Hotel, absurdos, humor y goce.
Etiquetas: The Grand Budapest Hotel, Wes Anderson
Me he dado cuenta de lo absurdo y estúpido que son ciertas cosas en el mundo, por ejemplo: es estúpido que un hombre hable orgullosamente de su trabajo, mientras es absurda una mujer que se enamore de él por dicha razón. Tan absurdo y estúpido es escribir, sobre todo de cine, como hacer fila para entrar a ver una película.
A pesar de mi disciplina, de ir al cine sólo los miércoles, el domingo pasado fui a la cineteca e hice fila para entrar a ver una película de la cual únicamente había escuchado buenos comentarios. Caí y vi The Grand Budapest Hotel (Wes Anderson, 2014).
No soy seguidor del trabajo de Anderson, sólo he visto Fantastic Mr. Fox (2009) y Moonrise Kingdom (2012). El estilo que imprime en su cine se ve reflejado en sus encuadres, movimientos de cámara y fotografía. A pesar de ser original en esto, no me parece que levante almas.
Pocas veces he visto películas que sin ser comedias cuenten absurdas estupideces, que hagan reír y que además sean entretenidas. The Grand Budapest Hotel conjunta éstos elementos haciéndolos sublimes pues el fondo de la historia está perfectamente pensado y trabajado.
La trama, que pende en la vida del dueño de un hotel, es interpretada por un reparto envidiable para cualquier director de cine. A lo largo del tiempo Wes Anderson ha sabido granjearse, con base en su trabajo, a excelentes actores, por lo que no resulta extraño ver a Edward Norton, Ralph Fiennes, Bill Muray, Tilda Swinton o Adrian Brody atendiendo las indicaciones y las ideas del director: delicado y culto joven de 45 años de edad.
Técnicamente The Grand Budapest Hotel es una obra maestra. Sin sentir una entrada abrupta en la película, cuenta con escenas que sin problemas podrían equipararse con pinturas de cualquier artista del siglo XIX o XX. Esto es signo de lo conocedor que es Anderson en dicho rubro del arte.
Otro punto interesante es el veloz ritmo aplicado a un guión que, narrativamente, es complejo. La película nos cuenta tres historias a la par. Anderson resuelve esta encrucijada de manera creativa y encuentra en la música a su mejor aliado. Nunca deja de sonar una nota, acoplándose perfectamente a la situación, mezclando sonidos ambientales con los de la pluma de algún compositor.
A pesar de mi disciplina, de ir al cine sólo los miércoles, el domingo pasado fui a la cineteca e hice fila para entrar a ver una película de la cual únicamente había escuchado buenos comentarios. Caí y vi The Grand Budapest Hotel (Wes Anderson, 2014).
No soy seguidor del trabajo de Anderson, sólo he visto Fantastic Mr. Fox (2009) y Moonrise Kingdom (2012). El estilo que imprime en su cine se ve reflejado en sus encuadres, movimientos de cámara y fotografía. A pesar de ser original en esto, no me parece que levante almas.
Pocas veces he visto películas que sin ser comedias cuenten absurdas estupideces, que hagan reír y que además sean entretenidas. The Grand Budapest Hotel conjunta éstos elementos haciéndolos sublimes pues el fondo de la historia está perfectamente pensado y trabajado.
La trama, que pende en la vida del dueño de un hotel, es interpretada por un reparto envidiable para cualquier director de cine. A lo largo del tiempo Wes Anderson ha sabido granjearse, con base en su trabajo, a excelentes actores, por lo que no resulta extraño ver a Edward Norton, Ralph Fiennes, Bill Muray, Tilda Swinton o Adrian Brody atendiendo las indicaciones y las ideas del director: delicado y culto joven de 45 años de edad.
Técnicamente The Grand Budapest Hotel es una obra maestra. Sin sentir una entrada abrupta en la película, cuenta con escenas que sin problemas podrían equipararse con pinturas de cualquier artista del siglo XIX o XX. Esto es signo de lo conocedor que es Anderson en dicho rubro del arte.
Otro punto interesante es el veloz ritmo aplicado a un guión que, narrativamente, es complejo. La película nos cuenta tres historias a la par. Anderson resuelve esta encrucijada de manera creativa y encuentra en la música a su mejor aliado. Nunca deja de sonar una nota, acoplándose perfectamente a la situación, mezclando sonidos ambientales con los de la pluma de algún compositor.
Humor
The Grand Budapest Hotel posee un sentido del humor elegante que descansa en la sencillez con que se manejan las acciones, sin embargo dicha candidez termina por resultarle un balazo en el pie a Anderson: abusa de buenas secuencias y termina cayendo en el detestable chiste sobre el chiste. Como lanzar un pastel a la cara de alguien una y otra vez. A pesar de que el humor nunca está forzado en la historia, en ocasiones es repetitivo y se torna aburrido.
En medio de la historia principal, el derroche de talento en las actuaciones, las estupideces que caen como cascada al mar de risas y las complejidades técnicas de The Grand Budapest Hotel se desenvuelve una historia de amor entre dos jovenes. Esto se puede leer como una trampa por parte del director. Porque se refugia en el cliché de dos jovencitos viviendo lo que se supone es su primer noviazgo donde siempre se piensa que se acumulan más sentimientos, emociones y buenos deseos hacia la pareja en cuestión. Se cree un amor muy puro. De modo que cuando veo a esta pareja, resulta bonito a las pupilas, trae buenos recuerdos a la mente y se cree un poquito en el amor.
Wes Anderson es un tipo verdaderamente culto. Para The Grand Budapest Hotel se inspiró en las obras de Stefan Zweig, agregó su toque y el resultado es una película divertida. A mí me provocó darle menos seriedad a mi vida. Arrepentirme por tantas tonterías que dejé de hacer creyendo que era una inmadurez, encontrarle el absurdo a actos como comprar la despensa y lo estúpido en lavar mi auto para que una chava se sienta bien cuando viaja conmigo.
Afortunadamente, para la gente que así lo acostumbra, The Grand Budapest Hotel está en varias salas de cine. Alguien no tan idiota le contó a la distribuidora del filme que se vende como cine de arte y comercial. Esto provoca que se pueda ver durante varias semanas en cartelera.
Me da igual si es o no el mejor trabajo de Wes Anderson, eso lo deciden sus críticos y fans. A mí me gustó, me hizo reír, quizá no la vea en un rato, pero la disfruté de inicio a fin.
En medio de la historia principal, el derroche de talento en las actuaciones, las estupideces que caen como cascada al mar de risas y las complejidades técnicas de The Grand Budapest Hotel se desenvuelve una historia de amor entre dos jovenes. Esto se puede leer como una trampa por parte del director. Porque se refugia en el cliché de dos jovencitos viviendo lo que se supone es su primer noviazgo donde siempre se piensa que se acumulan más sentimientos, emociones y buenos deseos hacia la pareja en cuestión. Se cree un amor muy puro. De modo que cuando veo a esta pareja, resulta bonito a las pupilas, trae buenos recuerdos a la mente y se cree un poquito en el amor.
Wes Anderson es un tipo verdaderamente culto. Para The Grand Budapest Hotel se inspiró en las obras de Stefan Zweig, agregó su toque y el resultado es una película divertida. A mí me provocó darle menos seriedad a mi vida. Arrepentirme por tantas tonterías que dejé de hacer creyendo que era una inmadurez, encontrarle el absurdo a actos como comprar la despensa y lo estúpido en lavar mi auto para que una chava se sienta bien cuando viaja conmigo.
Afortunadamente, para la gente que así lo acostumbra, The Grand Budapest Hotel está en varias salas de cine. Alguien no tan idiota le contó a la distribuidora del filme que se vende como cine de arte y comercial. Esto provoca que se pueda ver durante varias semanas en cartelera.
Me da igual si es o no el mejor trabajo de Wes Anderson, eso lo deciden sus críticos y fans. A mí me gustó, me hizo reír, quizá no la vea en un rato, pero la disfruté de inicio a fin.
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