martes, 28 de agosto de 2012

LA LIQUIDA COMPAÑÍA DE LA PALABRA


ANGÉLICA SANTA OLAYA [mediaislaLa escritura de René se caracteriza por la delicadeza con que encadena los soles y las tropicales lluvias de su entorno en la memoria. La palabra se convierte, por las hábiles artes del , en la compañía vital y necesaria para realizar el 
Las aguas por las que fluye el pez poético de René Rodríguez Soriano posee diversas afluentes.  La líquida suavidad de los versos se desliza hasta las profundas aguas de la emoción atravesando citadinas veredas en las que la figura del amor, representada en una , se dibuja a través de la delicada filigrana de los versos retratando la realidad cotidiana que día a día susurra a nuestro oído la palabra Ser… Ser en, y gracias a otro, cuando estamos enamorados, o sentirnos fuera de la existencia cuando el ser amado se aleja:
Yo tuve una amiga,  una azucena, un gato triste,
una serpiente pitón,  una  apagada,
un pedazo de sed o una mariposa que murió.
 (Felpa Azul, pág. 13)
La simbología de las cosas que a diario vemos y palpamos a nuestro derredor se convierte en el instrumento del poeta que ejerce su magia para convertir lo cotidiano en el numen de una manera de decir y hacer sentir bellamente un sentimiento.  La semántica de este poemario transita la casa, la oficina, las calles y el  —terrenal o lingüístico— de un pez que nada, a veces a contracorriente hasta llegar a los metafóricos y delicados abismos de la palabra para clavar la flecha certera del preciso verbo en el lector:
Pienso un nombre y lo escribo, pero no lo leerán;
pienso que estás, que has vuelto o que los dos
siempre estuvimos a la vuelta de un guiño…
Digo tu nombre ahora y entra por la ventana
en tropel la mañana… 
(Torrente, págs. 15 y 16)
La escritura de René se caracteriza por la delicadeza con que encadena los soles y las tropicales lluvias de su entorno en la memoria. La palabra se convierte, por las hábiles artes del poeta, en la compañía vital y necesaria para realizar el viaje a través de las soledades que siempre acompañan al amor. Y el poema toma, incluso, el lugar de la amada ausente ocupando y penetrando —como sólo el ser amado puede hacerlo— el espacio sagrado donde habita la llama de la vida:
Todo viento, todo partícula de tiempo, se desgrana,
me penetra, quilla el poema en su esquina más sólida
y me enciende algo aquí, que no me toco. 
(Estroboscópica I, pág. 18)
Vuelvo al poema y enciendo aquella lámpara es el  de un poema que nos confirma la complicidad entre la poesía y el pez-poeta que nada a través de su lenguaje para no morir. Un poema que suplica a la amada permitir el naufragio ahí donde habitan los vaivenes de los peces locos que habitan las abisales aguas del cuerpo físico que terrenalmente consigue, milagrosamente, encender la luz del espíritu que anima la voz poética en un paradójico naufragio en el que la muerte es portadora de vida.
Peces, mariposas, mandarinas, melones, palmeras y soles son algunos de los personajes de este poemario que parece acontecer en un espacio paradisíaco que, de pronto, se convierte en un oximorónico espacio dondeEva como Adán nada como ave. Un líquido espacio aéreo donde los amantes se debaten haciendo lo que parecería imposible para que la melodía que compone el silencioso dialogar de sus cuerpos habite ríos, rompeolas y las alas de gaviotas y azules mariposas surcando, otra vez, el  del amor.
Con delicados y suaves poemas —a veces matizados de fino humor— René Rodríguez Soriano nos muestra su periplo a través de las amorosas aguas, por él bien conocidas, de la poesía en un  cuya segunda parte se vuelve deliciosamente erótica:
Que pierda el  el gozo de sentir lascivo el roce
del cuchillo de cortar el queso o, confundido
en un vaivén de piernas, el mantel descubra
su lujuriosa condición de sábana, sedosa y muelle… 
(Redefinición de la función de las cosas, pág. 49)
Palabras de  y de  bellamente escritas a veces desde las lágrimas y a veces desde el beso, pero siempre unidas por la hábil mano del artesano que teje su filigrana poética hasta la asunción de lo no repetible, pero vivo gracias a la palabra:
… un lenguaje antiguo transfigura mi recuerdo y estás
aunque no eres la misma de hace mil años, parada
en la ventana de mi ser. Estás… 
(Pospenélope, pág. 72)

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