martes, 12 de enero de 2016

NADA MUERE TANTO COMO EL HOMBRE CUANDO MUERE, Luis Torres Cañez (Tijuana, Baja California)



NADA MUERE TANTO COMO 
EL HOMBRE CUANDO MUERE
En el silencio de la roca se encierra toda su efervescencia. 
Su historia canta el himno a la constancia, le canta al tiempo.
En el silencio vive agitada la espera.
En la muerte misma palpita la incertidumbre.
En la muerte se desgrana estrepitosamente la separación; se aletarga el canto pero sigue.
El hombre no muere con una muerte ordinaria, el hombre muere de tanto morir.
Se prepara en ensayos in-interrumpidos durante toda su vida.
Dios le da al hombre este papel a desempeñar 
en el momento mismo en que se acomoda en el útero de su tiempo. 
Su primer papel: darse a la luz, aún en contra de su voluntad; 
cuando se abran los parpados del teatro. Su primer obra… sin aplausos.
Solamente el hombre muere durante tantos años.
¡Nadie sabe tanto sobre morir, como él, que muere constantemente del miedo a morir!
Muere el hombre, ¡completamente cuando muere!
Se desprende su altar, el aliento sin polvo, el pedazo de Dios.
El alma sacudida, ya destrabada de estorbos,
empieza su vuelo por los senderos del encuentro
(en algún momento que sólo Dios sabe: el ángel nace...)
La flor, el abono, el re-despertar, eso, es otra cosa.
El hombre muere sin haber aprendido a vivir:
sube para bajar, baja para subir, habla para callar, calla para hablar mas; 
se agacha, se incorpora, se rebela, se rinde; se prepara para protestar, 
recuerda que es gran parte de la causa, ¡y calla!
¿A qué hora es que el hombre vive?
¿No es acaso la vida cada uno de los pasos del morir, o morir es la vida? 
Todo es igual, pienso ahora, pero sigo cuestionándome, por mero formulismo; 
no me atormenta no saber la verdad.
Soy pájaro explorador, y tengo curiosidad. Soy venado osado y tengo curiosidad.
Soy gusano confiado y tengo curiosidad. Soy hombre desconfiado ¡y muero de curiosidad!
Nacemos muriendo, nos gestan para enterarnos.
Si me porto mal, me sobrevendrá una muerte 
(tras de la que ya traigo), desolada y atormentadora;
pero si aprendo, entiendo y sobre todo acepto:
será otro asunto, pero este, eterno y lleno de gozo.
Dios es Dios, me digo a veces, y me espanto de mi reflexión.
¡Dios es Dios!
Yo morí ayer más que hoy… la verdad es que hoy no he tenido paz,
pero sé que a partir de ahora, podré morir en paz.
Luis TorresCañez
17 de Mayo de 1999

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