MANUEL GARCÍA VERDECIA [mediaisla] He leído y de crítica y perceptiva literaria en que simplemente no se llega a sacar una en claro. Son análisis de citas y definiciones que un autor hizo sobre un autor que se ha basado en otro autor el cual ya había sintetizado críticamente otros autores…
Los escritores suelen desconfiar de los críticos y académicos, por supuesto muchas veces no sin razón. No son pocos los ejemplos de autores que se han quedado de una pieza cuando han escuchado lasinspiradas reflexiones de algún investigador en torno a sus obras. Dicen que le sucedió a Guillén que descubrió a otro autor al oír cierta exégesis de su obra. Este es también el de un magnifico cuento de Isaac Assimov, «El Bardo Inmortal», en el que Shakespeare redivivo asiste a unos cursos sobre su obra y… termina reprobado. ¿Es esta desconfianza sólo capricho o suspicacia? No lo creo. Pienso que tiene que ver con malas experiencias respecto a determinados exégetas y críticos. Claro, en esto como en todo debemos tener mesura: hay académicos y académicos.
Pero veamos una observación particular. En una anotación perteneciente a sus Diarios 1939-1949/ 1956-1958, publicado por la Editorial , José Lezama Lima consigna:
«¡Cuidado con la filología! Después de leer a Max Müller se nos puede ocurrir definir a la poesía: la pervivencia del fonético por la vitalidad interna del gesto vocálico que la integra.»
Con la ingeniosa socarronería que lo caracterizaba, Lezama ha hecho una advertencia muy atinada. Aunque la generalización, como todo en él, es un tanto hiperbólica, resume un elemento básico: hay que cuidarse de ciertas pretensiones de penetración y explicación de asuntos complejos, sutiles, no del todo manipulables y casi inefables, mediante el manejo de técnicas que han sido elaboradas desde fuera del fenómeno —o sea desde un mirador externo a la poesía en este caso.
Lezama partía de la lectura de un filólogo específico, Max Müller, pero extendía su advertencia a toda la disciplina. Müller fue un pionero de la filología. Alemán que vivió y trabajó en Inglaterra, desarrolló su obra básicamente en torno a la religión y la mitología hindú. Al parecer, el autor hacía afirmaciones ingenuas del tipo de la que Lezama caricaturiza, pues veía en la confusión lingüística el origen de los mitos. Quisiera ver el rostro de Lezama al comprobar todo lo que hizo el estructuralismo y el neoestructuralismo (con la extrema afectación del deconstruccionismo) después con la literatura. Su risa debe ser un trueno olímpico cuando no un llanto desconsolado.
Sucede que en determinados círculos, básicamente de estudiosos que no cuentan con una visión poética de los asuntos vitales sino una postura delimitadora, definitoria y exegética, se realizan textos que derivan en verdaderas pompas de abstracciones. He leído tesis y libros de crítica y perceptiva literaria en que simplemente no se llega a sacar una idea en claro. Son análisis de citas (muchos escritos se valoran básicamente a partir de la cifra de referencias incluidas) y definiciones que un autor hizo sobre un autor que se ha basado en otro autor el cual ya había sintetizado críticamente otros autores que a su vez, basándose en numerosos analistas, han abordado la obra, allá, lejana, solitaria, intocada (¡gracias demos al Señor!) en lo último de la fila, de determinado poeta. Al parecer cada cual quiere ver quién construye el concepto o el juicio más ingenioso y enrevesado, pues (aunque parezca absurdo) hay quienes ven en lo ininteligible lo importante. Es un círculo vicioso de derivaciones, ampliaciones y refutaciones de lo que todos han dicho, que llevan a preguntarse, «Pero y usted amigo, ¿qué piensa del asunto?». Sin embargo, lo esencial lo que trató de enunciar el poeta queda asfixiado en la maraña de citas, réplicas y contrarreplicas. En fin, son juegos de palabras con poca o ninguna vida.
En su reciente libro, La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa habla de estos analistas de la cultura. Ve en ellos buena de responsabilidad en lograr la confusión actual donde cualquier artefacto o acción descabellada pasa por arte o literatura, sin portar los genuinos valores que podrían hacer de esa obra «cultura», o sea, un elemento del proceso de humanización vital. Expresa el novelista y ensayista peruano:
«En el campo de la cultura, llegaron a producir una curiosa inversión de valores: la teoría, es decir la interpretación, llegó a sustituir a la obra de arte, a convertirse en razón de ser.»
Terrible suceso este que arrinconó la verdadera creación para dar mayor relevancia a las apostillas y sus sucesivas derivaciones, el texto sobre el texto sobre el texto sobre el texto… hasta la sosa burbuja abstracta. La aproximación al borde del vacío. Su construcción se basaba en una escabrosa prestidigitación palabrera, o como lo ve Vargas Llosa:
«Aquellos teóricos exponían a menudo sus teorías en una jerga esotérica, pretenciosa y muchas veces desprovista de originalidad y profundidad, tanto que hasta el propio Foucault, quien alguna vez incurrió también en ella, la llamó “oscurantismo terrorista”.»
Excelente denominación pues en verdad, esos textos solo logran aterrorizar al lector común y a los propios creadores de literatura. A la postre, en su mayoría solo sirven para alimentar el vano ego de sus fabricantes que luego la posteridad de encarga de borrar. No así al objeto de sus divagaciones: Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe… siguen tan frescos y misteriosos como al principio.
Por eso, Lezama veía el peligro de la filología en su intento de fijar, simplificando y alejándose, lo infijable. Cree que el objetivo de la filología es definir la poesía, algo que pensaba era, no ya una presunción, sino un imposible. Pensaba que no se podía definir los que es por esencia un misterio, una esencia intangible ya que surge de la compleja y siempre cambiante relación del hombre con el mundo y su conocimiento. Por supuesto, es una visión irónica, sabemos que se pueden hacer tanteos de aproximación para ayudar a entender (él mismo lo hizo), siempre que se sepa que no hay una simple, definitiva ni inmutable. No es casual que cuando a él le pidieran una definición de la poesía diera la siguiente: «es un caracol nocturno en un rectángulo de agua». Obviamente no podía evadir la poesía pues su ironía roza lo poético. Es la mejor definición: no la define, la acomete. Claro, no hay diferencia entre un caracol nocturno y diurno, así como es imposible en la enmarcar un rectángulo de agua. Pero esto no es sólo posible en la poesía sino que es el acercamiento mejor a ella.
Lezama ve en la actitud de explicación un «intento perezoso» una «obstinación diabólica de querer hundir un alma». Debemos entender la pasión con que defiende la poesía. Es como contemplar nuestra sangre derramándose en el vacío. Lo perezoso viene por el deseo cómodo de tener herramientas para entender, postura digestiva, de fácil deglución, no de inundación deseosa o ardua penetración. Ya sabemos que para él «sólo lo difícil es estimulante». Así mismo, tal perspectiva resulta diabólica pues destruye la naturaleza de la poesía misma y del interlocutor poético, aquel que debe entrar en ella. Tal como él lo dice busca hundir su alma pues lo conduce por un sendero falso y lo aleja del verdadero goce poético.
Otro grande, Jorge Luis Borges veía en todo intento de resumir «técnicamente» un asunto de tan vasta una actitud artificiosa. Exponía ciertas apreciaciones a que la propia práctica de la escritura poética lo había llevado y advertía:
«No soy poseedor de una estética. El tiempo me ha enseñado algunas astucias (…) recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encargará de abolirlas. Tales astucias o hábitos no configuran ciertamente una estética. Por lo demás, descreo de las estéticas.»
Lo cual debe leerse como escepticismo de las teorías en torno al hecho poético. Como ha dicho el poeta americano Archibald Mac Leish: «el poema no debe significar, el poema debe ser».
Trataré de ilustrarlo por otros medios. Cuando contemplamos un rosa única en su esplendor, cuando presenciamos languidecer el día en el ocaso, cuando nos extasiamos con el nacimiento de un hijo o desfallecemos en un abismo insondable tras la pérdida de un ser amado, nunca se nos ocurre preguntar qué significa una de estas experiencias. Hemos estado en el ámbito de la poesía. Lo que queda para algunos, los favorecidos con la gracia, es expresarlo en el poema. Cualquier explicación sobra. Cuando Lezama nos advierte, « ¡Cuidado con los filólogos!», nos está diciendo: «Aléjense de las fórmulas, desentiéndanse de los esquemas, arrojen las técnicas y vivan la poesía.» | mgb, holguín, cuba manuel.odiseo@gmail.com
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