Ciudades
Manuel
Ramos Martínez
En mi país hay
ciudades fantasmas;
ciudades huérfanas de lluvia
cementerios con cruces de madera
y flores de papel,
donde ningún suspiro se queda sin eco,
donde los hombres entienden
el lenguaje del silencio,
la luz de un sol infinito.
Pueblos que no se ocupan
ni con muertos.
Espejismos de esperanzas
que viven en medio del silencio
donde la humedad de la
camanchaca preña a la llareta
y la arrogancia es una flor
donde la luz de la luna es tan clara
que descubre los secretos de las estrellas,
y un mar metálico sumido en el misterio
se abraza en un hilo a la aurora.
Hay ciudades donde la brisa nocturna
cierra los párpados y besa los labios
valle del encanto donde el arado
hace saltar la tímida fragancia
de naranjales, limoneros,
violetas y pensamientos.
Donde los trigales brillan
bajo el sol estival
y los niños saborean la tierra
como una golosina.
Puertos dotados de cerros jubilosos de luces,
donde el transeúnte se siente
amo y señor del cielo y el mar.
Aquí siempre hay algo que hace soñar
unos ojos, unos labios, un hechizo
o la brisa que viene del océano,
el graznar de las gaviotas
y las sirenas de las barcas despertando
a la ciudad,
o al trozo colgado del cielo
o al nuevo amanecer.
Puertos de brazos abiertos
con cofres de sueños y aventuras
muelles que esperan a los niños
que juegan con pelotas de trapo.
Ciudades donde una intensa lluvia
quiebra el cuerpo de la luna
y lo reparte como espejos rotos
-en rumor multiplicado-
y cientos de lagos para que se miren los cisnes de
cuello negro
y el marinero apasionado que navega hacia el
futuro.
Hay ciudades donde altos edificios
desean besar el cielo
y las sombras del aire no dejan ver el sol.
Ciudades cuyo sombrero es el débil fulgor
de una melancólica luz de luna,
donde una lejanía gris ausenta al habitante.
Centro (bullente) de gris metropolitano
con monumentos a la sinrazón
y calles saturadas de efímeros placeres.
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