Jorge Cuesta *
Capto la seña de una mano, y veo
que hay una libertad en mi deseo;
ni dura ni reposa;
las nubes de su objeto el tiempo altera
como el agua la espuma prisionera
de la masa ondulosa.
Suspensa en el azul la seña, esclava
de la más leve onda, que socava
el orbe de su vuelo,
se suelta y abandona a que se ligue
su ocio al de la mirada que persigue
las corrientes del cielo.
Una mirada en abandono y viva,
si no una certidumbre pensativa,
atesora una duda;
su amor dilata en la pasión desierta
sueña en la soledad y está despierta
en la conciencia muda.
Sus ojos, errabundos y sumisos,
el hueco son, en que los fatuos rizos
de nubes y de frondas
se apoderan de un mármol de un instante
y esculpen la figura vacilante
que complace a las ondas.
La vista en el espacio difundida,
es el espacio mismo, y da cabida
vasto y nimio al suceso
que en las nubes se irisa y se desdora
e intacto, como cuando se evapora,
está en las ondas preso.
Es la vida allí estar, tan fijamente,
como la helada altura transparente
lo finge a cuanto sube
hasta el purpúreo límite que toca,
como si fuera un sueño de la roca,
la espuma de la nube.
Como si fuera un sueño, pues sujeta,
no escapa de la física que aprieta
en la roca la entraña,
la penetra con sangres minerales
y la entrega en la piel de los cristales
a la luz, que la daña.
No hay solidez que a tal prisión no ceda
aun la sombra más íntima que veda
un receloso seno
¡en vano!; pues al fuego no es inmune
que hace entrar en las carnes que desune
las lenguas del veneno.
A las nubes también el color tiñe,
túnicas tintas en el mal les ciñe,
las roe, las horada,
y a la crítica muestra, si las mira,
por qué al museo su ilusión retira
la escultura humillada.
Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa.
Cuando en un agua adormecida y mansa
un rostro se aventura,
igual retorna a sí del hondo viaje
y del lúcido abismo del paisaje
recobra su figura.
Íntegra la devuelve el limpio espejo,
ni otra, ni descompuesta en el reflejo
cuyas diáfanas redes
suspenden a la imagen submarina,
dentro del vidrio inmersa, que la ruina
detiene en sus paredes.
¡Qué eternidad parece que le fragua,
bajo esa tersa atmósfera de agua,
de un encanto el conjuro
en una isla a salvo de las horas,
áurea y serena al pie de las auroras
perennes del futuro!
Pero hiende también la imagen, leve,
del unido cristal en que se mueve
los átomos compactos:
se abren antes, se cierran detrás de ella
y absorben el origen y la huella
de sus nítidos actos.
Ay, que del agua el imantado centro
no fija al hielo que se cuaja adentro
las flores de su nado;
una onda se agita, y la estremece
en una onda más desaparece
su color congelado.
La transparencia a sí misma regresa
y expulsa a la ficción, aunque no cesa;
pues la memoria oprime
de la opaca materia que, a la orilla,
del agua en que la onda juega y brilla,
se entenebrece y gime.
La materia regresa a su costumbre.
Que del agua un relámpago deslumbre
o un sólido de humo
tenga en un cielo ilimitado y tenso
un instante a los ojos en suspenso,
no aplaza su consumo.
Obscuro perecer no la abandona
si sigue hacia una fulgurante zona
la imagen encantada.
Por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada.
Embriagarse en la magia y en el juego
de la áurea llama, y consumirse luego,
en la ficción conmueve
el alma de la arcilla sin contorno:
llora que pierde un venturero adorno
y que no se renueve.
Aun el llanto otras ondas arrebatan,
y atónitos los ojos se desatan
del plomo que acelera
el descenso sin voz a la agonía
y otra vez la mirada honda y vacía
flota errabunda fuera.
Con más encanto si más pronto muere,
el vivo engaño a la pasión se adhiere
y apresura a los ojos
náufragos en las ondas ellos mismos,
al borde a detener de los abismos
los flotantes despojos.
Signos extraños hurta la memoria,
para una muda y condenada historia,
y acaricia las huellas
como si oculta obcecación lograra,
a fuerza de tallar la sombra avara
recuperar estrellas.
La mirada a los aires se transporta,
pero es también vuelta hacia adentro, absorta,
el ser a quien rechaza
y en vano tras la onda tornadiza
confronta la visión que se desliza
con la visión que traza.
Y abatido se esconde, se concentra,
en sus recónditas cavernas entra
y ya libre en los muros
de la sombra interior de que es el dueño
suelta al nocturno paladar el sueño
sus sabores obscuros.
Cuevas innúmeras y endurecidas,
vastos depósitos de breves vidas,
guardan impenetrable
la materia sin luz y sin sonido
que aún no recoge el alma en su sentido
ni supone que hable.
¡Qué ruidos, qué rumores apagados
allí activan, sepultos y estrechados,
el hervor en el seno
convulso y sofocado por un mudo!
Y graba al rostro su rencor sañudo
y al lenguaje sereno.
Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive
en el fondo aterrado y no recibe
las ondas todavía
que recogen, no más, la voz que aflora
de una agua móvil al rielar que dora
la vanidad del día!.
El sueño, en sombras desasido, amarra
la nerviosa raíz, como una garra
contráctil o bien floja;
se hinca en el murmullo que la envuelve,
o en el humor que sorbe y que disuelve
un fijo extremo aloja.
Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,
y asciende un burbujear a la sorpresa
del sensible oleaje:
su espuma frágil las burbujas prende,
y las prueba, las une, las suspende
la creación del lenguaje.
El lenguaje es sabor que entrega al labio
la entraña abierta a un gusto extraño y sabio:
despierta en la garganta;
su espíritu aun espeso al aire brota
y en la líquida masa donde flota
siente el espacio y canta.
Multiplicada en los propicios ecos
que afuera afrontan otros vivos huecos
de semejantes bocas,
en su entraña ya vibra, densa y plena,
cuando allí late aún, y honda resuena
en las eternas rocas.
Oh, eternidad, oh, hueco azul, vibrante
en que la forma oculta y delirante
su vibración no apaga,
porque brilla en los muros permanentes
que labra y edifica transparentes,
la onda tortuosa y vaga.
Oh, eternidad, la muerte es la medida,
compás y azar de cada frágil vida,
la numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su marca.
Denso el silencio trague al negro, obscuro
rumor, como el sabor futuro
sólo la entraña guarde
y forme en sus recónditas moradas,
su sombra ceda formas alumbradas
a la palabra que arde.
No al oído que al antro se aproxima
que al banal espacio, por encima
del hondo laberinto
las voces intrincadas en sus vetas
originales vayan, más secretas
de otra boca al recinto.
A otra vida oye ser, y en un instante
la lejana se une al titubeante
latido de la entraña;
al instinto un amor llama a su objeto;
y afuera en vano un porvenir completo
la considera extraña.
El aire tenso y musical espera;
y eleva y fija la creciente esfera,
sonora, una mañana:
la forman ondas que juntó un sonido,
como en la flor y enjambre del oído
misteriosa campana.
Ése es el fruto que del tiempo es dueño;
en él la entraña su pavor, su sueño
y su labor termina.
El sabor que destila la tiniebla
es el propio sentido, que otros puebla
y el futuro domina.
*Biografía de:
(1903-1942)
JORGE CUESTA
"EL MÁS TRISTE DE LOS ALQUIMISTAS"
BIOGRAFÍA
Jorge Mateo Cuesta Porte Petit, nació en Córdoba, Veracruz, el 21 de septiembre de 1903. Su niñez, precoz y solitaria, de pocos juegos, transcurrió tranquila con excepción del accidente acontecido al año de nacer cuando, de los brazos de la niñera, el pequeño cayó golpeándose en una parte muy cercana al ojo izquierdo contra el filo de una mesa. Tiempo después, cuando Jorge contaba nueve años, fue intervenido quirúrgicamente para dar solución a la secuela que aquel descuido había dejado en él: un constante lagrimeo. Es esta la razón por la que en las fotos aparece con el párpado a medio cerrar.
Atraído por las matemáticas, la física, la música y la química, después de concluir sus estudios correspondientes a la preparatoria, se muda a la ciudad de México en 1921 y, al llegar, escribe a sus padres en espera de la autorización para ingresar al Conservatorio Nacional y hacer realidad una de sus aspiraciones: ser violinista. Finalmente, deja de lado esta idea e ingresa a
Como miembro del mismo, acepta prologar
El argumento, de sólidos andamios, utilizado para defender la postura que adoptó al atender a la selección, se sintetiza en las inteligentes líneas de esa carta y, para quienes son observadores y poseen el libro de
Luego de la trifulca que obligó a dar por terminada la revista, colabora en otras y escribe para algunos periódicos como El Universal, y publica dos ensayos de corte político (1934): El plan contra Calles y Crítica de la reforma al artículo tecero. En 1938, entró como jefe del departamento de laboratorio en una industria de azúcares y alcoholes –ya antes, a partir de 1932 y hasta 1937, había trabajado en
Aunque el poeta, con sus invenciones de fómulas químicas, no tuvo la fortuna de hallarlo, si encontró este otro proscrito: la locura -decía Dryden, "la locura es un placer que sólo el loco conoce". Esto, aunado a otras angustias morales, lo llevaron a una serie de instituciones asilares. En la última, cometió suicidio el 13 de agosto de 1942, estando en la plenitud de su vida, pero ya no en la más vasta lucidez intelectual como para discernir lo verdadero de lo ficticio -aunque, ¿quién dicta qué es lo racional? quizá la enajenación es la ventana, más que la ventana, la puerta a la verdadera razón, esa otra cara de la moneda que, nosotros, precisamente por "cuerdos", no logramos evidenciar, permaneciendo una posible "realidad real" invisible a nuestros ojos.
Al quitarse la vida, contaba apenas con 38 años. En palabras de Villaurrutia, Jorge Cuesta fue "el más universalmente armado de los escritores del grupo, porque la filosofía, la ciencia, la estética, la crítica y la poesía, lo atraían con la misma fuerza".
ALGUNAS OBSERVACIONES EN TORNO A JORGE CUESTA
Cuesta, por ello, a semejanza de las más modernas teorías de la física en boga, que buscan unificar la fuerza gravitoria, el electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil, clamaba por hallar en los sinfines de la razón, aquellos puentes que lo ligaran a sus alter egos, a sus otros yo diseminados en los distintos campos de la erudición humana por los que concebía un gran entusiasmo; pero, a diferencia de Pessoa –por citar un ejemplo- que supo desdoblarse, sucederse en una segunda personalidad, la cual, a su vez, fue peldaño para llegar a otras tantas ambiguas y, más que eso, hallarse a través de ellas -multiplicidad destilada de lo que, a partir de Descartes, se cree, es prueba fidedigna del existir: el cogito-, el poeta mexicano era el espectro de sí mismo. Ni siquiera se hallaba situado en el punto de donde partió el portugués para edificar su obra. El motivo es simple: hasta el propio Cuesta, parecía estar llamado a ser solamente el eco de otra voz que hablaba por la suya: "su voz parecía nacer de los fantasmas del aire", considerando la descripción que Elías Nandino, aunque, como era de esperarse, artística, hizo de su persona.
La producción de su obra poética nunca reunida en forma de libro, contiene uno de los poemas más logrados y ambiciosos de nuestra literatura mexicana, aquél que lleva por título Canto a un dios mineral: treinta y siete estrofas de seis versos cada una escritas a la usanza de las silvas. Canto a dios mineral constituyó, a lo largo de toda su vida, su gran sueño poético y obsesión. Las últimas tres estrofas redactadas, de manera seguida, delante de los enfermeros cuando éstos fueron a recogerlo para llevarlo a la institución psiquiátrica, dan motivo a pensar que se trata de un poema llevado a su fin más que por la libertad de la pluma del poeta, por el azar de las circunstancias: un texto inacabado que no pasó por la aduana del análisis implacable; ese análisis programático que imperaba en su personalidad.
No se hará alguna clase de examen exhaustivo sobre él. Los hay en suma y muy buenos. Lo que sí hay es pertinente mencionar, es que la articulación de las palabras en que el fondo, la idea está sumida y viceversa, ha dado pauta a una consecusión de interpretaciones que sí bien pudieran no ser fieles, tampoco pueden ser inválidas: eterna oscilación; como el péndulo, de un extremo a otro, no está en ninguna parte puesto que, al poema, ninguna cesura interpretativa lo aprehende: "Nada me afirma y nada me desmiente”, es lo que el texto nos argumenta.
A Cuesta, más que nada, le debemos en México, por vez primera, una verdadera conciencia crítica. Una conciencia crítica de la política y la cultura. Y eso es indubitable. Un grupo de reflexiones originales, dispersas en revistas y artículos de prensa bastan para comprobar su calidad como ensayista -no obstante, que fue el menos publicado a comparación de sus compañeros de odiseas intelectuales. Él podía trabajar en un par de textos durante un año -el mismo tiempo que a Torres Bodet le tomaba escribir tres libros y publicarlos-, debido a que su sentido de la perfección lo llevaba hasta esa frontera que desemboca en la esterilidad, en el silencio. Este sentido, se puede percibir a lo largo de todo su legado, pues supone, para los lectores, las más de las veces, un fino oído para lo que tiene que decir, como es el caso de las líneas de "En la sempiteromia samarkanda" y "Rema en un agua espesa y vaga el brazo", donde la palabra, trasmutada en tabique, se va apilando de tal forma que ya el poema lo terminamos por leer erigido en muro: realidad que se presenta, ante nuestros ojos, como impenetrable.
Pese a esa virtud de engendrar concepciones abstractas, Cuesta, no logró solidificar, organizar un verdadero sistema de pensamiento, donde lo genuino de ellas destellara con toda la intensidad luminosa de que era capaz su agudeza racional. Su vida, como su legado, es breve. Murió siendo joven. Inteligencia a la que, como a tantas, le faltó tiempo para madurar, y pereció en el don de una promesa…
Diego Salvador Rodríguez Castañeda.
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*Gracias a Diego Salvador Rodríguez Castañeda, autor de la Biografía y Notas sobre este gran poeta mexicano de corte universal.
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