domingo, 23 de diciembre de 2012

SOBRE PESSOA (respuestas a una encuesta), Marco Antonio Campos


Sobre Pessoa
(respuestas a una encuesta)
Marco Antonio Campos
El poeta colombiano Armando Romero actualmente está realizando una encuesta sobre Fernando Pessoa y me mandó el siguiente cuestionario:
–¿Cuándo oyó usted hablar de Pessoa por primera vez, y por qué medio o por quién?
–Cuando muy joven admiraba mucho al ensayista Octavio Paz (lo sigo admirando); leí en 1969 su libro Cuadrivio. Como sabe, el cuarto y último ensayo está dedicado a Pessoa (“El desconocido de sí mismo”). El bellísimo ensayo, como la poesía de Pessoa, es como una casa de múltiples puertas.
–¿Cuando leyó usted a Pessoa por primera vez y en qué libro o revista?
–También en 1969, pero en la antología que armó y tradujo el poeta argentino Rodolfo Alonso. Se publicó en Fabril. Cuando leí los poemas traducidos por Paz años después, me parecieron más afines a mi sensibilidad, pero la traducción que me dejó la primera y definitiva impronta fue la de Alonso. Todavía guardo el libro. Se nota en la cubierta de pasta dura y en las páginas las muchas lecturas que hice. Después mi padre me trajo a principios de los setenta del Brasil las obras de Pessoa en portugués. Con todas mis deficiencias respecto al idioma, mi acercamiento ya fue directo. Creo que leía mejor el portugués que ahora.
–¿Qué impacto le hizo a usted la obra de Pessoa en ese entonces?
–Demoledor. Lo leí a lo largo de varios años, pero sobre todo en aquellos 1969 y 1970 me hizo sentir todo el peso del fracaso y la inutilidad de un verdadero porvenir. Ningún poema de él me causaba tanto desánimo como “Tabaquería”, del cual, por cierto, hice después una versión que publiqué en 1982. Pero estéticamente Pessoa era un inmenso poeta. Me cautivaba cómo unía la reflexión metafísica y lo menudamente cotidiano. Cómo su alta lucidez difícilmente dejaba de ser emotiva. Cómo, de una frase convencional o banal, desarrollaba en perfecta ilación un admirable poema. Me deleitaban mucho asimismo los juegos que Pessoa hacía con sus propios heterónimos, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo o convivieran en una casa de fantasmas que podía también ser el mundo. Pessoa me influyó mucho, pero no sabría decirle en este momento en qué y en dónde exactamente en mi primera poesía. Yo era muy joven y andaba buscando caminos. Por lo demás, la influencia de una traducción nunca es la misma que la del original: son dos poetas que se parecen mucho pero no son iguales. O en el caso de Pessoa principalmente son cuatro poetas, aunque, como se sabe, tuvo decenas de heterónimos. Por cierto, cuando le di a Paz en aquel 1982 mi versión de “Tabaquería” en su departamento de Paseo de la Reforma, me dijo: “Pero ¿por qué otra traducción de Pessoa?” Entendí que entre líneas me reprochaba: “¿Para qué otra si ya está la mía?”
–¿Qué pensó usted de los heterónimos, los pudo diferenciar?
–Si hablamos de los cuatro poetas, no tuve problema. El único que tenía la impresión de que se parecía menos a Fernando Pessoa era el poeta que escribía con el nombre de Fernando Pessoa. Me gustaba en su honda sencillez humana y en sus imágenes llenas de sensaciones el poeta bucólico Alberto Caeiro, aunque sentía más cerca el verso clásico pero hondamente emotivo de Ricardo Reis, quien me hacía creer que también eran mis contemporáneos Píndaro y Horacio, pero quien me pareció desde entonces el poeta por excelencia fue Álvaro de Campos,engenheiropoeta sensacionista. Sin embargo, hago de él aquí una apostilla: el heterónimo que hizo los poemas más depresivos es también el futurista torrencial y furibundamente optimista de “Saludo a Walt Whitman” y “Oda triunfal”, poemas que se leen en un arrebato, o como decía Nietzsche, se leen –deben leerse– de pie.
–¿Hubo uno de los heterónimos que fue y sigue siendo su favorito, o hay cambios?
–Sigo pensando que el mejor, como lo creyó también Paz, es Álvaro de Campos, y sigo pensando que sus vastos y breves poemas que me marcaron en la juventud son los que releo con verdadero placer: “Lisbon Revisited”, donde manda al diablo todo y a todos; “Escrito en un libro abandonado en viaje”, una suerte de punzante epitafio; el epigrama “The Times”; “Gacetilla”, donde es consciente de que los poetas verdaderos vivirán más en el tiempo que los millonarios de todas las épocas; “Aniversario”, en que se le caen a la vez los años y los fracasos; la invectiva satírica “Marinetti, académico”, y desde luego los poemas de gran aliento como “Oda marcial”, “Saludo a Walt Whitman”, “Oda marítima”, y aparte, en el lugar lujoso de la vitrina, “Tabaquería”. Pero debo decirle que son pocos los poemas de Álvaro de Campos que no me gustan. Como Kavafis, Kafka y Borges, en Pessoa la persona se confunde con el personaje, y quien mejor lo ha inventado en sus espléndidas ficciones, quien lo ha hecho vivir de nuevo al figurarlo en varios de sus libros, es Antonio Tabucchi, haciéndolo, por ejemplo, entrevistarse en Lisboa con otro extraño en la Tierra, Luigi Pirandello, o con quien luego de una agotadora jornada se va Tabucchi con él a cenar, o consigue imaginativamente que sea visitado por sus heterónimos en los tres últimos días de su vida. “Me ha gustado invitarlo a que habite en mis páginas”, me contestó Tabucchi en una entrevista. Me da por creer que es dable imaginar a Tabucchi como el último de los heterónimos de Pessoa.
–¿Piensa usted que la obra de Pessoa tiene una presencia o afinidad con su poesía y en qué?
–Nadie que lo haya leído a fondo escapa a su influencia. Si la hay en mí es en la parte oscura y pesimista, pero no sabría en verdad, le reitero, explicarle cómo. Por lo demás, el único heterónimo que he utilizado como escritor suele llamarse Marco Antonio Campos. Pero uno se reconoce a menudo más en los versos ajenos que en los propios. Tal vez como Pessoa, tal vez más que Pessoa, me reconozco en estas líneas de “Tabaquería”: “Hice de mí lo que no supe,/ y lo que podía haber hecho de mí no lo hice./ El disfraz que vestí era equivocado./ Me tomaron luego por quien no era, y no desmentí, y me perdí./ Cuando quise quitarme la máscara,/ estaba pegada a la cara./ Cuando la tiré y me vi en el espejo,/ ya había envejecido.”

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