ENE112016
María estaba pensando en el haber
Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte
que no nos mata a nosotros sino a los que amamos.
—Carlos Fuentes
La muerte es una quimera: porque mientras yo existo,
no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.
—Epicuro de Samos
María estaba pensando en el haber.
En el haber nacido, en el haber hecho, en el haber sabido, el haber cogido, haber probado, haber pensado… Tantos haberes en su milimétrica esfera celeste que le llamamos cabeza, la cual contiene un cerebro orgánico de lujo, y, dentro de este, para unos metafísicos o espiritualmente tísicos, la mente.
El clima es perfecto, aún en la melancolía de su ser. ¿Melancolía? Raro sentimiento, de verdad, porque, ciertamente, esa sensación la excita a María al estar simplemente triste. O dulcemente triste. Trilce, pues.
“La sensación del ahora…”, piensa María.
En ese momento, el cual está pasando ya, aquí, siente que un aurora empapa la naturaleza de su mente. “¿Tristeza? Siento armonía”.
Armonía.
María ve el techo blindado de concreto y metal sin parpadear por dos minutos bien contados. Sus labios lucen un brillo espectacular, como si un espectro cósmico girara en vaivén hipnótico, infinito e infinito.
Una luz cae desde alguna parte de la habitación, que susurra un apellido, tal vez dos o más, como si se tratara de coros angelicales, resuenan “Goleman”, “Coelho”, “Bucay”, “Frankl” y, posiblemente, también “Sánchez”, todas estas palabras mágicas hacen temblar las paredes de la iris de María.
“Un libro”, ¿de qué?, “Un libro de…”,¿de…?, “De… ayuda. Autoayuda”. Libro de autoayuda. María. ¿María quiere escribir un libro de autoayuda?
“Sí, escribiré un libro de autoayuda; esta es mi vocación, mi fin, mi meta, mi objetivo, mi destino en la vida…”, María, María, ¿estás segura? “Haré el mejor libro de autoayuda”.
Bien. Creeremos en María.
Y, por lo pronto, espiaremos su vida un rato más para ver cómo le va. ¿Que qué? Para eso estamos los narradores, para espiar a nuestros personajes y contarles a ustedes, lectores, lo que pasa tanto dentro de su vida como dentro de su cabeza, así que ustedes también entran en este plan siniestro. No, no es un súper poder, ni tampoco somos dioses los narradores, tan sólo hablamos de ficción y la vivificamos. Probablemente nosotros seamos reales, puede que no, vayan ustedes a saber; perdónenme, pero proseguiré con el relato. No me den más lata.
Pues, María está ahora en su escritorio golpeando agresivamente con sus dedos los botones de su teclado: su sonrisa, histérica, sus cejas, bien levantadas. Frenética. Frenética. María está escribiendo una diarrea de palabras en un procesador de textos desactualizado y de versión pirata.
Claramente un espíritu de una ignota dimensión posee el cuerpo y alma de María.
¡Aaah! Qué descanso tan bueno.
¿María?
¿María?
Aquí estás. Miren, lean, a María. Ella se encuentra terminando El mejor libro de autoayuda, el cual modestamente así titula.
María se comunica con un manager por correo electrónico, y sus dedos, plausiblemente, danzan y gozan el tacto de cada tecla que presionan, como si de verdad se tratara de un baile, una cofradía de seres finamente delgados que buscan todo tipo de placeres con el roce de su cuerpo con otro más sólido y duro.
El correo se envía y la pantalla guiñe a María.
María, en una satisfacción de ultramar, sus párpados sienten el peso de la gratitud y el éxito recién ocurrido. Y caen, suavemente caen. María absorbe sus pensamientos en un eco que se vuelve un punto negro, un caño, un drenaje, que deja todo pensamiento en blanco.
Con esto, María, ha logrado lo que otros no: la realización de una utopía, la felicidad humana, la felicidad interior, el encuentro con la naturaleza y toda cadencia que hay dentro de esta existencia en la que vivimos. O solamente vive María.
Con esto se dice, digo, decimos, se dirá, que no fue un grano de arena, sino una tonelada de arena la que aporta María.
¿Quién no quiere ser feliz?
¿Quién no quiere dejar a un lado ese vacío del existencialismo y el banal nihilismo que tanto nos conmuta a Tánatos más que a Eros?
Yo, claro. Tú también. Y tú. Y tú y tú.
Tú no.
Un hálito gélido rae la nuca y luego todo el cuello de María, lo cual ocasiona que súbitamente despierte.
Abre los ojos. Sus rojos ojos.
María descubre por sorpresa la imagen de una persona cubierta de túnica morada postra sus posaderas en la cama contigua al escritorio de su ordenador. Las astas del abanico cubren con una sombra intermitente aquella figura sombría.
Parece sonreír. ¿O es la ilusión de una sonrisa?
—Buenas tardes.
María se sobresalta y hace que su silla de oficina se deslice hacia atrás. Sus ojos están más abiertos que las cuencas de aquel tenebroso intruso. El frío se hace más palpable, pero es un frío que se acepta, se tolera. Hasta se puede gozar.
—Hola, señorita… ¿Cómo le ha caído el somnus post mortem? No me digas que no me reconoces, porque sería irónico que alguien tan viva como tú no lo haga. Vaya, los vivos piensan más en el día de su muerte que en su propia madre, o padre. Qué obcecados. Qué obcecados.
Eso parlanchín que estaba enfrente, delante, opuesto, al otro lado, a un metro, a unos 100 centímetros, y cacho, era una cara de marfil mal pulida, expuestos dientes cobrizos y dos ojos tan oscuros como el fono de un pozo por la noche, pero, de vez en cuando estos agujeros parecían brillar con un tono tornasol.
—Tú…
—Muerte, mucho gusto.
La Muerte alza su escuálida mano, mano tan transparente y casi invisible para cualquier cristiano, o musulmán, o judío, o; pero, siguiendo con María, que no sabía si tocar esa mano, le es tan visible e inconcebiblemente delgada que solamente se le queda mirando.
—No tengas miedo, sólo es otro tipo de piel, de carne, como ustedes humanos y mayoría de seres vivos se apropian para salvaguardar lo que ustedes llaman, sin ética ni moral, alma.
La trémula mano de María lentamente avanza para tocar aquello afilado y difícil de describir para el sentido del tacto, porque parecía que, al tocarla, te transmitía un aroma y un sabor incandescente, pero frío; salado, pero dulce; muerto, pero vivo.
—Ya, ya, que te me mueres y me sentiré culpable. Dicen que la muerte y la venganza son dulces, pero… No hay que meter tales aforismos en estos momentos.
María toma consciencia de sí misma y ve su mano más pálida. ¿O era que estaba soñando? Soñar. No. Yo como narrador afirmo que no está soñando.
O no sé. Digo.
—¿Usted cómo entró?
—Oh, esa es una pregunta fácil de contestar: por arte de magia, ¿ah? La Muerte ronda hasta en los pensamientos que olvidas o en las mañanas cálidas que se conviertes en lóbregas noches —ríe—. Es interesante el lenguaje humano, porque, de alguna manera puede entenderse con el lenguaje pan-astral, o para que me entiendas, el del más allá, así con sus múltiples figuras retóricas, como los símiles, sinécdoques, alegorías, metáforas y anáforas, aliteraciones, onomatopeyas, preposiciones, artículos, pronombres o con gruñidos, eructos o pedos… Vaya, son tan interesantes, pero, normalmente me aburren tanto que mi trabajo se vuelve tedioso, además que lo tergiversan como si se tratara de una “vaga peste” mi presencia que mata sin piedad. No, yo no mato sin piedad, porque, si lo hiciera, me sustituyeran inmediatamente, como a un colega que dudo que veré en toda mi vida. Y eso que, hasta lo que sabemos los de mi vocación, no morimos, pues —ríe otra vez—, somos las muertes, ¿no? Vaya vaya, vaya, hablar con los humanos es como hablar con esas esculturas que tanto crean y recrean en explanadas, parques, museos o incluso en estrafalarios toilettes de millonarios terrenales. Si por mi fuera, tres cuartos de la humanidad losdegollara y san se acabaron mis penas del trabajo.
María se queda callada, porque, obviamente, si tú o tú o aquel o yo viéramos tan solamente de reojo a la mismísima muerte al igual que María, nos acobardáramos hasta la médula y nos escondiéramos en la nopalera más próxima, sin importar espinarnos; o más fatal, nos desvaneciéramos con una probabilidad alta de ataque cardiaco, sin antes defecarnos las bragas y llenarnos de mocos la cabeza.
—Mira tu cara, María Constantina, parece que has visto a la propia Muerte. ¡Jah! Mala broma. Esto de todavía recurrir a psicólogos astrales me reafirma lo vulnerable que puedo ser y a la vez me hace comprender al humano. Lo que quiero decir es que tengo la maldita costumbre de bromear constantemente, y, como deberían de saber los humanos, yo, la Muerte, tengo un humor pésimo, pero me río conmigo misma, y siempre río a lo último y por eso río mejor. Ahí me ves con una túnica morada, o negra, como normalmente me pintan o dibujas en diarios, con mi guadaña. Espera, ¿dije guadaña? Inventos de humanos. Pero qué buenos inventos. Puros inventos. Hasta me dan ganas de conseguir una, tal vez de esta manera me distinga entre mis colegas.
¿María? ¿María? Véanla, está calladita. Quisiera tirarle una roca, un papelito o una toalla mojada, sin embargo, eso solamente haría que este relato se acabara.
—No te apresures, en estos momentos no debes de hablar. De hecho, sería mejor que no hablaras y toda este negocio me lo dejaras a mí, la Muerte, que es una profesional en llevar a cabo con éxito cualquier tipo de, pues, negocio. Aquí va María: la cosa es fácil, yo vengo para privarte de la vida porque tus deseos excepcionalmente altruistas van a crear un revolucionario paradigma en la consciencia humana, en el planeta tierra y todos los globos que rodean esta galaxia, lo cual ejecutará severos cambios en nuestro buró de, eh, bueno, no tengo que mencionarte de dónde o de qué, con tan sólo decirte que harás más aprietos que bondades candorosas, así que, ¿qué tal? Tú detienes esa cosa de escribir libros de selfhelp y yo te helppara que sigas vivita y coleando. Espera, no me gusta esa frase, no es muy de humano, ustedes dejaron sus colas hace poco. Dejémoslo de esta manera: no morirás. Sí.
Algo en los ojos de María veo… Siento fuerza en su pensamiento; algo en su garganta se atora, se amordaza pero lucha y lucha para salir de ahí, para ser expulsado; ese algo quiere explotar en mil palabras que emitan radiaciones de furor y angustia. Los ojos de María cambian…
—Oye, oye, no tienes que ponerte tan así. ¿Por qué los humanos son tan dramáticos? Drama. Drama. Esa palabra que cuando la escuché en el primer humano dije “Suena bien para provenir de un retoño”, pero cuando vi lo que creaba con esa palabreja, me prometí en disfrutar el día en que viniera por él, y lo hice; pero luego vino la palabra pragmático que, ¡me encantó! Confieso que es lo más parecido que tenemos con los humanos, ya que, nosotras somos dogmáticamente pragmáticas. So, sin pena ni ayuno, María, dime, ¿qué piensas? Dejas hasta aquí la cosa que otros no pudieron alcanzar, sea porque se interesaron por el beneficio financiero, o porque eran malísimos para escribir, o porque nomas las probabilidades no les fueron favorables. ¿Qué dices? Tienes todo el tiempo que gustes. La Muerte es muy paciente.
Se siente pasar el tiempo.
El cabello entrecano de María luce la relatividad que el tiempo puede apropiarse de mí, de ella, de la Muerte, de ustedes y de todo el mundo.
La gloria y gracia de ver que pase el tiempo es en verdad una virtud que pocos pueden saborear.
—¡Hola, María! ¿Cómo te va? Casi me comprometes en suspender mis labores. ¿Qué tanto pensaste? Vaya que fui a dar la vuelta, vuelvo, y te veo muy cambiada.
—¿Qué me pasó?
María ve sus manos, ahora manchadas con motas cafés amargas y surcos tristemente delineados en su frente.
—Oh-oh, se me había olvidado; la transmutación de energía entre dos seres de diferentes dimensiones se relativiza exponencialmente mediante su separación si esta no antes se corta con la debida medida. Dios, una vez me pasé de la raya que tuve que darle matarile a mi interlocutor. ¡Qué despistada soy! Imagina que esto me pasara con todos… No, no no, qué bueno que no. Como ustedes dicen, la Divina Providencia me ha ayudado.
—¡¿Dónde están mis años?! ¡¿Qué me ha pasado?!
María, pobre María, grita histérica y desconcertada ahora que el shock había cesado de dominar su mente y cuerpo.
—Calma, calma, todavía te queda bastante por vivir.
—¡¿Esto es un sueño o una puta broma?!
—Ni broma, ni sueño, porque, yo no haría bromas tan pesadas, ni ya tengo la costumbre de meterme entre sueños. Es muy complicado y fastidioso, por más divertido que pueda ser a veces.
Lágrimas, lágrimas que deberían de ser rojas, coloradas, pero son lágrimas cristalinas que raspan la madura piel de María; sus ojos rojos, rojos para explotar, rojos para matar con la mirada hasta la propia Muerte; quieren salir, salir de su prisión y dejar que el alma salga y haga lo que se le pegue la gana.
—María bonita, María del alma, María adorada: cálmate, vele el lado bueno, no estás muerta, aun estando la Muerte delante de ti.
—¡Vete a comer mierda y deja de hablar como pendeja! Tú eres una puta Muerte pendeja y quiero mi vida, mi cuerpo, no me siento yo; ¿qué pasa? ¿Qué te importa lo haga que haga yo? ¡Vete, vete ya, puta!
—María… A la Muerte no se le dice puta.
—Puta la que te parió y puta eres también tú. Qué poca, qué poca. Ahora entiendo. Tienen miedo de mí, tienes miedo de lo que soy capaz y de mi creación también…
—¡Vaya! Ahora sí que entiendes, tardaste mucho, María, y según esto los humanos ya no están atrasados en el plano de la evolución de las almas y demás éteres, si es que me explico. Me agrada tu sinceridad.
—Me importa un diablo lo que digas.
—El diablo se puede enojar si lo mencionas en vano…
—Puta…
—… Ah, no, ese era Dios.
—¡Puta! Calla, calla, calla… ¿Qué ha pasado con mi libro? ¡¿Qué nos has hecho?!
—¿Yo? Nada, es el problema del modus vivendi de la materia, no todo lo puedo controlar. Pero te respondo: tú envejeciste un poquito, sólo un poco, no obstante, fuera de ti, todo sigue en la normalidad, la misma fecha en que te quedaste dormida, así que, todavía estamos a tiempo para llegar a arreglos…
—Estás de broma. Me podrás quitar algunos años, pero no mi dignidad. Yo sé que llegué a este mundo para una misión importante, lo sé, lo siento. Es mi destino.
—Pero, María, ya te dije que si te niegas tendré que darte cuello.
—¡No me matarás! No, debo de seguir viva, debo de terminar lo que debo de terminar; debo de escribir más y más…
—¡Ah! María, María, la muerte humana es tan efímera que la hacen un tema tan grande, tan especial, como si se tratara de un final, pero el deceso de este mundo entre ustedes es tan natural como la vida, es un tránsito hacia otra materia, y, sin embargo, tienden a tomarle tanta importancia a la muerte, que lloran más por ella que por la vida.
—Me importa un bledo.
En estos momentos un pensamiento ronda en la cabeza de María. Se puede ver en el brillo de sus ojos.
—Acaso… ¿hay algo más allá de la muerte?
La Muerte se queda callada, sin sonreír.
—Tal vez.
—¡¿Cómo que tal vez?! ¡Estás jugando conmigo! Vete a comer mierda, ya, ya; piérdete de mi vista, ociosa, puta…
—María, ya te dije, por favor, no quiero volver a insistir, a la Muerte no se le dice puta. Ya tengo con que todos los días miles o millones de seres me llaman así y tengo que taparme los oídos con todo lo que pueda para no escucharlos.
María entrecierra los ojos y respira hondo. Muy hondo. Cierra los ojos y exhala todo. Lo repite dos veces más.
Buena idea para relajarse.
—Por lo tanto, no tengo otras opciones: o dejo mi libro o muero, así de simple.
—Pues, no es tan simple, lo sé, pero me gusta que lo pienses de este modo, es el principio para ser un estoico pragmático.
—Dime, ¿por qué tienen tanto miedo de un libro de autoayuda?
—Yo y otros nos aterra tu libro porque no es simplemente un libro de autoayuda: es el mejor libro de autoayuda, María.
—No respondiste bien mi pregunta.
—Estos humanos tan curiosos. Por eso probablemente llegarán lejos. Aunque te contestaré: en resumidas palabras, esto por lo que estás pasando es una anomalía entre los espíritus y una anomalía crea maravillas como catástrofes.
—¿Lo mío será una catástrofe?
La Muerte mira hacia un lado y se rasca la blanca barbilla.
—Eh, no lo sabemos con seguridad, pero nosotras no corremos riesgos, al menos no de este tipo. Es imposible explicártelo, María, yo sólo te recomiendo que dejes todo y sigas feliz con tu vida; hasta te prometo vivir unos años de más, abogaré por ti. Confía en mí, en nosotros.
—No. No, no y no. Podrás arrancar el alma de este cuerpo, pero esa alma mantendrá su dignidad e independencia.
—Ay, estos humanos testarudos…
—Testaruda tú que matas todos los días y no das razón alguna, sólo sigues un protocolo burdamente misterioso. Tú matas, matas, pero dejas vivir a quienes deberías matar; ¿eso te hace una Muerte injusta? ¿O pendeja?
—Pues…
—¿Acaso sabes por qué en verdad existes?
—Claro.
—¿Y por qué no me dejas vivir y a mi libro también? La existencia de seguro seguirá como deba de seguir, nada será tan diferente, incluso todo mejorará, sí, estoy segura, muy segura.
—María…
—Todavía no termino. Yo sé que, como nosotros los humanos, ustedes las muertes despiertan, o algo parecido, y se preguntan de dónde provienen, qué hay más allá de los horizontes que han cruzado, por qué no pueden ser más independientes, por qué no hay explicación para todo.
—Porque no es necesario que haya explicación para todo.
—¡No! Es necesario, sé que lo es, algún día lo será, sí. Por ejemplo, ¿por qué los humanos buscamosfelicidad y aparentemente no la encontramos o hacemos como que la encontramos?
—Pues es su esencia, su naturaleza, María.
—Nunca respondes bien a mis preguntas.
—Porque no entenderías mis respuestas, María.
—No te hagas pendeja, tu estado conformista te lleva a lo que eres: la Muerte, el fin, connotación de terminación, límite, atraso, estática… Muerte. ¿No dirás nada? Está bien, está bien. Yo, en cambio, haré vida, algo mejor de lo que tú haces, algo que, estoy segura, envidias, ya que tú nunca das vida sino muerte.
Es impresionante ver a la mismísima Muerte callada con una mirada sin precedentes.
—¿Por qué no vas a tu escondite y te metes tus muertes por el culo? Prefiero morir humana antes que vivir deshumanizándome.
—Yo no tengo respuestas para todo.
—¿Por qué? ¿Porque no sabes todo?
—Ahora que lo pienso, supuestamente un ser tan elevado como yo, con calidad hierofánica, sabría todo por todo. Debería ser inherente.
—Inherente y a la vez no.
No me pregunten, no me asqueen con blasfemias o anatemas, quejas o dudas sobre cómo le hago para averiguar lo que pasa dentro de una mente y alma tan trascendental como la Muerte, pero, lo hago, así que, querido lector, que sé que usted, yo, hasta el gato de la vecina o el perro que aúlla por las noches para ver qué le cuenta el otro can de la cuadra vecina, les contaré que esta Muerte tan pícara, poco a poco siente un espíritu desdichado, titubeante, indeciso al hablar, que revolotea y se acongoja hasta simular una temblorinaque tal vez sintió en una vida pasada, o en el contacto de otro ser inferior, el transmitió, y, para hacer esto más dramático, aunque no fatalista, esto es tema terrible, terriblísimo para la doña Muerte.
—Tu libro de autoayuda, María, sólo haría mal, mucho mal, no sabes cuánto; por favor, terminemos esto aquí ya.
—Estás evadiendo el asunto que estábamos tratando. Además, ¿cómo sabes que hará tanto mal? ¿Qué no es incierto? No tengo la menor duda en que ni tú sabes lo que dices, ya no tienes la menor idea del porqué de las cosas.
—María, para que un humano haga sentir incómoda a la Muerte, tiene que evadir la muerte o morir sentado en el retrete mientras expulsa sus males. A darle fin a esto.
—Incómoda. Incómoda. Tú incómoda. ¿Qué no eras extraordinariamente paciente, eh?
—En estos momentos ser paciente es para necios, María.
—Y en estos momentos te vez más humana que yo.
La Muerte, en su condición de Muerte, sin mutación gestual aparente simula que frunce el ceño y, lentamente, mueve su cabeza a la derecha para ver su mano, derecha.
Sus cuencas ligeramente se abren.
Lo que algún día pudieron ser sus labios, si es que alguna vez lo fueron, tiemblan. La Muerte ve que su mano, en efecto, temblequea con el sonido de chasquidos constantes que emiten sus huesos, sus huesos de muerte.
—¿Qué? ¿Sientes que te mueres, Muerte?
—Siento…
—¿Qué sientes?
—Siento… Raro.
—Te sientes rara.
—Rara.
Su infinito cuerpo celeste que simula ser un espectro cadavérico en una túnica púrpura. Convulsiona, revoluciona sus sentidos que son más de los que un humano puede imaginar o contar; imagina un supernova; imagina una explosión interestelar; mira y revisa en cuestiones de microsegundos cómo un sistema solar se forma, cómo un planeta se construye, cómo un ecosistema se reproduce; admira una luz, una luz sin color descriptivo que irradia un placer sublime, incontrolable. La Muerte ve ahora con los ojos terrestres, mira a María y simula llorar, simula gritar.
María, entre aterrada y triunfante, sólo cierra la boca y aprieta los puños para tomar valor.
Los focos se apagan.
Y de pronto todo es de noche.
Al día siguiente María despierta empapada de sudor y con olor a amoniaco. Se toca la frente, un poco rugosa, igual que ayer, antier, anteayer, que hace varias semanas, meses y pocos años. Se alista, porque se encuentra desnuda, sumerge sus pies en unas sandalias y, mientras toma un té de quién sabe qué hierbas aromáticas, prende su ordenador y simula que fuma un cigarro, como también simula expulsar un gas.
Simula que abre una carpeta llena de documentos olvidados. Simula que abre uno, en específico. Simula más que se siente impresionada por lo largo que es el texto que hay en él. Y simula que se ríe por el título que tiene dentro.
—Qué patético título. Qué patetismo tan patético todo esto.
Simula una sonrisa torcida y, en efecto, elimina el documento.
Después de eso María consulta otra vez sus sueños en su cama durante una eternidad entre sábanas purpúreas, con una sonrisa mortal.
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