“...No sabía –o lo olvidaba– que la muerte, siempre esperada, es siempre inesperada”, dice Octavio Paz en un prefacio inédito a la edición en Francia de lasChroniques parisiennes, de Reyes. Antecede esta frase la información siguiente: “Un telegrama de México me anunció la muerte de Alfonso Reyes. La noticia me pareció irreal, como si anunciase la muerte de otra persona.”
Esta recopilación de sus crónicas de París fue ideada por las ediciones de la Librairie Séguier para incitar la curiosidad en Francia por este escritor enciclopédico, amigo de Paul Valéry, Jules Supervielle, Valéry Larbaud, Jules Romains y otros notables escritores y artistas de la primera mitad del siglo XX en Francia.
En 1991, la aparición de estas Chroniques, traducidas al francés por Brigitte Natanson-Guland, con la autorización de Alicia Reyes, la Librairie Séguier señala: “Reyes, sin embargo, sigue siendo prácticamente un desconocido en Francia, a pesar de ser el promotor por excelencia de una cultura hispanoamericana… Siempre atento a la voz de Francia en el concierto universal, durante y más allá de sus misiones diplomáticas en este país. Recordemos, a título de ejemplo, que cubrió con su autoridad intelectual y moral la creación y el desarrollo de las Alianzas Francesas en México.”
Después de narrar en dos palabras su último encuentro con un Reyes mortalmente enfermo, Octavio Paz describe, con su brío y su brillo acostumbrados, a la persona y al escritor. “En un mundo que ha perdido por completo el sentido de la forma al extremo de que la frase hecha, después de haber conquistado periódicos, parlamentos y universidades, se ha vuelto el medio de expresión de poetas y novelistas, el amor de Reyes por el lenguaje, sus problemas y sus misterios, es más que un ejemplo: es un milagro.” Paz traza en seguida los vasos comunicantes entre la vida de este humanista –hijo de un general ministro de guerra de Porfirio Díaz y hermano de un polemista conservador como su padre– y la obra poética más lograda de Alfonso Reyes, según Paz, Ifigenia cruel. En este poema, el autor mexicano introduce “un elemento que no aparece ni en Eurípides ni en Goethe: Ifigenia ha perdido la memoria”. En la tragedia griega y la versión alemana –como en la de Racine que Paz olvida o quiso olvidar– cuando Ifigenia debe ser sacrificada para calmar la cólera del viento, Artemisa le salva la vida y la conduce a Táuridas, donde la consagra sacerdotisa de su templo: Ifigenia debe inmolar a todos los extranjeros que aborden esta isla. Un día ella reconoce entre los náufragos a su hermano Orestes. La ley de la sangre impone su razón a la del destino. En la Ifigenia cruel, de Reyes, ella no sabe quién es ni de dónde viene. Sabe sólo que es “un montón de cólera desnuda”. Me pregunto, ¿no es esta frase, en su brutalidad y su prístina esencia, anunciadora de la respuesta dada por Rulfo sobre la identidad de Pedro Páramo: “un rencor vivo”? En Reyes el destino se impone a la ley de la sangre: entre conservadores y gobierno revolucionario, el joven Alfonso va a elegir este último.
“No, no estamos hechos para la muerte”, dice don Alfonso a Paz, y de este “caballero errante de mayo”, el poeta de Piedra de sol aclara: “no que se rebelase en forma estéril contra la idea de la muerte, pero porque morir no le parecía ser unaidea, es decir una razón, algo que tuviera sentido”. Texto precursor, clarividente, de Octavio Paz, escrito en 1960, un año después de la muerte de Reyes. Prólogo deChroniques Parisiennes que concluye con una reflexión digna de Muerte sin fincuando escribe: “La muerte es la única proposición irrefutable, la única realidad que es imposible negar. Al mismo tiempo, quizás a causa de este exceso de realidad que manifiesta, de esa brutalidad con la cual nos dice que la presencia es ausencia, la muerte da un aire de irrealidad a todo lo que vemos, comprendida esa muerte que velamos. Todo está ahí, y al mismo tiempo no está ahí. Nuestra última realidad no es sino una definitiva irrealidad. Podría decirse, modificando ligeramente un verso de Borges: la muerte minuciosa en la irrealidad. Reyes está ahí, y no está ahí. Lo veo, y no lo veo. Como en su poema,
Reyes y Paz se hallan para siempre unidos por los lazos aún más estrechos que los del maestro y el discípulo, el padre y el hijo espirituales: su unión es la de la amistad entre dos hombres que tienen una diferencia de veinticinco años de edad. Amistad viril de mutua admiración. Sin celos ni envidias. Se reconocen mutuamente en su pasión por la lectura y de ella se alimenta su conversación. El resto, la crítica, la obra creativa, se dará por añadidura a esa alta pasión.
En las setenta crónicas seleccionadas para este volumen en francés, Alfonso Reyes lee y enseña a leer, no sólo los libros, también las calles, los amigos como Larbaud, los barrios de París, el “aduanero” Rousseau visto por Paul Morand en los paisajes del tren en que viaja a Veracruz, la librería de Adrienne Monnier, Montaigne y la mujer, su pasión –la suya, la del hombre mesurado–, exaltada y exaltante pasión por Mallarmé, a propósito de quien escribe:
Las Chroniques Parisiennes son una muestra de las perlas de inteligencia del mejor de nuestros críticos. Alfonso Reyes transmite el vicio de la lectura. Atención al contagio de esta enfermedad incurable. Termina por leerse una flor, un relámpago, una sonrisa, no sólo un libro. Todo se vuelve escritura, signo vivo, augurio.
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domingo, 21 de septiembre de 2014
LAS CRÖNICAS PARISIENSES DE ALFONSO REYES, Vilma Fuentes
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