Poetas de los cincuenta en Guanajuato: la generación vigente
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entrevista con Benjamín Valdivia
Ricardo Yáñez
En Guanajuato nacieron poetas como Ignacio Ramírez, Antonio Plaza, Rafael López, Efrén Hernández o Efraín Huerta, quienes abandonaron el terruño para hacer carrera en Ciudad de México; el legado en sus lugares es prácticamente nulo. Las cosas cambiaron hacia los años setenta del siglo XX, cuando las políticas culturales federales y estatales coincidieron en dar un poco de ayuda al movimiento cultural de Tierra Adentro, que comenzó a focalizarse en consejos regionales o ciudades en las que se intentaría ofrecer recursos e infraestructura de educación superior y cultura. Tras una década, pasada la contingencia ideológica, los proyectos de arraigar a los provincianos fuera de la capital se modificaron y el centralismo volvió por sus fueros. Ejemplo, el traslado del proyecto Tierra Adentro de Aguascalientes a Ciudad de México, donde hasta la fecha se conduce con gran éxito la expresión de los jóvenes de provincia. Otro modelo es la Fundación para las Letras Mexicanas: sus jóvenes becarios tienen la obligación de mudar su residencia al DFdurante el beneficio. No pretendo discutir bondades o perversiones del centralismo; sí dar contexto para la posible explicación de lo que sigue.
Ante los vaivenes de la política poblacional y cultural, se formaron dos grupos en la literatura de provincia: quienes se trasladaron a la capital a hacer carrera y atendieron las instancias creadas para el arraigo. Huelga decir que, sin menoscabo de calidades, los más conocidos son los primeros. En Guanajuato se produjo una auténtica generación perdida, o invisible, formada por autores nacidos en los cincuenta que se vincularon con la universidad pública y coordinaron talleres literarios en sus localidades: Eugenio Mancera, Juan Manuel Ramírez Palomares, Demetrio Vázquez Apolinar y Gabriel Márquez de Anda. Añadiría al nicaragüense Edgard Cardoza Bravo, residente en Irapuato desde hace décadas.
Todos han efectuado trayectoria en Guanajuato, con ocasionales contactos o presencias efímeras en la capital u otros rumbos de la provincia. Textos de Demetrio Vázquez y Gabriel Márquez se publicaron en los Cuadernillos de Taller y Seminarioque editaba la UNAM hará treinta años, y un cuaderno de poemas de Edgard Cardoza se imprimió en la colección Dosfilos de Zacatecas a mediados de los ochenta. Antes de la prensa digital o la edición virtual, sin recursos o infraestructura, los esfuerzos de divulgación eran magros pero constantes. Lo prueban las publicaciones en mimeógrafo de los primeros años ochenta: Guanajuato, luz y pluma, colectivo surgido de un encuentro estatal, o El cuerpo a la luz, con poemarios de Eugenio Mancera y Ramírez Palomares.
En los noventa, con el impulso a la creación de institutos o departamentos culturales, se acentuó el arraigo del segundo grupo y se publicaron en la localidad sus primeros libros formales. A mediados de esa década existía ya el fundamento bibliográfico de la generación, a la cual habría que aproximar los nombres de Gerardo Sánchez, Graciela Guzmán y Baudelio Camarillo.
Márquez de Anda se estableció en una expresividad áspera, de imágenes volcadas hacia una mascarada trágica entregada al recurso de cierta crueldad y a una intransigencia de tintes anarquistas. Posteriormente se dio al quehacer de desmontar sus propios poemas, con algunas vinculaciones hacia Deniz. La pared en la ventanaera, en una versión inicial, un grupo de unos ochenta poemas; al publicarse en libro quedaron doce, aunque el volumen, lance inexplicado, se publicó con el resto de las ochenta páginas en blanco. Luego, Márquez se aproximó a un tono más conceptuoso y con referencias clásicas pero sin formalismos.
Ramírez Palomares ha confiado desde su juventud en las potencias de los sentidos, por lo que su obra se constituye de aproximaciones a la compasión de la vida inmediata (como si él también tuviera una Tía Chofi) y la progresión sensual sobre cuerpos y cosas que lo sorprenden de continuo. Los rituales de la embriaguez dispersan y conducen gran parte de su reflexión sensible, en contrapuntos ocasionales con breves proyectos acerca del circo y la lectura.
Vázquez Apolinar muestra un hilo filosófico (y hasta teológico) con el que aborda todos los asuntos que le van interesando. Así, el amor es un tema de reflexión sobre el destino más que un encuentro en la materia. El mundo es un objeto presente para ser interrogado más que exprimido. El universo, un misterio al que la inteligencia imaginante busca develar. Un grupo de diez libros suyos se publicó en España bajo seudónimo; y con otro seudónimo ha dado a conocer otras páginas de igual talante.
Cardoza trajo de su país una fórmula para contar el poema y acomodar la historia desde la imaginación, con una especie de equilibrio de frases entre delirantes y narrativas, marcadas alusiones a la tradición bíblica y a los mitos, clásicos o populares, o personajes propios de la literatura, que acontecen para dirimir, socarronamente, nuestra actualidad.
Mancera, de arraigo terrestre, persigue una expresión de ecos hispánicos: el amor cortés, los olivos, el horizonte marino llevado por la sonoridad de versos e imágenes que evocan la trayectoria más acendrada de la poesía en nuestro idioma. Ha sabido dialogar con sus lecturas sistemáticas y combinarlas con vivencias y posiciones surgidas de su doble filiación de productor agrícola e investigador académico.
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