miércoles, 10 de septiembre de 2014

POESÍA Y SOCIEDAD. CONVERSACIÓN CON VALERIO MAGRELLI, Franceso Diaco

Poesía y sociedad. Conversación con Valerio Magrelli [Francesco Diaco]

martes, 19 de agosto de 2014



FD. Empezamos con una pregunta sobre el mundo editorial e internet. A la luz de la situación del mundo editorial contemporáneo, marcada por el paso de una política de beneficio sobre el total de las publicaciones a otra de ganancia sobre cada sumando[1], ¿cuál es su opinión sobre las novedades aportadas por la difusión de los blogs literarios y la autopublicación? En su último libro, El sesenta y ocho realizado por Mediaset [2], se leen posiciones más bien definidas en lo que se refiere a la necesidad de un filtro constituido por la crítica.

VM. Debo confesar que tengo sólo una gran reserva respecto a los blogs: la cuestión de las competencias. Para no caer en equívocos, aclaro antes de nada que la diferencia entre red y mundo editorial no está en el soporte, es decir en el papel. La credibilidad y el valor de un editor no dependen de la celulosa, sino más bien de un sistema de filtros, de cooptación. Recientemente he vuelto a publicar un libro que había traducido y he pasado un mes al teléfono, hablando de comas y párrafos. Yo estaba entusiasmado, el editor estupefacto. A mí me parecía un sueño la idea de que otra persona se dedicase exclusivamente a mejorar mi trabajo. Durante esta experiencia se ha dado una verdadera colaboración: en muchos casos he rechazado sus sugerencias, en muchísimos las he aceptado, comenzando por las erratas y hasta llegar a soluciones verdaderas y propias. ¿Qué es un editor? El editor es para mí un sistema de protección y de criba que, si funciona, drena —literalmente— los materiales del organismo social y cultural. Es por esto que durante un tiempo en el Corriere della Sera estaban Caproni y Macchia, y hoy D’Orrico. Lo que pasa es que estamos en diálisis, ya que ya no hay filtros. De hecho, D’Orrico no es un crítico literario —lo ha dicho muy bien Tiziano Scarpa—, D’Orrico es un book-jockey; así como existen los disc-jockeys... ¿Llamaríais musicólogo a Albertino? No, simplemente porque se trata de cosas bien distintas. D’Orrico tiene menos competencias, ciertamente no está al nivel de Mengaldo, y sin embargo en el Corriere no escribe Mengaldo. Pero llego al punto: mi problema con los blogs es el equívoco que alimentan en la interpelación al lector. A mi modo de ver, el lector —pretendo ser muy drástico— no ha de tener voz y voto, como se decía otrora en las abadías. Durante el voto, en la asamblea, el lector no tiene derecho a hablar porque hablan los especialistas, los que tienen competencias. ¿Cómo se crean estas competencias? A través de un sistema de selección que en otro tiempo funcionaba: licenciatura, suficiencia investigadora, doctorado, postdoctoral, etc. Cuando esto no funciona, hay, en cualquier caso, otras formas de formación: conozco varias personas de gran valor que no son del ámbito académico. Por ejemplo, yo propondría el sistema de horas de lectura, como los pilotos. ¿Cuándo se puede pilotar un jumbo? Cuando, recurro a una hipérbole, se han hecho 8000 horas de vuelo. ¿Cuándo puedes escribir tu opinión sobre un libro? Cuando has leído 8000 libros de teoría, de narrativa, de poesía; y si no, no puedes hablar. Yo no quiero saber las opiniones de los lectores, no me interesan: debe prohibírsele al lector hablar. Y es que parto de la gran idea de Borges por la que estoy más orgulloso de mi trabajo de lector que del de escritor. Ser lector es una cosa importantísima. Esta especie de todos caballeros, esta competición en ser todos críticos es insensata porque el lector tiene ya, por sí mismo, una enorme e inmensa dignidad. Los blogs tienen este riesgo, transforman a los lectores en estudiosos, y esto no es posible.

[…]

FD. Frecuentemente le han asociado con Calvino por su escritura tersa y racional. En su último libro, además, (aunque no sea posible atribuir inmediatamente las posiciones de los personajes que hablan a las del autor) se encuentra una dura diatriba contra La dialéctica de la Ilustración. En el mismo texto, se reivindica por un lado la exigencia de una izquierda de gobierno, socialdemocrática, capaz de asumir las responsabilidades del reformismo, y por otro lado lo imprescindible de un proyecto alternativo y radical, sin cesiones a una Realpolitik entendida como oportunismo cínico. Usted sostiene que hay que apuntar a poco para conseguir mucho, que hay que ser como un contable, pero de la propia utopía. Por lo que respecta a la poesía, ¿qué valor ético-civil tiene para usted la escritura y qué importancia comporta la elección del estilo adoptado? Poesía como resistencia a una explotación de la lengua en sentido propagandístico-publicitario (la tesis del Sesenta y ocho realizado por Mediaset es que el poder mistificador de la palabra ha hecho triunfar las exigencias de la imaginación sobre las necesidades concretas, sobre el análisis realista de las condiciones socioeconómicas), como posibilidad de conjugar la realidad en subjuntivo planteando otros mundos posibles, otras sintaxis; en fin poesía, como comunicabilidad que permita la sociabilidad (me refiero a la claridad de su discurso).

VM. A veces cito una hermosa frase de Brodsky sobre la poesía que la define como auténtica meta antropológica, como expresión de máxima solidaridad lingüística. Si el hombre se diferencia de las bestias —dice— como animal político dotado de lenguaje, entonces la poesía, que es la máxima expresión lingüística, será, justamente, meta-antropológica. También Octavio Paz ha dejado escritas espléndidas páginas sobre esto. Pero volviendo a la cuestión de fondo, he sentido una verdadera transformación en el devenir de estos 35 años de escritura (algunos textos salieron en revistas y antologías en el 77-78, pero habían sido escritos antes), que resumo con una ocurrencia: “he pasado de Ponge a Brecht. El motivo ha sido que la sociedad ha pasado de Brecht a Ponge”. Es como si lo hubiera entendido hace poco, pero he tomado nota de esta naturaleza mía de “bastian contrario”, y es como si siempre lo hubiera sido. Bajo una apariencia dócil, casi pávida, de temor o preocupación, en realidad casi siempre acababa por ir a contracorriente. Otrora tenía amigos que durante las asambleas —teníamos asamblea fija, todos los días, no había que anunciarla— invitaban a matar fascistas, etc. Éramos demasiado pequeños para entrar en el terrorismo, aquélla era la generación anterior a la nuestra, pero el clima era compartido.

[…]

1. André Schiffrin, La edición sin editores, Ed. Destino, Barcelona, 2000.
2. Valerio Magrelli, Il Sessantotto realizzato da Mediaset. Un Dialogo agli Inferi, Einaudi, Turín, 2011.


[Dos fragmentos. Publicada completa en Años diez. Revista de poesía, nº1, Cuadernos del Vigía, Granada, pp. 87-107. Traducción: Juan Carlos Reche]

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