lunes, 18 de enero de 2016

LA NOVELA HISTÓRICA EN MÉXICO (surgimiento y resurgimiento), Diego Moreno (Semanario Las Nueve Musas)

El surgimiento y resurgimiento de la novela histórica en MéxicoEl surgimiento y resurgimiento de 

la novela histórica en México

El talento florece cuando se describen
 las causas que provocan los hechos,
florece en los misterios del corazón humano,
 cuyos movimientos descuidan los
historiadores.
-Honoré de Balzac
La historia se relee en función
 de las necesidades del presente,
relectura que responde a la necesidad
de recuperar un origen,
justificar una identidad.
-Fernando Aínsa


A principios del siglo XIX, los países latinoamericanos lograron la independencia, pero, especialmente en los hispanoamericanos, el principal objetivo de los escritores, en la mayoría inmersos en la política, “fue crear una literatura propia, que expresara los sentimientos y las necesidades de conciencia americana” (Hölz1990: 373), sin alienar a los historiadores, que hicieron una parte importante para ello. Y, en lo que compete en esta investigación, lo destacable es que en México se discutió como primacía, entre varias academias y sociedades, lo que es el fundamento nacional: aquí es en donde la literatura llevó a cabo una importante tarea en México y sus inicios, sobre todo en la Academia de Letrán y el Liceo Hidalgo (Hölz 1990: 373), por eso mismo es imprescindible conversar en este trabajo sobre los límites y problemáticas que generó la novela histórica en México y en el mundo, así como en el siglo XX impactó su resurgimiento como un papel contestatario hacia políticas vigente latinoamericanas, convirtiéndose en una nueva novela histórica.
De esta forma, es sumamente importante analizar estos planteamientos historioliterarios para develar valores implícitos que se sustraen de los textos tanto históricos y literarios del siglo XIX, los cuales se encuentran en las periodizaciones, las interpretaciones y los acontecimientos, el planteamiento de este tipo de juicios hace necesario develar los valores implícitos en los textos históricos del siglo XIX que se expresan en las periodizaciones, las interpretaciones y los acontecimientos que se desenvuelven en estas obras para confrontarlos con nuestras presunciones ideológicas y la inevitabilidad de nuestros valores.
No obstante, primero hay que hablar sobre sus orígenes, los eventos y acontecimientos que fundaron este subgénero literario, como su importancia en el Gran Tiempo de la literatura y la Historia.

La novela histórica y sus inicios

Como toda consecuencia tiene su causa, el origen de la novela histórica surgió en un lugar lejano a América, en el continente europeo, donde se desarrolló,
alcanzó su florecimiento y decayó como consecuencia necesaria de las grandes revoluciones sociales de los tiempos modernos, […] sus diversos problemas formales son reflejos artísticos precisamente de esas revoluciones histórico-sociales. (Lukács 1966: 13)
De esta manera, la novela histórica nació en las primeras dos décadas del siglo XIX, en los tiempos de la caída del imperio de Napoleón Bonaparte. Aquí fue cuando Walter Scott publicó su novela históricaWaverley en 1814 (Lukács 1966: 15), supuestamente la primera en su género.
Dentro de las novelas históricas, la psicología de los personajes es muy importante, no obstante, las costumbres nacionales que se inscriben en ellas son las más representativas, ya que responden por completo a la época del novelista (Lukács 15: 1966), de modo casi anacrónico, pero, en este caso, se trata de una diacronía, un estudio a través de las etapas que sufrió un evento o acontecimiento histórico.
Una de las principales causas del surgimiento de la novela histórica como género literario y, a la vez, antropológico, fue por el incontrolable crecimiento del patriotismo burgués en Francia e Inglaterra, el desarraigo en Alemania; pero, además, lo más representativo fue la Revolución francesa, aquella lucha revolucionaria que hizo el “auge y la caída de Napoleón lo que convirtió a la historia en una experiencia de masas, y lo hizo en proporciones europeas” (Lukács 1966: 20). De ahí viene la teoría de que la revolución francesa, como revolución burguesa, fue la parte esencial de que la idea nacionalista se convierta en patrimonio de las grandes masas, y en este caso, alimento espiritual de la novela histórica de aquellos entonces (Lukács 1966: 22).
Y así, en cuestiones sociohistóricas, estos movimientos revolucionarios fueron
Verdaderamente de masas, tuvieron que verter en las amplias masas el sentido y la vivencia de la historia. La invocación de independencia e idiosincrasia nacional se halla necesariamente ligada a una resurrección de la historia nacional, a los recuerdos del pasado, a la pasada magnificencia, a los momentos de vergüenza nacional, no importa que todo ello desemboque en ideologías progresistas o reaccionarias. (Lukács 1966: 23)
Esta “creciente conciencia de carácter histórico” del desarrollo comienza a hacerse patente en el juicio de las condiciones económicas, de las luchas de clase (Lukács 1966: 23) y, también, de la literatura y demás belles artes.
Por estas circunstancias sociohistóricas, la literatura se apropió de la historia para crear un ideal de legitismo, el cual radica en un “retorno a la situación anterior a la Revolución francesa”, o con otras palabras, tratar de “eliminar de la historia el máximo acontecimiento de la época”(Lukács 1966: 24), tal como en México pasó con la novela histórica, descalificando a los trescientos años de colonialismo como tiempos de oscurantismo y antiprogresismo, casi ubicándolos en un limbo histórico. Por eso a esto se le puede denominar como una evolución histórica, la cual se acomoda sin “escrúpulos a los intereses de estos objetivos y políticos reaccionarios” (Lukács 1966: 25), así formando una mentira interna de la misma ideología reaccionaria; de esta manera los literatos liberales de México fueron aquellos que forjaron unanueva nación, llena de nuevos signos y resignificaciones de su propia historia nacionalista y prenacionalista.
Por eso, entre otras más características, la creación del nacionalismo después de la Revolución francesa fue muy importante para el mundo entero: en México los liberales tomaron ideas prestadas por este culmen acontecimiento, donde en la defensa del progreso aportaba “pruebas de que ésta había sido la culminación de la una evolución histórica larga y paulatina, y no un repentino trastorno de la conciencia humana” (Lukács 1966: 25). Por consiguiente, se puede decir que
La racionalidad del progreso humano se explica cada vez más por las oposiciones internas de las fuerzas sociales en la historia misma, es decir, la propia historia ha de ser portadora y realizadora del progreso humano. (Lukács 1966: 25-26)
De modo que, al momento de aunar a literatura con la Historia, esto crea un espíritu pseudohistoricista, donde con la ficción se reencuentra con los hechos reales y comprobables, rebuscando y resignificando iconos y vacíos que la Historia no podía o no quería llenar.
Tal como se ha dicho, la novela histórica imprimía esos vacíos que la Historia por sí sola no tenía la capacidad de lograrlo. Un ejemplo es la extensa descripción de las costumbres y de las circunstancias que rodean algún acontecimiento, “el carácter dramático de la acción”, y, lo más importante, “el nuevo papel del diálogo en la novela” (Lukács 1966: 30). También, en la novela histórica, poco importa la acción que implica la relación entre los grandes acontecimientos; lo verdaderamente importante es “procurar la vivencia de losmóviles sociales e individuales por los que los hombres pensaronsintieron y actuaron” donde precisamente copia el modo en que ocurrió la realidad histórica (Lukács 1966: 44)
Así pues, lo que trata esencialmente la novela histórica es de demostrar con medios poéticos la existencia del humano, el “ser así” de circunstancias históricas y sus personajes (Lukács 1966: 44), sea por medio de la narración y tropos que la literatura en abundancia puede ofrecer. Por lo tanto, es importante adscribir la investigación literaria de las novelas históricas mexicanas de cualquier etapa por la que el ser humano ha pasado, en este caso la del siglo XIX y XX, ya que esta “decorativa modernización de la historia sirve para ilustrar una tendencia política y moral del presente” (Lukács 1966: 88), y es imprescindible rebuscar los alcances y límites que tiene este subgénero literario, inscrito en la investigación de la filosofía en lo que es la ontología humana, junto con sus aciertos y contradicciones.

El caso de México

El surgimiento y resurgimiento de la novela histórica en México
Ignacio Manuel Altamirano
Para Ignacio Manuel Altamirano la literatura es particularmente el “vehículo de propaganda” y sirve especialmente al “progreso intelectual y moral de los pueblos modernos (Altamirano; Hölz 1990: 375). De esta manera, Altamirano tomó a la literatura como un tenor para conjugarlo a la relatividad histórica, donde argumentar a “favor de una dignidad estética de lo mexicano”; pero, esto, antes que nada, debe de cumplir esa “alta misión educativa” que “recurra a un nuevo lenguaje y a temas mexicanos, como el paisaje, las costumbres o las guerras de independencia” (Hölz 1990: 376).
De hecho, un pequeño adelanto a lo que seguirá a la nueva novela histórica, es que hoy en día esta situación denacionalizar la Historia y literatura tiene una connotación peyorativa, ya que ha carecido
de una aproximación mínima a sus referentes teóricos y a sus logros concretos dentro del campo histórico latinoamericano. Especialmente porque las ” historias patrias” sufrieron los devastadores efectos del surgimiento del ejercicio de la historia social a mediados de los años sesenta. (Betancourt 2003: 81)
De modo que se alzó un ambiente fuertemente nacionalista al momento de la consumación de la independencia de México, los principales encargados de forjar la cultura, historia y política eran hombres letrados, porque, en México y toda América Latina, no se había definido de manera precisa la conducta histórica como un ámbito distinto al de la literatura (Betancourt 2003: 83), situando análogamente las novelas históricas como textos de poder junto a los textos de meramente índole histórica  . Así fue como la escritura, entre los hombres letrados, tuvo la misión de contribuir al engrandecimiento y civilización de la patria mexicana.
Así la novela histórica dominó la producción narrativa mexicana en los primeros setenta y cinco años del siglo XIX, sea porque, como ya se ha dicho con anterioridad, contribuyó a configurar “e institucionalizar un imaginario cultural nacionalista de corte liberal, al exponer muchos obstáculos que enfrentó la implementación de dicho imaginario” (Bobadilla 1999: 41).
Para esto, los liberales creyeron que la historia de México es un proceso fundacional y evolutivo de una nación, la cual inicia en 1810, “con las luchas de independencia, que dieron principio a un sistema socio político, económico y cultural autónomo” (Bobadilla 1999: 45-46). Aquí es donde se tiene esta visión ambigua de la colonia, ya que se toma sólo
como un período de barbarie en donde se gesta la nación, como la suma de acontecimientos políticos creadores de una conciencia nacionalista que desemboca en la independencia. Se deja de lado por esto la interpretación objetiva y real de la totalidad del sistema –económico, social, cultural-, al que se califica simplista y maniqueamente como un período decadentista, de tinieblas y atraso. En otras palabras, salvo el potencial nacionalista que crece en su seno, la Colonia es negada y clausurada. (Bobadilla 1999: 46)
No obstante, en América Latina tuvo una importante influencia europea, pero, esta consistió solamente en seleccionar ciertos elementos de la tradición literaria del otro lado del Atlántico, así refuncionalizándolos “con base en una dominante ético-estética concreta que, de esta forma, reelabora y presenta de manera original y representativa” una única propuesta de modelo literario (Bobadilla 1999: 54). Y lo que hay que destacar es que esta influencia europea, pero ya refuncionalizada en Latinoamérica, hizo que la novela histórica tuviera una presencia relevante en México durante todo el siglo XIX, porque “ofreció a los narradores múltiples y ricas posibilidades ético-estéticas” (Bobadilla 1999: 55) con las cuales jugaron y practicaron.
La constante modelización de los elementos éticos-estéticos de la novela histórica fue necesaria para conglomerar varios signos que se fueron desarrollando a lo largo del siglo XIX, como también para los políticos de índole liberal, los cuales se encontraron en frecuentes conflictos con el círculo conservador que se mantenía en México, así que la novela histórica fue una herramienta contestataria. Aunque tanto el movimiento romántico y el subgénero de la novela histórica que surgió en México, paralelamente fueron cayendo en un declive cuando México se había constituido como el México reformista, el cual empezó a partir de 1867, con el triunfo republicano frente al fallido imperio franco-austriaco (Bobadilla 1999: 56).

El resurgimiento: la nueva novela histórica

La novela histórica resurgió casi un siglo después, al igual que su primer surgimiento, como elemento contestatario; así se fundó el término de la nueva novela histórica.
Por denominar este acontecimiento de alguna manera, esta “revolución en la literatura”, la de la nueva novela histórica, que inició desde los años sesenta y culminó en los ochenta, Fernando Aínsa plantea que es una combinación de
un conocimiento de las formas estéticas de la mejor tradición occidental con una preocupación antropológica por recuperar las expresiones auténticas del pasado americano. La apertura de variadas direcciones temáticas y formales de niveles entrecruzados, en las cuales la forma y el contenido pierden su clásico distingo, permite que la función productora del lenguaje vaya primando sobre la función expresiva tradicional, pero no para reducirla a un placer estético, sino para inducirle nuevos sentidos. (Aínsa 2003: 53)
El surgimiento y resurgimiento de la novela histórica en México
Julio Ortega
Y es por eso que Julio Ortega lo marcó al siglo XX como una era en la que se generaba un principio radical de lo nuevo, donde la verdad aparece como un factor incierto, así que se debe de reelaborar una la reflexión sobre la posición del discurso en que las múltiples verdades se posan, por eso, tanto en el campo “académico o institucional, magistral o hipotético, especulativo o útil” (Ortega 1998: 35): así que esta actividad a la cual califica como relativizadora, incluye algo importante para el resurgimiento de la novela histórica: incluye a la autoridad del sujeto en la enunciación. La función del sujeto no es “la de proclamar su verdad como superior ni su persona como fuente de legitimidad: esa violencia adversaria y autoritaria del yo heroico” -que en los orígenes de la epicidad de la novela histórica se encontraba asiduamente-, y el énfasis del sujeto en la enunciación no funciona dentro del monólogo, sino en “el habla tentativa del diálogo” (Ortega 1998: 35) con el texto y su poder.
Aquí, en la lid sobre qué es la verdad, qué es ficción, qué es literatura, qué es Historia, las escritores de la nueva novela histórica se encontraron convencidos de que la literatura era capaz de “plantear con mayor libertad y franqueza lo que no quiere o no puede hacer la historia que se pretende científica”, porque la ficción, en contraposición de la “verdad”, tiene el poder de suplir las deficiencias de la historiografía tradicional, lo cual crea un resultado bastante paradójico (Aínsa 2003: 95).
Con esto, se puede comparar, y diferenciar, que la novela histórica tenía como misión ser objetiva y científica, ya que utilizaba información que los métodos de índole científico disponía para reconstruir detalladamente el pasado. En cambio, la nueva novela histórica
aparece en un momento de duda en que la humanidad se vuelve sobre sí misma; ya no le interesa tanto “viajar” por el planeta, lo que en cierta forma se ha vuelto imposible, ya que todo el mundo es igual; ahora le interesan otro tipo de “viajes”. […] La novela histórica quería ser objetiva; la nueva novela histórica es decididamente subjetiva. (Barrientos 2001: 18)
Y es por eso que casi todo lo calificado con la acepción de “nuevo”, así como el neohistoricismo, el New Historicism, la nueva novela histórica, entre otros movimientos y corrientes filosóficas, entran en aquel radical mundo de lo nuevo que es la contemporaneidad y/o lo posmoderno, con lo cual se refiere a posterior a lo que antes se inculcaba, deconstruyendo dogmas que antes eran el pan de cada día para regenerar y problematizar nuevos conceptos, métodos y formatos. Por otro lado, está la introversión de los textos de las mismas nuevas novelas históricas, donde, como dijo Barrientos, no se va al exterior, donde está la búsqueda de elementos exóticos en otros países para darle la vuelta al mundo en ochenta o trescientas páginas, sino, en este preciso caso, en la introyección, tal como dicta la psicología, porque el contenido del relato está empapado del sujeto y del mundo que lo rodea, así que emplean una autorreflexión de qué es la entidad de un individuo, su nacionalidad, su historia, su filosofía, costumbres, cultura, etcétera, etcétera; la nueva novela histórica, en su historioliteraturiedad –vaya-, fue y es un subgénero literario que juega con los textos de poder históricos, parahistóricos y de la vieja doctrina, sus precursores: la novela histórica; de este modo se desarman textos palabra por palabra para reconstruirlos desde otra perspectiva, la perspectiva del sujeto, la del relato en perspectiva.

Aínsa, Fernando. Narrativa hispanoamericana del siglo XX: del espacio vivido al espacio del texto.  España: Prensas Universitat Zaragoza, 2003.
Barrientos, Juan José. La nueva novela histórica hispanoamericana. Cd de México: UNAM, 2001.
Bobadilla, Gerardo. Historia y literatura en el siglo XIX. México: Instituto Sonorense de Cultura, 1999.
Hölz, Karl. “El populismo y la emancipación mental en la literatura mexicana del siglo XIX”. Vol. 1 y 2. México: Instituto de Investigaciones Filológicas, 1990.
Luckács, George. La novela histórica. México: Ediciones Era, 1966.
Ortega, Julio. El principio radical de lo nuevo. México: Fondo de Cultura Económica, 1998.
Varios autores. Ficciones y silencios fundacionales literaturas y culturas poscoloniales en América Latina. Betancourt Mendieta, Alexander. “La nacionalización del pasado: Los orígines de las historias ‘patrias’ en América Latina”; Janik, Dieter. “Ilustración y Romanticismo en la primera mitad del siglo XIX: ¿opciones contradictorias o complementarias?”; Schmidt-Welle, Friedhelm. “El liberalismo sentimental hispanoamericano”. Madrid: Iberoamericana, 2003.

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