lunes, 10 de agosto de 2015

HEINRICH BÖLL EN TRAJE DE CLOWN, Lorel Manzano


Lorel Manzano

Crítico mordaz de la sociedad alemana de postguerra
en 1972 recibió el premio nobel de literatura

Policías disfrazados de jeques y de bailarinas españolas, un joven sospechoso de terrorismo, reporteros amarillistas y una bella empleada doméstica recorren las calles de Colonia durante los días de carnaval en la novela El honor perdido de Katharina Blum, de Heinrich Böll. La historia de la señorita Blum comienza, y al mismo tiempo se cierra, en una fiesta de carnaval, cuando se enamora del posible terrorista. Los jeques la detienen al considerarla sospechosa de complicidad del sospechoso y los cargos que no pueden conseguir por vías legales, los consiguen los periodistas con artículos sensacionalistas en los cuales la acusan de ser una “roja” acostumbrada a “recibir continuas visitas de caballeros” en su departamento. Katharina Blum pierde su honor y Heinrich Böll responde con esta novela a la campaña negra que emprendió el periódico Bild en su contra: había cuestionado los artículos de esta publicación que tenían por único objetivo el linchamiento mediático y por consigna o tradición tergiversaban las noticias de manera grotesca. En tono de burla llamaron a Böll “el buen hombre de izquierdas”. Tenían razón: era un buen hombre, un escritor profundamente católico que no dudó en ayudar a otros, a veces arriesgando su propia integridad; y también un rebelde, un crítico mordaz de la sociedad alemana de postguerra, del consumismo masificado, de la doble moral del catolicismo institucional. Para Marcel Reich-Ranicki, Böll fue un predicador alemán con ademanesclownescos, un bufón con dignidad sacerdotal, un maestro como nunca antes tuvo Alemania.

En su autobiografía Mi vida, Reich-Ranicki recuerda la visita de Böll a la Literaturhausde Varsovia, en 1956. Un grupo de escritores polacos organizó la presentación, pero de los cincuenta autores invitados asistieron unos seis o siete. Böll, un escritor alemán que había peleado en la segunda guerra mundial, no era bienvenido. Quienes asistieron deseaban conocer la historia reciente del invitado: si había intentado exiliarse o desertar, si había estado en la cárcel o en un campo de concentración o, al menos, en un batallón de castigo. Entonces, “lo que él relató, sólo hechos, no nos pareció interesante –apunta Reich-Ranicki– sin embargo, sus palabras nos tocaron muy hondo, incluso nos espantaron”. Böll había sido obligado a marchar al frente al comienzo de la segunda guerra mundial, su infancia y juventud transcurrieron entre la pobreza y las armas: nació en 1917, sufrió el período de entre guerras, vio con horror el ascenso de Hitler al poder, cayó herido en cuatro ocasiones, huyó y regresó al frente por temor a ser fusilado. Cuando Alemania capituló, caminó entre escombros de regreso a casa, a Colonia, “la ciudad donde Hitler fue bombardeado con macetas de flores y donde se tomó públicamente a chacota al verdugo fatuo que fue Göring”, apuntó en uno de sus ensayos autobiográficos. Böll recordaba el bullicio del barrio pobre donde creció, los aromas a madera del taller de su padre carpintero, la ropa en los tendederos y los años del marco alemán estabilizado: “mis compañeros de clase me pedían durante los recreos que les diese un trozo de bocadillo, porque sus padres estaban sin trabajo. Desórdenes, huelgas, banderas rojas cuando iba al colegio en bicicleta y atravesaba los barrios más populosos de Colonia. Unos pocos años después volvieron a encontrar trabajo los desocupados, que se convirtieron en policías, soldados, verdugos y obreros de la industria de material bélico. El resto pasó a los campos de concentración”. Al final de la guerra el paisaje alemán estaba conformado por ciudades destruidas y pueblos donde reinaba el hambre. Los sobrevivientes pusieron coronas a sus muertos sobre los escombros, viajaban en vagonetas de escombros porque era el único medio de transporte urbano; tomaron el pico y la pala. Comenzaba la “literatura de escombros”.

Bajo la impronta de la guerra, Böll escribió sus primeros textos. Desde 1946 comenzó a publicar sus relatos en distintos periódicos. En 1949 apareció El tren llegó puntual, al año siguiente su libro de cuentos Caminante, si vienes a Spa…., después las novelas ¿Dónde estabas, Adán? Y no dijo ni una palabra, gracias a la cual alcanzó cierta estabilidad económica: había vendido alrededor de 17 mil ejemplares, un suceso extraordinario en la época de postguerra, una alegría para la editorial Kiepenheuer & Witsch y una gran oportunidad para Böll, quien dudaba si debía continuar escribiendo o buscar un trabajo mejor remunerado para mantener a los tres hijos pequeños que tenía con Annemarie Cech. La favorable recepción de esta novela se relacionaba en parte con su experiencia en la guerra, una suerte parecida a la de tantos miles de jóvenes que habían sido obligados a tomar un fusil. Böll, a pesar de las granadas y los campos sembrados con cadáveres, no narraba con afectación, no había en él melodrama, sino la sonrisa de un clown, de un escritor renano que integró en su obra la atmósfera de carnaval y las imágenes de los barrios populosos de Colonia. Dostoievsky marcó su juventud. Para imaginar la desesperación de Katerina Ivanovna, o de la pequeña Sonia, sólo necesitaba echar un vistazo a la ventana. Sus personajes estaban en la calle, de ahí provenían, aunque algunos críticos descalificaran su obra por los ambientes de pobreza donde se desarrollaban las historias o por la extracción social de sus personajes. “Si un lavadero no es un lugar digno para la literatura, entonces ¿cuáles son los lugares dignos para la literatura?”, cuestionó en su ensayo “En defensa de los lavaderos” y con su peculiar sentido del humor renano apuntó: “también mi madre lavaba la ropa (¡qué circunstancia tan humillante!), la lavaba en el lavadero, generalmente el lunes por la mañana. En todo el ancho mundo, a última hora de la tarde del lunes, ondean en los tendederos camisas y sábanas, pañuelos y lo indecible, y esa vista nunca me ha deprimido, más bien consolado, pues habla de la incansable energía de la humanidad para sacarse la mugre de encima”.

Collage digital de Marga Peña
El legendario “Grupo 47” le otorgó el premio de 1951 por su relato satírico “Las ovejas negras”. Durante la década de los cincuenta publicó Casa sin amo, título por el cual recibió el Premio Tribune de París dedicado a la mejor novela extranjera del año; el relato “El pan de los años mozos”, llevado al cine más adelante; El diario irlandés, Los silencios del Dr. Murke y otras sátiras y la novelaBillar a las nueve y media, gracias a la cual se hizo merecedor del Premio Charles Veillon. A su vez, comenzó sus viajes por Irlanda y sus numerosas traducciones en estrecha colaboración con su esposa Annemarie. El matrimonio Böll llevó a las editoriales alemanas más de cien títulos de autores de habla inglesa e irlandesa, entre otros, se encontraban Susan Cooper, o. Henry, Jerome David Salinger, Brendan Behan. En 1963 su novela Opiniones de un payasoescandalizó al segmento más conservador de la sociedad de la República Federal Alemana. En especial, la institución católica se sintió herida por la crítica de unclown a sus preceptos. Schnier, hijo de una acaudalada familia, decide no continuar con los negocios del padre, sino convertirse en payaso y llevar una alegre vida entre el coñac, los escenarios, los juegos de oca y el amor en unión libre con la extremadamente católica señorita Derkum. La contradicción resulta evidente. Bajo la influencia de un grupo ortodoxo, ella lo abandona. El héroe, rengueando a causa de un mal paso, la sigue a Colonia, la ciudad donde crecieron y se enamoraron. Una novela crítica respecto a una sociedad conformada por antiguos nazis, “el esbozo irónico y satírico de una época” que aún veía en el concubinato el camino al infierno. El escándalo, como sucede con frecuencia, le dio un gran impulso a las Opiniones de un payaso: se vendieron más de un millón de ejemplares en edición de bolsillo, tanto en Rusia como en Alemania se hicieron adaptaciones para teatro, y en 1975 el director checo Vojtech Jasny llevó la historia de Schnier al cine con las actuaciones de Hanna Schygulla y Helmut Griem en el papel clownesco.
En 1967, Böll unió su nombre al de Georg Büchner al recibir el premio más importante para autores de lengua alemana. Más adelante fue elegido Presidente del centro PENde la República Federal Alemana y en 1972 se convirtió en Premio Nobel de Literatura. Esa época vio en Willy Brandt, candidato a la cancillería por el Partido Socialdemócrata, una oportunidad para otorgar al Estado una verdadera base moral. Así como Günter Grass y otros intelectuales, se sumó a la coalición a favor de Brandt para dar un giro a la política de la RFA. Era una forma más de intervenir en la realidad. En su obra subyace este anhelo, como en Retrato de grupo con señora, novela que tuvo una recepción extraordinaria. En poco tiempo fue traducida a más de veinticinco lenguas, gracias, como siempre, a los laboriosos traductores de todas partes del mundo. En 1975, los directores Volker Schlöndorff y Margarethe von Trotta llevaron a las salas de cine El honor perdido de Katharina Blum. El público, así como el lector, podía sacar sus propias conclusiones en torno a la historia de la señorita Blum. En ese nivel, los detractores no pudieron responder. En opinión del Clown: “No es mero azar que en todas partes donde se considera al espíritu como un peligro se prohíba primero los libros y se someta a estricta censura a los periódicos, revistas y mensajes radiofónicos. En todos los Estados en que reina el terror, la palabra es casi más temida que la resistencia armada.”

La literatura es peligrosa, decía Böll y sus palabras eran una provocación. A los lectores, a la sociedad, a la clase política. Y también a los Estados que bajo la careta de la democracia censuran a las voces incómodas y corrompen a los medios de comunicación para llevar a cabo costosas campañas de desprestigio en contra de quienes consideran enemigos de sus intereses. Böll incomodaba. Más de una vez utilizó su voz, arriesgando incluso la propia integridad, para abrir la discusión sobre temas como el papel de una sociedad aún nazi durante el llamado milagro alemán, sobre el terrorismo en la década de los setentas y el peligro de los medios de comunicación que por consigna o tradición utilizaban tanto los espacios impresos como los televisivos para llevar a cabo espectaculares linchamientos mediáticos. En 1972, Böll irritó al consorcio de Axel Springer, hoy uno de los más poderosos en el mundo, al criticar las noticias sensacionalistas del periódico Bild en torno al grupo Baader-Meinhof. Este grupo se conformó con algunos opositores a la guerra de Vietnam, a las armas nucleares, al rearme de la milicia alemana que años atrás había perpetrado el Holocausto. Muy rápidamente algunos de sus miembros se radicalizaron hasta el terrorismo. Según algunos especialistas, dos de sus líderes eran bastante ingenuos y no tenían idea de las reivindicaciones sociales ni mucho menos de un discurso articulado. Sólo Ulrike Meinhof, una periodista que se sumó al grupo más tarde, podía dar un verdadero sentido reivindicativo al movimiento. Sin embargo, fue rápidamente detenida y asesinada en una cárcel de alta seguridad. El consorcio Springer aprovechó la figura de Meinhof para desprestigiar a escritores e intelectuales críticos e influyentes. Böll criticó el carácter sensacionalista del Bild. Irritado, el señor Springer convocó al linchamiento: aseguraron que la policía no encontraba a los terroristas porque estaban tomando café en la casa de Böll, lo presentaron como líder intelectual del terrorismo, un hombre aún más peligroso que los terroristas mismos. En respuesta Böll escribió El honor perdido de Katharina Blum, una novela anclada a la época y a su vez completamente actual.

Este julio se cumplen treinta años del fallecimiento del escritor alemán que hablaba con dignidad sacerdotal en traje de clown.

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