Hijo mío, yo que fui inocente
te he dado el amor de la culpa
De la paloma nació la zorra
que en la noche llega y hurta
el ganado de la pobre gente
En los siglos en que somos siervos
la inocencia hace a los padres
más hijos de los hijos. Y sus señores
los aman por ser tan  ásperos.
La inocencia de los siervos no es historia.
Hijo mío, yo que fui apacible
te he dado el amor del poder.
De la estrella nació el sol
que abrasa la tierra temible
del pobre pueblo trabajador
La mansedumbre es miedo entre los siervos:
nos cerca solamente el aprecio
del patrón, que tiene la certeza
de la virtud cristiana en nuestra naturaleza,
que es soportar el desprecio y la opresión
Hijo mío, yo que fui humilde
te he dado el amor del poder.
Y nació de la cebolla la miel
que tienta al niño imberbe,
último hijo de nuestra miseria.
La humildad de los siervos es el respeto
a la voluntad del propietario.
Todo cuanto es parece extraordinario
a quien solamente posee en el pecho
un corazón desnudo de subproletario.
Hijo mío, yo que fui honesta
te he dado el amor por la traición
De la nube nació el viento
que invisible asalta la floresta
llevando muerte y destrucción
La honestidad es para el siervo
una lucha consigo para no ser ejecutado
Premio a su buena conducta
es la bendición de una mano corrupta
entre el humo celeste del incensario.
Hijo mío, yo que sólo fui vida
te he dado el amor de la muerte.
Nació de la prehistoria la suerte
que sacude la historia cumplida
por la furia de la masa rebelde.
Porque la vida desnuda de los esclavos
es una fuerza que nadie contiene.
Fuente de impredecibles destinos,
tú sorbías en mis senos
leche de heroísmo y de asesinos.
Hijo mío, cuántas madres en el mundo
paren hijos como tú
en Asia, en Europa, en África, donde
la tierra es de esclavos y ladrones, de bandidos
que “sueñan algo” en su interior.
Madres en quienes la culpa es inocencia,
la apacibilidad rencor, poder la humildad,
la honestidad traición: en quienes la vida
es sed de muerte. Eso hay que conocerlo,
no bastan la piedad ni la conciencia.
pasolini