lunes, 17 de diciembre de 2012

PRINCIPIOS

Desde la luz del alba de los tiempos
mi soledad se oculta en el silencio.
Tanta promesa advierto en el paisaje
que a la carne y la piel hace testigos.

Nada puede ofrendarse desde el caos
sino la filiaciòn del mar,
la traiciòn del desierto,
la selva como abrigo,
la desnudez del viento
y las montañas todas para orar.

No se ora en el litigio del hermano,
ni se apetece el caos con la mirada.
Sòlo valen los cantos cuando se ama;
la eternidad de verme en esos ojos,
la suavidad del tacto en esos muslos,
el cuerpo en paz sin guerra en otros cuerpos.

Este volàtil disco en que viajamos
desconoce la pobreza de huesos
que cargamos, cargamos y un dìa
hemos de abandonar en sitio yermo.

Esta nave intranquila que creemos
haber creado y nos criò
padece sin saber lo que somos,
y hacemos, en este caminar
de luna llena en noches incansables
en que las pieles arden
y se ofrendan
mientras dejamos
que el paisaje se caiga de nostalgia
y la lluvia
busque comprenderle en sus cuitas
y amarle y estrecharle.



I

Esa tristeza amarga por lo que no he vivido,
me pone en la nostalgia de otros besos,
en tanto nos besamos.

Tomè por la ventana al horizonte
y puse en el buzòn otros recuerdos
para olvidar mi ausencia de mañana.

La noche es otra cosa con tus cartas.
Sale el sol màs temprano
y una flor desde el suelo
se levanta y me besa.



II

Un libro se abre al centro y, al màrgen
de sus lìneas, me miras y me inventas;
dos pàrrafos delante, melancòlico,
me asomo a aquèl cajòn de la nostalgia
y logro desdoblarte y tenerte
mientras sueño.

Despierto y ya no estàs.
Tal vez nunca estuviste;
y el libro que miramos,
cada quien en su "allà"
casualmente era el mismo.



III

Como me faltan manos cuando veo que te fuiste,
como me faltan ojos para ya no mirarte,
como me sobra el tiempo que perdì sin buscarte
y que pocos son mis ìndices para poder negarte.



IV

La pena en otro tiempo empañaba el delirio,
pero la entrega diaria se empeña en el ocaso
por ya no hacer escàndalo, ni gritar;
se desviste, convierte todo en calma
un horizonte alado con su ruta y sus besos.
La entrega cotidiana parece un mueble triste
que un paño de sabores quita el polvo,
acurruca, acomoda, apapacha y desnuda.
Todo se ve tan fàcil desde el rincòn simplòn
del amor que me has dado,
que mañana en la calle levanto la banqueta,
pongo a todos al sol
¡y que canten los mustios!
Nada que aquì se mire tendrà que ser en vano;
las tardes son iguales desde que tù naciste,
pero no son las mismas, y hasta cambia el paìs
si tù amaneces triste.



V

Despuès de ser tan fàcil què complejo es quererte,
me dijiste, mujer, ya muy de noche, un dìa;
me hiciste oler la luna y escuchar esas nubes
que son siempre màs densas, muy oscuras y frìas;
reflejos obtuvimos sòlo en veces, a ratos,
en cambio fueron amplios momentos de agonìa
los de la oscura ausencia;
supe entonces dispar acaecer cotidiano:
los lagos son momentos;
eternidad, en cambio, la soledad ocèanica.




VI

Hay que amar como el mar, con ruido y sobresalto.
No tiene caso hacerlo pensando en el desierto
pues si se ama con olas, naufragios y honda calma
tendrà sentido luego arremeter las playas,
volcarse en arrecifes,
hundirse entre corales,
viajar lleno de peces, agonizar islotes
y vomitar lombrices.

Encallar: otra forma de exasperar al tedio.
El amor que se atreve, hace olas, trasciende,
porque su liquidez es siempre flor y canto.



VII

Corsarios atracaron en el viento,
la soledad en bòvedas de espasmo
retornaba al averno, el fuego derrotado
calmaba sus visiones danzarias
mientras todo anunciaba el final
con trompetas apocalìpticas.

El corazòn del hombre, sordo,
tranquilo, mudo,
ciego, decepcionado,
quebrantados sus huesos,
volviò al embrujo solo.

Detràs de las montañas,
caverna adentro,
una planta sin flor
ni fruto,
fuera de la tierra
seca,
sin aliento,
yace.


(DEL LIBRO "APETENCIAS", 1999).

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