaba que Alejandro Obregón era el artista más preguntado y auguraba una puja dura por un cóndor azul, apretujado en medio de otros cuadros en los muros de la oficina. Aunque los dos Rubens no estaban en venta (aún no han sido extintos), en un legajador con imágenes de obras incautadas podía verse elAutorretrato junto con tres fotografías del marco: en su parte posterior se leía una pequeña placa con la inscripción “Peter P. Rubens (1577-1640)”.
Unas semanas después del remate, Clara Saldarriaga, directora de la Unidad de Ventas, afirmaba: “A la gente le ganó el miedo de saber que fueron cosas de mafiosos; el objetivo es que pierdan el miedo a comprar bienes que ya fueron extintos y saneados. Pero, en general, nos fue muy bien”. En cuanto a los dos Rubens, ella afirmó que aún no estaban ni extintos ni certificados, y que por eso no fueron puestos en venta, “pero cuando tengan certificado costarán 5.000 millones de pesos, aunque es probable que los declaren patrimonio cultural”. Es difícil saber de dónde salió la cifra de los 5.000 millones de pesos y tampoco es claro el papel del Ministerio de Cultura en la patrimonialización de las colecciones de la mafia, que en su mayoría han terminado vendidas, extraviadas, cambiadas, devueltas o perdidas, en vez de colgadas en las salas de los museos públicos del país. En Colombia, un país con pocas colecciones públicas de arte internacional, resulta inaudito que este tipo de obras sean vendidas por el Estado, y que los objetos que testimonian los momentos más dolorosos de la historia contemporánea de Colombia, dignos de un museo nacional, sean vendidos bajo el silencio de las instituciones gestoras de la memoria.
Una de las preguntas centrales del proceso es cómo el Estado acredita o desacredita la autoría de obras de arte en el país. Uno de los primeros peritajes conocidos lo hizo Gloria Zea, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, en 2002, cuando se reunió con el director de la DNE de entonces, el coronel retirado Alfonso Plazas, y el subdirector de bienes de la entidad, Alejandro Olaya, en las instalaciones del Chinauta Resort, un hotel que perteneció a Justo Pastor Perafán. El veredicto de Zea fue que ninguna de las 174 obras colgadas en el hotel era auténtica o tenía valor artístico. Curiosamente no existen documentos en el portal de la DNE sobre las obras desacreditadas por Zea, tan solo el testimonio de los que estuvieron en aquella reunión.
Los cuadros y esculturas se refundieron en los papeleos y bases de datos de la entidad, al igual que muchos de los 40.000 bienes incautados que llegó a administrar. Por esa razón, Juan Carlos Restrepo, director encargado en 2010, dijo en una entrevista a Semana que “la DNE era el parque de diversiones de la mafia”. Incluso, Semana señaló que, después de haber sido intervenida la dne por el gobierno, desaparecieron bases de datos con todo tipo de bienes y predios decomisados por la Fiscalía. Otra anomalía, que una fuente confiable informó, era que un grupo de certificadores privados amañaba los análisis para hacer pasar obras adulteradas por auténticas y viceversa. Finalmente, la dne fue liquidada y sus funciones fueron asumidas por el Ministerio de Justicia y la sae, que administra los bienes del Frisco (Fondo para la Rehabilitación, Inversión Social y Lucha contra el Crimen Organizado) desde 2014.
El documento de Uribe Moya es un primer paso muy tímido. Todavía hace falta una investigación jurídica (la cadena de custodia del bien desde que un fiscal inicia la extinción de dominio), el análisis científico (el examen de la composición química y la antigüedad de la tela o la madera, establecer las diferentes etapas de ejecución de la obra mediante pruebas radiográficas, y el análisis de pincelada, estilo, materiales y pigmentos) y la procedencia (la cadena de propiedad desde la mano del artista hasta el presente). En el caso de los Rubens, aún no se han practicado los análisis restantes por cuestiones jurídicas, pues el Estado colombiano tiene la posesión de las obras pero no es propietario, debido a que un juez de conocimiento no ha dado por concluida la extinción de dominio, y el peritaje con rayos X (o la extracción de una muestra de la pintura) son exámenes intrusivos que deben practicarse con autorización del propietario.
En todo caso, sería deseable que, independientemente de las atribuciones, los dos cuadros pasaran cuanto antes al Museo Nacional, no en custodia sino en propiedad, una institución que podría encargarse en el futuro, lejos de intereses comerciales o de cualquier sospecha, de analizar las pinturas bajo los criterios científicos e históricos pertinentes, con los investigadores internacionales de mayor credibilidad y recurriendo a las verdaderas instancias de legitimación.
El misterio de la procedencia
Hay algunos indicios que deberán investigarse, como los siete millones de dólares que pagó supuestamente Rasguño por cada cuadro en una casa de subastas de Nueva York hacia 1991, tal y como afirmó en una entrevista en 2007. Sin embargo, luego de una pesquisa, el cuadro no aparece en las bases de datos de Christie’s o Sotheby’s, las subastadoras que podrían haberlos vendido. Si la compra se hizo a través de una galería neoyorquina, la única obra similar puesta en venta ese año fue un Retrato del archiduque Alberto de Austria (de 80 x 63,5 cm), ofrecido por la Newhouse Galleries en abril de 1991, atribuido al Taller de Rubens, no a Rubens directamente o algún discípulo suyo. Este retrato tiene diferencias con la obra incautada, que tiene un fondo más trabajado y diferente formato y vestido. La obra de la Newhouse Galleries, que parece no ser la misma de Rasguño (por más que existan coincidencias en las fechas de venta y el tipo de obra) fue adquirida originalmente en Parke-Bernet Galleries de Nueva York (hoy Sotheby’s) en marzo de 1963 por la suma de 600 dólares.
Aclarar la situación de las dos obras incautadas es una tarea harto difícil en vista de que la SAE restringe, en exceso, la visita de periodistas a las obras, no permite la toma de fotografías o apuntes en la reserva del Museo y tampoco facilita, ante los sucesivos pedidos, imágenes en alta resolución o fichas técnicas completas. Aunque esta posición es comprensible en algunos casos ya que, eventualmente, podrían resultar afectados los intereses de los sujetos involucrados, esta situación podría devenir en un problema de transparencia que deja abierta la puerta a los famosos “cambiazos”, ya que resulta imposible para un ciudadano comparar si las obras son las mismas en dos momentos distintos.
Además de lo anterior, habría que consultar si las obras están reportadas como robadas en la base de datos de la Interpol, si el capo colombiano obtuvo algún certificado de autenticidad o procedencia, e indagar la posición del Ministerio de Cultura frente al registro de estas obras en la lista de Bienes de Interés Cultural. También es necesario corroborar si en verdad pertenecieron a una familia judía que emigró de Europa en la antesala de la Segunda Guerra Mundial y si estuvieron guardados como relicario familiar durante 40 años, como algunos han afirmado.
Una versión alterna de la procedencia de las obras proviene de Luis Segura, un abogado penalista que ha llevado casos de personas relacionadas con el cartel del norte del Valle y conoce la situación jurídica de los capos. Él afirma que Rasguño no compró las obras en una subasta sino a través de un intermediario en Nueva York al que habría pagado unos 200.000 dólares, una cifra diferente a los 7 millones de dólares que Rasguño dijo haber pagado, y envió las obras en barco a través del puerto de Buenaventura, para luego colgarlas en una de sus fincas en Cartago. Segura no cree que Rasguño se ufanara tanto de los dos Rubens como de los caballos de paso fino, una de sus grandes pasiones.
Juan Carlos Giraldo, periodista judicial, escribió en 2007 un perfil sobre el capo, La confesión de Rasguño, en el que cuenta que, como parte del acuerdo previo al que llegó con emisarios de la Embajada de Estados Unidos y la dea, Rasguño entregó una aeronave de carga, su jet privado, el Ferrari rojo modelo 91, los dos Rubens y otras obras de arte, “excentricidades que no corresponden a un hombre de campo, sin mayores estudios y oportunidades, que de la noche a la mañana llegó a amasar una de las fortunas más descomunales de las que se tenga noticia”. Por su parte, Manuel Retureta, actual apoderado de Rasguño en Estados Unidos, aseguró que su cliente colaborará para establecer la procedencia de los cuadros, pero antes deberá aclarar asuntos de interés político nacional, como los magnicidios de Álvaro Gómez Hurtado y Jaime Garzón, así como su relación con Carlos Castaño, entre otros.
*
El anecdotario de la relación entre artistas y narcotraficantes ha producido innumerables fábulas, a medio camino entre el cotilleo y el proceso judicial. Nadie ha investigado las relaciones entre la mafia y el arte colombiano durante las décadas de 1980 y 1990, por lo que muchos testimonios se perderán entre los vericuetos de la historia y los anaqueles de la Fiscalía. Así mismo, una gran parte del patrimonio contemporáneo de Colombia, ese que serviría para recordar permanentemente nuestro pasado y no repetirlo, se ha perdido para la Nación: ninguna institución cultural pública guarda los archivos privados de los grandes capos de la mafia, lo que constituiría una posibilidad brillante para que la sociedad civil ejerza el derecho a la memoria y a la reparación; ningún museo ha coleccionado los objetos que moldearon las figuras nefastas de Pablo Escobar o de Gonzalo Rodríguez Gacha, objetos que, contextualizados adecuadamente, servirían de recordatorio e instrumento de crítica social; y el arte coleccionado por la mafia, que según algunas estimaciones pudo superar el millón de obras, está perdido o será rematado por el Estado. Solo quedan en el aire algunas preguntas: ¿Las 43 obras incautadas, custodiadas por el Museo Nacional, pasarán algún día al Estado o terminarán malvendidas? ¿Qué pasará con los dos supuestos Rubens? ¿Se quedarán en el país? ¿Tropezarán con la burocracia ilustrada, con el desdén de los responsables de la cultura o con el interminable papeleo administrativo? ¿Los investigadores podrán visitarlos? ¿Los veremos en una futura exposición? Todo está por verse.
Requisitos para sanear el bien
En cuanto a la certificación de las obras de arte, las obligaciones que establece la SAE para el peritaje de los bienes incautados incluyen:
- Una ficha técnica con información básica y el avalúo soportado en posibilidades reales de comercialización.
- Cálculos que sustenten el resultado final del estudio.
- Uso de fuentes fidedignas que no pueden ser ajenas al texto.
- Proyecciones sobre el avalúo.
- Memorias de cómputo utilizadas.
- La metodología para estimar el precio.
- No es lo mismo un cuadro auténtico que un cuadro autenticado.
- Original no significa necesariamente valioso.
- Original tampoco significa perteneciente al autor.
- Copia no es sinónimo de obra sin valor.
- Copia y falsificación son conceptos diferentes, una copia tiene valor, no se hace con el ánimo de sustituir y estafar.
- Atribuido a” se refiere a una obra cuyos indicios o manifestaciones del tenedor llevan a creer que la obra pertenece a un autor específico. La probable autenticidad de la firma y el estudio de la técnica pueden ratificar la creencia, pero solo una certificación adecuadamente obtenida la ratificará.
- “Cuadro original” se refiere a que ha sido hecho por quien lo firma, esto no significa que tenga necesariamente un alto valor comercial.
** Crítico de arte
No es la única. En otro muro de la reserva del Museo Nacional hay una pintura atribuida al mismo autor, un Retrato del archiduque Alberto VII de Austria, cuyo modelo está de pie, con traje oscuro y aristocrático, brazos suspendidos y espada al cinto. Originalmente, esta obra hizo pareja con el retrato de su esposa, la Infanta Isabel.
Las dos obras fueron adquiridas por Hernando Gómez Bustamante, mejor conocido por el alias de Rasguño, un narcotraficante colombiano capturado en Cuba en 2004, deportado a Colombia en 2007 y extraditado a Estados Unidos, en donde fue condenado a 30 años de cárcel por una corte federal del estado de Nueva York. Las dos pinturas sobresalen entre las 43 que permanecen en un cuarto anexo a la sala de exposiciones del segundo piso del Museo Nacional de Colombia, todas ellas incautadas a capos del narcotráfico que fueron capturados o que se entregaron a la justicia colombiana en busca de beneficios jurídicos. Ellos cedieron al Estado sus posesiones más valiosas (haciendas, carros lujosos, relojes de marca) para que se les aplique la extinción de dominio y puedan eventualmente ser comercializadas. La bodega, que también custodia otras pinturas de la colección del Museo Nacional, permanece cerrada al público.
Dentro de las piezas incautadas se cuentan una pintura anónima de Escuela Quiteña, de finales de la Colonia; un retrato titulado Mrs. Blakesley, de Thomas Hudson (1701-1779), un pintor menor de origen inglés; un paisaje de Huinck (1847-¿?), probablemente holandés; un caballo del colombiano David Manzur; un retrato anónimo de Simón Bolívar; un paisaje tardío de Ricardo Gómez Campuzano; un par de óleos atribuidos a Alejandro Obregón; un carboncillo del caleño Óscar Muñoz y ocho de Luis Caballero (el más grande tiene líneas de deterioro, al parecer por haber estado enrollado durante meses).
Aunque suele repetirse que, por su escasa formación académica o por su desconocimiento de la historia del arte, los mafiosos fueron víctimas de estafas, falsificaciones y de su propio mal gusto, casi todos ellos conformaron grandes colecciones asesorados por reconocidos galeristas o a través de las grandes casas de subastas europeas y norteamericanas. Contrario a la creencia popular que nos muestra al mafioso tonto que se deja embaucar por el marchante avivato, lo cierto es que los vendedores de falsificaciones fueron ajusticiados. Esto le ocurrió a Mauren José Ramírez, quien en la década de los ochenta vendió a Pablo Escobar cuatro jarrones de la dinastía Chen-Tsung por la suma de 1.000 millones de pesos. El jefe del cartel de Medellín pidió a un curador un certificado de autenticidad, quien se negó afirmando que los jarrones eran réplicas hechas en Ráquira (Boyacá). Por esto, Mauren José Ramírez terminó abaleado.
El Volcán. Alejandro Obregón. Sin fecha. Óleo sobre lienzo.
Según una carpeta conservada en la misma bodega, en la Fiscalía General de la Nación existen otras obras a las que no se tiene acceso, como una del cubano Wifredo Lam, uno de los artistas latinoamericanos más celebrados y cotizados del siglo XX; los trabajos de dos artistas centroamericanos y un dibujo del mexicano José Luis Cuevas que perteneció al anticuario Santiago Medina, tesorero de la campaña presidencial de Ernesto Samper. De hecho, en una audiencia celebrada en junio de 2007 ante un juez de conocimiento, Rasguño confesó que adquirió los Rubens a través de un intermediario muy cercano a Medina, a quien conoció en 1990, cuando este último era gerente de la Empresa Colombiana de Nuevos Recursos para la Salud (Ecosalud), en donde fue declarado insubsistente por presuntas anomalías en su gestión. Medina decoró una de las fincas de Rasguño en Cartago y otras residencias de dos reconocidos narcotraficantes del Valle del Cauca, José Santacruz Londoño y Víctor Patiño Fómeque.
Los funcionarios de la SAE (Sociedad de Activos Especiales), entidad que administra los bienes incautados al narcotráfico, poco conocen de arte antiguo, su trabajo se desarrolla en otras esferas, y tampoco tienen claridad sobre los precios que el mercado internacional paga por este tipo de obras, que en el caso de los Rubens, de autenticarse debidamente, podrían oscilar entre 10 y 30 millones de dólares cada uno. Y ahí está el meollo del asunto: autenticarlos de forma correcta y transparente, sin intereses económicos mediante, y sin las premuras y presiones del Estado.
*
Vale la pena recordar la fecundidad creativa de Rubens y los numerosos pedidos que le llegaban de todas partes, por lo que sistematizó su actividad artística y organizó su taller hasta contar con un equipo de expertos colaboradores como Jacob Jordaens, Anthony van Dyck o Frans Snyders. En una carta que el mismo Rubens escribió en 1611, reconoció haber tenido más de cien ayudantes en su taller, algunos especializados en paisajes, otros en historias y otros en retratos. Aunque todos trabajaban a partir de bocetos dibujados por el maestro, este corregía sobre la marcha y daba los últimos retoques.
Esta situación particular dificulta la atribución directa de las dos obras incautadas al pincel del maestro, aunque una pintura elaborada por cualquiera de sus afamados discípulos (con la colaboración de Rubens o sin ella) no resulte para nada despreciable: en los grandes museos europeos como el Prado, el Louvre o el Hermitage, los discípulos de Rubens comparten salas enteras con su maestro, y las cotizaciones en las casas de subastas internacionales resultan altamente significativas, como ocurrió en 2009, cuando Sotheby’s vendió el último autorretrato (1641) de Van Dyck, pintado por el artista poco antes de morir, en 8,3 millones de libras esterlinas; y su pintura Caballo retrocediendo fue vendida por Christie’s, en 2008, en 3,06 millones de libras esterlinas.
Así mismo, las diferencias de precio entre una obra plenamente identificada (ya sea de Rubens o de sus discípulos más afamados) y una obra “del círculo” o “del taller” (así, sin más información) son extraordinarias: en 2010 se subastó en Christie’s Ámsterdam un Retrato del archiduque Alberto, del “círculo” de Rubens, sin más identificación, en 8.750 Euros. El mismo año, en la sede londinense de la misma casa de subastas, se vendió una obra similar, plenamente identificada del pincel de Rubens, Retrato de un comandante, por 9 millones de libras.
Por eso, una correcta atribución es el punto central del proceso. ¿Quiénes podrían hacerlo? En primera instancia, los grandes museos europeos cuentan con equipos que podrían certificar, aunque no lo hagan por el Código de Ética Profesional que les impide hacer este tipo de operaciones para evitar conflictos de intereses. En segunda instancia, las casas de subasta podrían, con sus propios peritos, investigar la procedencia, consultar expertos y revisar la literatura especializada, siendo una opción relativamente confiable. En tercera instancia, están los investigadores consumados, los eruditos que han dedicado su vida a investigar a Rubens y que cuentan con artículos, libros y curadurías en esta materia específica. Existe The Rubens Research Comittee, encargado de avalar obras y realizar el catálogo razonado del pintor, y el Museo de Bellas Artes de Amberes (Bélgica) viene desarrollando The Rubens Project, dirigido a identificar, dentro de su extensa colección, las obras atribuibles a Rubens o a sus discípulos, empleando todo tipo de herramientas científicas, históricas y visuales. Pero, por lo general, las atribuciones más confiables no responden al dictamen de una persona, sino al consenso de una comunidad de especialistas acreditados internacionalmente, con los argumentos y la credibilidad suficientes para legitimar las obras.
El autorretrato
Ricardo Uribe Moya, vicedirector de Investigación de la Escuela de Artes y Letras, fue contratado para hacer el peritaje de las 43 obras guardadas en el Museo Nacional. Él ha hecho el análisis y avalúo de anteriores lotes de obras para la SAE y está inscrito en el Registro Nacional de Avaluadores en la especialidad de obras de arte desde 2010. En la sala de conferencias de la SAE, Uribe comunicó los resultados de su investigación: los dos cuadros de Alejandro Obregón y los ocho de Luis Caballero serían auténticos; el cuadro de Hudson es atribuible al pintor inglés y, en cuanto a los dos Rubens, Uribe planteó la hipótesis que el Retrato del archiduquesería atribuible a su taller, sin especificar a cuál discípulo, y el otro cuadro, de menor tamaño, sería un autorretrato tardío de la mano directa del pintor flamenco. Él designó a Omar Gordillo para autenticar los cuadros de Obregón, a pesar del desacuerdo que existe entre Gordillo y los descendientes de Obregón en cuanto a la certificación de obras.
Uribe explica: “El Autorretrato de Rubens fue pintado sobre madera, no sobre lienzo. Cuando lo miré con lupa me sorprendió una línea vertical sobre la superficie, decidimos retirar el marco y hallamos que el entramado posterior se hizo con cuatro tablas de madera, lo que origina esa dilatación y denota su autenticidad”. Sin embargo, vale la pena anotar que el hecho de que una obra sea pintada sobre madera, no denota que sea auténtica, pues cualquier copista o falsificador puede hacerlo. Lo que sí es claro es que ante la ausencia de pruebas químicas de la madera, resulta imposible determinar la antigüedad, el tipo y la procedencia de la misma, así como los pigmentos empleados, y si estos corresponden a la época y al tipo de pigmentos utilizados por Rubens.
Uribe también afirma que el marco del cuadro no es el original y que ha sido cambiado varias veces desde que fue pintado hace unos 400 años. Pero tampoco resulta claro cómo logró establecer esto, cuando ni siquiera se conoce la procedencia de la obra, un aspecto fundamental en cualquier proceso de autenticación. Uribe afirma que la primera vez que vio el cuadro estuvo tres horas ante él, atraído por la textura de la piel, que un buen pintor habría resuelto con 14 tonos, pero este autorretrato tendría más de 60, según afirma.
El retrato del archiduque Alberto VII de Austria
Ricardo Uribe estima que fueron más de 600 los cuadros de Rubens que revisó a través de internet desde 2012, y en el cotejo halló coincidencias anatómicas convincentes con el autorretrato incautado: “La destreza de la pincelada en el Autorretrato es superior al del Retrato del archiduque. De este último, existe una versión muy parecida a la de Rasguño en la National Gallery de Londres: las proporciones son idénticas, pero el cuello, los botones y otros detalles son distintos”. Curiosamente, la versión del Retrato del archiduque de la National Gallery, utilizada por Uribe como parámetro para cuestionar la autenticidad del Retrato del archiduque de Rasguño, es una obra del taller del artista, es decir, la National Gallery no tiene certeza de que provenga de la mano de Rubens. Así mismo, Rubens y su taller elaboraron varias versiones de cada cuadro, permitiéndose licencias, quitando o introduciendo nuevos elementos, sin que esto constituya un criterio para descartar la autenticidad de una obra.
En el catálogo razonado de Rubens, conocido como Corpus Rubenianum, que no fue consultado para la autenticación, existen varias versiones del Retrato del archiduque Alberto de Austria, cada una diferente. A la mayoría de ellas se les ha perdido el rastro desde hace décadas. En algunas aparece el archiduque montado a caballo y hay, al menos, ocho versiones diferentes realizadas por Rubens, de medio cuerpo y cuerpo entero, conservadas en distintos museos del mundo (el Chrysler, el Prado o el Kunsthistorisches), y otras atribuidas (Museo de Arte de São Paulo). Incluso, las versiones originales de Rubens son una variación que él realizó a partir de un retrato del archiduque elaborado por otro artista de la época, Otto van Veen (1556-1629).
Por lo demás, no existe ninguna prueba química o radiográfica que avale que el cuadro incautado fuera realizado en el siglo XVII, ni siquiera se conoce su procedencia, al menos en dónde fue comprado, lo que sería revelador y permitiría trazar una genealogía de la pintura. Uribe tampoco ha tenido acceso a los estudios radiográficos y químicos de los retratos de Rubens en museos europeos, así que cualquier comparación difícilmente trascenderá el juicio subjetivo, lo que resulta altamente riesgoso es si, a partir de este juicio, se toman decisiones como vender el cuadro en una subasta pública, en desmedro del patrimonio del Estado. Uribe afirma: “En Colombia no hay nadie que sea experto en Rubens, yo espero que a mí me crean, porque llevo una vida en esto, llevo tres años investigando a Rubens, revisando toda la bibliografía existente y consultando fuentes confiables”.
Si las obras lograran atribuirse adecuadamente, estaríamos ante dos pinturas significativas del arte occidental. Este descubrimiento sería similar al realizado por el artista bogotano Santiago Martínez Delgado, quien en 1939 encontró un cuadro atribuido a Rafael Sanzio, el genio del Renacimiento, en una tienda de Fontibón. Después de analizarlo en un laboratorio clínico de Bogotá, Martínez Delgado viajó a la Exposición Internacional de Nueva York (1939), y consiguió que la pintura fuera incluida en uno de los catálogos de Rafael como laMadonna de Bogotá. En 1945, en deterioro del patrimonio cultural del país, la pintura se extravió. Martínez Delgado murió en 1954.
Las subastas de la DNE
En noviembre de 2013, la liquidada Dirección Nacional de Estupefacientes preparó el Gran Bodegazo, una estrategia publicitaria para vender los bienes incautados a los carteles de la droga: haciendas, apartamentos, joyas, artículos decorativos y obras de arte. En aquella ocasión se adecuó la bodega de un edificio de la calle 53 de Bogotá como oficina de ventas, en donde los asesores y oficinistas mostraban los catálogos, explicaban y persuadían a los posibles clientes.
Los curiosos centraban su atención en la Harley Davidson Softail que perteneció a Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta, capo del cartel del norte del Valle. Uno de los asesores afirmaba que Alejandro Obregón era el artista más preguntado y auguraba una puja dura por un cóndor azul, apretujado en medio de otros cuadros en los muros de la oficina. Aunque los dos Rubens no estaban en venta (aún no han sido extintos), en un legajador con imágenes de obras incautadas podía verse elAutorretrato junto con tres fotografías del marco: en su parte posterior se leía una pequeña placa con la inscripción “Peter P. Rubens (1577-1640)”.
Unas semanas después del remate, Clara Saldarriaga, directora de la Unidad de Ventas, afirmaba: “A la gente le ganó el miedo de saber que fueron cosas de mafiosos; el objetivo es que pierdan el miedo a comprar bienes que ya fueron extintos y saneados. Pero, en general, nos fue muy bien”. En cuanto a los dos Rubens, ella afirmó que aún no estaban ni extintos ni certificados, y que por eso no fueron puestos en venta, “pero cuando tengan certificado costarán 5.000 millones de pesos, aunque es probable que los declaren patrimonio cultural”. Es difícil saber de dónde salió la cifra de los 5.000 millones de pesos y tampoco es claro el papel del Ministerio de Cultura en la patrimonialización de las colecciones de la mafia, que en su mayoría han terminado vendidas, extraviadas, cambiadas, devueltas o perdidas, en vez de colgadas en las salas de los museos públicos del país. En Colombia, un país con pocas colecciones públicas de arte internacional, resulta inaudito que este tipo de obras sean vendidas por el Estado, y que los objetos que testimonian los momentos más dolorosos de la historia contemporánea de Colombia, dignos de un museo nacional, sean vendidos bajo el silencio de las instituciones gestoras de la memoria.
Una de las preguntas centrales del proceso es cómo el Estado acredita o desacredita la autoría de obras de arte en el país. Uno de los primeros peritajes conocidos lo hizo Gloria Zea, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, en 2002, cuando se reunió con el director de la DNE de entonces, el coronel retirado Alfonso Plazas, y el subdirector de bienes de la entidad, Alejandro Olaya, en las instalaciones del Chinauta Resort, un hotel que perteneció a Justo Pastor Perafán. El veredicto de Zea fue que ninguna de las 174 obras colgadas en el hotel era auténtica o tenía valor artístico. Curiosamente no existen documentos en el portal de la DNE sobre las obras desacreditadas por Zea, tan solo el testimonio de los que estuvieron en aquella reunión.
Los cuadros y esculturas se refundieron en los papeleos y bases de datos de la entidad, al igual que muchos de los 40.000 bienes incautados que llegó a administrar. Por esa razón, Juan Carlos Restrepo, director encargado en 2010, dijo en una entrevista a Semana que “la DNE era el parque de diversiones de la mafia”. Incluso, Semana señaló que, después de haber sido intervenida la dne por el gobierno, desaparecieron bases de datos con todo tipo de bienes y predios decomisados por la Fiscalía. Otra anomalía, que una fuente confiable informó, era que un grupo de certificadores privados amañaba los análisis para hacer pasar obras adulteradas por auténticas y viceversa. Finalmente, la dne fue liquidada y sus funciones fueron asumidas por el Ministerio de Justicia y la sae, que administra los bienes del Frisco (Fondo para la Rehabilitación, Inversión Social y Lucha contra el Crimen Organizado) desde 2014.
El documento de Uribe Moya es un primer paso muy tímido. Todavía hace falta una investigación jurídica (la cadena de custodia del bien desde que un fiscal inicia la extinción de dominio), el análisis científico (el examen de la composición química y la antigüedad de la tela o la madera, establecer las diferentes etapas de ejecución de la obra mediante pruebas radiográficas, y el análisis de pincelada, estilo, materiales y pigmentos) y la procedencia (la cadena de propiedad desde la mano del artista hasta el presente). En el caso de los Rubens, aún no se han practicado los análisis restantes por cuestiones jurídicas, pues el Estado colombiano tiene la posesión de las obras pero no es propietario, debido a que un juez de conocimiento no ha dado por concluida la extinción de dominio, y el peritaje con rayos X (o la extracción de una muestra de la pintura) son exámenes intrusivos que deben practicarse con autorización del propietario.
En todo caso, sería deseable que, independientemente de las atribuciones, los dos cuadros pasaran cuanto antes al Museo Nacional, no en custodia sino en propiedad, una institución que podría encargarse en el futuro, lejos de intereses comerciales o de cualquier sospecha, de analizar las pinturas bajo los criterios científicos e históricos pertinentes, con los investigadores internacionales de mayor credibilidad y recurriendo a las verdaderas instancias de legitimación.
El misterio de la procedencia
Hay algunos indicios que deberán investigarse, como los siete millones de dólares que pagó supuestamente Rasguño por cada cuadro en una casa de subastas de Nueva York hacia 1991, tal y como afirmó en una entrevista en 2007. Sin embargo, luego de una pesquisa, el cuadro no aparece en las bases de datos de Christie’s o Sotheby’s, las subastadoras que podrían haberlos vendido. Si la compra se hizo a través de una galería neoyorquina, la única obra similar puesta en venta ese año fue un Retrato del archiduque Alberto de Austria (de 80 x 63,5 cm), ofrecido por la Newhouse Galleries en abril de 1991, atribuido al Taller de Rubens, no a Rubens directamente o algún discípulo suyo. Este retrato tiene diferencias con la obra incautada, que tiene un fondo más trabajado y diferente formato y vestido. La obra de la Newhouse Galleries, que parece no ser la misma de Rasguño (por más que existan coincidencias en las fechas de venta y el tipo de obra) fue adquirida originalmente en Parke-Bernet Galleries de Nueva York (hoy Sotheby’s) en marzo de 1963 por la suma de 600 dólares.
Aclarar la situación de las dos obras incautadas es una tarea harto difícil en vista de que la SAE restringe, en exceso, la visita de periodistas a las obras, no permite la toma de fotografías o apuntes en la reserva del Museo y tampoco facilita, ante los sucesivos pedidos, imágenes en alta resolución o fichas técnicas completas. Aunque esta posición es comprensible en algunos casos ya que, eventualmente, podrían resultar afectados los intereses de los sujetos involucrados, esta situación podría devenir en un problema de transparencia que deja abierta la puerta a los famosos “cambiazos”, ya que resulta imposible para un ciudadano comparar si las obras son las mismas en dos momentos distintos.
Además de lo anterior, habría que consultar si las obras están reportadas como robadas en la base de datos de la Interpol, si el capo colombiano obtuvo algún certificado de autenticidad o procedencia, e indagar la posición del Ministerio de Cultura frente al registro de estas obras en la lista de Bienes de Interés Cultural. También es necesario corroborar si en verdad pertenecieron a una familia judía que emigró de Europa en la antesala de la Segunda Guerra Mundial y si estuvieron guardados como relicario familiar durante 40 años, como algunos han afirmado.
Una versión alterna de la procedencia de las obras proviene de Luis Segura, un abogado penalista que ha llevado casos de personas relacionadas con el cartel del norte del Valle y conoce la situación jurídica de los capos. Él afirma que Rasguño no compró las obras en una subasta sino a través de un intermediario en Nueva York al que habría pagado unos 200.000 dólares, una cifra diferente a los 7 millones de dólares que Rasguño dijo haber pagado, y envió las obras en barco a través del puerto de Buenaventura, para luego colgarlas en una de sus fincas en Cartago. Segura no cree que Rasguño se ufanara tanto de los dos Rubens como de los caballos de paso fino, una de sus grandes pasiones.
Juan Carlos Giraldo, periodista judicial, escribió en 2007 un perfil sobre el capo, La confesión de Rasguño, en el que cuenta que, como parte del acuerdo previo al que llegó con emisarios de la Embajada de Estados Unidos y la dea, Rasguño entregó una aeronave de carga, su jet privado, el Ferrari rojo modelo 91, los dos Rubens y otras obras de arte, “excentricidades que no corresponden a un hombre de campo, sin mayores estudios y oportunidades, que de la noche a la mañana llegó a amasar una de las fortunas más descomunales de las que se tenga noticia”. Por su parte, Manuel Retureta, actual apoderado de Rasguño en Estados Unidos, aseguró que su cliente colaborará para establecer la procedencia de los cuadros, pero antes deberá aclarar asuntos de interés político nacional, como los magnicidios de Álvaro Gómez Hurtado y Jaime Garzón, así como su relación con Carlos Castaño, entre otros.
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El anecdotario de la relación entre artistas y narcotraficantes ha producido innumerables fábulas, a medio camino entre el cotilleo y el proceso judicial. Nadie ha investigado las relaciones entre la mafia y el arte colombiano durante las décadas de 1980 y 1990, por lo que muchos testimonios se perderán entre los vericuetos de la historia y los anaqueles de la Fiscalía. Así mismo, una gran parte del patrimonio contemporáneo de Colombia, ese que serviría para recordar permanentemente nuestro pasado y no repetirlo, se ha perdido para la Nación: ninguna institución cultural pública guarda los archivos privados de los grandes capos de la mafia, lo que constituiría una posibilidad brillante para que la sociedad civil ejerza el derecho a la memoria y a la reparación; ningún museo ha coleccionado los objetos que moldearon las figuras nefastas de Pablo Escobar o de Gonzalo Rodríguez Gacha, objetos que, contextualizados adecuadamente, servirían de recordatorio e instrumento de crítica social; y el arte coleccionado por la mafia, que según algunas estimaciones pudo superar el millón de obras, está perdido o será rematado por el Estado. Solo quedan en el aire algunas preguntas: ¿Las 43 obras incautadas, custodiadas por el Museo Nacional, pasarán algún día al Estado o terminarán malvendidas? ¿Qué pasará con los dos supuestos Rubens? ¿Se quedarán en el país? ¿Tropezarán con la burocracia ilustrada, con el desdén de los responsables de la cultura o con el interminable papeleo administrativo? ¿Los investigadores podrán visitarlos? ¿Los veremos en una futura exposición? Todo está por verse.
Requisitos para sanear el bien
En cuanto a la certificación de las obras de arte, las obligaciones que establece la SAE para el peritaje de los bienes incautados incluyen:
- Una ficha técnica con información básica y el avalúo soportado en posibilidades reales de comercialización.
- Cálculos que sustenten el resultado final del estudio.
- Uso de fuentes fidedignas que no pueden ser ajenas al texto.
- Proyecciones sobre el avalúo.
- Memorias de cómputo utilizadas.
- La metodología para estimar el precio.
Una guía para no expertos
- El valor de un cuadro se basa en la oferta y la demanda, que aumenta o disminuye de acuerdo con el autor, la época, la técnica, el contexto social y cultural, la historia de la obra, su estado y tamaño.- No es lo mismo un cuadro auténtico que un cuadro autenticado.
- Original no significa necesariamente valioso.
- Original tampoco significa perteneciente al autor.
- Copia no es sinónimo de obra sin valor.
- Copia y falsificación son conceptos diferentes, una copia tiene valor, no se hace con el ánimo de sustituir y estafar.
- Atribuido a” se refiere a una obra cuyos indicios o manifestaciones del tenedor llevan a creer que la obra pertenece a un autor específico. La probable autenticidad de la firma y el estudio de la técnica pueden ratificar la creencia, pero solo una certificación adecuadamente obtenida la ratificará.
- “Cuadro original” se refiere a que ha sido hecho por quien lo firma, esto no significa que tenga necesariamente un alto valor comercial.
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* Periodista y Sociólogo** Crítico de arte
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