lunes, 8 de septiembre de 2014

CINE-ENTREVISTA: GIBRÁN BAZÁN, Carlos Jordán



Cine-entrevista: Gibrán Bazán

Carlos Jordán
gonzalezjordan@gmail.com
Bruno Bichir interpreta a Tito en una de las historias del filme
Generación Spielberg es una mirada retrospectiva a la década de los ochenta y a las ilusiones perdidas en la cultura del consumo

Un grupo de escritores se dirige a un encuentro literario, dos amantes prometen pasar 24 horas bajo las sábanas, una chica y dos hombres están atrapados en un elevador, un psicoanalista se halla al borde del suicidio, una ejecutiva debe esconderse para emborracharse: son historias fechadas en la década de 1980, historias de gente incapaz de relacionarse con el mundo que la rodea. Sin concesión alguna, el director mexicano Gibrán Bazán filmó Generación Spielberg, una película que reflexiona sobre las falsas ilusiones heredadas de una época en la que el consumismo y la mercadotecnia empezaron a clonar nuestros recuerdos.

¿Su película obedece a una crisis generacional?
Surgió de observar a mi generación en los años setenta y ochenta. Fuimos marcados por una mercadotecnia alrededor de las industrias musical y cinematográfica. Platicando con amigos, descubrí que lo primero que nos venía a la mente al hablar de esa época eran las modas. Creo que tenemos recuerdos clonados; parecen personales pero en realidad tienen una huella mercadológica.

¿Por qué hacerla a partir de un coro de cinco voces?
Quería un conjunto de testimonios y funcionaba muy bien hacer un filme claustrofóbico, en el que no existiera casi ningún exterior. Cada protagonista es una suerte de voz y el resultado parece un conjunto de monólogos. No quería una película de historias separadas sino que todas se interconectaran.

¿El uso del blanco y el negro tiene relación con una percepción gris de aquellos años?
Mi primer acercamiento con la imagen fue una televisión Philco en blanco y negro. En mi época, eran pocos los amigos que tenían televisión a color. Es un recuerdo muy vívido, como también lo era la amenaza nuclear con Reagan y los soviéticos. Me tocó ver la guerra de las Malvinas por televisión. Mi película proviene de un escenario desesperanzador y solitario. Los niños de ciudad empezamos a crecer con la televisión encendida. Supongo que por eso la película tiende a lo depresivo. No podía imaginarme los personajes a color.

Hay un monólogo del personaje interpretado por Bruno Bichir que hace alusión a Timbiriche, Spielberg y al consumismo en general. ¿Eso nos heredó la década de 1980?
Hemos visto cómo el mundo ha entrado progresivamente en la mercadotecnia. Todo tiene código de barras y un orden establecido para su comercialización. La vida se ha industrializado en todos los aspectos. He visto cómo ha cambiado y no siempre para bien.

Aunque la película tampoco promueve la idea de que todo tiempo pasado fue mejor.
No quería caer en eso. Los personajes recuerdan cosas que los hacen sufrir y ven pasar las ilusiones perdidas. En principio, la película se iba a llamar Matar a Steven Spielberg. Obedecía a algo medio freudiano y relacionado con la idea de matar al padre. Quería cuestionar nuestras fantasías y la manera en que las adaptamos a nuestra vida adulta como una muletilla mal pegada.

¿Qué tanto le debe su película a autores como Douglas Copland o Gus Van Sant, y a su trabajo alrededor de la Generación X?
Me tocó ver películas sobre la Generación X y nunca las entendí muy bien. No niego que mi película pueda tener influencia de los autores que plantaron cara a la cultura de la mercadotecnia pero desde una percepción de desesperanza y cinismo.

¿Es consciente de que, además de desesperanzadora, su película puede parecer demasiado sociológica?
Siento que me azoté porque algunas personas la odian. Algunos me acusaron de pseudo intelectual porque es medio filosófica y no da descanso. Hay algo de humor pero en los monólogos me dejo ir y entiendo que para el público no es tan agradable. Para muchos, el cine es diversión y entretenimiento. No es mi caso. Creo que se vale pensar.

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