Juan Domingo Argüelles
El vate ArnulfoEn su estupendo y divertidísimo cuento “Amor del bueno”, José Agustín traza las fachas de un tal “vate Arnulfo” que más que poeta es un parlanchín que se las da de hombre ilustrado, militante del pri y amigo de altos funcionarios obviamente priístas.
El retrato que hace José Agustín no sólo delata al vate Arnulfo, sino que también nos revela la idea social que tenemos en México del poeta (que en el aire las compone) y que no es otra que la de un astroso personaje que todo el tiempo está echando verbo y presumiendo el “prestigio” y el influyentismo que le confieren sus cuates en el gobierno.
En México, basta que alguien pronuncie dos o tres rimas forzadas sobre el sarape de Saltillo, la belleza de la mujer mexicana y el esforzado tesón del pueblo, entre otras cosas dignas de mentarse, para que se le considere poeta. Y si, además, se sabe que ha publicado, de su peculio, o con el apoyo del erario municipal, un librejillo que lleva por título Florecillas silvestres o El manto negro de las estrellas, de inmediato crece su prestigio en bautizos, confirmaciones, bodas, quince años y demás celebraciones y fastos en donde lo invitan a que improvise o lea algunas estrofas para el caso, y entonces aflora lo que, popular y socialmente, se considera “poético”, con cosas como las siguientes: “En el cenit de tu belleza,/ oh mujer sensitiva de Guerrero,/ derramo humildemente con nobleza/ mi canto que te entrego por entero.” Y el respetable aplaude lleno de admiración y dice: “¡Qué gran inspiración tiene don Próculo!”
En el cuento de José Agustín, los integrantes de las dos familias que están a punto de emparentar (gracias a una boda), durante los preámbulos festivos se dan hasta con la cubeta y, en consecuencia, son remitidos a la delegación por un grupo de policías que los acusan de escándalo y alboroto. Y aquí viene lo bueno. Dice el personaje que narra la historia:
“Llegamos en tres patadas a la delegación y ahí estaba el juez con cara de cáiganse con la mordida. Como todo mundo hablaba y gritaba yo creo que el juez no oyó nada: nomás empezó a decir que esto es muy grave esto es muy grave, y el vate don Arnulfo le decía tenga consideración señor agente del ministerio público vea que apenas van a casarse no volverá a suceder le doy mi palabra de miembro del partido oficial y de amigo de un funcionario de la Secretaría de Gobernación.”
En este punto el lector del cuento hace una pausa necesaria, aunque no esté marcada en el texto, porque el personaje que refiere el hecho pasa a dar su punto de vista para sí mismo: “Me dio una risa porque el vate Arnulfo siempre se la pasa hablando de su amigo el influyente de Gobernación. Una vez lo conocimos y resultó un viejito borrachín y achichincle del secretario del secretario del que le lame los güevos al ojete preferido para traer las tortas del ayudante adjunto al gato mayor de un mediocuate del ministro de Gobernación.”
En el cuento, el vate Arnulfo (que es el tío de la novia) se echa unos tremebundos discursos obviamente priísta-cantinflescos (con mucha labia y melcocha, enredados y demagógicos) y se las da de muy acá y dialoga con las “autoridades” (una punta de extorsionadores de medio pelo) e intercede ante el agente del Ministerio Público, con un lenguaje rebuscado y ridículo, en aras de la concordia y de “los tiempos de la legendaria Roma”.
A la mordida le llama “gratificación”, a sus gestos y visajes los denomina “sensibilidad artística”, a la borrachera, el sueño de Baco, y habla de “posibilidades pecuniarias” y cosas así. Por eso el personaje que está narrando (un adolescente, casi un niño) lo considera “un mamón”, pero para los demás “habla muy bonito” al grado que se conmueven y sueltan la lágrima. Es, exactamente, el retrato del poetastro que se sueña amigo de los políticos poderosos pero que sólo alcanza a tener la “estima” de los achichincles.
A esto es a lo que podríamos denominar la estética de la poética priísta que por décadas se ha impuesto en las escuelas, en los ámbitos familiares, en las celebraciones patrias y, por supuesto, en los discursos cantinflescos y churriguerescos de los diputados, alcaldes, ediles y demás especímenes que hablan de los signos de la historia y el proceloso mar que se ha tenido que atravesar, entre las tinieblas, para alcanzar la duradera paz que hoy disfrutamos en medio de la concordia que nos nutre y nos identifica.
La puritita estética priísta. Mientras los vates Arnulfos abunden por ahí, poco se puede hacer para que la gente comprenda y disfrute la auténtica poesía. Vivimos en un país de discursos inflados como algodón de azúcar. Melcocha, disparate y mentira al por mayor. No olvidemos que la poética priísta volvió por sus fueros.
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lunes, 19 de mayo de 2014
EL VATE ARNULFO, Juan Domingo Argüelles
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